Luis Ángel Rojo ha sido un extraordinario economista; un gestor brillante de la cosa pública y sobre todo contaba con un rasgo que le hacia especialmente singular: era un fabricante de instituciones. El andamiaje institucional del Banco de España, referente para el resto de organismos reguladores en nuestro país, lleva su sello; el Centro de Estudios Monetarios y Financieros (CEMFI), la principal escuela de formación de posgrado en finanzas, le tiene al él como inspirador; y FEDEA, la institución que me ha permitido tratarle estos últimos años y a la que le quiero dedicar estas líneas, es también creación suya.
Hace un cuarto de siglo, en un despacho de la calle Alcalá 50 de Madrid, sede del Banco de España, nació Fedea. En una hoja de papel emborronada por la letra de Luis Ángel Rojo, había una lista de los primeros patronos. José Vilarasau, Luis Valls, Pablo Garnica, Pedro Toledo, Emilio Botín, y algunos otros que representando las principales empresas privadas del país, compartían esta aventura. Un proyecto de generar un centro de investigación que aportara argumentos rigurosos e independientes al debate económico que comenzaba en nuestro país.
Nunca quiso, entiendo que para evitar una posible contaminación de la política, que el sector público estuviera representado en la institución más que por el Banco de España. E incluso en el caso del regulador financiero, sería un director general de esta entidad y no el propio Gobernador el que ostentaría la responsabilidad de Patrono. Con las cosas relevantes, D. Luis Ángel era bastante claro.
Hace algunos meses, la celebración de los 25 años de Fedea se transformó en buena medida en un homenaje al profesor Rojo, no solo como inspirador de la institución sino como un referente que llevaba un tercio de su vida vinculado de forma ininterrumpida a Fedea, primero como presidente del comité científico y posteriormente -cuando abandonó sus responsabilidades en el Banco de España- como patrono. D. Luis Angel, sentado en la ultima fila del empinado anfiteatro del Banco de España, que a más de uno nos resulta difícil bajar, rindió con su presencia un último servicio a la institución: testimoniar que a pesar de los errores que cometemos los que hoy llevamos adelante este proyecto, merece la pena -por el bien de nuestra sociedad- seguir apoyándolo.
Las instituciones se consolidan cuando sobreviven a sus creadores. Aquella hoja emborronada de hace 25 años, que ya incluía la célebre 'f' como anagrama de la casa, se ha convertido hoy en 650.000 citas en la red; centenares de economistas que se esfuerzan todos los días por trabajar con rigor se han vinculado de una u otra forma con este proyecto a lo largo de estos años. Hoy la disciplina de la economía y las entidades que tratamos de cultivarla somos lo que somos en nuestro país gracias a la labor de una persona extraordinaria en tantas dimensiones.
Descanse en paz.
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