El efecto Lucifer, Philip Zimbardo
Trad. Genís Sánchez Barberán. Paidós, Barcelona, 2008. 624 pp. 28 €
Miguel Sanfeliu
El efecto Lucifer es un libro fascinante y revelador. El subtitulo refleja la intención del autor: «el porqué de la maldad». Zimbardo es profesor emérito de psicología en la Universidad de Stanford, y fue el investigador principal del experimento que tuvo lugar en dicha universidad en 1971. El experimento de la Universidad de Stanford adquirió una gran notoriedad a raíz de dos acontecimientos que lo convirtieron en «un ejemplo capital de la psicología de la maldad»: un intento de fuga en la prisión de San Quintín y un motín en la prisión de Attica que finalizaron en sendas matanzas. El impacto sobre la opinión pública motivó que el experimento de Stanford adquiriera unas dimensiones inesperadas. De hecho, su relevancia continúa vigente. Ha inspirado incluso una película de Oliver Hirschbiegel que representó a Alemania en los Oscar de 2001 y recibió varios premios en su país, aunque el film se va alejando paulatinamente de la historia real para terminar con un episodio delirante y desproporcionado.
El experimento de Stanford consistió en seleccionar a un grupo de voluntarios y asignarles a unos el papel de reclusos y a otros el papel de guardias, recreando en los sótanos de la Universidad un escenario carcelario. Se pretendía estudiar de qué modo influirían en ellos los roles que iban a representar y la situación en la que se iban a desenvolver, si su carácter sufriría cambios. Los resultados fueron imprevisibles. La primera parte del libro se centra en dichos acontecimientos de una manera pormenorizada. Nos narra el día a día en ese microcosmos cerrado. Un grupo de reclusos y tres grupos de guardias, todos sometidos a las reglas establecidas desde el principio. La imposición de la autoridad va generando pequeños abusos que, de un modo casi imperceptible, se van haciendo cada vez más crueles. Y también más imaginativos, algo que Zimbardo llama «la maldad creativa». Apenas ocho horas después de iniciado el experimento, los guardias ya comenzaron a meterse con los reclusos «por puro aburrimiento». El turno de la tarde fue el que más maltrató a los reclusos, dicho turno empezaba a las 18:00 horas y finalizaba a las 2:00 de la madrugada. Apenas un día después de iniciado el experimento, se produjo una rebelión de los reclusos y esa misma noche tuvieron que dejar marchar a uno de ellos por la crisis de ansiedad que llegó a sufrir.
De este modo, un experimento que estaba previsto que durara dos semanas tuvo que abortarse antes de tiempo. Las detenciones y el ingreso en la prisión se llevaron a cabo un domingo y el viernes tuvo que interrumpirse la experiencia porque la situación se volvió insostenible y el grado de crueldad y degradación llegó a sobrepasar los límites de lo aceptable. Pero lo curioso es que quien llamó la atención sobre esto tuvo que ser una persona que se unió a la investigación con posterioridad, Christina Maslach, pues quienes la seguían desde el principio se habían ido sumergiendo paulatinamente en dicha escalada de crueldad y ni siquiera parecían ser conscientes de ella.
Zimbardo recuerda ese experimento a raíz de ver las fotos tomadas en la prisión de Abu Ghraib, todas las fotos, incluso las que no llegaron a la opinión pública: «centenares de imágenes horripilantes». Recuerda que el comportamiento humano, y concretamente su lado más malvado y cruel, es una consecuencia directa de la situación en la que se encuentre el individuo. Es lo que se denomina «psicología situacional». Los ejemplos que sirven para confirmar dicha argumentación son contundentes y espeluznantes.
La narración de todos estos acontecimientos se desarrolla con gran agilidad y muy detalladamente. Conocemos a los reclusos y a los carceleros, su día a día, sus reacciones. Zimbardo demuestra su pasión por el tema que trata y el libro está muy bien estructurado y avanza implacable extrayendo inquietantes conclusiones sobre la naturaleza humana. A veces, no puede contener su impaciencia y nos adelanta asuntos que desarrollará más adelante. Y el lector no puede sino seguirlo en ese viaje, compartiendo su curiosidad y con la convicción de estar descubriendo algo que, de modo tácito, tendemos a negar. Siempre pensamos que esas cosas les pasan a los demás, que nosotros no nos comportaríamos de esa forma, que seríamos diferentes. Todo el mundo sabe que, en una situación de peligro, hay que mantener la calma porque las avalanchas son peores que cualquier otra cosa; y sin embargo, la mayoría de la gente no duda en correr ciegamente, arriesgándose al aplastamiento. Los gritos contagiosos de los fans de cantantes, víctimas de ataques de histeria colectiva, los actos vandálicos callejeros… Zimbardo nos advierte que «cuando la gente se encuentra en un entorno que fomenta el anonimato, su sentido de la responsabilidad personal y cívica se reduce».
