lunes, 28 de noviembre de 2011

Carta a Javier Gomez de Liaño

sr. d. mariano rajoy brey: Aunque en las instancias el tratamiento que se da al destinatario suele ser distinto, aquí, para demostrar que nada solicito, utilizó esta otra fórmula menos administrativa y protocolaria. Tras la aclaración, le ruego que sepa disculpar la licencia que me tomo.

En primer lugar, reciba usted mi enhorabuena por la victoria electoral obtenida, aunque, para ser sincero, después de verle en el balcón de la sede de su partido me pareció que el júbilo del momento no le impedía pensar en las muy difíciles condiciones en que va a gobernar. A estas alturas, nadie ignora que la situación es muy complicada y usted sabe que la democracia no es la panacea que todo lo resuelve. Le deseo, pues, señor Rajoy, que en su nueva tarea y en esta hora de dificultades y de esperanza, tenga los mayores y mejores aciertos en beneficio de una España que, con usted al frente, aspira a un futuro próspero y estable. Cuenta con un indiscutible respaldo mayoritario del pueblo español y pese a que nunca me gustaron las victorias absolutas, pues pueden obnubilar el entendimiento del político más sensato, en este caso y en el presente trance histórico, aparte de la siempre deseable frescura, la renovación total que espero se produzca en ciertos aparatos de poder terminará con un buen número de políticos arterioescleróticos, como sinónimo de gastados, y permitirá poner de patitas en la calle a otros tantos aficionados a prácticas que siempre se tuvieron por vergonzosas.

En mi introducción y como usted de forma tan elegante hizo, no quiero que me falte el recuerdo de quienes en la otra orilla, en la del señor Rubalcaba, sobre las actas del resultado electoral puede que hasta hayan llorado por lo que consideran una debacle. En especial hacia el señor presidente del Gobierno en funciones que estará sufriendo en su despedida al contemplar el divorcio entre la España que él quería y la España real. De humanos es errar, nos dejó dicho Séneca y yo, que no soy nadie para juzgar a nadie, no entró ni salgo en las razones que el señor Rodríguez Zapatero tuvo o pudo tener para llegar hasta donde hemos llegado. En todo caso, quizá no venga mal copiar las palabras de Cicerón en su Filípica: «Cualquiera puede errar pero sólo los incapaces perseveran en el error».

Dicho lo cual, quisiera sugerirle que al trazar las líneas maestras de su futuro como jefe del Poder Ejecutivo no se olvide de aquella piedra donde el Gobierno precedente y otros anteriores, incluido los del Partido Popular, tropezaron antes. Me refiero al escaso interés por la Justicia. De ahí que confíe en que en sus tareas inmediatas dedique a esta cuestión toda la atención que merece y precisa. No olvide que en el mar de la Justicia hay rompientes que podrían hacerle naufragar.

Señor Rajoy, con respeto, pero debo serle sincero. No termino de comprender cómo en su campaña electoral y más concretamente en el debate que mantuvo con el candidato a la presidencia del Gobierno por el PSOE, la Justicia ocupó tan poco y pobre espacio. Sí; ya sé que el programa del partido que preside, bajo la rúbrica de «Una democracia ejemplar», contiene una docena de medidas que van desde el cambio de modelo de oficina judicial hasta la promesa de garantizar la independencia del Ministerio Fiscal, pasando por reformas procesales que propicien una mayor agilidad en la tramitación de los procedimientos. E, incluso, se habla de modificar el sistema de elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial, el CGPJ. En este sentido, sí podría emitir una opinión acerca de lo que su Gobierno se propone hacer y que ya le anticipo no es que me guste del todo, pues además de omisiones de gran calado, como una regulación cabal de la prisión preventiva, algunas de las reformas anunciadas, verbigracia, la pena de prisión permanente revisable o el cómputo a la baja de los beneficios penitenciarios, no merecen mi aplauso. Pero aparte de las divergencias respecto a propuestas concretas, lo que no puedo evitar es la interrogante machacona de si con usted vamos a tener esa Justicia que preludia y exige la Constitución. Se lo digo de todo corazón. Amo mucho a la Justicia para permanecer callado ante algunos silencios. Voy a decirle algo más. A mí me hubiera gustado oírle repetir aquello que dijo en febrero de 2008, cuando en plena campaña electoral, con tanta convicción como energía, soltó: «Yo quiero una Justicia eficaz, rápida e independiente; no quiero bermejos ni condespumpidos (…)». Aquellas palabras me parecieron que podían ser fruto de la pena y del dolor que le producía ver cómo nuestra querida Justicia estaba en manos de gente que la arrinconaba en el desván de los trastos inservibles. Entendí que no era tanto una intención política la que le guiaba decirlo, sino el sentimiento de un hombre de ley, capaz de pensar que sin jueces y fiscales realmente independientes, un país se va al garete sin remisión. Porque usted sabe que los ciudadanos no gozarán de libertad ni podrán soñar con la Justicia, ni con jueces de verdad, mientras los políticos sigan manipulando las herramientas del Poder Judicial. Lamento decirlo, pero tengo para mí que algunos políticos son enemigos naturales de la Justicia. Me refiero a aquellos a quienes nada importa abdicar de los más nobles propósitos en prosecución del poder. Fíjese, por poner un ejemplo, en algunas instituciones judiciales y parajudiciales, empezando por el CGPJ, al que, por cierto, pertenecí, donde abundan representantes o embajadores de los partidos.

