domingo, 19 de febrero de 2012

DOOLITLE

Freud le decía, también en El Malestar en la Cultura a Romand Rolland, que el psiquismo era como un viaje por la Roma, que podía conservar, en el que nada se perdía, todos los niveles, todas las experiencias, todo lo que había, estaba ahí, se podía rastrear ahí, solo que en hueco. O sea, está en las excavaciones, está en los lugares, están las marcas donde estuvieron las cosas.

Así, los objetos del consultorio de Freud, ocupan ese espacio, son el sostén material de esa idea.

Un sostén material interesante porque tiene algo fetichizado, está ahí en concreto.

Entonces, mi hipótesis de lectura era esta. En este encuentro que a mí me importaba indagar, en este encuentro en el que a mí me interesa construir por donde, como se armó la transferencia, esta es mi pregunta, ¿se habrá construido un espacio, que quitó solidez, que quitó compacidad, que quitó consistencia, que quitó peso de objeto concreto, tanto a los objetos de colección para Freud, como las experiencias de Doolitle para Doolitle?

Freud contaba con esos objetos que eran para él casi la prueba de la vacilación en una confianza, en que el psiquismo, estratos o no estratos se muestra produciendo, se muestra en lo que viene después. En cambio ahí estaban los estratos casi personificados.

Hilda Doolitle era poeta, también sabía que la poesía se hace haciéndola y sin embargo guardaba esas experiencias del mismo modo en que Freud guardaba esos objetos, los atesoraba, había hecho de ellas sus objetos.

Mi pregunta es, si en ese lugar, donde se encontraron estos dos, en ese espacio raro que creo que en La Dinámica de la Transferencia Freud llama el espacio donde se encuentran el oso polar y la ballena, diciendo que ahí se encuentra lo inencontrable, ahí el conflicto puede plantearse porque la transferencia es el espacio donde todo puede adjuntarse, derivar y pasar a otra, mi pregunta era si el espacio de ese análisis había funcionado así, un espacio que había sido capaz de producir una transformación, en esos objetos preciados, tanto de Freud como de Doolitle, en la apreciación de esos objetos preciados.

Si esos objetos preciados se habrán podido sacudir de consistencia, si han podido dejar más abierto el hueco para que allí la experiencia transformara eso en otra cosa. Esta es la pregunta que en realidad organiza mi trabajo.

Había terminado leyéndoles esta primera experiencia de Doolitle con Freud, de este encuentro.

De los objetos propios que llevó a este encuentro, de los de Freud, Hilda Doolitle habla en la página 140 del recuerdo. Pesquisar con qué fue ella, con qué lo supone a él, esto lo encontramos, con qué fue ella, lo dice así.

Ésta es la colección Doolitle. También la presenta, porque este es el recuerdo hecho a tiempo, y a mí me gusta como ella presenta lo que le va pasando. Empieza así el capítulo:

Las palabras vuelven con singular frescura e intensidad, ahora que, luego de esta larga espera, puedo recordar aquellas sesiones de Viena, sin un terror insoportable y sin un desfallecimiento aterrador. La guerra se cernía sobre nosotros, antes de que yo tuviera tiempo – miren como son objetos clasificables - de clasificar, de revivir, y de reunir, la serie singular de acontecimientos y de sueños que pertenecían según el tiempo histórico al período de 1914/1919.

Ella ha llevado ahí, cosas para ordenar, para clasificar. En realidad creo que ha llevado cosas que quiere desprender, que quiere soltar. Y el análisis funciona como el espacio donde eso puede ser soltado.

Este primer encuentro es decisivo. A partir de allí se verá, si puedo mostrarlo, cómo Freud se instala, casi brutalmente, en la dimensión amorosa que abre la transferencia, y como se dibuja y se realiza un espacio, dado simultáneamente por el juego de palabras, ella lo cuenta lindo, dice: jugamos a las esquinitas, cambiamos las palabras de lugar, las dimos vuelta, sustituimos unas palabras por otras, nos dejamos llevar por las palabras. Pero junto con esto, está permanentemente la presencia de estos objetos. Para mí es tan importante un jugar como el otro, en esta cura.

Se verá entonces cómo Freud instala casi brutalmente la dimensión amorosa que abre la transferencia, simultáneamente habitado ese espacio por el juego de las palabras y por los restos.

