Elisabeth Roudinesco – Nuestro lado oscuro
distritojazz_libros_Elisabeth_Roudinesco-Nuestro_lado_oscuroNo anda descaminada Roudinescu cuando afirma que la medicalización de las conductas desviadas nos devuelve al exhaustivo inventario de las prácticas sexuales llevado a cabo por el marqués de Sade. Para ella, como para Foucault –inevitablemente citado innumerables veces a lo largo del texto-, estos modernos taxonomistas del comportamiento humano que despliegan ante nuestros ojos toda una panoplia de prácticas de índole sexual desde una perspectiva materialista muestran una fijación obsesiva equiparable a la de los antiguos inquisidores.
El perverso de antaño, que se entregaba voluntariamente a sus prácticas y que, acusado de haber sido seducido por el diablo, podía expiar su culpa al alto precio de la mortificación o del sacrificio de su propia vida desaparece del discurso científico. Entonces no se discutía el libre albedrio. Ahora, como señala Roudinesco, la medicalización de toda perversión ha orillado, por no ser de su incumbencia, la voluntad hasta hacerla desaparecer a efectos prácticos, eliminando así lo que de humano hay en el hombre. El criminal, el perverso de nuestros días puede ser clasificado, tratado y, en algunos casos, curado de la anomalía de la que, paradójicamente, no es responsable.
Desterrados el vicio, el pecado, la culpa y la expiación, la ciencia dicta ahora al hombre su conducta. De ahí que Gilles de Rais, adscrito hoy a esta o a aquella figura psiquiátrica, destacaría, en detrimento de la terrible fascinación por su persona, por su interesante perfil científico. Ya no hay hybris, viene a decir la autora, todo lo más un pálido reflejo de ésta vaciado de toda parafernalia literaria denominado pulsión.
Insatisfecha con este reduccionismo científico, Roudinesco, valiéndose de los ejemplos de criminales notorios como Gilles de Rais y Rudolf Höss, abunda en la deslegitimación de la extendida teoría que pregona el potencial criminal que anida en el interior de todo ser humano. Porque no hay criminal, advierte la autora, que no actúe con alevosía. Otra cosa bien distinta es que antiguas perversiones como la homosexualidad o la masturbación hayan sido desterradas recientemente del catálogo de la infamia. Pero bien mirado, aduce la autora, no cabe atribuir a una ciencia amoral la virtud legisladora deudora de los usos y costumbres de la sociedad.
En última instancia, corresponde al lector tomar partido por cualquiera de las opciones apuntadas por Roudinesco, quien, obligada por la máxima que rige cualquier ensayo antropológico que se tenga por honesto, no cierra la puerta a otras interpretaciones distintas de las defendidas por ella en este magnífico libro.
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