domingo, 27 de noviembre de 2011

Carl Jung y Sabina Spielrein

SABINA SPIELREIN Y JUNG
UNA HISTORIA DE AMOR EN LOS AVATARES DE UN ANÁLISIS

Lic. Pablo del Rosso



La historia, que a continuación contamos, tiene tres protagonistas: Sabina Spielrein, Carl Jung y Sigmund Freud. El escenario donde transcurre es la capital suiza de principios del siglo XX, Zurich. Allí, en el famoso Hospital Psiquiátrico Burgholzli, un joven psiquiatra suizo recibe a una de sus primeras pacientes (sino la primera). La misma llega con un diagnóstico de esquizofrenia o una locura histérica con rasgos esquizoides, según la clasificación del director del Burgholzli, el doctor Bleuler.

La joven, de 18 años, de la cual se trataba era Sabina Spielrein. Sabina tuvo una infancia con varias enfermedades físicas y algunos trastornos psíquicos. Estas crisis emocionales y psicológicas, que acompañaron a Sabina desde su infancia, se agravaron cuando murió su hermana estando ella en plena adolescencia, a los 14 años. A partir de allí, las crisis de Sabina comprometían cada vez más su vida. De esta forma fue llevada por sus padres al Burgholzli, que, preocupados por la salud psíquica de su hija que empeoraba día a día, decidieron consultar y posteriormente internarla en dicho hospital.

Corría el mes de agosto de 1904, Sabina iniciaba su tratamiento con Jung envuelta en una grave crisis. Por su parte, Jung llevaba casi 5 años de hospital y estaba apunto de recibir un nombramiento para el cargo, a la par que crecía su admiración por un profesor judío vienés de nombre Sigmund Freud, a quien le enviaría en breve su trabajo de investigación sobre la asociación de palabras.

La crisis de Sabina parecía haber mejorado con el tratamiento. La internación fue breve, duró sólo algunos meses. Para abril de 1905 ya se había inscripto en la universidad de medicina de Zurich. El tratamiento con Jung parecía estar dando sus frutos, en forma rápida y eficaz.

Pero hay algo más en esta historia, que esconde la mejoría de Sabina y que vuelve compleja la situación. Se trata de la relación entre ambos, que más allá de la relación médico-paciente, ocultaba un apasionado romance. Spielrein y Jung se habían convertido en amantes.

Jung, en una angustiosa carta a Freud, le habla de una necesidad de abreaccionar una situación reciente, diciendo que se trata de un caso difícil, una estudiante rusa de 20 años. Por lo cual le pide una opinión (una supervisión del caso) después de presentarle brevemente el cuadro de la paciente. Agregando además que se trata de un tema personal. (Tenemos que tener en cuenta que ésta es la segunda carta que Jung le envía a Freud, además de su trabajo sobre la asociación de palabras). Lo que Jung no se anima a contar en la carta, es lo que en verdad lo angustia, es decir su relación con Sabina y por ende cómo continuar atendiendo a una paciente en esas condiciones.

La carta, donde Jung le pide consejo y supervisión a Freud, es del 26 de octubre de 1906. Jung hacía casi dos años que era terapeuta de Sabina, probablemente la consulta a Freud se produjo porque la relación entre ambos estaba en crisis, y a Jung la situación lo había sobrepasado.

Cuando se hace pública la relación entre Sabina y Jung comienza una serie de idas y venidas, donde Jung niega el romance y Sabina se siente traicionada. Interviene la esposa de Jung quien le escribe a la madre de Sabina para que su hija abandone la relación que destruía un hogar. Jung amaba a Sabina pero no estaba dispuesto a arriesgar su matrimonio, por ende en principio niega toda relación acusando a Sabina de "una paciente traidora que le había sacado hacía años de una grave crisis y que ahora le pagaba así, porque él le había negado el placer de darle un hijo". Es en medio de todo esto, mediante cartas cruzadas (entre Sabina, Freud y Jung) donde Sabina le pide ayuda a Freud por el comportamiento de Jung.

