jueves, 28 de octubre de 2010

Héctor Abad Faciolince

Héctor Abad Faciolince

Jaime A. Orrego

Illinois Wesleyan University

Esta entrevista se efectuó el 4 de Julio del 2006 en la sala patrimonial de la biblioteca de la Universidad EAFIT de Medellín.

J.A.O. En una entrevista usted hablaba de sus inicios como poeta a los 13 años y de los comentarios que recibía de Manuel Mejía Vallejo y Carlos Castro Saavedra. Por qué no nos habla sobre cómo era la relación de un adolescente con dos escritores tan importantes dentro de la cultura antioqueña.

H.A. Mi papá era muy amigo de los dos. Concretamente, Carlos Castro tenía una casa cerca de la casa de nosotros. Con Manuel mi papá y él habían nacido en Jericó, compartían un pasado en común. Incluso Manuel fue novio durante muchos años de una prima hermana de mi papá, una hija de una hermana de mi abuelo de apellido Santamaría Abad. Fueron novios durante muchos años. A esta prima de mi papá no la dejaron casar con Manuel porque era un bohemio. Toda la vida conservaron un amor muy bonito y muy intenso.

En realidad mis poemas yo se los entregaba a una poeta de Puerto Rico y Antioquia que se llama Olga Elena Matei quien era muy amiga de Manuel Mejía Vallejo. Yo era compañero del colegio de un hijo de ella, entonces yo le mandaba los poemas con su hijo. Pero ella además de leerlos y comentármelos, también se los mostraba a Manuel Mejía Vallejo. En una ocasión el me mandó unas anotaciones y unos comentarios sobre los poemas. En realidad nunca fue directamente. Con Carlos Castro era porque mi papá se los mostraba a él. Yo no estaba muy contento pues a mí no me gustaba mucho mostrar lo que escribía y estuve en desacuerdo que mi papá se los hubiera mostrado a Carlos Castro entonces eso se suspendió. Yo nunca estuve en el taller de Manuel. Lo conocí pocas veces a través de mi papá. Lo admiré mucho como escritor en lo poco que lo leí. Y solamente al final de su vida, cuando él había sufrido el derrame, lo visite algunas veces en Ziruma. Ya en ese momento él había perdido una de sus virtudes más grandes que era la de ser un extraordinario conversador como todo el mundo lo decía, entonces realmente me perdí esta faceta.

J.A.O. ¿Cómo fue recibido en su familia la noticia que quería dedicarse a las humanidades?

H.A. Yo creo que mi papá siempre tuvo el sueño de ser escritor. Tal vez a él le hubiera gustado ser escritor. Entonces el hecho que yo hubiera escogido esta profesión a él no sólo le gustaba sino que le entusiasmaba y la apoyó con muchísimo afecto. Yo empecé a estudiar medicina y no vi un gran entusiasmo de parte de él y cambié muchas veces de carrera y siempre me apoyo completamente en todos los cambios. Tuve la suerte de estar en un ambiente familiar muy propicio a las humanidades y también probablemente el hecho que dos de sus grandes amigos fueron Manuel Mejía Vallejo y Carlos Castro Saavedra. Él la ve como una profesión de mucho prestigio y mucho valor así no fuera de valor económico. Ninguno de los dos era rico, sobre todo Carlos Castro era bastante pobre. Mi papá lo tuvo que ayudar incluso económicamente; pero él contaba con un gran prestigio intelectual y espiritual para decirlo así, entonces siempre me apoyó mucho.

J.A.O. ¿Cómo ha sido crecer bajo la sombra de García Márquez?