Los objetos, van a ver por qué, empiezan a funcionar como restos.

Los objetos que rodean este encuentro, comienzan a transformarse por acción de Freud en restos diurnos, que permiten, ojalá que esto pueda ser claro, el anclaje transferencial de la densa mitología con la que esta mujer se ha presentado, sus experiencias en bloque, su temor mitológico en bloque, empieza a utilizar los pequeños objetos, Freud, para que funcionen como restos diurnos que atraen esto al espacio del análisis.

De la iniciación del tratamiento dice un tramo del análisis en la página 162, esto es, cómo Freud instala lo que yo creo es ya la iniciación del tratamiento. Se arma así.

Está Hilda Doolitle recostada en el diván recordando eso, y dice:

"No sabía qué lo había enojado súbitamente, me volví y salí del diván, los pies en el suelo, no sé exactamente qué pude haber dicho."

Y entonces, cuenta qué pasa con Freud, por qué reacciona así o qué es lo que le parece:

"Golpea mi diván, da unos golpes que me hacen saltar de él y dice, el problema es que yo soy un hombre viejo, que usted no cree que valga la pena amarme. Así comienza. El impacto de estas palabras fue terrible, simplemente no sentí nada, nada. Qué esperaba él que yo dijera, era exactamente como si el ser supremo hubiera golpeado con el puño sobre el respaldo del diván donde yo yacía. Por qué hizo esto, debía saberlo todo o no sabía nada, debía saber lo que yo sentía, tal vez lo sabía, quizás se trataba de eso".

Me parece que este movimiento de Freud rompe en algo la compacidad alucinatoria que rodea a esta mujer, en estos objetos. Me parece que ahí se abren otros espacios.

Y Freud lo nombra con todas las letras, dice, se trata del amor y parece como si yo fuera viejo, y pone la temporalidad ahí a cuenta de su vejez, que no es la buena manera en que la temporalidad habita, pero la introduce así, parece que él dice, usted no me ama porque yo soy viejo.

En realidad lo que le está diciendo a Doolitle, tiene un alcance que si se lee el libro se descubre, usted no me ama porque tiene miedo de que las cosas perezcan, usted no se mete con las cosas, porque tiene miedo, por su carácter temporal, usted juega al gran tiempo, al tiempo donde las cosas no se consumen, al tiempo del mito, al tiempo de los objetos, al tiempo de las experiencias tipo sentimiento oceánico, pero a esto, de instalar el amor en este espacio, usted no puede, es, porque dice Freud, porque yo soy viejo. Vamos a ver qué deriva tiene esto después.

Pero me parece que lo que arma Freud acá es el espacio, se trata del amor, se trata del tiempo y hace otra intervención muy linda, que no sé si está registrada, por ahí aparece después, que tiene que ver con la temporalidad de las sesiones.

Le dice, Hilda Doolitle era una de esas que miran el reloj a cada rato, le dice, usted no puede hacer eso, el tiempo acá lo dirijo yo. Es importante, el tiempo lo decido yo.

Creo que libera a esta mujer de algo con relación al tiempo, y que ha podido armar un espacio del amor ahí, y de una temporalidad ahí. Ahora, lo que venga, tendrá que ser transferencial o no será, sea lo que sea que venga.

Cuando se inicia el análisis, el relato muestra que se van perfilando como en simultáneas dos modalidades de trabajo.

Una que Doolitle cuenta en términos de jugar a las palabras: anudamientos, desanudamientos, sustituciones. Para los dos, estaban como sometidas a un tratamiento diferente pero funcionaron como lugar de encuentro.

Junto al registro del juego con las palabras, superpuesto con él, y aquí distinguible en el tratamiento hasta que se produce la separación, otro terreno se recorta más allá de las puertas dobles donde Freud guarda sus tesoros, los objetos de colección. Allí está el cofre de los restos diurnos. Con ellos se va a organizar el pasaje del mundo fantástico, el mundo de las experiencias en bloque que trae Doolitle a la cura, el enjambre de experiencias, alucinaciones, fantasías que dice haber trabajado con él, acá se va a poner todo eso como si se transformara en la puesta en acto de una novela como si algo del espacio de la apropiación, de ese mazacote simbólico que presenta se hubiera ido dibujando en la cura.

