Es útil reconocer que el mal existe: Roudinesco “Nuestro lado oscuro”, su nuevo libro, descifra el tema desde la historia y el psicoanálisisby Elisabeth Roudinesco | Papers by Elisabeth
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Es útil reconocer que el mal existe: Roudinesco
“Nuestro lado oscuro”, su nuevo libro, descifra el tema desde la historia y el psicoanálisis
¿Qué es lo perverso? Depende del momento histórico y del contexto social: así lo expone la francesa Élisabeth Roudinesco en su más reciente libro publicado en español, Nuestro lado oscuro (Anagrama). Así, nos lleva de la mortificación del cuerpo de los místicos, a la literatura del Marqués de Sade, al Tercer Reich, al terrorismo a fin de hacer una historiografía crítica de aquello que la sociedad siempre se ha esforzado por negar pero que, pulsional al fin, termina por emerger a la superficie.
A partir de las herramientas de la historia pero también de las del psicoanálisis y de las de la crítica literaria, Roudinesco construye el más escalofriante de los relatos de terror: aquel cuyo protagonista somos nosotros mismos.
—Usted es escritora, historiadora y psicoanalista pero ¿cómo se define?
—Me cuesta mucho trabajo asignarme a una sola categoría. Lo de escritor por lo general está reservado a quienes escriben novelas: yo no escribo ficción, si bien muchos de mis ensayos resultan muy literarios. Historiadora, seguro: tengo una tesis doctoral de historia. Mi formación es de origen literario –primero hice un doctorado en letras–, tengo una formación filosófica y, por supuesto, soy psicoanalista aunque no practique mucho la clínica dado que casi no me queda tiempo. Así que soy un poco todo.
—¿Por qué decidió sumar el psicoanálisis a su formación?
—He ahí una buena historia: mi madre era psicoanalista –fue una de las pioneras del psicoanálisis infantil– y lo cierto es que, durante los años en que hice mis estudios de Letras, yo no tenía el menor interés por el psicoanálisis: sabía más o menos de qué iba –ahí estaba mi madre, con quien no tenía yo conflictos… en todo caso, ninguno mayor– pero ése era el terreno de ella. Sin embargo, mientras hacía yo mis estudios llegó 1966: exactamente en ese momento descubrí Las palabras y las cosas de Michel Foucault, los Escritos de Jacques Lacan, a Louis Althusser, el estructuralismo; con eso se preparó el mayo del 68, cuando las estructuras bajaron a la calle. Evidentemente leí los Escritos de Lacan. Antes había conocido a Lacan –frecuentaba a mi madre– y tenía con el psicoanálisis una relación familiar. Pero leerlo me provocó un efecto de extrañeza: me pareció genial. Dije a mi madre “¡Es un genio Lacan!”. Y mi madre que me responde “¡Tanto que te lo he dicho…!”.
—¿Cree usted que la ética psicoanalítica entre en conflicto con el discurso historiográfico, al que es posible concebir como discurso del amo?
—Estoy en completo desacuerdo con lo que postula usted: es el tipo de cosas que suelen decir los psicoanalistas. Considero que los psicoanalistas tienen una resistencia gravísima a su propia historia, que tienden a negarla, que no quieren oír hablar de ella. Si uno se hace la pregunta que usted acaba de plantearme, lo único seguro será que ya no entenderá quién es uno mismo. Todo puede erigirse en discurso del amo. Y sobre todo el psicoanálisis. Cuando algo se hace dogmático deviene discurso del amo. Hoy el psicoanálisis está en un periodo de herencia de los grandes maestros: no plantearse el asunto de la historia equivale a querer ser fiel mediante la infidelidad, para retomar una frase de Derrida que me gusta mucho. Hoy somos herederos de una historia, de un legado psicoanalítico, de una doctrina, y si la aplicamos de manera idiota terminaremos por esclerotizarnos. Es muy curiosa la resistencia que exhiben los analistas a propósito de su propia historia: los lacanianos nada quieren saber de la historia de Lacan y los antilacanianos tampoco; unos viven en la idolatría y los otros en la satanización: es Dios o el Diablo. Y Lacan no es ni dios ni diablo.