H.A. Como afortunadamente yo soy de una generación muy distinta a la de él, yo lo veo más como un gran ejemplo; como un gran ejemplo de dedicación vital a un oficio y también como una esperanza. El que un colombiano logre imponerse en Estados Unidos, en Europa y en el mundo entero como escritor es algo muy difícil. Es como pensar que un poeta del Putumayo pueda imponerse en Bogotá. Todos sabemos que eso es muy difícil. Entonces él en realidad lo que ha hecho es abrirnos muchas puertas. Lo que ha hecho es demostrarle al mundo entero que un escritor colombiano de un país aparentemente el infierno, el culo del mundo, que también en ese sitio, en ese potrero, se puede escribir gran literatura. Entonces realmente García Márquez lo que es, es un motivo de orgullo y esperanza. Yo tuve la suerte de haberlo conocido, de haberlo tratado varias veces y siempre ha sido una persona de inmensa generosidad y amabilidad que lo que hace es ayudar y abrirte puertas. Además tengo la ventaja de no sentirme para nada un competidor de García Márquez. Para mí él es una figura inmensa, grandiosa y cuando estaba con él yo sentía que había tenido el gusto de conocer a un Nobel, al Nobel de las letras colombianas.

No por eso tengo que estar de acuerdo en todo lo que él hace. Políticamente tenemos diferencias. Yo pienso que él es un escritor extraordinario, mucho mejor escritor incluso que persona, siendo una buena persona. En Basura hay un capítulo del escritor que se siente apabullado por la grandeza de García Márquez. Tal vez al principio yo llegué a sentir eso, pero en realidad lo que yo digo es que las experiencias en las que crecimos son tan distintas que yo lo defino a través de una imagen. Cien años de soledad comienza con un niño al que le llevan a conocer el hielo. Nosotros ya crecimos en un período y con una técnica muy distinta. El hielo ya está en nuestras casas. Ya a nosotros lo que nos llevaron fue a conocer un muerto. Yo recuerdo muy bien el día que me llevaron a conocer un muerto.

J.A.O. ¿Qué piensa del movimiento creado por algunos escritores latinoamericanos llamado McOndo?

H.A. Yo lo que pienso es que García Márquez no puede ser imitado y ni debe ser imitado. Hay escritores en América Latina que se han dedicado a imitar a García Márquez en su estilo, en su temática y eso es lamentable porque no lo consiguen, no consiguen llegar a su nivel lúdico y poético. Incluso García Márquez a veces se ha imitado a sí mismo y eso ha sido malo para su literatura. Él es grande cuando sigue inventando cosas distintas. Entonces lo que hicieron los del grupo McOndo parece que publicitariamente les funcionó. Pero para mí es inútil. Yo no creo que haya necesidad de matar a los padres para poderse afirmar. Yo creo que con García Márquez ya podemos tener una relación mucho más serena, no de padre sino de bisabuelo. Mirarlo como un extraordinario escritor a quién no tenemos que imitar. Nadie está haciendo ahora realismo mágico, a nadie se le ocurre. Crecimos en condiciones muy distintas. No nos hace falta. Es mayor el ejemplo de su guía de trabajo, de su capacidad poética, pero no la imitación directa de su estilo la relación que tenemos con él.

J.A.O. ¿Cree usted que hay un intento ahora en los escritores colombianos de dejar de lado el campo y centrarse en la ciudad?

H.A. Creo que hay un gran cambio generacional. La mayoría de los escritores colombianos que tienen menos de 50 años ya no nacimos en pueblos sino que nacimos en ciudades y crecimos en ciudades. Mi papá, Manuel Mejía Vallejo, Gabriel García Márquez, todos ellos nacieron en pueblos. Es muy distinto donde pasa uno su infancia, su juventud. Ahora el campo para nosotros es otra cosa. Es el sitio donde uno va a visitar el pueblo de sus antepasados. El sitio donde, si tiene suerte, se puede conservar una finca familiar. Es un espacio bucólico, el más bonito, porque lo más agradable de Colombia es aquello que no ha sido tocado por el hombre. Lo que no ha sido tocado por el hombre es en Colombia el campo. Pero es también el sitio de la mayor violencia. Es el sitio donde secuestran, donde violan, donde sacan la motosierra, donde hay combates, entonces el campo tiene un valor doble. Por un lado el sitio de la belleza natural y por otro el sitio de la violencia asesina tanto como la ciudad o más que ella. Es como la idea de la selva para los antiguos escritores. Es el sitio donde deja uno de estar en un terreno seguro y se aventura a un lugar incierto. Entonces el campo puede tener ese doble valor, como lo incontaminado donde uno está tranquilo y en silencio y abandona la parte difícil de la ciudad, pero tiene también el valor del sitio más peligroso, entonces es muy ambiguo para la generación nuestra lo que el campo significa.

