sábado, 16 de julio de 2011

Las Notas de Chejov de Anton Chejov

El deseo de servir al bien común debe ser obligatoriamente una necesidad del corazón, una condición de la felicidad personal; si no proviene de allí, si nace sólo de consideraciones teóricas o de otro tipo, no sirve.

Los hipócritas ordinarios aparentan ser palomas; los hipócritas de la política y de la literatura, águilas. Que su aire aquilino no te intimide. No son águilas, sólo ratas o perros.

Ahora la gente se vuela la tapa de los sesos porque está harta de la vida o por razones semejantes; en otra época, por haber malgastado dinero del erario público.

¿Por qué a Hamlet lo obsesionaban tanto las visiones del más allá, cuando nuestra vida real está presa de imágenes mucho más horribles?

Pedí a un músico muy conocido una entrada para un joven; me respondió: “Se ve que usted no es músico”. Le respondí: “Se ve que usted es rico”.

Lo que sentimos al estar enamorados es, probablemente, normal. El estado amoroso indica a cada persona cómo debe ser.

El cuñado, después de la cena: “Todo llega a su fin en este mundo. Recuérdenlo: quien se enamora, sufre, se equivoca, se arrepiente; y quien deja de amar, recuérdenlo también, comprende que ha llegado el fin de todo”. La amante del cuñado encanecía. El cuñado aún era muy bello.

Él piensa que comprende el arte y el estilo antiguos… Con aire de connoisseur, mira los cuadros, y el anticuario, aunque lo alaba, en secreto se asquea de su ignorancia y termina haciéndole pagar lo que él quiere. Visita exposiciones, a los grandes marchands…, por momentos se queda contemplando largamente las pinturas, los grabados, los bibelots… y al fin compra una chuchería, un cuadrito de pacotilla. Así revela su verdadero rostro.

El cuñado corteja a la joven esposa. “Lo que usted necesita es un amante”.

Él no había sido feliz más que una sola vez en su vida: bajo un paraguas.

La hija trataba de que el viejo volviera al buen camino, dándole a entender que había de morir pronto, que le era imprescindible arrepentirse; pero todo se estrellaba contra un muro de auto-admiración.

Sírvame una porción de gran maestro de la calumnia y la maledicencia con puré de manzanas, por favor. El camarero, que no comprendía, molesto con su propia falta de perspicacia, hubiera querido responder algo, pero Pochakín le echó una mirada severa y le dijo: ¡Fuera! Poco más tarde el camarero trajo lengua con puré: había comprendido.

Un hombre honesto llega a sentir vergüenza, a veces, delante de un perro.

Una muchacha pobre, alumna del Liceo, cinco hermanos, se casa con un funcionario adinerado que le echa en cara cada pedazo de pan, le exige obediencia y gratitud (él es el autor de su felicidad), se burla de su familia. “Toda persona tiene sus obligaciones”. Ella lo soporta todo, tiene miedo de contradecirlo, terror de volver a caer en la pobreza. Cierto día, uno de los superiores de su marido los invita a un baile. En este baile, la joven esposa causa sensación. Un hombre importante se enamora de ella, la convierte en su amante (desde ahora, pase lo que pase, tendrá de qué vivir). Y al ver que los jefes la adulan y su marido la necesita, empieza a hablarle a éste con desprecio: “¡Vete al diablo, imbécil!”

Extracto del Diario de un perro viejo: “Los humanos no comen los huesos que la cocinera hizo hervir para la sopa, ni beben el agua en que los hirvió. ¡Qué idiotas!”

Es necesario educar a una mujer de modo que sepa reconocer sus errores; de otro modo, siempre creerá tener razón.

Suba, suba usted esa escalera que llaman la Civilización, el Progreso; ascienda, sí, se lo aconsejo sinceramente. ¿Que adónde sube? Pues le digo la verdad: no tengo la menor idea. Pero sólo porque existe esa escalera vale la pena vivir.

