jueves, 17 de noviembre de 2011

José María Ruiz Gallardón

«Era una mente jurídica tremenda, pero nada soberbio. Decía que siempre hay que aprender. Fue un abogado muy duro, pero también era la ternura personificada, con un gran sentido del humor que le hacía reírse de la vida. ¡Lo que hubiera disfrutado viendo a su hijo Alberto como alcalde de Madrid...!» Quien así habla es Rosa Vindel, portavoz adjunta del PP en el Senado y durante años colaboradora de José María Ruiz Gallardón, quien fuera vicepresidente de Alianza Popular y de cuya muerte se cumplen veinticinco años a las 9,30 de la mañana de hoy.

Vivimos tiempos en los que parece querer hacerse exaltación del olvido. Y sería fácil cometer ese pecado con José María Ruiz Gallardón porque tuvo una vida extraordinariamente fecunda, pero murió muy prematuramente, a los 59 años, cuando su vocación política empezaba a tener caminos por los que discurrir. A diferencia de otros con vocación de servicio público, él había demostrado antes su capacidad académica. Tanto en su etapa escolar como en la universitaria. Estudió su bachillerato en los jesuitas —fue «príncipe de Areneros»— en los que obtuvo matrícula de honor en todas las asignaturas, y estudió Derecho en la Universidad de Madrid, consiguiendo el primer premio extraordinario. Su llegada a la abogacía fue de la mano de Ramón Serrano Suñer primero y de Alfonso García Valdecasas después. Difícil encontrar mejores maestros. Con el segundo, que era catedrático de Derecho Civil en la Complutense, fue profesor adjunto.

Ya en 1955, con veintiocho años estableció su propio despacho en el que pronto acogió la defensa de perseguidos políticos en consonancia con su visión política fundada en la Monarquía de todos que promovía el Conde de Barcelona —de cuyo consejo privado formó parte. Sirvió de enlace con militantes del PSOE para hacer llegar a su secretario general, Rodolfo Llopis, las posiciones de los monárquicos. Porque Ruiz Gallardón escogió la persecución en lugar de optar por gozar de la sinecura. Él prefería ser «opositor razonado y consciente» —en palabras de Víctor Salmador— en un tiempo en que la única elección era estar con la dictadura o contra ella.

En 1956, durante las agitaciones estudiantiles de ese año con motivo del aniversario de la muerte del falangista Matías Montero, murió a tiros un estudiante, Miguel Álvarez. Eso provocó una redada policial con medio centenar de detenidos, de los que sólo ingresaron en la prisión de Carabanchel y fueron procesados, el propio Ruiz Gallardón y todos los que fueron detenidos en su casa de Serrano Anguita 10: Miguel Sánchez-Mazas, Javier Pradera, Dionisio Ridruejo, Ramón Tamames, Enrique Múgica o Gabriel Elorriaga. El fiscal no respaldó la imputación policial y al fin fueron liberados.

Es bien sabido lo severo que era el régimen carcelario en aquella época, pero tras salir de prisión, Ruiz Gallardón perseveró en su devoción política y un año después la Policía identificaba a uno de los grupos monárquicos más activos, encabezado por el general Kindelán, con Joaquín Satrústegui, Jaime Miralles, Vicente Piniés... y Ruiz Gallardón. Porque, aunque la «memoria histórica» lo recuerda poco, la oposición activa al franquismo en el interior de España la dirigieron hombres como estos, que estuvieron en la cárcel por ello.