Allí le pide una entrevista; Freud se niega y contesta con evasivas, diciendo que lo que sucede "es parte de un fervor excesivo en el tratamiento". Pero la actitud que toma Freud al respecto no es sólo por cautela, sino que su interés estaba puesto de sobremanera en Jung, ya que representaba la posibilidad de que el psicoanálisis trascendiera las fronteras judías y alcanzara Europa. Entonces cualquier situación que podría poner en peligro la relación con Jung había de ser soslayada. Es en ese punto donde Freud se hace cómplice de Jung, y haciendo oídos sordos al pedido, trata de tranquilizarla, y por otra parte fingiendo no saber acerca de la situación cuando Jung ya lo había puesto al tanto en la carta anterior (Freud también juega sucio).

En definitiva sólo tiempo después, Jung iba a reconocer su verdadero comportamiento con respecto a Sabina, no antes de haberla acusado de ser una paciente ingrata a la cual se había dedicado especialmente a sacar de una grave crisis, y que ahora le pagaba de esta manera por negarle el placer de darle un hijo. Freud por su parte se ocupó especialmente de cuidar su relación con Jung, y sólo en la ruptura final de la relación con éste, le dio la razón a Sabina sobre los hechos y permitió su ingreso y participación en las reuniones de los miércoles de la sociedad psicoanalítica de Viena.

De Sabina, sabemos que se casó con un médico llamado Scheftel y tuvo dos hijos. Se estableció como terapeuta en Ginebra (Suiza), hacia 1917 hasta 1924. Entre los pacientes que atendió, durante su estadía allí, se cuenta Jean Piaget.

Luego emigró a Rusia, donde fundó un centro psicoanalítico de atención de niños.

Trabajó durante años hasta la toma del régimen por parte de Stalin en 1934. Compartió su trabajo con dos maestros de la lingüística: Luria y Vigotszky.

En 1941 fue fusilada por las fuerzas nazis que ocupaban la Rusia de Stalin junto a sus hijas en su ciudad natal Rostov, junto a cientos de hebreos más frente a una sinagoga.

Hasta aquí la síntesis de nuestra historia, la cual nos abre algunos interrogantes para pensar nuestra clínica de hoy, la propia y la de nuestros colegas.

La transferencia: ¿el amor puede curar?
Según el relato de nuestra historia y la hipótesis del autor del libro que la expone, el caso de Sabina fue una cura exitosa. Se concluye de esta forma ya que la paciente superó la crisis que la condujo a la internación, se graduó en una carrera médica, fue psicoanalista y además se casó y tuvo hijos.

La hipótesis del libro (1) de donde extraemos los mayores datos de nuestra historia, sostiene en el final que Jung no mantuvo relaciones sexuales con Spielrein y sí una relación especial con la misma, que excedía la de un psiquiatra con su paciente. Pero en el prólogo del mismo libro (2) se sostiene que Jung y Sabina no sólo mantuvieron relaciones sexuales esporádicas, sino que ésta, derivó en una relación amorosa.

Si de esta forma transcurrió el análisis, es decir, con una relación especial entre el analista y la paciente donde el acto amoroso y erótico fue consumado, en principio mas allá si la cura se realizó o no, seria más factible preguntarse: ¿es posible allí producir un análisis, en términos psicoanalíticos? ¿No dice Freud que la cura sólo puede realizarse en abstinencia? ¿Es posible analizar a alguien y a la vez ser su amante?

El analista rehúsa el poder que le da la transferencia para que el análisis se produzca. En términos freudianos, la transferencia sólo puede ser analizada si el analista no corresponde al amor que el paciente le demanda. Entonces, en éste caso, ¿cómo podría efectuarse un trabajo analítico sobre la transferencia?. Una cuestión transferencial interesante que nos permite ilustrar el caso en cuestión, es cuando Sabina le manifiesta a Jung sus deseos de tener un hijo con él. ¿Cómo podría entonces Jung analizar o escuchar esto como algo transferencial que necesita ser desplegado para analizarse cuando él está tan implicado en la situación, y que al mantener relaciones sexuales con la paciente, la posibilidad de tener un hijo era una amenaza bastante real que ponía en juego su matrimonio? Si además le agregamos que el hijo que le propone Spielrein, según Sabina se llamaría Sigfrido, la unión entre la raza judía y la aria, sumando al banquete transferencial a la persona con quien Jung tenia mayor transferencia para la época, Sigmund (Sig) Freud (frido). Recordando también que es a Freud a quien Jung recurre para que lo ayude a conducir este tratamiento.

