En ocasiones, para definir a una persona es mejor precisar lo que no es que insistir en lo que es. Carlos García (Bilbao, 1978) no es un loco, ni tampoco un chulo; es político, obvio, pero el 90% de su discurso se basa en un puñado de ideas básicas e indiscutibles, que sin embargo no lo son tanto allí donde vive y trabaja; tampoco es un profesional de la política, porque tiene cualificación profesional para vivir al margen de ella —es licenciado en Derecho por la Universidad Pública del País Vasco—, y vocación de dejarla algún día; y, finalmente, no es un acomodado, como lo demuestra el el camino que ha elegido y que le ha obligado a llevar escolta desde los 21 años, con un coste personal evidente. ¿Un tipo ejemplar? No; solo —o nada menos— alguien comprometido. Lo tiene muy claro: «Si me juego el tipo es por defender mis principios e ideales». Lo que ha hecho en Elorrio (8.000 habitantes), donde ya busca casa para vivir, es prueba de ello.
Veinticuatro horas con el concejal del PP más popular del País Vasco echan por tierra posibles ideas preconcebidas. Carlos García no se siente solo —«en la campaña me ayudaron una veintena de personas de confianza y en el pueblo me apoyan al menos 293 vecinos»—, y sabe que lo que ahora es una excesiva exposición pública dará paso en poco tiempo a la vuelta al anonimato: «Sé que llegará el invierno y que será largo y duro. Estoy preparado».
La cita es en Bilbao, donde áun reside, el jueves a las siete de la tarde. Quedan por delante 24 horas a su lado y solo en lo que va de día ha atendido a tres medios de comunicación. El teléfono no para de sonar y está algo inquieto porque ha quedado en una terraza con el presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti, y llega tarde. En realidad, la impuntualidad es un rasgo más de su carácter.
Son las siete y media y su jefe le espera ya sentado. Es una entrevista breve, propia de personas que mucho antes que compañeros de partido son amigos. Un par de frases con sobreentendidos sirven para cerrar la cuestión que les había convocado.
A las nueve de la noche Carlos García ha quedado con su cuadrilla en el polideportivo de su barrio de siempre para disputar el partido de todas las semanas. Es una cita casi sagrada: «Fui futbolista hasta los 25 años. Era delantero y llegué a jugar en Tercera División, en el Baskonia», cuenta con cierto orgullo. «Pero ya entonces lo compaginaba con los estudios de Derecho y la política, y aquello era muy complicado. Lo dejé, pero es mi pasión. En Elorrio, ya he encontrado cuadrilla para seguir practicando». Eso, en invierno, porque en verano le gusta el frontón —juega campeonatos— y la bici, «como al jefe» (en referencia, esta vez, a Rajoy).
Viste uniforme completo del equipo de sus amores, el Athletic, y aunque no tiene su mejor día —«no he podido calentar», se excusa— lo cierto es que apunta maneras y que maneja bien el remate de cabeza, «pese a que soy bajito». Está entre amigos, pero en el juego no hay bromas. Marca un par de goles y sufre un par de contracturas musculares. Empate, por tanto.
Para la cena elige un restaurante con vistas privilegiadas sobre Bilbao. Le acompaña su amigo Ieltxu, de 24 años, piloto de líneas aéreas en paro y ahora conductor de ambulancias en su pueblo, Sopuerta, controlado por Bildu. Se refiere a él como «mi “jefe de campaña”, una de las personas que más me han ayudado en todo este tiempo». La comida, excelente, y la hora, cuando ya no suenan los móviles, invitan a la charla. «El terrorismo ha marcado mi vida. Soy del barrio de Santutxu y estudié en el colegio Berrio Otxoa, curiosamente el patrón de Elorrio. Cuando estaba en tercero de BUP, debajo de la ventana de mi clase, ETA asesinó a un policía con una bomba lapa. Fue terrible para todos, pero aún peor lo fue que al día siguiente solo nos concentramos para protestar una veintena de alumnos, de los más de mil del centro».
La ikastola de Erkizia
Frente a su colegio hay una ikastola donde daba clase Tasio Erkicia... y en la que estudió Garkoitz Azpiazu Rubina, «Txeroki», el sanguinario etarra que dirigió el aparato militar de la banda: «En cierto modo, llevamos vidas paralelas. Más o menos tenemos la misma edad; vivimos en el mismo barrio; él ingresó en ETA el mismo año que yo me afilié al PP... Pero “Txeroki” está en la cárcel, donde pasará muchos años, y mi voto ha echado a Bildu de la Alcaldía de Elorrio».
