sábado, 1 de octubre de 2011

Acompañar en la Muerte Jordi Seuba

Bajo la camisa a cuadros desabotonada cuelgan collares africanos y de Nepal. Su atuendo se completa con tejanos, deportivas y mochila, todo ello culminado por una mata de pelo que campa a sus anchas. Cada día pasan por su consulta de Castelldefels y Martorell más de 70 personas, pero casi nadie le llama doctor Seuba. Él es, simplemente, Jordi.

«A veces ni me acuerdo de ponerme la bata» ÁLVARO MONGUE Jordi Seuba. ÁLVARO MONGE Edición Impresa Versión en .PDF Información publicada en la página 80 de la sección de Contraportada de la edición impresa del día 01 de octubre de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
-No tiene pinta de médico.

-No, ¿verdad? Siempre me lo dicen.

-¿En la consulta lleva bata?

-A veces sí, pero si llego y hay muchos pacientes esperando ni me acuerdo de ponérmela.

-La bata es lo que marca la distancia entre médico y paciente.

-En la facultad te enseñan a mantener cierta distancia, para que no te afecten los problemas de los demás.

-Usted debió suspender aquella asignatura.

-Y bien suspendida. Ser médico de familia es más que una profesión para mí, es una manera de vivir que tiene una implicación personal. Cuando estudiaba, un profesor me dijo que me lo pensara bien antes de poner una cruz en la casilla de médico porque si lo hacía estaba jodido. Yo sabía que si decidía ser médico no podría trabajar ocho horas, al menos como yo quería hacerlo.

-¿Y cómo quiere hacerlo?

-Tenía una paciente en Castelldefels a la que, en teoría, le quedaban tres meses de vida. Se trasladó a Barcelona y me pidió que la fuera a ver allí y así pasaron cinco años. Ella me enseñó que al médico de cabecera se le llamaba así porque iba a la cabecera de la cama a ver morir a su paciente. Acompañar a estas personas, hacer que no se sientan solas en un momento tan especial como es la transición hacia la muerte es muy importante. Por eso me gusta más decir que soy médico de cabecera que de familia.

-Es como un médico de pueblo.

-Sí. Bajo mi punto de vista, hoy todo está muy protocolizado y así se pierde la condición humanística de la medicina que implica conocer al paciente, su contexto y los problemas que afectan a su condición vital.

-¿Qué diagnóstico tiene la sociedad actual?

-La sociedad está enferma, pero no está muerta. Tenemos que dar más antidepresivos, ansiolíticos, más tratamiento psiquiátrico que hace 20 o 30 años. Hay un aumento de las enfermedades psicosomáticas.

-¿Cuánto han aumentado?

-Hemos pasado de un 12, 13 o 14% a prácticamente un 25 o 28%.

-¿Ve muchos trastornos relacionados directamente con la crisis?

-A diario. Tenía dos pacientes que se han suicidado por temas económicos. ¿Cómo tienes que estar para llegar al punto en que la única salida que ves, con 30 o 40 años, es colgarte? Somos una sociedad y estamos dejando que la gente solucione sus problemas, o no, como en la selva, por selección natural. Si recortan más los recursos nos abocarán a una condición humana terrible.

-¿Tiene cura esa condición?

-Pastillas para no soñar, como decía Sabina. No, no hay receta y no es solo un problema de recursos. En África no hay ni un antidepresivo, pasan hambre, están fatal y sonríen. Como sociedad hemos perdido la capacidad de comunicarnos, de expresar nuestro dolor y de buscar soluciones colectivas. Buscamos soluciones individuales y esto, probablemente, nos ha llevado hasta aquí.

-Además de Castelldefels y Martorell, usted es médico en África.

-A los 24 años cogí la mochila y saqué un billete a Senegal. Iba a capella, con mi fonendo y poco más. Quería tener mi experiencia superhippie, iba con aquella sensación de los 20 años de que lo puedes todo...

-Ay, ay...

-En aquel viaje se me murió el primer niño. Era un bebé de la tribu nómada de los peul y tenía una vulgar crisis asmática, pero yo no llevaba cortisona ni ventolín. Lo intenté todo. Diluviaba, las carreteras estaban colapsadas, los coches se hundían en el barro... El niño murió en mis brazos después de horas de ahogarse. Lloré como una magdalena.

-...

-Al final el padre se acercó y me regaló una gallina: «Ha hecho todo lo que ha podido y mi hijo, al menos, ha tenido una oportunidad. ¿Ha muerto? Allah Akbar». Tú sabes que has hecho lo que has podido, pero también que allí no tienen recursos. Aquel niño es culpable de muchas cosas posteriores de mi vida y de que practique una medicina en paralelo en otros lugares del mundo. Es mi granito de arena porque, en la vida, todo el mundo debería tener su oportunidad.

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