En este contexto, con Jung y Sabina como amantes y el supervisor del caso metido en el embrollo transferencial, escuchar y analizar sería una tarea cuasi imposible, por no decir del todo imposible.

Acordando o no con la hipótesis de Aldo Carotenuto, que Jung curó a Sabina Spielrein de su esquizofrenia, cuestión diagnóstica que en breve indagaremos, podemos decir que al menos hubo una salida para Sabina. Una salida que le permitió tomar un sendero distinto, cuyo final (el del sendero anterior) podía conducirla a un suicidio seguro.

Sabemos de los "logros" de Sabina, que bajo su tratamiento con Jung no sólo pudo superar su crisis en breve tiempo, sino que también se gradúo en medicina psiquiátrica cinco años después, con una tesis titulada nada menos que "El contenido psicológico de un caso de esquizofrenia" (1911); que luego estrechó su relación con Freud y fue admitida por el mismo, en las reuniones de los miércoles, pasando a formar parte de la Sociedad psicoanalítica de Viena; donde contribuyó con un aporte teórico que anticiparía el concepto de pulsión de muerte, elaborado más tarde por Freud: "La destrucción como causa del nacimiento" (1913). Pero bien, a pesar de estos cambios y avances en la vida de Sabina, ¿podemos hablar que allí operó una cura psicoanalítica? ¿Que es lo eficaz de este tratamiento? ¿Serian las coordenadas de un análisis las que comandaron este tratamiento?. Podemos decir que hubo una tramitación distinta de la conflictiva de esta paciente, que se produjo en el contexto de ese trabajo terapéutico, pero ¿qué nos dice a nosotros esto sobre nuestra práctica clínica? ¿Lo tomaríamos como un aporte clínico, que hace al caso por caso, para nuestro aprendizaje como analistas?. Y si es así, ¿de qué manera?.

Otra cuestión interesante de la transferencia, que no podemos perder de vista es el diagnóstico con el que llega Sabina a Jung: Esquizofrenia, diagnóstico establecido por el director del hospital según su propia clasificación, y que Jung toma sin interrogarlo. Podemos debatir largamente sobre cual sería el diagnóstico más certero para Sabina, si una esquizofrenia o una histeria con rasgos esquizoides. Creo que, por su producción, difícilmente se tratase de una esquizofrenia, quizás sería más propicio pensar en una histeria grave. Pero no es esto lo más importante que aquí nos toca. Lo más interesante es poder pensar en este ejemplo, la actitud de este analista frente a su maestro y director de entonces, cuya influencia para diagnosticar a su paciente no queda sin efecto. ¿Cómo nos comportamos nosotros frente a nuestros maestros u Otros referencias cuando nos acercan su opinión sobre un caso clínico en el cual estamos trabajando? Quizás sirva para preguntarnos qué posición tomamos frente a esto y si somos capaces de corrernos un poco mas allá de esa forma discursiva del amo que tapona nuestra escucha.

El dinero y la teoría sexual en la transferencia
Dos cosas que ineludiblemente atraviesan la transferencia, y en particular en este caso, son la sexualidad y el dinero.

Pusimos teoría sexual porque curiosamente la sexualidad, en la teoría junguiana, no aparece como un factor de influencia en los conflictos psíquicos. Es más, convirtió a la de la libido sexual concebida por Freud, en una energía psíquica de interés general que forma parte del acervo cultural de los seres humanos; donde la sexualidad si tiene un papel es más bien nimio. Es interesante ver cómo la práctica en este caso puede condicionar la producción teórica. Freud le había implorado a Jung que nunca abandonara la teoría sexual; Jung, por su parte, ya desde el inicio de su práctica clínica (recordemos que Sabina fue quizás su primera paciente) tiene bastantes dificultades con la sexualidad. La suficiente dificultad como para aceptarla dentro de su campo de trabajo y asumir su problemática en la transferencia y la contratransferencia. Jung parece más bien haber elegido diluir la sexualidad en una energía generalizada, negándola y forcluyéndola de su práctica terapéutica, cosa que no quedará sin efectos.

