Gilles de Montmorency-Laval, barón de Rais, conocido en su vida y en la historia como Gilles de Rais (1404-1440), fue un mariscal de Francia, héroe de la patria gala, que luchó codo con codo junto a Santa Juana de Arco en la Guerra de los Cien Años, la cual, en verdad, duró 116 (1337-1453), contando los 61 años de enfrentamiento armado y los 55 de tregua. Pero en el firmamento del crimen, Gilles de Rais ocupa una posición de privilegio con el sobrenombre de Barba Azul. Pederasta consumado, este sujeto alcanzaba el éxtasis sexual aplicando las más escalofriantes torturas a niños arrebatados a sus padres mediante el engaño o el secuestro. El ceremonial empezaba con el tormento de los infantes hasta que éstos llegaban a la agonía: entonces el barón de Rais efectuaba la penetración anal de sus víctimas. El cuadro podía completarse, por ejemplo, con el destripamiento de la criatura; o bien se llevaba a cabo la desmembración del cuerpo, o el corte de la vena yugular, que se convertía en un caudaloso manantial de sangre. Con frecuencia, Barba Azul sodomizaba a los cadáveres. Desde 1432 hasta 1440 desaparecieron cerca de mil niños en la región de Bretaña. La documentación del proceso seguido contra Gilles de Rais, que concluyó con su condena a muerte, se conserva en excelente estado y ha sido minuciosamente estudiada. No estamos, pues, ante una leyenda, sino ante unos hechos rigurosamente constatados. Ni Fantomas, ni el doctor Mabuse, ni Fu-Manchú hubieran sido capaces de realizar semejantes barbaridades.
Élisabeth Roudinesco, de 65 años, es psicoanalista y profesora de la Universidad de París VII-Denis Diderot. Ha sido alumna de eminencias como Tzvetan Todorov, Gilles Delleuze o Jacques Lacan. Su trayectoria como docente, investigadora y ensayista reviste una brillantez y una fecundidad poco comunes. La editorial Anagrama acaba de publicar un interesante libro de Roudinesco titulado Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos. En esta obra se nos ofrece un lúcido y sustancioso análisis del fenómeno de la depravación en sus múltiples facetas y grados: desde los trastornos emocionales por exceso y fanatismo (pseudomísticos medievales flagelantes) y las alteraciones en principio menos graves (onanistas compulsivos), hasta fieras corrupias como el doctor Mengele y Rudolf Höss, ambos nazis: el primero, famoso por sus crueles experimentos con personas; el segundo, comandante de Auschwitz. Otras figuras de esta galería terrorífica son el mencionado Barba Azul o el divino marqués de Sade; y, entre los contemporáneos, encontramos al fiscal Starr, obsesionado con el caso Clinton-Lewinsky, o al demonio de Osama Bin Laden.
Para Élisabeth Roudinesco, todos tenemos nuestra cuota de perversión, una categoría que evoluciona con los tiempos. El problema es que el factor perverso derive hacia un nivel considerable de maldad, ya sea de índole consciente o patológica. La ilustre doctora especifica: “no es lo mismo hacerle una paja a un caballo que violar a una gallina”. Lo perverso es un concepto en continua transformación: “Originalmente —afirma Roudinesco—, el término significaba contra naturam y se aplicaba a aquellos que practicaban el sexo de forma antiprocreativa, como los homosexuales, consideración que, por fortuna, hoy en día sólo defiende el Papa”. Tras la desclasificación como perversos de los gays, son los transexuales los que han pasado a sustituirlos. Pero alguien como el filósofo australiano Peter Singer, defensor a ultranza de los animales y partidario de la zoofilia y el matrimonio con las bestias, también constituye un caso de perversión para Roudinesco, quien cree, sin embargo, que todo intento clínico o político-social de erradicar ese fondo sombrío del ser humano estará siempre destinado al fracaso.
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