Predicar la novedad en el arte es propio de los inocentes y los puros; pero ustedes, rutinarios, ¡ustedes han tomado el poder y no consideran como legítimo sino lo que ustedes hacen! ¡Nada más! El resto del arte, ustedes lo aplastan.

No existe una “ciencia nacional”, del mismo modo que no existe la tabla de multiplicar nacional; lo nacional no tiene nada que ver con lo científico.

“Hazte amigos de injusta riqueza”, reza el proverbio, porque la riqueza justa no existe ni puede existir.

Los muertos no se avergüenzan aunque hieden horriblemente.

Si alguien elije una ocupación que le es ajena, el arte por ejemplo, se vuelve infaltablemente un funcionario. ¡Cuántos funcionarios en la ciencia, el teatro y la pintura! A aquel a quien la vida le es ajena; a aquel que no está dotado para la vida, no le queda más remedio que volverse un funcionario.

Me he dado cuenta de que, no bien uno se casa, pierde toda curiosidad.

Tiene dos esposas: una en Petersburgo, la otra en Kerch. Y, todo el tiempo, escándalos, amenazas, telegramas. Llega al borde del suicidio. Pero termina por encontrar una solución: vive con sus dos mujeres juntas. Las dos están estupefactas, como petrificadas: pero es así como se callan, se vuelven inesperadamente silenciosas.

Detrás de la puerta de un hombre feliz debería haber siempre alguien con un pequeño martillo: alguien que no dudara en darle un golpecito para recordarle que hay gente infeliz y que después del tiempo de la dicha vendrá el de la desdicha, infaltablemente.

Una correspondencia. Un joven sueña con consagrarse a la literatura. No deja de decirlo en las cartas a su padre. Por fin se decide abandonar su empleo y parte a Petersburgo y se consagra a la literatura… consiguiendo el puesto de censor.

Un hombre, a quien la rueda de un vagón arrancó una pierna, se inquieta porque en la bota de la pierna perdida había 21 rublos.

Contenta de que los invitados por fin se marchen, la dueña de la casa dice: Pero quédense un poco más. ¿Qué tienen que hacer ahora?

¿Qué se puede esperar de un hombre que después de haber cometido tantas ignominias es capaz de llorar?

Que las generaciones futuras alcancen la felicidad: pero, eso sí, sin dejar de preguntarse qué ideales tuvieron sus antepasados, en nombre de qué sufrían.

El hombre del estuche. Él, metido en sus botas de goma. Su paraguas dentro del estuche. Su reloj adentro de una caja. Su cuchillo dentro de la vaina. Tendido en su ataúd parecía sonreír: había alcanzado su ideal.

“…Esa mujer… Me casé a los veinte años, no he tomado un solo trago de vodka en toda mi vida, no he fumado un solo cigarrillo…” Y sin embargo… Después que hubo pecado todos lo amaron más aún y le tuvieron más confianza. Y, caminando por la calle, comenzó a darse cuenta de que la gente era más tierna y gentil con él, sólo porque era un pecador.

Una mujer de ideas radicales, que sin embargo se santigua cada noche antes de dormirse y está secretamente llena de prejuicios y supersticiones, escucha decir que para ser feliz hay que hacer hervir, de noche, un gato negro. Roba un gato y, cuando todos duermen, se lo cocina.

Hay escritores cuyas obras, consideradas por separado, nos parecen brillantes, pero en conjunto apenas si nos impresionan. Por el contrario, en otros casos, un solo libro no nos sugiere nada en particular, pero el conjunto de las obras nos parece límpido y brillante.

No toca a la puerta de una actriz; está confundido, su corazón late fuerte, finalmente tiene miedo y huye; la criada abre la puerta y no ve a nadie. N vuelve, toca de nuevo la puerta, y una vez más no se atreve a entrar. Por fin llega el conserje y le da una paliza.

No se casa. Su madre y su hermana atribuyen a la mujer una cantidad enorme de defectos, están muy afligidas. Sólo dentro de tres a cinco años comprenderán que la mujer es exactamente como ellas.

