lunes, 10 de octubre de 2011

Lolita Bosch: Ahora Escribo

Este texto es para mi amiga María Lynch, que
durante un año visitó conmigo un parque de
atracciones, una frontera, un escenario vacío y
un puerto industrial. Justo antes de que nos
coláramos en la escuela en la que ambas, juntas,
aprendimos a escribir. Más o menos.
tras haber conseguido ver, en Barcelona, la
Ciudad de México y su milagroso segundo piso
atravesando el cielo.


Pero para Lolita.



Cierro Ahora, escribo de Lolita Bosch con la sensación de que una verdad que todavía no he captado completamente me ha sido revelada. Una verdad que me concierne y que me habla de una Lolita que escribe al compás de un metrónomo con el fin de ajustar su tiempo al tiempo real, su texto a un ritmo que sí existe, aunque no lo estemos escuchando. Al ritmo que, como lenguaje, somos. Y desaparecer así en lo que construye. Serlo todo (p.161).



Con el mismo asombro que despertaría en el observador el hallazgo de una reserva natural de agua en medio de un huerto, así asiste el lector a las anécdotas e imágenes que la voz de la narradora desgrana de una manera precisa y particular. Con un empeño similar al del músico, la autora mide la cadencia de cada una de las palabras, las perfila y las segmenta:



Y que rojo en voz alta quiere decir exactamente esto.
No: erre o jota o. […] si te digo que todo e rojo no me creas, busca algo verde. Uve e erre de e. Este verde.
Porque esto no es una novela y te estoy mintiendo todo el rato.
Quiero que te resulte evidente.
Quiero que te des cuenta sin que tenga que decirte nada.
(Nada.) (P. 51)


De este modo, juega y engaña al lector para que éste entre en su texto como si fuera suyo y lo siembre con sus propias experiencias vitales, lectoras y creativas. Sólo así, desde el “nosotros” es posible construir la obra, puesto que la escritora no entiende la novela (ensayo narrativo, autobiografía fragmentada o, independientemente de las distinciones genéricas, esta joya) sin la presencia, sin el diálogo con el lector que presencia gustoso, deslumbrado y curioso el suceder de la historia íntima que encierra este escribir único:



Este primer libro es la fotografía que nunca tomé del momento exacto en el que mi padre y yo, una mañana de invierno que había nevado, nos subimos a un avión de madera y nos aventuramos a planear por encima de la ciudad de Barcelona. Sin viento. (P. 11)




Mediante la fragmentación y la re-presentación y reescritura de una serie de ideas o textos centrales de la que se han valido autores como Girondo o Bolaño, Bosch articula el texto en el desplazamiento, recreándose en las relaciones entre el texto como lugar y el contexto. En este sentido, parte de una crisis creativa y vital en le que se halla tras la muerte de su padre y la publicación de La familia de mi padre (obra que enlaza con esa figura paterna y que de algún modo, mediante la escritura, es revivida y recreada constantemente hasta el punto de no saber si realmente el recuerdo que guarda de su padre es “su padre real”, observación que abre paso a la relación entre vida y literatura: ¿hasta qué punto la literatura forma parte de la realidad de una escritora?, ¿pertenece la literatura a lo irreal o, al contrario, es algo real, propio de nuestro día a día como escritoras?) para reflexionar sobre la No Escritura, la imposibilidad o la posibilidad de escribir, las desapariciones de los seres queridos (su padre, un amigo), la enfermedad, el miedo. Tal y como se menciona en la contraportada, se trata de la crónica de unos años donde la propia Literatura, también con mayúsculas, se convierte en medicina y cura en medio del desconcierto que ella misma produce. Apud B.:



Sé que estos Cuatro Meses Tiempo Muerto en los que sigo inmersa, la catarsis que ha sido volver de nuevo a México tras la entrega final de La familia de mi padre, sé que esta sensación de realidad física, de entraña, sin aire, que no ha conseguido finalmente enloquecerme, logrará fijarse en algún punto quieto de luz, dejará de ser tan radical, tan violentamente importante. Y sé que yo, a pesar de la vergüenza de ser capaz de hacer algo así, seguiré viviendo sin mi padre, a miles de kilómetros del centro Piedra que es el interior de mi cuerpo.

Piedra Lolita.

