lunes, 26 de diciembre de 2011

Eduardo Punset: Es rentable ser optimista

De niñome detectaron
una enfermedad congénita por la que si me
enfadaba mucho, se desataba una crisis.
Aprendí a no enfadarme nunca”
“Es falsoque estemos
viviendo una crisis universal. China,
India o México están creciendo de una
forma bestial”
i uno conversa con Eduard Punset, tiene cierta sensación de desorientación,
de que quizá no ha planteado las preguntas adecuadas. Donde uno inquiere
por la economía, él habla de emociones; donde se menciona la palabra crisis, afirma que no hay razones para el
pesimismo, sino todo lo contrario; donde se habla de política, él responde sobre educación. Pero, no, no está en absoluto alejado de lo cotidiano. Al contrario. De lo que está lejos es de los lugares comunes del debate público.
Eduard Punset, I Premio TELVA a las
Ciencias por su trayectoria como divulgador científico, se refiere en realidad a
lo que más importa: el aprendizaje en
las escuelas, la necesidad de dar tiempo a la gente para que pueda pensar,
lo esencial de elegir una vocación y
profundizar en ella.
Hoy, como casi todos los días, se ha
levantado a las seis de la mañana y se
ha sentado a escribir, frente a la terraza
abierta al Mediterráneo del pequeño
apartamento de Pineda de Mar (Barcelona), en el que reside. Escribir, ésa es
su única pasión: “Lo mío es una curiosidad infinita”, explica. “No doy abasto.
Lo que me divierte es profundizar en el
conocimiento de los demás, saber lo
que les pasa por dentro. Y en eso me
paso embelesado todo el tiempo. No
hay nada que se le pueda comparar”.
—¿Y cosas como pasear por la playa o
tomarse un tinto con sus amigos...?
—Salgo poco, a la gente ya la veo en la
c a l l e . N o r m a l m e n t e m i v i d a e s m u y
aburrida. Estoy con mi ordenador todo
el rato. Y luego también viajo mucho.
“LOS FÁRMACOS NO SON LA
SOLUCIÓN A LA TRISTEZA”
Hace ya muchos años que dejó su masía ampurdanesa de Fonteta y su vida en
el campo, y se instaló en este pueblo de
la costa –“el menos pijo del Maresme”,
me dice–, con sus edificios de apartamentos y sus restaurantes con terraza
separados del mar por la vía del tren.
Su mesa de trabajo, ubicada en mitad
del salón comedor, está tomada por los
libros. A un lado los que ha leído, al otro
los que le quedan por leer. Hay volúmenes de Delibes, Damasio, Josep María
de Sagarra, Alvin Toeffler, Keynes. Y varios diccionarios. Y entre unos y otros,
su ordenador. Pero el estudioso, que
sólo parece sentirse cómodo en el territorio formado por su mesa y su silla de
t r a b a j o ( s i emp re l a p re f e r i r á a l s o f á
cuando conversemos), se volatiliza de
pronto cuando bajamos a la playa para
hacer las primeras fotos. Todos le saludan: la camarera del restaurante, los
paseantes, los pescadores que descansan en la arena. “Buenos días, don
Eduardo, ¿qué tal está?”. Dos adolesc e n t e s l e h a c e n f o t o s c o n e l m ó v i l .
“Luego me las mandaréis, ¿verdad?”,
les comenta él. Una niña de unos siete
años exclama: “Mira papá, ¡el del pan
Bimbo!”. Y él parece encantado.
—¿Se siente usted cómodo con tanta
popularidad?
—La mayoría de la gente no reacciona
de ese modo, son contados los que vituperan. España es un país difícil, con
cierta animadversión hacia el sector privado, del que se sospecha que nunca
puede hacer un esfuerzo en aras de un
bien colectivo: otro de los tópicos que
hay que erosionar. Me siento tan bien
haciendo lo que es necesario, como
cuando tenía 17 años y estaba en el
Partido Comunista. Igual.
—¿Se refiere a la tarea de dar a la gente
los medios para que pueda adquirir el
conocimiento?
—Exacto.