Al punto que yo creo que este tratamiento podría contarse de manera que alguien llegó con la mitología y se fue con su mitito individual, se fue con su novela, se fue con su plateo de sí. Pudo encontrar en ese mundo tan compacto un lugar, ubicarse en un lugar, hablar desde ese lugar y armar su historia desde ese lugar. Ese es el movimiento que me parece que se hizo.

Bueno ahora lo que yo quiero contarles, yo creo que resulta medio tirado de los pelos que les cuente esto que yo leí un mes, no, un poco más. Porque cuando yo me encontré con María y me sugirió venir acá, yo estaba leyendo esto. Después dejé de leer esto y cuando se empezó a acercar la fecha lo empecé a andar de adelante para atrás, de manera que para mí esto es casi familiar, y para ustedes parece nuevo.

O sea que resulta violento que yo les cuente con tanta naturalidad cosas que para ustedes todavía no están ni dichas ahí. Pero realmente, invito a leer el libro e invito a que tengamos algún encuentro en otro momento con ustedes, el libro leído y con algunas cosas para conversar y discutir. Porque me importaría bastante que pudiéramos en algún momento dialogar.

El tratamiento de las alucinaciones y las experiencias.

Los relámpagos de visión de Hilda Doolitle, las alucinaciones que va a contar, las experiencias sobre las que interroga Freud, son casi transformados en situables en la cura, por Freud.

Parece haber descubierto en esos objetos que fascinaron a Doolitle cuando entró, en la primera visita, la chance de instalar estas experiencias visionarias en el terreno transferencial.

Se ve a Freud, arrimando el resto diurno cada vez. Encuentro un ejemplo en la página 214, a ver si sirve, después les voy a contar bien qué es pero uno de los "objetos" fantasmáticos que esta mujer le presenta a Freud, le dice, qué es esto, por qué me pasa esto, por qué padezco esto, es una historia de amor. Después les cuento como es esta historia de amor, es interesante por como se dibuja.

Pero el personaje, el protagonista de esta historia de amor, es un tipo que no se sabe si alguna vez existió, se le aparecía. Y ella cuenta encuentros con él que uno no sabe si son reales, si son soñados, si son alucinatorios. Y Freud no se preocupa por el carácter de esas experiencias, si fue un sueño, si aconteció realmente eso, no le importa eso, trabaja eso como algo que vino acá. Pero, ¿cómo lo trabaja en este caso?

El hombre este se llamaba Van Eck, de apellido, así lo nombra Doolitle. Entonces, cuando está trabajando esta historieta que después les voy a presentar, en una sesión, este es el diario, Hilda Doolitle dice:

"Me interrogó acerca de Van Eck; ¿era un hombre austríaco? Dijo. "Tengo una idea" . Salió apresuradamente y volvió con una cartera de cuero, y me mostró el nombre estampado del lado de adentro. Era Vaneck".

Yo quisiera, ustedes conocen situaciones en las que alguien fue al libro a leer lo que el paciente leyó, y decirle no, usted no plagia. Yo quisiera decirles que ese señor que fue a buscar un objeto al otro cuarto, se lo trajo y le dijo, mire, el nombre que está acá es ese nombre que usted tiene para ese personaje del que usted me habla.

No creo que se trate de constatar nada. Creo que lo que está diciendo Freud con este movimiento es, el resto diurno está en Viena, está en Austria, puede estar en una carterita vienesa, trabajemos esto desde ahí, no hace falta su experiencia en bloque. Pongamos su experiencia a tramitarse como si fuera un sueño y usted dispone de los restos diurnos, que por eso está tan loca, que por eso son así, yo puedo arrimar algo que funcione como resto diurno.

Me parece que este es el movimiento y el uso que Freud hace de todos los elementos del consultorio.

Me parece, en otro registro, que esto es lo que hace un analista cuando arma su consultorio, cuando dispone con qué, está su consultorio armado, está armando una batería de objetos, que se llamarán encuadre, diván, se llamarán horarios, se llamará contrato.

Me parece que este es el valor que tienen, estas cosas que arman el dispositivo analítico. Tienen una concreción, porque son reales, son materiales pero funcionan porque en ellos hay algo que permite un cavado, a partir de lo material.