Hubo un momento en que ser del campo era ser rústico y montañero. Yo lo viví muy distinto en mi casa. Mi papá vivía muy orgulloso del pueblo donde él venía. Dos pueblos donde creció, Jericó en Antioquia y otro en el Valle del Cauca, Sevilla. En realidad durante más tiempo los liceos y los colegios públicos de los pueblos fueron mejores que los colegios públicos de las ciudades. Entonces de los pueblos venía gente mejor preparada, muchas veces, para la universidad que la gente nacida en la ciudad. Eso se ha deteriorado en los últimos años. Ya los colegios públicos de los pueblos están como los de las ciudades: mal. Pero durante un tiempo la educación pública estuvo mejor durante más años en los pueblos que en las ciudades. Yo tengo como te digo ese empeño de amor, del campo como lo natural dañoso y el campo como lo amenazante.

J.A.O. Hace unos años la profesora Luz Mary Giraldo desarrolló una antología llamada Cuentos Caníbales con los nuevos escritores colombianos. Algo que llama la atención es que la mitad de los escritores son de Bogotá. ¿A qué cree usted que se debe este fenómeno?

H.A. Yo he tenido suerte de poder entrar más o menos a Bogotá porque escribo desde aquí (Medellín) para una revista bogotana. A pesar de que me han ofrecido muchos trabajos en Bogotá nunca me he querido ir de Medellín. Yo he preferido seguir aquí. Yo siempre he dicho que si me voy de Medellín no me voy para Bogotá, me voy para algo mejor. Me voy para Berlín.

Es más fácil publicar si se está en Bogotá pues allí están las grandes editoriales. En Medellín solamente tenemos editoriales universitarias. Yo dirijo una afortunadamente. Pero de todas maneras Colombia no es como Argentina, o Chile o incluso Perú donde una ciudad reúne casi todo. Colombia es más un país de ciudades. En ese sentido es un poquito más parecido, sin parecerse y guardando las debidas proporciones, al caso de los Estados Unidos. Cali, Medellín, Barranquilla, Cartagena son ciudades importantes. Este no es un país donde la capital haya reunido todo el poder cultural, económico, político. Precisamente por eso vivo yo aquí. Yo creo que tenemos que hacer una especie de resistencia cultural para que ese centralismo político o económico no sea también un centralismo cultural. Yo por eso me resisto a irme y escribo para revistas bogotanas pero lo hago desde acá. No importa que sea más difícil, es más meritorio cuando lo logramos.

J.A.O. En esta antología hay varios escritores que son considerados de su generación como el caso de Santiago Gamboa, Mario Mendoza, Antonio Ungar y otros que no fueron incluidos como Efraim Medina. ¿Cómo se compara usted con ellos?