No sé si recuerda un artículo suscrito a finales de 2008 por varios jueces de Andalucía y que se titulaba ¿Por qué protestamos los jueces? En él, sus señorías se quejaban del sesgo descaradamente partidista de los nombramientos de los vocales del CGPJ, de las injerencias públicas y notorias de los partidos políticos en los nombramientos del presidente y vicepresidente de ese órgano y lamentaban el desencanto de una judicatura que se sentía poco valorada y, lo que es mucho peor, atosigada por un Poder Ejecutivo que, según los firmantes del documento, «mete la mano sin complejos en el Poder Judicial». Pida a sus colaboradores que le faciliten la publicación que cito. Difícilmente tendremos una Justicia de calidad con unos jueces desmotivados, desbordados e impartiendo justicia a la defensiva, cuando no a la ofensiva, que es más grave.

En relación con el Ministerio Fiscal, usted sabe y le consta que la mecha del proceso de devaluación de esta institución se encendió hace tiempo, aunque es verdad que en los últimos años ha llegado demasiado lejos. Conozco bastante bien el escalafón de la carrera fiscal y sé que hay gente de independencia sin fin. Sin embargo, al lado de estos, destaca la triste figura del fiscal obediente, el fiscal uncido al carro del político o del zascandil de turno. Busque usted y nombre fiscal general del Estado, que no del Gobierno, a un personaje recto e independiente que a nadie tema ni nada espere, que los hay. Es hora de acabar con el fiscal político que antepone el fin a la norma y el resultado al procedimiento. Cuando un fiscal se siente depositario de los intereses de un partido político, el Ministerio Público cruje, aunque peor que el partidismo, si cabe, es el servilismo, para mí el más abyecto de todos los vicios. La politización es una aberración, el servilismo, una vileza.

Créame. Yo no quiero ser un aguafiestas, pero me parece que hace tiempo, quizá demasiado tiempo y si no eche usted un vistazo a las últimas encuestas, que el problema de la Justicia se encuentra en la disyuntiva de que si queremos que sea eficaz, hay que hacer una cirugía casi de hierro, o, por el camino inverso, lo que tendremos seguirá siendo una Justicia mezquina y estancada, situación que, sin duda, va en contra de su idea. No es que la Justicia no marche, señor Rajoy; es que, o ponemos manos a la obra, o se nos marcha. Admito que me diga que la solución no está cerca, que la justicia no es una ciencia exacta, pero, como nos anunció el otro día, al igual que otras cuestiones de Estado, ésta merece el esfuerzo de todos para mejorarla. Y como sé que no le sobra ni un minuto, le recuerdo aquello que Menéndez Pidal nos advierte en el Tomo I de la Historia de España, con una frase merecedora de llamarse sentencia: «En la vida histórica, todo período de auge se distingue por una vigorización de la Justicia y por lo contrario en épocas de decaimiento».

estoy seguro de que cuenta usted con buenos asesores en materia de Justicia. Unos, internos, de plantilla. Otros, externos; voluntarios y hasta espontáneos. Pero, por favor, hágame caso. Tiene bien cerca a quien mejor y más desinteresadamente puede aconsejarle. Hablo de su padre, al que conocí en 1977 cuando ingresé en la carrera judicial. No en persona, sino por su obra. Él, don Mariano Rajoy Sobredo, era uno de esos magistrados que a los jueces alevines nos prestaba ayuda cuando teníamos necesidad de encontrar sentencias que resolvieran un asunto civil enrevesado y que se publicaban en recopilaciones semestrales de las resoluciones judiciales dictadas por las Audiencias Provinciales. Además, se daba la circunstancia de que mi padre, que también se llamaba Mariano y que había sido juez en Bande, provincia de Orense y que era cinco años mayor, me habló siempre de él como un gran juez y no menor experto en Derecho Civil.

Pregúntele a su padre, señor Rajoy, por el estado de nuestra Justicia. Él es hombre que siempre cultivó la prudencia y la mesura. Estoy convencido de que nada dirá que perjudique el buen nombre de los tribunales, como lo estoy de que a menudo le habrá oído decir que el muy digno oficio de juez, al margen de consideraciones sociales, a lo que obliga es a trabajar mucho, hacerlo con la ley y, a ser posible, con fina inteligencia. Recuerdo que en una entrevista que le hicieron hace un par de años afirmaba que la Justicia no siempre se hace con la ley, pues también estaba la conciencia del juez, pero que para aproximarnos a ella y procurar dar a cada uno lo suyo, la ley era imprescindible. El lunes pasado le vi en una fotografía del día anterior cuando se disponía a votar. Su estampa de nonagenario en perfecto estado de conservación me recordó la imagen de aquel juez de Placer Country, en California, al que sus vecinos llamaban el Salomón centenario. Deseo que don Mariano redondee su larga vida y que apoyado en su claro y elemental concepto de lo justo y de lo injusto, llegue a los cien años con un corazón que siga latiendo por la Justicia.

Acabo, señor Rajoy, hijo. Tras agradecerle la atención que pudiera haber prestado a estas palabras, reciba cordiales saludos. Al tiempo, sólo le ruego que tenga muy presente que mientras su vida de presidente del Gobierno ruede, sobre los asuntos de la Justicia jamás deje de consultar a ese hombre con el alma y la cabeza blancas, que se llama igual que usted y que siempre será juez. Don Mariano, el buen juez, sonreirá de gozo al contemplar a su hijo tratando de poner paz y orden en la Justicia.

Javier Gómez de Liaño es abogado y magistrado excedente.

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