Se ve a Freud entonces, arrimando restos diurnos cada vez, haciendo enlace del que Hilda Doolitle no dispone y en cada una de las interpretaciones se descubre el movimiento de Freud, apuntando siempre a descomprimir de dramaticidad, de opacidad, las impactantes escenas que Doolitle trae al análisis.

Una marca en el orillo, un vaso griego de la colección, pasan a ser un objeto provisorio e insignificante, un restito que parece ser el elegido para transformar la escena fetichizada en la posibilidad de soñar en transferencia, de armar los sueños allí.

En Escrito en la Pared, Doolitle, introduce los objetos que le lleva Freud de esta manera:

"Habían ocurrido cosas en mi vida, imágenes, sueños verdaderos, experiencias psíquicas y ocultas que se situaban, al menos superficialmente, fuera del terreno del psicoanálisis establecido".

El monto de cosa mística que hay, en las experiencias de esta mujer, se acerca muchisimo a los postulados de muchos personajes de la historia de Freud.

A esta mujer Jung la hubiera curado hablándole de los arquetipos o hubiera intentado curarla hablándole de los arquetipos.

A esta mujer Ferenczi la hubiera intentado curar leyéndole la transferencia recíproca o proponiéndole esta especie de entrega absoluta al psicoanalista.

Freud cuando encara a esta mujer de esta manera está hablando con Jung, está hablando con Ferenczi, este es un espacio transferencial en serio, no es que la transferencia afecta solo a un polo.

La transferencia arma un espacio donde se juega otra historia, y es el espacio de otra historia el que se ve dibujándose acá para Doolitle como para Freud.

Doolitle dice entonces:

"Habían ocurrido cosas en mi vida, imágenes, sueños verdaderos, experiencias psíquicas y ocultas que se situaron al menos superficialmente fuera del terreno del psicoanálisis establecido, pero ahora estoy trabajando con Freud y quiero su opinión sobre esta serie de acontecimientos. – ella dice serie de acontecimientos, ya la transferencia algo produjo, está como ordenando- Antes de encontrarme con él había pedido ayuda a dos o tres personas extremadamente sabias y no me había servido de nada, no habían sido capaces de enterrar –esto lo dice ella- por decir así, el fantasma. Si el profesor no podía hacerlo, pensé, nadie podría. Escribir acerca de las experiencias no había sido un buen modo para librarme de ellas, lo había intentado, y era inútil contar la historia en el aire repetidamente."

Yo elegí, entre los dos textos que arman este librito, tres de esas experiencias alucinatorias, tres de esos sueños verdaderos.

Traté de pesquisar como estaban organizadas en el relato, pude ubicar su aparición, en el momento transferencial que se podía construir ahí.

Traté de pensar qué función podían tener y traté de pesquisar la respuesta de Freud ante la emergencia de esas experiencias en cada caso.

Junto con el rastreo de esta especie de encaminamiento permanente de Freud, que hace concluir esas experiencias siempre en el ámbito de la cura, valiéndose de algún resto, el movimiento es siempre el mismo, pero aún así estas experiencias son recortables en sí misma.

Me interesa tomar tres anudamientos fallidos, que está entre lo fantástico de esta mujer y lo histórico.

Me interesa pesquisar la forma en que Freud los transforma en transferenciales.

Con cada uno de esos restos visuales en bruto es posible conectar algo que se presenta como inconexo, de modo que Hilda Doolitle parece vivir en la brecha que se crea entre dos niveles de realidad igualmente consistentes, entre un mundo fantástico y mitológico por un lado, inflado, mágico, aterrorizador, y por otro, el relato de situaciones cotidianas igualmente abrumadoras. Había tenido momentos vitales muy duros antes de que estas experiencias fueran, había pasado por experiencias muy densas.

Lo interesante es que no están conectadas por ella, las experiencias con estas escenas, las experiencias vitales con estas experiencias visionarias. Hay un puente entre ambas, puede contar muy huérfana, su historia de vida, puede contar como muy fascinada, como objetos preciosos, estas experiencias. No hay lazo que permita ligarlas, ponerlas en relación, esto se hace en el análisis.

