"Un diente de león que había tenido mucha envidia a una rosa. Todo comenzó en el jardín de mi tío Luis. A lo largo del camino de acceso a la entrada principal de la casa, una doble hileras de rosas daba la bienvenida a los visitantes. Entre ellas había una, particularmente magnífica y olorosa. Al verla, todo el mundo decía: ¡Oh, qué rosa tan bonita!, ¡Qué perfume! Y se inclinaban para olerla, y se volvían para volverla a ver antes de entrar. El terciopelo purpúreo de sus pétalos impregnaba la mirada. Justamente al lado del macizo, sobre el césped, había crecido valientemente un diente de león. Testigo frustrado de las amabilidades dirigidas a la rosa, sentía crecer dentro de sí una rabia que lo ponía amarillo, y se propuso atravesar el macizo con la secreta esperanza de convertirse en rosa. A fuerza de mirar a la rosa y de querer ser como ella, terminó torcido y deformado; sus raíces se salían de la tierra, pero no conseguía transplantarse cerca de las raíces de la rosa para beneficiarse de sus virtudes. Y el pobre diente de león se marchitó; sus pétalos se volvieron parduscos. Se sentía tan mal en su propia piel que quería morir. Su corazón, estaba corroído por la envidia y el desvarío.
Pero un día todo cambió. El tío Luis salió con un gran saco de yute. El diente de león estaba muy intrigado hasta que comprendió que el dueño del lugar no le hacía la guerra a lo dientes de león, sino que los recogía con fervor. Oyó murmurar al tío Luis mientras se acercaba a los dientes de león cercanos: ¡qué magnífico diente de león!, ¡qué buen licor va a hacer! Desconcertado, el diente de león tardó un poco en comprender. ¿será posible que un diente de león tenga algún valor? El tío Luis seguía recogiendo con cuidado... dientes de león. Solo recogía los mejores, los más sanos; a lo otros les daba un puntapié diciéndoles: quiero el licor de primera calidad y lo produciré con los mejores dientes de león de mi rincón. De repente, el escuchimizado diente de león comprendió: el tío Luis fabricaba licor. Cuando el tío Luis se le acercó, se estremeció, pero el desdichado diente de león recibió en pleno rostro el bofetón de la patada del viejo. ¡qué vergüenza! No había conseguido convertirse en rosa y acababa de perder el noble destino de los verdaderos dientes de león. Se mordía los labios de remordimiento. Pero la lección surgió efecto. Decidió dejar de mirar a la rosa y acoger el sol y la lluvia para convertirse en un hermoso diente de león.
Sus raíces penetraron en el césped, y se produjo el milagro: se fue volviendo cada vez más jugoso, grueso y carnoso. Sus pétalos relucían como para hacer palidecer al sol. Mientras tanto la rosa se iba poco a poco marchitando. El diente de león recordó los famosos versos de Malherbe:
"duró la rosa lo que las rosas duran: de una mañana el espacio."
Y se asombró de su propio destino: ¿se convertiría él en ese licor embriagador "que alegra el corazón del hombre?"
Sin querer rebajar a la rosa, ¡qué maravillosa fortuna para un humilde diente de león..! ¡ojalá el tío Luis haga una nueva cosecha y se fije en mí! Se había puesto tan espléndido que satisfaría sus exigencias.
¡Y por fin apareció el tío Luis! ¡Qué alegría! El viejo exclamó: "!Qué magnífico diente de león! ¿cómo se me pudo pasar un ejemplar tan bueno?" El diente de león se reía para sus adentros. El tío Luis no sabía que por compararse con la rosa y haber querido ser como ella, aquel precioso diente de león había estado a punto de morir, y que después se había sentido feliz de ser un diente de león. La alegría de ser simplemente lo que era le había dado aquella forma esplendorosa. El tío Luis admiró de nuevo al diente de león y lo metió en el saco muy satisfecho. El diente de león por su parte, se sentía plenamente feliz al pensar en el magnífico destino reservado a los dientes de león que aceptan ser lo que son y que tienen el valor de serlo.
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