"Barcelona me hizo escritor"
Mario Vargas Llosa y sus amigos rememoran el paso del flamante Nobel por la Barcelona de los años setenta
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Xavi Ayén | Princeton. Enviado especial | 10/10/2010 | Actualizada a las 01:48h | Cultura
Mario Vargas Llosa, el flamante premio Nobel de Literatura, vivió en Barcelona entre el verano de 1970 y mediados de 1974, primero en la Via Augusta y más tarde en la calle Osio, en Sarrià. "Esos años los recuerdo con nostalgia y amor –dice el escritor, sentado en el modesto despacho que tiene en la Universidad de Princeton–, no porque eche de menos el franquismo, como dijo uno de mis monótonos detractores, sino porque fueron de veras estimulantes, llenos de ilusiones. Éramos jóvenes, ¿no es cierto? Y Barcelona me parecía no sólo bella y culta, sino, sobre todo, la ciudad más divertida del mundo".
Barcelona es la ciudad que convierte en escritor al peruano. Aquí le publican sus primeros libros, y aquí conoce a las dos personas más decisivas en su carrera profesional, el editor Carlos Barral y la agente literaria Carmen Balcells. Su primer recuerdo de la ciudad se remonta al año 1958, cuando la atisbó desde la cubierta del barco que lo traía a España, procedente de Lima. Se le abría una nueva vida como estudiante en España, donde iba a cursar un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Bajó del barco, en un día radiante, justo frente a la estatua de Colón, "y me puse a caminar por la Rambla. Iba emocionado por las calles, con el Homenaje a Cataluña de Orwell en la mano, que había leído en alta mar". Estuvo en la ciudad "apenas dos días". "Pasé la noche en la Pensión Fernando, en la calle Ferran y, al día siguiente, me fui a Madrid en tren". Le acompañaba su entonces esposa, la boliviana Julia Urquidi –a quien llamaba la Negrita–, diez años mayor que él y, lo que resultaba aún más escandaloso en la época, su tía política. Julia Urquidi, fallecida el pasado mes de marzo, inspiró la muy autobiográfica novela La tía Julia y el escribidor (1977). Julia era la hermana de Olga Urquidi, esposa del tío del escritor, Luis (Lucho) Llosa, hermano de su madre. Curiosamente, la hija de Olga y Lucho, Patricia Llosa, prima hermana de Mario, acabará siendo la nueva esposa del escritor, la mujer más importante de su vida, con quien convive desde los años 60 y madre de sus tres hijos. El haber estado casado primero con su tía, y más tarde con su prima, ejemplifica el carácter poco convencional del peruano.
Aunque vivía en Madrid, sus auténticos "descubridores" son Enrique Badosa y Esteve Padrós, miembros del jurado del premio Leopoldo Alas de Narrativa Breve, convocado por la barcelonesa editorial Rocas, que le publicará su primer libro, Los jefes. Gracias a aquel premio, Vargas Llosa tomó la seria determinación de hacerse escritor. El entorno, en principio, no era favorable: vivía en una humilde pensión del barrio madrileño de Salamanca, y los apuros económicos le hicieron organizar un precario grupo callejero de danzas folklóricas incaicas, donde él era uno de los bailarines. Pocos de los viandantes que entonces dejaron caer unas monedas imaginaban estar financiando la carrera literaria de uno de los grandes escritores de nuestro tiempo.
Al poco, se trasladó a París, su gran sueño, donde, en un apartamento de la rue Tournon, puso el punto final a su primera novela, La ciudad y los perros. Cuando el hispanista Claude Couffon, profesor en La Sorbona, la leyó, le dijo:
–¿Por qué no se la envías a Carlos Barral?
–Pero, señor Couffon, ¡en España esto no se puede publicar! ¡Hay censura!
–Mira, Mario, mi amigo Carlos Barral ha publicado a Juan Goytisolo en México. Si la censura no le deja, él encuentra vías...