H.A. Yo los he leído a todos. Creo que para ustedes los académicos debe ser muy difícil formar grupos porque probablemente la tendencia de finales del siglo XX y principios del siglo XXI es que cada uno intenta escribir su propia obra independientemente de movimientos o de tendencias. Ustedes seguramente verán tendencias que nosotros no reconocemos pero que ustedes van a reconocer, por ejemplo temáticas en común, estéticas, retóricas que a mí me cuesta trabajo identificar como comunes. De los que mencionaste, hay algo que de todas maneras la literatura es una profesión que tiene como una especie de sociedad, donde hay amigos. Yo de este grupo soy bastante amigo de Santiago Gamboa. Yo he presentado sus libros, él ha hecho lo mismo con mis libros. Digamos que hay afinidades que no tienen que ser literarias, sino que hay dos personas que se ven y se caen bien o se caen mal, o se caen regular o no les importa. Con él tengo una afinidad personal de buena amistad. Él vive en París, si yo voy a París lo visito y si él viene a Medellín nos vemos. Pero no creo que los libros de él se parezcan a los míos. Pero a lo mejor se puedan encontrar algunos puntos en común como el problema de la inmigración, aunque tratado de distinta manera.

J.A.O. ¿Cuál es su opinión acerca de la novela sicaresca? ¿Cree usted que ayuda a crear más estereotipos tanto de Medellín como de Colombia?

H.A. Yo tengo el orgullo de haber creado esa palabra. La sicaresca apareció por primera vez en un artículo que yo escribí sobre esas novelas: La sicaresca antioqueña. Realmente se parece mucho a la picaresca en el sentido de que es una persona, por lo menos en los primeros libros, que narra en primera persona su vida de fechorías. Yo por experiencias vitales, directas, es decir, al familiar mío más importante lo asesinaron unos sicarios, nunca he sentido fascinación por los sicarios. He sentido todo lo contrario. He sentido rechazo. Y a mí me parece que la literatura colombiana se engolosinó con estos matones, en parte los justificó en algunas de estas narrativas. Y es como si las victimas no tuvieran ningún interés y el interés de la literatura colombiana se hubiera centrado sobre los verdugos, sobre los victimarios durante mucho tiempo. La novela que yo estoy escribiendo, y que voy a terminar y que espero publicar en octubre, es precisamente la otra cara de la novela picaresca; una novela sobre una víctima de los sicarios, que me parece una vida más interesante, más valiosa y muy distinta a esta especie de endiosamiento y creación de un mito de pobres muchachos desesperados que no les queda otra alternativa que matar. Yo sí aspiro a escribir algo muy distinto al regodeo macabro con los sicarios.

Obviamente no se puede negar, los sicarios existen por supuesto. Pero a mí no me interesa tanto la vida de los sicarios. Me interesa más la vida destruida. La vida que esos sicarios destruyen.

J.A.O. Ya que trata el tema de cómo la violencia lo ha afectado. En libros como Oriente empieza en el Cairo y Basura, se habla de lo difícil que es vivir en Medellín, y a diferencia de otros escritores como Santiago Gamboa, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y Fernando Vallejo usted vive en Colombia, ¿por qué lo hace?

H.A. Yo pasé toda mi juventud acá y estudié buena parte de la carrera acá. Cuando mataron a mi papá yo me fui de Colombia a raíz de unas amenazas a finales del año 87, el día de Navidad de ese año. Me fui con la intención de dejar de ser colombiano. Yo odiaba a Colombia y quise hacerlo y lo intente durante varios años. Quise volverme italiano y no lo conseguí. No lo conseguí porque uno es del sitio donde pasa su infancia y su juventud y siempre sentirá en otras partes, aunque esté muy bien, cierta pequeña incomodidad que si uno no la siente de todas maneras los otros se la hacen sentir. Aunque yo hablara italiano como un nativo prácticamente, después de una hora de conversación algo se me saldría y alguien me recordaría que yo no era italiano. Yo tenía un buen trabajo, yo era profesor de español en la Universidad de Verona. Pero de todas maneras yo sentía que este [Medellín] era el sitio donde se hablaba con el acento donde yo me sentía más cómodo, el sitio de mis recuerdos, el clima en el que me sentía más cómodo, el sitio donde estaban vivas y muertas las personas que yo más había querido o quería. Entonces quise volver y aquí vivo con las dificultades que tiene vivir en Medellín, con las limitaciones, pero también con el interés de que no todos nos podemos ir a vivir en el primer mundo, no tiene sentido y no quiero, y tampoco me gusta ese miedo, esa xenofobia que hay en el primer mundo contra nosotros. No todos nos queremos ir. Yo quiero hacer algo contrario y es tratar de construir un país del que nadie se quiera ir. Eso no lo puede hacer un escritor, pero al menos uno lo puede hacer en su vida, y con las personas que están alrededor de uno mismo, y en la medida de lo posible en sus artículos, en sus libros; tratar de producir una sociedad, un país, y una ciudad más vivibles y prefiero hacerlo desde aquí. Creo que tengo más capacidad de hablar, más autoridad moral si hablo desde aquí. Es más cuando me voy de aquí [Colombia] me molesta hablar de Colombia, mientras estoy aquí trato de hablar muy mal de Colombia.