El perro detesta al maestro particular: no lo dejan ladrarle. Lo mira, no ladra, pero cada tanto llora de odio.

La muerte nos causa espanto. Pero sería aún más espantoso saber que viviremos eternamente, sin morir una vez sola.

La universidad desarrolla todas nuestras capacidades, incluso la idiotez.

Festejaban el cumpleaños de un hombre modesto. Aprovechaban la ocasión para hacerse ver, para halagarse los unos a los otros. Y no fue sino al fin de la velada cuando cayeron en la cuenta: el héroe de la fiesta no había sido invitado, se habían olvidado de él.

¡Qué hartos estamos de nuestro propio servilismo, de nuestra hipocresía!

“Cigarras de la mejor calidad”, leía X, al pasar todos los días por la calle y, cada vez, se sorprendía: ¿cómo es posible que vendan cigarras, y quién puede tener necesidad de una cigarra? Sólo treinta años más tarde leyó con atención: “Cigarros de la mejor calidad”.

Algunas clases, no las que trabajan sino aquellas que se proclaman dirigentes, no pueden privarse mucho tiempo de la guerra. Sin guerra, se aburren. La ociosidad los fatiga y los enerva, no saben ya para qué viven, se devoran mutuamente, ponen todo su esfuerzo en decirse la mayor cantidad de maldades posible, aunque tratando de quedar impunes. Pero llega la guerra, afecta a cada uno, se inmiscuye en todas partes, y la infelicidad va tejiendo lazos entre los unos y los otros.

Una señorita coqueta, entre risas: “Todo el mundo me tiene miedo... los hombres, el viento... Ah, qué importa... ¡No me casaré jamás!” Su hogar es una desgracia, su padre es alcohólico. Si la gente pudiera ver cómo trabaja con su madre, cómo ella misma se esfuerza por esconder a su padre, todos le profesarían un respeto profundo... Pero también se asombrarían de que le dé tanta vergüenza su pobreza, su trabajo, y que no se avergüence de las tonterías que dice.

Una niñita, deslumbrada por su tía: Qué bonita es... ¡como nuestro perro!

Un niño de buena familia, caprichoso, malcriado, testarudo, agota a toda su familia. Su padre, un funcionario, mientras está tocando el piano, siente que lo odia. Un día lo lleva al fondo del jardín y lo castiga con placer y, enseguida, siente un profundo disgusto. El hijo llegó a oficial, pero el disgusto persistió.

La madre es una mujer de convicciones, el padre también. Dan clases. Escuelas, museos, etc. Ganan dinero. Y sus hijos son la gente más ordinaria que puede imaginarse: derrochan, especulan en la bolsa.

Marido y mujer tienen siempre invitados en casa, porque si se quedan solos, se estrangulan.

Si no quieres tener mucho tiempo, no hagas nada.

Son miembros de una sociedad para el fomento de la sobriedad, pero beben cada tanto una copa.

El hombre inteligente dirá: “Eso es mentira, pero como el pueblo no puede vivir sin la mentira, como la historia la ha consagrado, sería muy peligroso suprimirla de un solo golpe; dejemos intacta la mentira por el momento, sólo con algunas correcciones”. Pero el genio dirá: “Es una mentira: no debe existir”.

Un escritor sin talento alguno, que se obstina en escribir, hace pensar, por su orgullo, en un pontífice.

La esposa es escritora. Esto disgusta al marido que, sin embargo, por delicadeza, nunca le dice nada, y sufre toda la vida.

Destino de una actriz. Al principio: una buena familia de Kerch, una vida tediosa, una sorprendente pobreza de impresiones. Después, la escena: la virtud, el amor ardiente, los amantes. El final: se envenena, pero sin éxito. Vuelta a Kerch: vive con su tío, delicias de la soledad. La vida le ha demostrado que un artista debe abstenerse del vino, del matrimonio, de la barriga prominente. La escena no será un arte sino el porvenir; por el momento, no es más que una lucha por el propio futuro.