Así, Barral recibió el manuscrito. Sus asesores le hicieron un informe de lectura muy negativo. "Afortunadamente –ríe hoy Vargas Llosa–, después la leyó él y enseguida me envió un telegrama: "Voy a París para que hablemos. Muy entusiasmado con su novela"". Allí, en el hotel Dupont, Barral le sugirió a Vargas Llosa que la presentara al premio Biblioteca Breve de 1962, que ganó. Pero eso no le evitó tener que vérselas con la censura, en unas "duras negociaciones que se prolongaron un año", recuerda. "Al final –rememora Vargas Llosa–, cambiamos solamente ocho frases: cetáceo en vez de ballena y cosas así. Pero Barral, en la segunda o tercera edición, audaz, restableció esas ocho frases y quedó ya establecido así para siempre, era un truco que solía hacer, porque los censores no volvían a leerse las posteriores ediciones". Desde aquel episodio, Barral y Vargas se referirán siempre a la censura como "los cetáceos", según puede verse en su correspondencia guardada en el archivo de la Universidad de Princeton. A veces, Barral y Vargas Llosa se escribían en catalán, imitando el lenguaje caballeresco de su admirado Tirant lo Blanc. Una de esas cartas lleva el encabezamiento: "Lletra del virtuós capità Argüello al estrem cavaller Varga de la Llosa donant-li notícies del camp literari".
A finales de 1966, Vargas Llosa se trasladó a Londres junto a Patricia. Pero mantuvo sus frecuentes visitas a Barcelona. "Venía a pasar vacaciones o a hacer de jurado de premios literarios. En concreto, fui un mes a Calafell, a la casa de Barral, donde trabajé duro en mi novela La casa verde…". Era tan amigo de Barral que, un día, de vuelta de uno de sus viajes a la Amazonia, le regaló un tigrillo: "Me costó muchísimaburocracia traer al animal desde la selva peruana y al final el pobre acabó muriendo por inadaptación, ya había llegado maltrecho del viaje". Félix de Azúa rememora "una noche en Calafell en la que bebimos como cosacos, Mario incluido. A las 10 de la mañana, ya se oía el tecleo de su máquina de escribir. Aquí no estábamos acostumbrados a otra cosa que no fuera la holgazanería, y de repente nos encontrábamos con Mario, un profesional, un titán que se pasaba ¡diez horas diarias a la máquina! Era competencia desleal. ¡Así cualquiera!", bromea.
Vargas Llosa recuerda el día en que Carmen Balcells se presentó en su casa londinense y le dijo:
–Renuncia a tus clases en la Universidad de inmediato. Tienes que dedicarte solo a escribir.
–Carmen, tengo mujer y dos hijos. No puedo hacerles la bellaquería de dejarles morir de hambre...
–¿Cuánto ganas al mes enseñando?
–Unos quinientos dólares.
–Yo te los pago indefinidamente, a partir de este mes, hasta que termines la novela que estás escribiendo, sin prisa. Sal de Londres e instálate en Barcelona, que es mucho más barato.
"Se ha mitificado aquel gesto mío –explica hoy Balcells–, Mario me hace quedar muy bien cuando lo explica pero su obra era ya de una calidad suprema; con libros como La ciudad y los perros o La casa verde, no resultaba temerario pagarle para que se consagrara a escribir. Mi interés y el suyo coincidían, no me tiré a ninguna piscina vacía. Pensé: Londres es el paraíso de los agentes literarios y a este chico me lo robarán, así que me lo llevé conmigo a Barcelona, lejos de posibles rivales míos".
El autor recuerda perfectamente aquel viaje: "Llegué a Barcelona en el verano de 1970. Puse pie en la ciudad justo el día en que dejé de fumar. El último cigarrillo de mi vida me lo fumé en Londres. Salí en auto desde la capital inglesa, conducía yo, y venía con mi esposa, Patricia, y mis dos hijos, Álvaro y Gonzalo. Aquel coche mío era británico y, por culpa de su condición legal, imposible de homologar, tuve que deshacerme de él como chatarra en Andorra, me dieron 10.000 pesetas".