J.A.O. Es interesante que mencione eso, pues a columnistas como Antonio Caballero y Daniel Samper siempre se les critica de lo fácil que es escribir acerca de Colombia desde el exterior.

H.A. Claro que hay que tener en cuenta también que ellos han sido amenazados. Si uno ha sido amenazado y se fue para salvar el pellejo también tiene razón en estar afuera. Probablemente si a mí ahora me volvieran a amenazar yo me tendría que volver a ir con todo el dolor. Pero tendría que ser una amenaza muy seria y muy directa. Yo voy a tratar de aguantar todo lo que pueda aquí.

J.A.O. Cambiando un poco de tema, se ha dicho que escribe dos libros al tiempo, y al leer Basura no pude dejar de pensar en si este libro representa dos libros.

H.A. Yo eso de que escribo dos libros al mismo tiempo, ni siquiera me había dado cuenta. Fue un gran editor y amigo mío, el subdirector de la revista El malpensante, Mario Jursich el que un día me dijo, “Héctor, ¿tú te das cuenta de que siempre escribes dos libros al mismo tiempo?” Entonces me puse a pensar en eso y es la verdad. Eso es algo que yo hago, después lo entendí, para superar el exceso de autocrítica. Trato de escribir dos libros de tonos muy distintos. Uno más serio y uno más jocoso. Así cuando me canso de un tono voy al otro tono y me calmo. Si me parece que estoy siendo superficial me voy al libro de tono aparentemente más profundo; y si me parece que me estoy volviendo muy pesado pues vuelvo al libro más frívolo y así me calmo y puedo seguir trabajando.

Basura es la conjugación de todo eso. Como escribo tantas cosas al mismo tiempo, me di cuenta que tenía mis cajones llenos con cosas a rebosar, de cosas con las que no sabía qué hacer y la trama, sugerida por un amigo, me permitiría, al menos fue inicialmente lo que pensé, poder salir de toda mi “basura” utilizándola en una novela. En realidad no fue así, y la “basura” que pude usar fue muy poca y tuve que inventarme la “basura” para que el libro funcionara. La intención inicial era aprovechar mi “basura” pero al final tuve que construirla porque si no quedaba muy postizo.

J.A.O. Su libro Oriente comienza en el Cairo forma parte de una colección de relatos de viajes de diferentes escritores hispanos. ¿Cómo ve ese tipo de literatura hoy en día?

H.A. Comercialmente no funcionó nada. De hecho el libro mío en España se vendió menos que todos mis otros libros. Claro que comercialmente no manejaron muy bien el proyecto. A Colombia trajeron ese libro a un precio exorbitante. Lo triste es que en España lo iban a picar y yo importé los libros que quedaban y hoy en día los estoy regalando. El de Santiago Gamboa (Octubre en Pekín) tuvieron que regalarlo con una revista de viajes en la cual sacaron una edición sobre China. Pero para nosotros los escritores fue una experiencia muy bonita porque nos daban una buena plata para viajar a ese sitio y yo pude estar dos meses en El Cairo escribiendo mi libro que lo acabé después al regresar. Para la editorial creo que este libro no fue bueno pero para mí fue una experiencia muy valiosa. Leí mucho sobre Egipto, conocí muy bien El Cairo y escribí un libro que a mí no me molesta, por el contrario, me parece muy agradable.