Sólo cuando le pregunto por la crisis
económica, Eduard eleva el tono sin
ocultar su indignación. “El desamparo
de la gente es increíble, está rodeada
de mentiras”, asevera. “Es falso que estemos viviendo una crisis universal. Éste es un concepto que, como buen economista, no puedo aceptar. Lo que hay
es una crisis de unos cuantos países
que han vivido mucho más allá de sus
propios medios, hay otros que están
creciendo a tasas increíblemente elevadas, como China, India o México. Como
les digo a mis nietas, hay muy pocas preguntas que tengan respuesta, pero, por
Dios, las que tienen respuesta, las que
están comprobadas, no las escondamos
a la gente. Y una de las cosas que no
62 TELVAMI CASA,
MIS RECUERDOS
Punset, ex militante del PC, se exilió
a Burdeos en 1956. Después vivió
en Ginebra, París y Londres.
“Vivo en mi nube, con
mis libros y bastante
solo”, confiesa el autor.
En su mesa de
trabajo rodeado de
libros de Delibes,
Damasio, Keynes...
Un cuadro
de su padre,
médico rural,
preside
el salón.
Eduard con sus
padres y hermanos.
Su álbum
familiar.
TELVA 63podemos esconder es que no hay una
crisis planetaria o universal”.
—¿Qué le diría a una persona que ha
perdido su trabajo?
—Sé lo que no se le puede decir. Para
empezar, que la manada está dividida
entre derechas e izquierdas y que no
puede contar más que con la mitad:
eso ya es una aberración. O que los fármacos son la única salida para combatir la soledad o la tristeza.
—En cualquier caso, ¿cómo podemos
salir de esta situación? ¿Qué propone?
—En primer lugar, se debería introducir el aprendizaje emocional en las escuelas pr imar ias. Además de dismi -
nuir el índice de violencia, aumentaría
el al t ruismo. Ot ra refor ma pendiente
es la de ayudar a encontrar la vocación adecuada, a controlarla y profundizar en su conocimiento. No basta
con elegir una asignatura y no equivocarse, sino que es preciso dominarla.
Por último, habría que concentrarse en
la prevención, en lugar de hacerlo únicamente en la prestación sanitaria. Estos son los tipos de reformas de los
que vamos a hablar en los próximos
años; no creo que pervivan -Dios no lo
q u i e r a - l o s p l a n t e a m i e n t o s d e t i p o
ideológico.
—¿Es usted optimista en este sentido?
— Mires donde mires, es muy difícil ser
pesimista. Por un lado, los avances tecnológicos permiten soluciones meditadas y pacíficas. Por otro, la propia configuración cerebral alienta el optimismo:
los procesos cognitivos más complejos
transcurren por el inconsciente. Además, la plasticidad del cerebro ofrece la
posibilidad de cambiarlo -si hubiera sabido eso a los 17 años, no hubiera entrado en el Partido Comunista, ¿para
qué? (ríe)-. En ese sentido, lo más importante es desarrollar la autoestima en
los niños. Con todo, tenemos que aceptar que los cambios sociales son más
lentos que los tecnológicos.
“LA CIENCIA NO ES UNA
DISCIPLINA, ES UN MÉTODO”
Contemplamos las innumerables fotos
que cubren las paredes y desgrana algunos recuerdos. En ellas, aparece con
sus padres, sus hermanos, sus compa-
ñeros de escuela, su hija Elsa. Hay muchas de sus años en la política, con Tarradellas, Soledad Becerril o Lech Walesa. En otra está junto a Adolfo Suárez,
Carmen Díez de Rivera, Raúl Morodo y
Rafael Calvo Ortega, “el núcleo duro
“Me exiliécomo
au pair para un matrimonio de psiquiatras
en Burdeos. Su hija es hoy mi mujer”
● Nació en Barcelona hace 75 años.
Hijo de un médico liberal.
● Estudió Derecho en la Universidad
Complutense y Economía en la
London School of Economics.
Trabajó para el FMI y The Economist,
la BBC, y grandes empresas
privadas. Fue ministro con Adolfo
Suárez, conseller de Economía con
el primer gobierno de Tarradellas,
diputado y eurodiputado. Dejó
la política en 1995.