—Lleva usted 30 años ocupándose exclusivamente de psicoanálisis en su escritura. Sin embargo, “Nuestro lado oscuro” se antoja un libro psicoanalítico pero también uno de historia y de crítica literaria. ¿Podríamos hablar de un retorno a su vocación primera?
—No, porque en mi Historia del psicoanálisis en Francia, la crítica literaria tiene una presencia todavía más importante que en este libro: hay capítulos enteros dedicados a la Nouvelle Revue Française o al surrealismo. Lo que me hace diferente a muchos otros psicoanalistas es que no intento aplicar el psicoanálisis a los temas que abordo, si bien siempre está presente en el desarrollo: no habría podido jamás escribir un libro sobre la perversión si no supiera lo que es en su acepción clínica.
—Dedica usted un capítulo al nazismo. Comienza por definir la perversión como una transgresión de la Ley pero he aquí que lo que construyó el Tercer Reich fue un sistema que erigió la perversión en Ley. ¿Es posible hablar de perversión cuando es la perversión la Ley misma?
—Es la quintaesencia de la perversión: la Ley se hace perversa.
—¿Pero no debería construirse la perversión en desafío a la Ley?
—Es que ésa es la metamorfosis última. El sistema nazi mismo constituye un desafío a la Ley, a la Ley del Bien: no es posible concebir mayor desafío que la inversión de la Ley. Lo que hicieron es cuando menos increíble: se asumieron el pueblo elegido y emprendieron la mayor de las persecuciones contra otro pueblo elegido, contra el primer monoteísmo. Hay una gran diferencia incluso con el estalinismo: la historia del comunismo es la de una idea muy hermosa que degeneró; el nazismo nace degenerado.
—Pienso también en la dimensión teatral del nazismo, que podemos encontrar también en Sade…
—… a quien sin embargo evito erigir en precursor del nazismo…
—En efecto. Pero ¿no podríamos sostener que hay siempre en la perversión una construcción teatral, una dimensión de espectáculo?
—Siempre. Hay muerte, espectáculo, exhibición y cuerpo. Es por todo eso que se ha sustraído tanto a la clínica psicoanalítica: no ha habido demasiados psicoanalistas que se interesen por la perversión. Y creo que esto deriva de que la mayoría de los perversos con los que uno podría trabajar están fuera de la ley: si uno quiere trabajar con perversos sexuales está obligado a ir al hospital, a salir del consultorio. Y hay tanto de corpóreo que lo verbal no se hace evidente. Además, no hay muchos resultados terapéuticos. Y, en cuarto lugar, el movimiento psicoanalítico mismo se ha dedicado a perseguir a los perversos.
—Identifica usted correctamente un fenómeno a partir del cual el derecho y la psiquiatría erradican de su discurso el término “perversión” mientras que es retomado por la política y por los medios de comunicación, aunque en un sentido metafórico que lo banaliza; al banalizar la perversión, afirma usted, terminamos por acercarnos a una sociedad perversa. ¿Para qué nos serviría entonces reconocer la existencia de la perversión?
—Es útil reconocer que el mal nos habita y que existe. Piense usted en el discurso actual sobre la seguridad; todo es cero: “cero crimen”, “cero asesinatos”, “cero reincidencia”. Eso es imposible. Abolimos la pena de muerte pero queremos reestablecer los castigos corporales, como la castración física a los perversos sexuales. Terminamos por ver en la televisión a un hombre que dice “Yo acepté someterme a una ablación de los testículos y estoy mucho mejor, de maravilla: ya no tengo libido, todo se queda en mi cabeza”. ¿De verdad es eso lo que queremos? Una cosa es Dios: Dios castiga. Pero nosotros no somos Dios.
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