Sé que volverá la plasticidad del lenguaje y que la Voz Mármol se convertirá otra vez en humo. […] Volveré a encontrar el camino exacto que me lleve hasta los demás. Volveré a reconocer este mundo en este mundo. Y entonces tal vez, entonces incluso, entonces literariamente, seré capaz de contarme qué ha sucedido. Ahora no. Ahora la escritura no ha logrado evitar ni construir nada. Porque ahora la escritura es la muerte: el entierro definitivo de una vida se ha extinguido lentamente desde la conversación que tuve con mi padré el día 20 de junio de 1999, la mañana siguiente cuando mi madre me llamó a la calle Tonalá de la colonia Roma, el testamento formal que abrieron cuando yo estaba en una azotea de la calle Coahuila, la carta que recibí en la avenida Álvaro Obregón, la mañana en que fui a las islas Medes de la mano de mi amigo Narcís, el poema de César Vallejo que me mandaron por correo electrónico, la escritura caótica y dolorosa, la sensación de volver a darle a mi padre la mano. Su mano. Casa. (Pp. 78 y 79)




A lo largo de los tres apartados, los tres libros, de los que se compone este ensayo en primera persona, contemplamos en “Primer libro: Donde abro”, un punto de partida para una narración que se inicia desde el dolor, desde esa relación extraña con la literatura y de su poder reconstructor:



Ocupar con el lenguaje un espacio que sea el espacio que sea el espacio de la construcción y cuya voz, la mía, sea casi un pulso físico. Radicalmente vivo. Esto es lo que quiero que suceda, esto es sin ninguna duda lo que busco. […] del lenguaje. La posibilidad increíble de ponerlo en movimiento y de usarlo para reconstruirlo todo. y, por supuesto, por encima de cualquier otra cosa, de tratar de reconstruirme a mí misma. (P. 69)



Después, en “Segundo libro: Donde está todo abierto, AHORA, ESCRIBO”, B. escribe para tratar de entender el miedo, para tratar de entender qué ha sucedido y, consecuentemente, tratar de entenderse a sí misma (Esto te ha sucedido porque hay algo que eres y no entiendes, p. 154). Para ello, vuelve a esa relación entre tiempo, literatura y lugar de la que se hablaba arriba: el paso de un tiempo continuo visto a cámara lenta. No detenido. Sino un espacio sucediendo todo el rato. Entonces, el lector entiende que precisamente eso es el libro: un espacio sucediendo todo el rato, de ahí que la escritora se valga de técnicas como la reescritura para hacernos entender que, por medio de expansiones, fragmentaciones y mutaciones que completan su sentido, el texto es algo vivo que se construye gracias a la mirada atenta del lector. Y es precisamente ahí donde confluyen un único espacio visto desde un único tiempo.



Por último, en el breve “Y NADA TERCER LIBRO: DONDE TRATO DE VER”, la voz narrativa llega a la aceptación y a entender que:



… hay algo definitivamente cierto en todo esto: Todos nosotros. Y que de cerca, un texto es tan incomprensible como un ser humano. Tan incomprensible como la muerte. […] que sólo lo que construyéramos fuera verdad. Que la propia escritura fuera verdad. Que no fuera más real lo que nace solo, lo que es anterior a la carne, el oro que brilla dentro de las rocas, sino que yo encontrara un modo de decir huesos, piedras, semillas, aviones, palabras y con esto construirme un mundo. (P. 196)



En resumen, Ahora, escribo es una obra de referencia para todos aquellos interesados en el proceso de escritura. Primeramente, porque nos habla del lugar, el paisaje, el tiempo, como escenarios en el que el lector asiste al milagro de la escritura, al modo en que Lolita Bosch construye pisos de palabras que adquieren sentido al hablar de ciudades como México DF, Barcelona o del secreto que encierra una semilla y de aviones de madera que vuelan un día sin viento por encima de Barcelona.

Y, en segundo lugar, porque se trata de un texto muy trabajado desde el punto de vista técnico al introducir todos esos desplazamientos textuales en los que la imposibilidad de nombrar algunos sentimientos o dar una respuesta a la relación entre Literatura y Verdad o a la pregunta del Ser se escogen con acierto y ayudan a que el lector llegue a comprender completamente la evidencia que se esconde entre las páginas de este ensayo. Junto a las fragmentaciones, un discurso pausado, a caballo entre el verso y la prosa, un ritmo muy medido (a golpe de metrónomo) y un lenguaje urbano que nos invita a vagar por hoteles, aeropuertos y plazas de dos ciudades muy diferentes como lo son México DF y Barcelona, Lolita Bosch nos conduce ante la certeza de que todos nos parecemos (Soy lo más parecido a ti que has conocido nunca, p. 192) y tememos frente a situaciones similares. La belleza reside en la capacidad que poseemos de explorar, literariamente, el mundo y, con nuestros hallazgos, construir un lugar y tiempo propios.

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