Vargas Llosa admite que, "comotantos conversos,me transformé en un predicador evangélico contra el tabaco; hasta el punto de que, después de oírme, García Márquez dejó de fumar". Vargas Llosa vivió un año en la Via Augusta y después se mudó a Sarrià, a la calle Osio. En la pared del salón de su piso había colgado un óleo de su amigo Carlos Mensa que lo representaba en primer término con unos perros corriendo por detrás, en un guiño al título de su primera novela. En la misma esquina, en la calle Caponata, vivía su entonces amigo Gabriel García Márquez. Sus viviendas parecían comunicadas por un invisible pasadizo que hacía que veladas, comidas o tertulias que empezaban en uno de los dos hogares terminara en el otro o viceversa. "Nos veíamos todos los días".
Vargas Llosa cree que "el ambiente de Barcelona era estimulante. Fueron años muy fecundos, de gran camaradería y amistad. Además de los otros latinoamericanos, los mismos escritores de Madrid –como Juanito García Hortelano– acudían a Barcelona a respirar un aire más puro, tanto desde el punto de vista cultural como del político. Existía un clima de mucha esperanza, la seguridad de que la dictadura se terminaba, de que hacía agua por todos lados, y que la España que vendría sería no solamente libre sino que en ella la cultura y la literatura jugarían un papel central. La apertura, sobre todo cultural, se dio en Barcelona.Mehice amigo de Gabriel Ferrater, José Luis Guarner, Ricardo Muñoz Suay, Francisco Rico, Alfonso Milá, Óscar Tusquets, Federico Correa, Manuel Vázquez Montalbán… Íbamos al campo de excursión con los García Márquez o los Muñoz Suay y podían unirse otros amigos como Terenci Moix, Ana María Moix, Javier Fernández de Castro, Félix de Azúa… Llegué a dar clases en la Universidad Autónoma de Barcelona, pero no en Bellaterra sino en un bello edificio, una academia del centro de la ciudad. Por primera vez en 40 años, Barcelona se convierte en la meca de muchos latinoamericanos, que vienen y se mezclan, de diversos países. Me encantaba ver llegar chicos jóvenes que caían aquí como yo llegué a París en su día. En Barcelona ya no te asfixiabas". El joven Vargas "compraba cada semana Destino solamente para leer las columnas de Josep Pla y Néstor Luján, magníficas".
Sus libros escritos en Barcelona son, según repasa, Historia secreta de una novela (1971), el ensayo García Márquez: Historia de un deicidio (1971), "casi íntegramente" la novela Pantaleón y las visitadoras (1973), totalmente La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1974), "parcialmente" La Tía Julia y el escribidor (1977), además de unos prólogos para obras de Georges Bataille y otros textos breves.
Un día, Vargas Llosa recibió una llamada de París, mientras trabajaba en Pantaleón y las visitadoras. Era Christian Ferry, director de la Paramount en Francia, quien le contó que el director de cine Ruy Guerra estaba en la capital francesa "buscando un guionista". Enseguida aceptó la propuesta del cineasta de escribir un filme sobre la rebelión de Canudos en el Brasil de finales del siglo XIX, un tema que el peruano desconocía completamente. Guerra le envió a Barcelona toda la documentación sobre el tema. "Empezamos a trabajar juntos la historia. Terminamos un guión que se llamó primero La guerra particular y luego Los papeles del infierno, que la Paramount debía filmar, cosa que finalmente no hizo. Ese material es el que acabará convirtiéndose, años después, en mi novela La guerra del fin del mundo (1981)".
A diferencia de García Márquez, Vargas Llosa participó en manifiestos y convocatorias políticas antifranquistas. Por ejemplo, en el encierro de intelectuales en el monasterio de Montserrat, que tuvo lugar del 12 al 14 de diciembre de 1970 para protestar contra el proceso de Burgos, un juicio sumarísimo contra 16 miembros de ETA. Vargas Llosa pronunció un fervoroso discurso, pero su recuerdo más vívido es todavía la maravilla de "ver aparecer por allí a Miró y a Tàpies, a quienes observaba fascinado". Josep Maria Castellet se dio cuenta de que Vargas Llosa, al ser extranjero, podría perder su permiso de residencia "y propuso una votación para que yo me fuera de allí, era el único no español del grupo. Votaron y salió que sí, así que solamente duré 24 horas encerrado".