En su casa la política no era tema habitual de conversación. «En las primeras elecciones —relata como anécdota— pregunté a mi padre, que estaba afiliado a UGT, a quién había votado. No me quiso responder». Sin embargo, a medida que cumplía años se afianzaba en él la idea de que debía comprometerse. El paso lo dio en 1997: «Cuando mi hermano —ahora concejal de Erandio— y yo nos afiliamos al PP éramos dos melenudos con pendientes en las orejas. Conocí a Miguel Ángel Blanco y poco después lo asesinaron. En ese momento dije en el PP que quería ser concejal».
Su inexperiencia era un inconveniente, pero lo suplía con su entusiasmo. «En 1999 fui el único concejal de mi partido en Sondika. Aún estudiaba Derecho. Por la mañana iba a clase y por la tarde aplicaba en el Ayuntamiento los conocimientos que adquiría, siempre para poner en aprietos a los proetarras. Fue entonces cuando Antonio Basagoiti se fijó en mí, y en 2003 me llevó en sus listas en Bilbao». Ha sido concejal de la ciudad hasta la última legislatura.
«Mi vida ha sido diferente. Desde los 21 años he tenido escolta. Me juntaba con mi hermano y mi novia, también concejal del PP, para tomar el vermú y era tremendo... Hasta seis se juntaban». Vivió con esa mujer hasta que la relación se acabó: «Entonces decidí volver a casa de mis padres, donde sigo de momento».
A Carlos García le gusta hablar de la «operación Elorrio», y se le nota. «Fui yo quien pedí presentarme allí. La otra vez nos habían faltado solo unos votos para sacar un concejal y era un reto echar a Bildu de allí. Por varias razones: es el centro geográfico de Euskadi; era la alcaldía más importante que tenían los proetarras en el País Vasco; el alcalde saliente era Nico Moreno, portavoz de la llamada izquierda abertzale... Era un reto». «Desde el principio —continúa— supe que había que hacer una campaña específica. Me rodeé de un grupo de amigos. Visitamos muchas veces el pueblo, hablamos con la gente y nos enteramos de sus necesidades. Hicimos un programa de gobierno, estuvimos todos los días, durante dos meses, en las calles... Nos acosaban, nos llamaban “españoles”, nos quitaban los carteles y de mí dijeron que era un pijo. Entonces les reté a un partido de pala, que no aceptaron... Me hice un cartel jugando al frontón».
Himno del Athletic
A su boca vienen los nombres de Ieltxu, de Enara, de Fernando, de Toño, de personas anónimas que compaginaron su trabajo con la campaña a costa de robar horas al sueño, sin cobrar un duro, exponiéndose a todo... «En el coche de megafonía, además del himno del PP llevábamos el del Athletic. Cuando se ponían burros, se lo poníamos... Y claro, les descolocábamos».
La cena y el café posterior al que se incorpora Fernando —«mi analista de medios»— dan para muchas anécdotas. A las dos menos cuarto Carlos García recibe un mensaje en su móvil. Sonríe: «Es mi “ama” (madre en vascuence). Me pregunta si ocurre algo... Lo pasa mal, pero ella también fue importante en la campaña. En lugar de hacer punto, se dedicaba a meter las papeletas del PP en sobres para el buzoneo... Miles de papeletas».
Es viernes. El concejal se ha levantado a las ocho y no puede tomar el café tranquilo. Otra vez los medios de comunicación le requieren. Por eso llega (otra vez) tarde, aunque pide todo tipo de disculpas. A las once está en Elorrio. Un vecino le para y le invita a la Casa de la Cultura a ver la exposición en la que participa, porque le quiere regalar una de sus piezas. Como contraste, desde la mesa de una terraza dos apoderadas de Bildu le miran con todo menos con simpatía. También a los que le acompañan.
Carlos García va al Ayuntamiento. Quiere conocer a todos los funcionarios —hay unos 40— que le quedan. El recibimiento es bueno, salvo en un caso, en el que resulta más evidente que nunca eso de que la cara es el espejo del alma. Habla también con la alcaldesa del PNV, con la que tiene una muy buena relación. Eso sí, ella no quiere aparecer en los medios. El concejal lo respeta; incluso lo entiende.
Luego toma un café y pasea por la calle Berrio Otxoa, la principal de Elorrio. Allí están los bares de los radicales y la herriko. Un par de sujetos que parecen pedir a gritos una ducha se fijan en él. Cuando pasa, le gritan: «¡Torero!». Otras veces prefieren llamarle «¡español!». «No hay problema, luego se cansan. No dan mucho de sí».
Carlos García hace la visita prevista a la Casa de la Cultura. El vecino está de casualidad, porque llega (como es habitual) tarde. Está con él y aprovecha para saludar a los funcionarios que allí están. El trato es muy correcto. Luego le invitan a tomar el aperitivo en una casa: «Estoy convencido de que hay más gente buena que mala; solo tienen que perder el miedo. Por eso quiero vivir aquí, tener mucha presencia. Y trabajar con la gente joven, que son el futuro».
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