Autor: Élisabeth Roudinesco
Páginas: 264
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433962850
Año de Edición: 2009
Precio: 16 euros
Comentario de Eugenio Sánchez - auladefilosofia.blogspot.com
Élisabeth Roudinesco traza en este libro una historia de los perversos, es decir, de aquellos que en diferentes épocas han sobrellevado la parte maldita de la sociedad.
La historia de los perversos comienza con la dualidad sublime-abyecto presente en las mártires cristianas medievales. Alcanzaban el éxtasis místico a partir del desprecio del cuerpo, llegando a tomar vómito o pus cancerosa para hacerse merecedoras de Cristo. En el mundo masculino se impuso la flagelación como el medio más práctico para mortificar el cuerpo y buscar lo absoluto. Sin embargo, con el tiempo, el látigo dejó de apuntar a la espalda y se dirigió a las nalgas, abandonando el ritual su carácter religioso para devenir sexual. La historia que mejor representa la dualidad sublime-abyecto en la Edad Media es la de Gilles de Rais y Juana de Arco. El general más cualificado de la santa se convirtió, tras la muerte de su admirada heroína, en un legendario torturador, violador y asesino de niños. Las escenas de horror que protagonizó en su castillo nos llenan todavía hoy de verdadero espanto.
La modernidad tiene en el Marqués de Sade su gran icono de perversión. Roudinesco ve a Sade como la imagen invertida de la ley moral kantiana. Si Kant busca mediante el imperativo categórico convertir al hombre en un fin en sí mismo, Sade sueña con reducir a todos los seres humanos a cosas, a víctimas indefensas de un universo inmundo. El horror de las violaciones sistemáticas de la dignidad humana planeadas por Sade en las Ciento veinte jornadas hace que el mundo devenga infernal, monstruoso y carente de sentido. Contrasta con la filosofía de la historia kantiana que, aún admitiendo la negatividad de la vida humana, encuentra en ella motivos para suponer la realización de la paz o la libertad. Sin embargo, el peor defecto de la perversión sadiana es que no es una perversión liberadora sino, como opinaba Michel Foucault, un “mero erotismo disciplinario:
Tanto peor entonces para la sacralización literaria de Sade, tanto peor para Sade: nos aburre, es un disciplinario, un sargento del sexo, un agente contable de culos y sus equivalentes. (p. 63)
El s. XIX, tan mojigato y victoriano, crea nuevas tipos de perversos: el niño que se masturba, el homosexual y la histérica forman el triángulo favorito de médicos y psiquiatras. Los Estados comienzan a controlar el tipo de prácticas sexuales de sus ciudadanos. La sociedad burguesa se erige en “policía de los cuerpos y biocracia” y rechaza todo lo que no esté ligado al ideal familiar reproductivo. Para acabar con la peste onanística se inventaron toda clase de instrumentos terapéuticos como estuches peneanos, aparatos para separar las piernas de las niñas, esposamiento de las manos… El peligro de la manía masturbatoria es percibido como real pues médicos como Tissot defienden que todas las enfermedades infecciosas o virales tenían como origen la masturbación.
Freud compartía con Sade el reconocimiento de que la parte maldita, el goce del mal o pulsión de muerte, es algo que pertenece a nuestra naturaleza. Esto le sirvió para rescatar al homosexual, la histérica y el niño masturbador del grupo de los perversos. La disposición perversa es el paso previo obligado hacia la normalidad, es connatural al hombre.
El régimen nazi encarna el lado perverso de la humanidad en el s. XX. Nombres propios como Höss o Mengele o Eichmann son los protagonistas de la transformación del mundo real en un macabro teatro sadiano. Especialmente notorio es el caso de Höss que fue capaz de escribir una autobiografía explicando sus acciones como comandante de Auschwitz. Según Höss los propios judíos, raza abyecta, le agradecían que les librara del sufrimiento de vivir. Fue ahorcardo el 16 de abril de 1947.
El final del s. XX ha supuesto el ascenso al poder de una visión perversa del mundo: el modelo democrático-liberal. Las nuevas democracias posmodernas se han propuesto borrar el mal, el conflicto, la desmesura, de lo humano, sin ser conscientes de su auténtico rostro perverso. En 1975 ya denunciaba Peter Singer la perversión de la sociedad occidental en el trato a los animales: experimentos, mataderos… Y en la actualidad no hay más que recordar cómo el país defensor de los derechos humanos y las libertades fue el mismo que engendró Abu-Grahib y Guantánamo.
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