sábado, 9 de octubre de 2010

Mario en Mi Barcelona

Mario Vargas Llosa desembarcó en Barcelona el verano de 1958. Iba rumbo a Madrid para cursar un doctorado en la Complutense. Bastaron 48 horas en una pensión del barrio gótico y un paseo por la Rambla para que se sintiera fascinado por la ciudad que conocía por el «Homenaje a Cataluña» de Orwell. Un año después, en 1959, el estudiante peruano retornaba a Barcelona: el premio de relatos Leopoldo Alas, impulsado por el poeta Enrique Badosa, había recaído en su libro «Los jefes». Tras sus años parisinos y algunas tentativas infructuosas, envió a Carlos Barral su novela «La ciudad y los perros», que obtuvo el Biblioteca Breve de 1963.
Y llegó el momento de instalarse en la ciudad que enamoró a Cervantes. Fue a comienzos de los setenta: primero en la Vía Augusta y luego en la calle Osio del barrio de Sarrià, muy cerca de la pastelería que regentaba el poeta J. V. Foix y de la calle Caponata donde vivía Gabriel García Márquez. Barcelona capital del «boom» con la agente Carmen Balcells de Mamá Grande. Imprentas barcelonesas dieron al lector «La casa verde», «Los cachorros», «Conversación en la catedral», «Pantaleón y las visitadoras»… La ciudad donde Vargas Llosa aprendió el catalán, se enamoró del «Tirant lo Blanc» y nació su hija Morgana. Una foto de 1972: Vargas Llosa en un restaurante con Josep M. Castellet, Gabriel García Márquez, Carlos Barral, Félix de Azúa, Julio Cortázar y Juan García Hortelano.
El escritor peruano entabló amistades duraderas y tertulias en el bar-librería Cristal City: Juan Marsé, Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma, Manuel Vázquez Montalbán… Cada semana devoraba los artículos de Josep Pla en Destino. En Barcelona vivió toda la discusión en torno al «caso Padilla». Y de Barcelona salió el manifiesto que quebraba la fe en la revolución cubana. En la Barcelona años setenta, recordaría siempre, se vivió una transición avant la lettre: «La cultura aparecía, de pronto, como la mejor manera que tenía un ser humano para organizar su vida de una manera más creativa, más ética, más libre, más democrática». Aquella Barcelona abierta y cosmopolita que congregó a los escritores hispanoamericanos que buscaban su lugar en el sol editorial se ensimismó desde los años ochenta. La Barcelona del nacionalismo le pareció a Vargas Llosa un tanto provinciana. Pero eso es otra historia…

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