En la actualidad, es profesor de
Ciencia, Tecnología y Sociedad
en la Universidad Ramón Llull,
miembro del jurado de los Príncipe
de Asturias y tiene una Fundación
dedicada a la enseñanza de la
gestión emocional. Desde 1996,
dirige y presenta el programa
de divulgación científica Redes,
por el que ha recibido innumerables
premios. Entre sus libros más
leídos figuran la trilogía Viaje
a las emociones y su última obra,
Excusas para no pensar.
Tiene tres hijas (una de ellas, Elsa,
es filósofa y escribe en TELVA, otra
es concejala ecologista en Altea)
y cuatro nietas.
Proyectos… “Estoy estudiando la
prolongación de la esperanza de vida.
Los niños que nacen ahora serán
centenarios así que la gran tarea del
siglo XXI será la redistribución del
tiempo de trabajo. No tiene sentido
que una persona viva cuarenta años
jubilada y sin embargo, cuando tiene
30, no le den tiempo para cuidarse,
ocuparse de la educación de sus
hijos... Habría que aplazar la fecha
de jubilación y reducir a la mitad la
jornada laboral, cuando se tienen
treinta o cuarenta años”.
¿
Y QUIÉN ES ÉL?
del CDS”, en el que militó algunos años.
Un hermoso retrato de su padre, médico rural, preside la entrada al salón.
Eduard le menciona siempre con admiración. Pero no es fácil que hable de
cosas íntimas. Cuando le pregunto por
su infancia o por cómo superó el cáncer de pulmón que padeció hace cuatro años, se queda un rato en silencio o
cuenta de entrada algún descubrimiento reciente. “Vivo en mi nube, estoy con
mis libros y muy solo, no recuerdo muchas cosas”, comenta.
iene tres hermanos más
y su familia se instaló en
u n a c a s a d e l a V i l e l l a
B a i x a , e n Ta r r a g o n a ,
cuando estalló la Guerra
Civil. Allí pasó su infancia, en estrecho contacto
con la naturaleza.
—¿Cuál es su recuerdo más querido de
esa época?
—Mi relación con los animales –a las
personas las conocí más tarde–. Convivía con las lechuzas de noche, y con las
cabras y los gorriones por el día. Me divierte mucho preguntar a la gente cuál
es la diferencia entre un gorrión macho
y un gorrión hembra, y no entiendo có-
mo pueden vivir sin saber la diferencia,
porque en Vilella ¡no se podía! ja, ja.
—¿Y de la escuela, qué le marcó?
— E l h e r m a n o L u i s , l o l l a m á b a m o s
Xixous. Muchos científicos piensan que
la ciencia es una disciplina, pero en realidad es un método. Este profesor nos
enseñó, cuando teníamos 10 años, que
había un método para pensar. Nos explicaba siempre cómo llegar a la respuesta.
—Estudió el bachillerato en Estados
Unidos, algo nada frecuente en aquella
época...
—Mi padre, que era un médico catalán,
tuvo dos grandes aciertos. El primera,
q u e n o s e n v i ó a M a d r i d p a r a q u e
aprendiéramos el castellano, cosa que
nunca hice del todo (ríe); y el segundo,
alejar nos del f ranquismo. Consiguió
que yo obtuviera una beca que me sirvió para hacer el bachillerato en Estados Unidos, en California, en la North
Hollywood High School.
—¿Qué es lo que más le impresionó de
allí?
—Aprendí lo que es la democracia en
Estados Unidos. En el año 54 o 55, incluso con el país deambulando hacia el
MacCarthysmo, pude leer el Manifiesto
Comunista en la escuela. En España,
eso era totalmente imposible. Y luego,
t
64 TELVA¿Quieres saber cómo aprendió Eduard
Punset a gestionar sus propias emociones?
por supuesto, recuerdo lo que habría
maravillado a cualquier joven: las camisas de colores, las primeras neveras
que veía en mi vida, los primeros helados, las carreras de coches. Y los enfrentamientos con la policía.
—El regreso a la España de
los cincuenta debió ser muy
duro.