J.A.O. Con motivo de este mismo libro, usted visitó un país árabe poco antes del 11 de septiembre del 2001, ¿qué piensa de la nueva división de oriente y occidente creada después de los ataques de las torres gemelas en Nueva York?

H.A. Cuando yo estuve allá yo percibí una tensión muy grande. Sobre todo “los hermanos musulmanes” que es un grupo extremista egipcio muy fuerte. Se sentía ese odio muy acentuado por los Estados Unidos y en general por el modo de vida occidental. Lo malo es que yo creo que la política norteamericana después del 11 de septiembre y con la invasión a Irak, Afganistán, con su actuación en Irán y en Arabia Saudita, no está propiciando una mejor comprensión entre estas dos secciones del mundo sino que esas diferencias y esos odios se están ahondando. El terrorismo no sólo no ha sido derrotado sino que está aumentando. Yo creo que esa imposición a la fuerza de la democracia y de ciertos valores de tolerancia occidental no se pueden hacer a la fuerza mandando tropas, porque entonces ellos no van a identificar esos valores occidentales como algo valioso, como algo que propicia la libertad y la comprensión entre los pueblos sino todo lo contrario. En Irak Estados Unidos está mostrando el rostro más arrogante y el peor rostro de occidente. Habría que llegar con la Ilustración. Habría que llegar con libros, con enciclopedias, con críticas al fanatismo religioso. Pero cuando llegan defendiendo esas ideas con tanques y misiles, nadie va a creer en esas ideas. Se está mostrando un rostro con el que nunca van a convencerlos de que el sistema de libertades y democrático es mejor. Si se van y lo presentan así creo que es nefasto y que están consiguiendo el efecto opuesto. Están produciendo más terrorismo, más fanáticos, más gente adolorida y que siente que lo puede perder todo con tal de no ser humillados. Han humillado a estos países y a estas gentes de una manera escandalosa

J.A.O. ¿Cómo cree que este conflicto nos afecta a nosotros en Latinoamérica, y en Colombia específicamente?



H.A. Creo que nos afecta haciéndonos desaparecer. Ya no somos tan interesantes. América Latina en estos años de George W. Bush prácticamente ha sido olvidada. Tal vez por eso se le está complicando también la vida a Bush. En Latinoamérica están surgiendo una gran cantidad de gobiernos bastante anti-norteamericanos. Pero no es sólo Norteamérica, el mundo europeo se ha preocupado más o por las ex-republicas comunistas del oriente de Europa, o por los países islámicos. América Latina en este momento está en una especie de limbo en el que a nadie le importa mayor cosa lo que pasa en América Latina. Por supuesto cuando se vuelven más rígidas las políticas de inmigración, eso también nos afecta directamente porque hay más persecuciones, es más difícil quedarse. El muro que se está construyendo entre México y Estados Unidos es incluso como una paranoia creciente en la que se piensa que ya vienen los invasores, los malos que son siempre los extranjeros. La xenofobia es algo natural pero hay que mantenerla dominada, porque si no ésta nos domina del todo. No nos afecta positivamente, salvo que a veces que no lo vean a uno puede ser algo bueno. Nos molestan menos en los aeropuertos. Ya no somos el único foco de atención.

J.A.O. Manuel Mejía Vallejo escribió alguna vez que “el secreto para hacer obras geniales lo tienen únicamente los críticos; es decir, aquellos que nunca son capaces de hacer algo original”. ¿Cómo es su relación con la crítica?