(Enojado, sentencioso.) —¿Por qué no me das a leer las cartas de tu mujer? Somos parientes, después de todo.

Para una pieza: un personaje que miente todo el tiempo, sin necesidad ni razón.

Cuando un actor tiene dinero, no son cartas lo que envía, no, sino telegramas.

Todo es mejor allí donde no estamos; el pasado sólo puede parecernos maravilloso cuando lo dejamos atrás.

Un hombre, muy culto, miente toda su vida a propósito del hipnotismo y del espiritismo, y todos le creen. No obstante, es un hombre de bien.

El amor. O bien esto es lo que queda de algo que fue desvaneciéndose pero que otrora fue inmenso, o bien es una parte de algo que un día se volverá inmenso pero que, en el presente, sólo deja insatisfacción y brinda mucho menos de lo que se esperaba.

Una mujer de muchísimo dinero, lo esconde por todas partes: alrededor de su cuello, entre sus piernas.

No me espantan ya los esqueletos. Me espanta que ni los esqueletos me espanten.

NN, hombre de letras y crítico, seguro de sí mismo, muy liberal, perora (a propósito de la poesía): acepta esto, desprecia esto otro y no comprende que es un hombre sin el mínimo talento (yo no lo he leído). Alguien propone partir para Ai Petri. Yo digo: lloverá. Pero allí vamos, de todos modos. Barro en la ruta, llueve, el crítico está sentado junto a mí, y yo compruebo su mediocridad. Lo atienden con sumo cuidado, lo tratan como a un obispo. Cuando el tiempo se aclara, yo vuelvo a pie. ¡Con qué facilidad se deja engañar la gente, cómo aman a los profetas, a los visionarios, qué chusma…! Otro hombre de pro nos acompaña: un consejero de Estado, de edad madura, que no dice palabra, persuadido de tener razón, desprecia al crítico porque está tan desprovisto de talento como él. Y una muchacha que tiene miedo de sonreír en presencia de tanta gente inteligente.

Entre los insectos, el gusano se vuelve mariposa; entre los humanos, por el contrario, es la mariposa la que se vuelve gusano.

Más vale morir a manos de un imbécil, que recibir de él un solo halago.

Comenzó una relación con una mujer de 45 años y a escribir historias de horror, casi al mismo tiempo.

Un viejo de 80 años dice a otro, de 60: ¿No le da vergüenza, joven?

Si usted teme a la soledad, no se case.

Un consejero de Estado, un hombre respetable. De pronto se descubre que, sin que nadie lo sepa, es el dueño del prostíbulo.

Para estudiar a Ibsen, ha aprendido el sueco, le ha consagrado mucho tiempo de trabajo; y de pronto se da cuenta de que Ibsen es un escritor mediocre; y se pregunta qué podrá hacer ahora con su sueco.

Una joven inteligente: Yo no sé fingir… yo no miento jamás… yo tengo principios… Todo el tiempo yo… yo… yo…

Todo aquello que los viejos no pueden hacer está prohibido o se considera punible.

Qué agradable quedarse en casa cuando la lluvia tamborilea sobre el tejado y sabes que no tienes alrededor a nadie que te moleste o que te aburra.

Dios mío, no me permitas juzgar aquello que no comprendo o no conozco. No me dejes siquiera hablar de ello.

Mi lema: No necesito nada.

Narrador y dramaturgo, Anton Chéjov (1860-1904) es autor de dramas como Tío Vania y El jardín de los cerezos, de novelas como Un drama de caza y La estepa, pero sobre todo de una enorme cantidad de cuentos y relatos cortos entre los que se encuentran Del diario de un ayudante de contable, El espejo y La dama del perrito. En la introducción de Cuaderno de notas, Vlady Kociancich afirma que “Chéjov escribe sobre la vida sin mayúsculas. La vida descartable, escuálida o glotona que su cronista nunca juzga. Porque a pesar de toda la miseria que hay en la condición humana, que Chéjov vio y narró con sencillez, uno siente que nos quería”.

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