La otra cuestión tiene que ver con el lugar que tiene el dinero y su papel en un análisis. En la historia de Jung y Sabina aparece en una forma particular. Jung al atenderla en un hospital público no podía cobrar honorarios particulares. Lo interesante sucede cuando se hace pública su relación con Sabina. Jung recibe una carta de la madre de Spielrein, donde le dice estar agradecida por haber salvado a su hija y que ahora no querría seguro arruinarla, por eso le pide no ir mas allá de los límites de la amistad, a lo que Jung responde: "pero el médico sabe cuáles son sus límites y nunca se excederá porque se le paga por su trabajo. Esto le impone las restricciones necesarias. Por ende sugeriría que, si usted quiere que me ciña estrictamente a mi papel de médico, me pague honorarios como recompensa adecuada por mi trabajo... mis honorarios son diez francos la consulta" (3). En principio Jung no podía cobrar honorarios particulares tratándose de una paciente que atendía en un lugar público y cobraba un sueldo por su cargo. Entonces ¿qué es lo que quiere introducir Jung con la cuestión del pago? ¿Que cambiaría el pago de honorarios en la relación terapéutica? Seguramente Jung estaba tratando de formular coordenadas, como el pago del sujeto por su análisis, para rearmar el encuadre de ese análisis. Probablemente alguna vez hayamos atendido en lugar público, o donde los consultantes o pacientes no nos pagaban personalmente la sesión y las vicisitudes que esto acarrea. Por ende, podemos pensar los obstáculos que se presentan cuando no hay un pago mediante establecido y definido, como marco propicio para un tratamiento analítico, que incluya la implicancia del sujeto que consulta y la responsabilidad del analista, para que éste cobre en dinero y al hacerlo, el paciente no tenga que pagarle con síntomas.

La supervisión
En este caso le tocó a Freud oficiar como supervisor. Sabemos por la historia que relatamos, el embrollo transferencial en que estaba metido. También sabemos que su cautela respondía más a intereses personales de su relación con Jung que a la posición de analista que se encuentra supervisando un caso clínico en esa situación. Freud aparte de hacerse el otario por conveniencia tampoco puede escuchar lo que allí estaba sucediendo. Quizás tenga que ver con aquello que dice Emilio Rodrigué en su biografía "El siglo del psicoanálisis", que de la misma manera que Emma Eckstein fue la víctima del pacto homosexual de Freud con Fliess, así también lo fue Sabina Spielrein del pacto homosexual entre Freud y Jung. Es decir aquello silenciado que permite salir incólumnes a los señores. Pero además podríamos preguntarnos, ¿qué haríamos nosotros, en el lugar del supervisor, si el analista supervisando nos trae un caso donde él tiene relaciones sexuales con su paciente o la tomó como amante?. Sabemos que el psicoanálisis es una propuesta ética, que implica ir un paso más allá de lo que la moral particulariza. Esto quiere decir que lejos de quedar en un lugar de control policíaco, para "cómo se lleva el caso", la supervisión es un espacio para que se desplieguen aquellas vicisitudes que trae un analista en la relación con su paciente y su práctica clínica. Que no se tratará de esconder (Jung con Freud) ni de sancionar (al estilo tribunal) el quehacer del analista ni sus faltas, sino de conducirlo a reinterrogar las marcas que hacen a su producción y que lo causan en su deseo de analizar.

En definitiva, de esto se trata el análisis y lo que llamamos el deseo del analista. Entendido el mismo como un lugar y como una función que propicia el surgimiento de lo singular de ese paciente que viene a análisis, y no ser confundida esa función deseo de analista como el deseo propio del analista (que es aquello que sin darse cuenta Jung empieza a jugar con Sabina).

Esta apuesta ética del deseo es por lo único que un analista podría ocupar su lugar como tal.

Acerca del nombre Spielrein
Acerca de este nombre que en alemán significa jugar limpio tenemos muchas cosas para decir, y también en relación a estas letras que van armando síntomas donde los tres personajes de esta historia no hacen otra cosa que jugar sucio, pero lo dejamos para otra oportunidad.

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