Posteriormente, a causa de aquellos hechos, fue interrogado en la comisaría de Via Laietana. "Me acababan de operar de hemorroides, así que acudí convaleciente, con una boya, un ridículo rodete para el trasero, sin poder sentarme. Realicé toda mi declaración sobre esa boya, lo que otorgaba a la situación un tono ubuesco y dadaísta y provocaba unas humillantes sonrisas en el policía que me interrogó. Pero no me botaron de España".
Una transformación importante que experimentó en Barcelona durante aquella época fue su ruptura definitiva con la Revolución Cubana, de la que se había ido distanciando. Vargas Llosa pasó de ser procastrista a ser considerado un "traidor" por Cuba y sus seguidores. En 1971, tomó un papel muy activo en el caso del escritor Heberto Padilla, represaliado en Cuba, impulsando una protesta internacional de intelectuales.
Sobre la vida familiar, el escritor recuerda que "mis niños fueron primero al parvulario Pedralbes, en la avenida Pearson, que ya no existe. Pasaron de jugar en inglés a jugar en catalán, como descubrimos con sorpresa. Después los matriculé en el Franco- Peruano". El gran acontecimiento es que en Barcelona "vi nacer a mi hija Morgana en 1974, pude asistir al parto, cosa que habría querido hacer con mis dos hijos pero que allí Santiago Dexeus me permitió. Cuando fui a inscribirla, tuve un pequeño problema porque no me aceptaban el nombre de Morgana. Al final le pusimos Ximena Morgana", lo que Alfredo Bryce Echenique le criticó en una carta: "Morgana, qué bestialidad. ¿Viene de Salgari, de Breton...? En todo caso, no. En fin, sé que eres un rebelde vocativo, pero no le hagas pagar los impuestos a tu hija".
Entre los lugares que frecuentaba, cita los restaurantes Amaya, Flash Flash, Il Giardinetto, La Font dels Ocellets, el Set Portes, La Puñalada... Curiosamente, "a la discoteca Bocaccio fui solamente una vez. Estuve a punto de irme sin conocerla. Así que, antes de irme, entré y me senté para ver cómo era. Fue la única vez que puse allí los pies".
"En aquella época –opina el premio Nobel–, en los primeros 70, en Barcelona existía la reivindicación muy clara de una cultura que era muy discriminada, la catalana, y en eso sí estábamos todos de acuerdo, pero el nacionalismo permanecía en un segundo plano. Por eso, admito que me sorprendió mucho el crecimiento de esta corriente política, porque una cosa era ser catalán y escribir y leer en catalán pero en mi entorno no se llevaba eso a ninguna consecuencia política nacionalista. La verdad es que no conocí un solo nacionalista en aquellos años, y me traté con gente como Gabriel Ferrater. Una de las cosas que me sorprendió aquellos años en que, en la misma Barcelona, muy poca gente conocía el Tirant lo Blanc. Uno de mis orgullos es haber convencido a Barral de que hiciera una edición del Tirant".
En 1974, un año antes de la muerte de Franco, los Vargas Llosa abandonaron Barcelona. "¿Por quéme fui? Todavía no lo sé. Quizá por los tres hijos… Tomamos un barco a Lima. Los de Barcelona fueron los años más felices de mi vida, los años en que, acaso por primera vez, fui feliz". Se fue por todo lo alto, con una sonada fiesta de despedida en casa de Carmen Balcells –que duró un día más de lo previsto, a causa del retraso del barco en salir–, a la que asistieron García Márquez, Jorge Edwards, José Donoso y muchos otros. Fue el festejo final del boom latinoamericano, el inicio de un proceso de disgregación. En los archivos de la Universidad de Princeton, encontramos una carta de la anfitriona de aquella fiesta, la agente Carmen Balcells, del 5 de julio de 1974, en la que le dice a Mario: "Desde que el barco se alejó del muelle que (…) entré en una etapa de depresión que ha durado más de quince días". Treinta y seis años después, Balcells y todos los amigos que Vargas Llosa dejó en Barcelona han experimentado justamente lo contrario, gracias a la Academia Sueca: una intensa y profunda alegría.
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