—Nada más volver entré en el
Partido Comunista, que era un
poco el símbolo de apertura
entonces. Un día, cuando iba
a una reunión en un comité universitario, alguien me llamó avisándome de que no fuera porque estaba la policía. Llevaba
el pasaporte encima, así que
pude salir del país. Estuve exiliado 20 años. Contesté a un
anunció de trabajo como au
pair en Burdeos. Era una familia de psiquiatras y su hija es
hoy mi mujer. De ahí nos fuimos
a Ginebra. En el 66, unos amigos me arreglaron los papeles
y pude volver durante un año
para terminar el servicio militar.
A día de hoy siempre llevo el
pasaporte encima.
“SOY TODO LO FELIZ
QUE PUEDO SER”
Accede a que el fotógrafo
mueva una lámpara, incluso
algunos libros, igual que, nada más empezar, no puso reparos en cambiar su camiseta
azul y sus pantalones oscuros
por una chaqueta y un pantalón claros, y a probarse un par
de sombreros.
uando el fotógrafo
le pide que señale
algún detalle personal en su mesa
de trabajo, respond e a l g o so r p re n -
dente: “No tengo
cosas mías”. Y al
intentar, una vez más, que me descubra
otras pequeñas cosas que ocupan su
tiempo, aparte de los libros, de nuevo se
queda como en blanco: “Mi generación
no fue al teatro, no tenía tiempo”. “Apenas fuimos al cine. Recuerdo Blade Runner como una gran película y basta, o casi. No hemos ido a discotecas, no hemos
tenido tiempo de saborear una comida al
lado del mar, sólo muy de vez en cuando, una vez cada dos años quizá, con
los hijos y los nietos. No tuvimos tiempo
para lo que la gente considera hoy que
es importante”.
—¿Y no lo es? ¿No son importantes las cosas peque-
ñas de la vida?
—Digamos que mi mentalidad no está orientada a disfrutar de ellas, sino a destripar
lo que hay fuera. De mi paso
por el PC me quedó cierta
aversión a mirarse los intestinos porque era considerado
introspectivo, religioso.
—¿A qué se agarraba para
superar el miedo y la dureza de los tratamientos contra el cáncer?
—Me interesaba lo que hacían los médicos, eso era lo
único. Pero quien más me
enseñó, una vez más, fue la
manada. Recuerdo sobre
todo a la gente joven que
i n t e n t a b a c o n f o r t a r a s u s
viejos en la cama, o a los
viejos que intentaban conf o r t a r a l o s j ó v e n e s . E s e
gregarismo y esa solidaridad son impresionantes.
—¿Sirve para algo el sufrimiento?
—Lo que de verdad enseña
es el contacto con los demás.
—¿Qué cosas le irritan o le
hacen perder la paciencia?
Porque la perderá en algún
momento...
—El ruido, me impide trabajar. Pocas cosas más. Cuando yo era
muy joven, los médicos me dictaminaron un problema congénito, fibrilación
paroxística ventricular o algo así, y me
di cuenta de que si me enfadaba exageradamente, se desataba una crisis.
Entonces, aprendí a no perder nunca
los nervios.
—¿Qué científico le ha impresionado
más de todos los que ha conocido?
—Stephen Jay Gould. Tenía mal carácter, pero me enseñó que no está claro
que la evolución vaya cada vez hacia
algo mejor y más perfecto.
—¿Es usted feliz?
—Es muy difícil que pueda serlo más.
“No tienesentido que
una persona esté cuarenta años jubilada
y a los treinta no tenga tiempo ni para
respirar”
T
● La inmortalidad: “Siempre
he pensado que lo que te hace
vivir las cosas intensamente es
su caducidad, es que se van
a extinguir, que los átomos se van
a disgregar”.
● La soledad: “No forma parte de
la depresión, tiene vida propia y hay
que gestionarla específicamente”.
● La tristeza: “Estar un poco triste
es bueno, porque te ayuda a estar
alerta, a protegerte”.
● La ansiedad: “A los niños nadie
les enseña a distinguir entre
ansiedad y miedo. La ansiedad te
pone en estado de alerta delante
de un examen, un viaje, un entierro.
El miedo paraliza”.

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