lunes, 7 de noviembre de 2011

Jorge Edwards: "Montaigne es uno de los hombres más libres de todos los tiempos"

Jorge Edwards: "Montaigne es uno de los hombres más libres de todos los tiempos"

El escritor chileno recrea los últimos días del autor de los Ensayos en su nueva novela La muerte de Montaigne

Un gibelino para los güelfos y un güelfo para los gibelinos. O lo que es lo mismo: un traidor para todos. Así se sentía Michel de Montaigne en la Francia de la segunda mitad del siglo XVI. Católicos y hugonotes se enfrentaban entre sí envenados por el fanatismo religioso. Desde su torre en el campo, el escritor observaba espantado tanto desafuero. Y cuando salía de su fortaleza era víctima de ambos bandos por su posición equilibrada. Esa independencia es también la virtud que más ensalza Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) en su última novela, La muerte de Montaigne (Tusquets), un emocionado panegírico dedicado al autor de los Ensayos. "El hombre más libre de su tiempo", sentencia de entrada. Luego lo piensa de nuevo y reformula la afirmación, para hacerla más grande todavía: "Bueno, de todos los tiempos".

Montaigne fue desvalijado en un viaje a París por protestantes radicales. El ataque era una represalia contra los católicos, que antes habían asaltado a los hugonotes en ese mismo camino. No acabaron ahí los sobresaltos. Cuando llegó a la capital, acabó, a empujones, encerrado en la Bastilla. La reclusión, esta vez, era la venganza que se cobraba la Liga católica por el encierro de uno de sus líderes en provincias. Al pobre Montaigne le caían golpes desde las dos trincheras. Una circunstancia que ayudó a consolidar su pacifismo, que al final logró imponer gracias a su influencia en las altas esferas: "El rey Enrique IV, discípulo suyo, fue el que promulgó el Edicto de Nantes, que estableció la libertad religiosa en Francia y acabó así con las matanzas".

El autor francés fue una especie de ilustrado con dos siglos de antelación a la llegada de la Ilustración. "Un precedente de Diderot, D´Alembert y compañía", precisa Edwards. También fue una precursora su fille d'adoption, Marie de Gournay. Una adelantada, en su caso, en las reivindicaciones feministas, que luego fueron defendidas por George Sand, Colette y Simone de Beauvoir. Montaigne y Marie de Gournay se conocieron en 1588. Él tenía 55 años y ella 23. Gournay admiraba tanto al ensayista que le escribió una carta en la que le proponía una cita. Montaigne recogió el guante, a pesar de estar "bien casado". Los dos acabaron enamoradísimos. El impacto de esta relación en el viejo Montaigne es lo que intenta desentrañar Edwards en la novela. Es "historia conjetural" la que escribe, a partir de la lectura exhaustiva de los escritos de ambos, pero también se deja llevar por intuiciones y suposiciones, más o menos fundadas.

"Montaigne tenía claro que el matrimonio y el erotismo seguían líneas divergentes", explica Edwards. "Para él, el matrimonio tenía poco que ver con el amor. Era una institución para fomentar el orden social y asegurar la descendencia, pero el placer de la carne iba por otro lado". Montaigne creía que así tenía que ser y -remacha el escritor chileno- "por eso le fue tan bien en el suyo" (convivió con su legítima mujer hasta su muerte). Aunque el propio escritor quitaba importancia a su presunto libertinaje en estas lides: "Sólo he sufrido tres purgaciones en mi vida por enfermedades venéreas". Poca cosa, debía de pensar.

Edwards, ganador del premio Cervantes en 1999 y actual embajador de Chile en Francia, reconoce que se siente muy cercano al Montaigne crepuscular. Les separan más de veinte años (Edwards está a punto de brincar los 80 y Montaigne murió con solo 59) pero también cuatro siglos de historia universal, con lo que sus edades se pueden equiparar. El autor de Adiós, poeta, confiesa que a estas alturas ya busca lo mismo que su admirado Montaigne: "Silencio, serenidad y concentración para poder escribir y leer". Y, a ser posible, "una Marie de Gournay" que le endulce los días postreros.

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