De la vida de ella pocas cosas, pero estas, una vez que se va con Pound. Fue siempre una mujer que tuvo fácil acceso a los hombres por la vía de la cultura. Pound fue un amor y además alguien que la respetaba y hay un escritor que escribió La serpiente emplumada, D H Lawrence, que es maravilloso, que también habría que leer, que tiene con ella una historia muy especial y que transferencialmente fue importantísimo Freud, para poder armar la historia Lawrence.

Me gusta de Lawrence algunas cosas, por ejemplo, se llama D H y ella se llama H D. Este juego que se le arma con Lawrence es casi desarmable si uno lee el relato del análisis. Pero, ¿por qué venía esto? Porque yo decía, esta mujer conoce a Pound, conoce a Lowrence, entra en el apogeo de su productividad poética, es respetada, es conocida, y en determinado momento algo se quiebra.

Llega la Primera Guerra Mundial, y en la Primera Guerra Mundial muere su hermano, un hermano menor, aviador. El padre de ella, después de la muerte de su hermano se suicida, se suicida o se muere, creo que se suicida, esto sería importante y no lo tengo fresco ahora. Ella misma pierde, en ese mismo momento un primer embarazo, nace un hijo muerto en realidad, o sea, montones de experiencias bastante terribles se juntan en el antes de la aparición de estas experiencias fantásticas.

Lo que falta allí, me parece todo el tiempo, es la conexión. El trabajo de Freud es siempre el mismo. La interpretación tuvo siempre como amarre transferencial, para las palabras, esta dimensión creada a partir de la fascinación por los objetos presentes.

Se lo ve después de iniciar el tratamiento, acompañar el recorrido de este juego de presentación de los recuerdos, de imágenes, con restos nimios, con objetos ridículos. Como dice H D en Escrito en la Pared , dice, después de todo, lo que él me arrimaba eran ridiculeces, era basura, para ella, eran pequeñeces. Mirado desde acá el petróleo que decía descubrir, no era tal.

Es muy lindo esta posibilidad que ella tiene de decir, eso que fue tan valioso en su momento, visto desde acá, se transforma en algo que en sí mismo no consistía, que en sí mismo no tenía valor.

Les cuento como trabaja Freud una de las experiencias. Tiene que ver con Van Eck, se acuerdan el que ella había inventado y Freud le dice, mire, acá esta la cartera que da la prueba.

Yo lo leí así, esto de Van Eck, me gustó leerlo así, no sé si lo voy a poder transmitir bien.

Hilda Doolitle comenzó el Escrito en la Pared, yo les había comentado, un tiempo después y sin apoyo de las notas, que habían quedado en Suiza. No dice por qué ha vuelto al análisis con Freud, hasta bastante más adelante. Pero en realidad, Escrito en la Pared, tiene con relación a Advenimiento que es el diario, una cosa más, un aditamento, que es que ahí cuenta su segundo análisis con Freud, no solo el primero.

Lo que me interesa no es su segundo análisis con Freud, que me parece que tuvo que ver con regresar para ver si Freud había sobrevivido, ahora les cuento.

Lo que me interesa de esto, es que con ocasión del segundo análisis, ella cuenta como si siempre hubiera estado ahí, como si el diario lo hubiera tenido presente, y dando cuenta de por qué volvió, cuenta de algo que ocurría, en el lapso de sus sesiones, de las que iba registrando, que ocurría todos los días, ahí había un personaje cotidiano, el paciente de la hora anterior, que se llamaba van der Leew.

De van der Leew, H D en el diario no dice ni una palabra, no menciona nunca nada.

Cuando uno lee la reconstrucción después de muchos años, descubre que van der Leew y Doolitle, habían tenido una relación bastante fluida, se encontraban, alguna vez tuvieron que combinar un cambio de horario. Ella estaba bastante celosa de este personaje que casi le funciona como un hermano con relación a Freud.

Van der Leew es una presencia muy grata, yo trato de leerles como anoté las cosas.

Cuando Hilda Doolitle cuenta por qué volvió, lo hizo después de haber leído en los diarios, la muerte de van der Leew, el paciente de la hora anterior.

Es ventajoso contar con las dos versiones de la experiencia, porque el hecho de que el diario no mencione nunca la existencia de un personaje tan cotidiano entonces, le da a van der Leew el estatuto de un personaje clave, acá hay algo que faltó o que no está.