PASIÓN POR ABC
Compaginó la abogacía con otra de sus grandes pasiones, ABC. Los más veteranos de esta Casa recuerdan al Ruiz Gallardón un tanto desastrado, gabardina en una mano y carterón en la otra, gruesas lentes de miope, nada pagado de sí mismo, pero muy seguro de sus palabras. Con ABC tuvo Ruiz Gallardón un doble vínculo. De una parte estaba su lealtad y entrega al que fue durante muchos años su director, Torcuato Luca de Tena. Con él fue editorialista, consejero político y de asuntos dinásticos, responsable de una página jurídica en cuya dirección sucedió a Jaime Miralles y crítico literario. En estas páginas revivió el seudónimo «Tabib Arrumi» que fue la firma de su padre, Víctor Ruiz Albéniz, quien llegó a presidir la Asociación de la Prensa de Madrid. Pero sostuvo otro vínculo con ABC que iba más allá de la lealtad debida al jefe. Fue el de una amistad fraternal con Guillermo Luca de Tena, su amigo del alma.

En las elecciones municipales de 2003, Guillermo Luca de Tena, presidente de honor de Vocento, asistía a un acto institucional en la Comunidad de Madrid con el todavía presidente de la misma, Alberto Ruiz-Gallardón Jiménez. Ese día, por primera vez en su vida, Guillermo Luca de Tena manifiesta su intención de voto en las próximas elecciones: apoyará a Alberto Ruiz-Gallardón para que llegue a ser lo que siempre quiso ser su padre. Quiere que Alberto sea lo que más ansió ser su íntimo amigo: alcalde de Madrid. La candidata socialista —y prima del candidato popular— Trinidad Jiménez se enfureció públicamente con el veterano editor por mostrar sus sentimientos por el hijo de su amigo fraternal.

PASIÓN POLÍTICA
Don Guillermo sabía bien de la pasión política de José María y cuán poco había podido desarrollarla. Fue elegido diputado por Zamora en la segunda legislatura y en la tercera. Fue una pasión de la que hay muchos testimonios. Como recordó Gregorio Peces-Barba, presidente del Congreso en la segunda legislatura «a veces, medio en broma, medio en serio, me enfadaba con él porque no descansaba y se entregaba hasta el agotamiento. Era un gran parlamentario que amaba al Parlamento y creía en él como instrumento de integración de las fuerzas políticas y sociales y como sede de la soberanía, como primero de los poderes del Estado». Y son muchos los testimonios del Ruiz Gallardón incansable, vital, agotador, que vivió la vida con tanta intensidad que la agotó mucho antes de tiempo. Como recordaba en la hora de su muerte en estas páginas Federico Trillo-Figueroa «se te veía venir, José María. Te lo habían anunciado los prudentes de turno, que en las cosas no puede ponerse tanto empeño. Pero tú, erre que erre, cada día con más afán, con más tesón...» En el Congreso fue portavoz de Coalición Democrática en las comisiones de Justicia en Interior en la segunda legislatura. Días antes de su muerte, su nombre fue propuesto como portavoz de su grupo parlamentario...

En el momento de la muerte de Ruiz Gallardón su hijo Alberto era el secretario general de Alianza Popular, cargo para el que había sido designado en sustitución de Jorge Verstrynge. Hoy, un cuarto de siglo después, la satisfacción política de José María Ruiz Gallardón sería, con toda probabilidad, enorme, aunque su hijo lo matizaba ayer: «estaría orgulloso de cómo se ha consolidado el régimen democrático». ¿Nada mas?


UN GRAN AMIGO DE MANUEL FRAGA
Cuenta Rosa Vindel que la alegría que demostraba Ruiz Gallardón en tantos aspectos de su vida le desbordaba el día que le vio salir del despacho de la mano de su nieto mayor, Alberto, al que iba a presentar a su amigo Manuel Fraga. La muerte de Ruiz Gallardón fue una losa en el ánimo de Fraga. Cuenta en sus memorias que «yo conocía a José María Ruiz Gallardón hacía muchos años; siempre nos entendimos bien; cada vez fuimos más amigos. El último Ruiz Gallardón era un hombre de vuelta de toda suerte de ambiciones personales; totalmente entregado a la lucha por el partido y sus ideas; feliz y realizado con la merecida promoción de su hijo Alberto y cuya mayor ilusión era pasar el mayor número de horas con su nieto».

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