H.A. No es fácil soportar que el trabajo que has hecho durante muchos años algunos lo maltraten y lo despachen en dos páginas. Hay cierta crítica de revista y reseñistas que son ofensivas por lo superficial. Hay algo todavía peor y es que te ignoren por completo. Que salga un libro tuyo y no haya ninguna crítica. Pero yo creo que en la academia hay por lo menos unas lecturas cuidadosas, pausadas, artículos largos interesantes, no carentes de observaciones críticas en el sentido negativo de la palabra, pero que en general son más que nada trabajos de comprensión y de lectores atentos. A mí me parece que el diálogo con esos lectores cuidadosos como son algunos académicos y los traductores es algo benéfico para lo que nosotros escribimos. Por supuesto, la mayoría de los escritores la única crítica que soportan es la que dice “obra maestra”. Y si no dicen eso todo les parece poquito. Yo creo que frente a la crítica hay que tener cierta paciencia y humildad y saber que realmente lo que luego va a pasar será lo que los lectores decidan al cabo de muchos años. Los libros no se escriben para los críticos. Se escriben para los lectores. Los críticos pueden orientar la lectura y pueden hacer que algunos libros no se olviden o renazcan después de haber sido olvidados. En general yo tengo una relación mental, porque casi nunca es directa con los críticos. Yo agradezco que alguien, de todas maneras, gaste horas, días y semanas de su tiempo tratando de leer y de entender las implicaciones de un libro mío. Cuando algo no me gusta, o no lo entiendo, que es lo que pasa muchas veces con la crítica contemporánea, igual lo respeto.

J.A.O. Continuando con la crítica, ¿cómo reacciona a los comentarios que le hacen los lectores a sus artículos en revistas como Semana o Soho?

H.A. Al principio, incluso cuando aparecía mi dirección en la revista Cambio, trataba de responder siempre las cartas. Pero lamentablemente eso crece tanto que ya es imposible tener una relación directa con los que escriben. El problema es que a veces esos mensajes son amenazantes. Entonces si uno no tiene el pellejo muy duro o ha sacado un cayo en el esternón lo puede afectar y si son amenazantes con mayor razón podría uno morderse la lengua para decir ciertas cosas. Entonces hay que leer esos comentarios pero con una coraza de protección psicológica para que no te afecten mucho.

J.A.O. ¿Cómo combina su labor periodística y creativa, cree que alguna influye en la otra?

H.A. Algunas veces, no muchas. Es inevitable que haya a veces en los libros fragmentos que parezcan un poquito ensayísticos. Pero la novela contemporánea creo que permite dentro de sí mucha hibridación. Eso es lo bueno de la novela, que uno puede tener pedazos poéticos, pedazos ensayísticos, pedazos auto reflexivos, pedazos narrativos sin que la novela pierda su esencia que es ser un género omnívoro.

El periodismo tiene dos cosas buenas. Por un lado me da para vivir pues es mi fuente de ingresos más importante. Y por otro lado me mantiene la mano caliente. La obligación de escribir semanalmente uno o dos artículos es buena. Yo creo que la escritura es también una práctica cotidiana y que tanto más lo haces, como los tenistas o los pianistas, te da una facilidad, una soltura que es útil también para cuando estás escribiendo ficción.

J.A.O. Ya para terminar, ¿qué proyectos tiene para el futuro?

H.A. Ya terminé el libro que se llama El olvido que seremos que es una novela testimonial sobre la vida de mi papá y su asesinato. También el libro trata sobre mi relación con él, sobretodo mi relación infantil y en ese sentido él tiene mucho de memorias.

Y ahora que me dan una beca y que me voy a ir un año sin compromisos de trabajo, entonces allí voy a tener otro proyecto que no está muy claro. Tenía uno que había empezado, como siempre, tratando de escribir dos cosas al mismo tiempo; un proyecto muy frívolo que estaba escribiendo al mismo tiempo que el libro de mi papá que era muy duro de escribir, que me costaba mucho escribir. Se llamaba “Memoria de un amante impotente” pero creo que ese no lo voy a seguir y espero en Berlín encontrar un proyecto o dos proyectos nuevos para desarrollar este año.

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