Por lo general, las personas sienten la necesidad de integrarse en un grupo, y esto puede llevar a un estado de conformismo, incluso de sumisión, dentro del propio grupo, pero también a un odio irracional hacia un colectivo antagónico, o tan sólo diferente. Zimbardo dedica algunos capítulos a repasar varios estudios de dinámica social. El clásico estudio de Milgram, que consistió en comprobar si la gente es capaz de infligir dolor a un desconocido sólo porque alguien con autoridad se lo ordene. Existen variaciones sobre este asunto, como el experimento que consistió en saber si una enfermera obedecería una orden errónea dada por un médico desconocido. También hay espacio para relatar la experiencia que llevó a cabo un profesor de historia (Ron Jones) en un instituto de Palo Alto, creando un sistema totalitario de claras connotaciones nazis. Dicho episodio fue novelado por Morton Rhue en un libro titulado La ola, y se han rodado varias versiones cinematográficas basadas en dicha experiencia: la última es una producción alemana dirigida por Dennis Gansel. También hay sitio aquí para recordar un acontecimiento como el suicidio colectivo de Jonestown, en la Guyana o la matanza de tutsis a manos de los hutus: «Antes sabía que un hombre podía matar a otro porque es algo que siempre ha sucedido. Ahora sé que hasta la persona con la que has compartido comida, o con la que has dormido, te puede matar sin problemas. El vecino más cercano te puede matar con los dientes: esto es lo que he aprendido del genocidio, y mis ojos ya no ven el mundo como antes». Son las palabras de una superviviente tutsi llamada Berthe, recogidas por Jean Hatzfeld en su libro Una temporada de machetes.
Después de este incómodo recorrido, estamos preparados para adentrarnos en la cárcel de Abu Ghraib y enfrentarnos a lo que ocurrió allí dentro. Los soldados tenían que dormir en celdas como las de los prisioneros pues la prisión era atacada continuamente y el patio exterior no ofrecía seguridad, las condiciones higiénicas eran deplorables, los turnos de trabajo extenuantes y la masificación excesiva. “Allí dentro había menores, hombres, mujeres y enfermos mentales todos juntos”. Nadie supervisaba el día a día de las instalaciones. Apenas aparecían mandos militares y, si lo hacían, era con rapidez y sin prestar atención a lo que estaba ocurriendo allí dentro. Por otra parte, interrogadores civiles daban órdenes a los soldados y les pedían que prepararan a los prisioneros para que se derrumbaran pronto en los interrogatorios. Cuando esto sucedía así, felicitaban a los soldados por su trabajo. El viaje no es cómodo, entrar en Abu Graib, siquiera a través de las paginas de este libro, es una experiencia desasosegante y terrorífica.
El libro “plantea la pregunta fundamental de hasta qué punto nos conocemos a nosotros mismos, hasta qué punto podemos predecir con seguridad lo que haríamos o dejaríamos de hacer en situaciones en las nunca nos hemos encontrado”. Ciertamente, no es un tema baladí y este no es un libro que se deba dejar pasar por alto. Es importante adentrarse en el lado oscuro del ser humano, en sus debilidades, para conseguir ser mejores. De hecho, Zimbardo, que durante todo el trayecto nos recuerda que no pretende excusar las acciones reprobables, sino tan sólo que se tenga en cuenta que bajo determinadas circunstancias todos podemos llegar a actuar de un modo del que nos creemos incapaces, dedica el último capítulo a hablar de cómo “Resistir las influencias situacionales y celebrar el heroísmo”. Un libro imprescindible.
“Si colocamos a gente buena en un lugar malo, ¿la persona triunfa o acaba siendo corrompida por el lugar?” Ésa es la pregunta que nos plantea El efecto Lucifer. ¿Somos capaces de enfrentarnos a la respuesta?
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