sábado, 21 de mayo de 2011

Felix Grande: Poeta de merida

Oficinista, carpintero, trillador, jornalero de bodega, tendero, cuidador de tres vacas, recitador en los casinos, guitarrista flamenco y pastor de cabras. Así se ganó la vida Félix Grande (Mérida, 1937). Y como poeta, por supuesto. Aunque durante casi cuatro décadas no haya escrito poesía, y apenas si haya ido corrigiendo su obra poética completa, «Biografía», de la que acaba de salir una nueva «y severamente revisada» edición en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, con prólogo de Ángel Luis Prieto de Paula. Aquí sí, aquí sí ha vuelto Grande a lo grande a la lírica, con la inclusión de un nuevo libro, «La cabellera de la Shoá», su nueva entrega en décadas, escrito en 2010 fruto de la terrible experiencia de la visita del poeta al campo de exterminio de Auschwitz.

«Desde 1970, no había escrito poesía, sin duda era porque no me lo merecía», explicaba ayer el autor de «Blanco spirituals». «Creo que la poesía es un estado de gracia, cuando uno se la merece llega, y llega cargada de coraje e inocencia, pero cuando no quiere venir, no viene. Pero uno sabe cuándo vienen las palabras, cuando te las has merecido vienen a tu casa porque, como decía Unamuno, las palabras son vida vivida. Además, en mi caso, la poesía me ayudó a ser menos desdichado. Me encontré con las palabras, Dios las bendiga, y me salvaron la vida».

Por su parte, Ángel Luis Prieto de Paula destacó los rasgos esenciales de la obra de Félix Grande, y como el propio prologuista dijo, «voy a ponerle unos sambenitos». «Primero, su confesionalismo. Y luego, también quiero destacar que cuando la poesía social declinaba, él construye algunos libros que no abjuran de cambiar y subvertir la realidad. Pero lo hace conectando con la vanguardia, con rigor estilístico y exigencia lingüística. Su poesía es patética en el sentido de que se nutre del sufrimiento y la compasión, a la sombra de sus maestros César Vallejo y Antonio Machado».

Niño de la guerra
Grande también subrayó «mi relación inexorable con la Guerra Civil», sentida a través del sufrimiento de su madre. «Poco antes de la guerra, era más feliz que nunca, pero mi padre marchó al frente, y aunque no murió, desde ese momento, mi madre sintió una palpitación terrible que ya no la abandonaría nunca, jamás volvió a levantar la cabeza. Y creo que cuando yo estaba aún en su barriga, ya me transmitía sus emociones. Toda mi estética nace del espanto que me comunicó mi madre. Todo el contenido de mis libros, de este libro, está lleno de madre, lleno de espanto, lleno de compasión. Porque creo que la indignación y la piedad deben ser dos rasgos esenciales del poeta».

Finalmente, el creador de «Las rubáiyátas de Horacio Martín» se refirió a su nuevo libro y a Auschwitz, “ese terrible momento que parte dos mitades la Historia”. Una visita que le trajo a la memoria la frase de Adorno: «Después de Auschwitz no se puede escribir poesía». Sin embargo, el poeta cree que «visitar ese campo es un deber de cualquier intelectual de nuestro tiempo, lo contrario es cobardía. Yo creí que no me iba a sorprender, porque había leído mucho, había visto películas, pero me sorprendió todo. En especial, una mata de pelo de mujer que pesa 1.950 kilos, perteneciente a las asesinadas. Algo dentro de mí se preguntó, pero de qué color es. Era un color nuevo que hasta entonces no había visto... ahí me temblaron las rodillas. Tenía que darle un limosna de hermosura a esa mendicidad. Cuando acabé el libro no quedé en paz ni conmigo ni con aquellos terribles acontecimientos, pero supe que Adorno no tenía razón. El fruto es "La cabellera de la Shoá”».




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