Van der Leew no aparece en el diario, aunque el diario está densamente poblado por experiencias oniroides y ningún personaje masculino, de existencia nunca comprobada, con el que Hilda Doolitle dice haber tenido mágicos encuentros amorosos, frecuentes, pero incorroborables.

El valor de Van Eck, el personaje oniroide, es localizable y pesquizable gracias a que están estas dos versiones. Es notable el contraste entre la frecuencia arborizante en las que aparecen las experiencias con este personaje y la consecuente ausencia de toda mención en el diario de este personaje tan real, tan cotidiano, que fue van der Leew, el paciente de la hora anterior, de cuya asidua concurrencia a Berggasse, de cuyos intercambios a propósito de los cambios de horario, el lector solo se va a enterar al leer Escrito en la Pared, a pesar de que este hombre real y de presencia cotidiana en el consultorio de Freud, estuvo siempre allí durante las sesiones del ‘33.

En el ‘34, antes de volver a su segundo análisis, Hilda Doolitle lee los diarios, descubre que este hombre ha muerto en un vuelo y viaja a Viena, y le explica a Freud por qué. Le dice, usted tiene 77 años, tenía 77años cuando yo lo conocí, yo tenía entonces 47, van der Leew era más joven que nosotros dos.

Ustedes sabían de van der Leew, lo conocían como el holandés errante, era verdad, van der leu era un teósofo muy inteligente, y formaba parte de pacientes a los que Freud llamaba, según ella me hace saber, entre pacientes y discípulos. Van der Leew iba a practicar el psicoanálisis y a aprender el psicoanálisis con Freud.

Y, según el mito que se construye Hilda Doolitle, era alguien que con su avioncito, viajaba para llevar el psicoanálisis de Freud a distintos lugares del mundo.

La ausencia de van der Leew en el diario de análisis es curiosa, contrasta con el exceso de presencia de ese Van Eck fantástico del que le habla a Freud con abundancia describiendo sus encuentros amorosos y románticos, como un austríaco misterioso y seductor que conoció en Grecia.

El diario en cambio, muestra bien la posición de Freud ante esta cuestión. Una de las sesiones está contada así, y acá cuenta Doolitle lo que yo les dije: su Van Eck está hecho con la marca de la cartera austríaca, su Van Eck tiene que tener su arraigo acá.

Y efectivamente creo que cuando uno lee a van der Leew, como habiendo estado siempre, puede armar esto legítimamente, puede leer esto que Freud dice, no importa qué pasaba con el Van Eck anterior, importa esta posibilidad de enlace, este trabajo que se hizo ahí.

Otra experiencia, yo doy esta por terminada, creo que no fue muy clara, pero más o menos expuesta, paso a otra, lo que se arma ahí es el puente, y el puente tuvo que ver con arrimar ahí un objeto, un objeto consistente pero un objeto nada, que de última es una ridiculez.

Otra experiencia, visión cuidadosamente conservada y contada a Freud por Doolitle, es la de Corfú. Acá a mí me gusta esto, me gusta personalmente. ¿Ustedes se acuerdan de un recuerdo, Un trastorno de la memoria en la Acrópolis? ¿Ese texto que Freud le regala a Romand Rolland, y le cuenta que habiendo querido ir con su hermano a Corfú, no pudo ir a Corfú y se fue a Atenas, y en Atenas, ahí mismo en la acrópolis, tiene una experiencia, Freud, de irrealidad, en el sentido de que esto que está acá no puede ser real?

Que parece bastante el tono de las experiencias que le ha traído Doolitle, tiene algo de ese sentimiento de lo extraño.

Freud, había querido ir a Corfú y había terminado en Atenas. Hilda Doolitle había querido ir a Atenas, y resulta que termina en Corfú. En otro tiempo, en otro lugar, pero ahí se produce un cruce, en los dichos nada más.

Hacia 1918 llevaron a Hilda Doolitle, junto a la noticia de la muerte de su padre y a la muerte de su hermano menor en Francia. Ella embarazada, padecía entonces una neumonía que ponía en riesgo la vida de su segundo hijo, era el segundo intento, después del hijo que había nacido muerto años antes.

Para reponerse, viaja con una amiga que se hace cargo de ella y de la criatura a Grecia. Desde Atenas intentan llegar a Delfos, pero son detenidas en Corfú. Allí Hilda Doolitle tiene una experiencia extraña, según cuenta en el escrito, que fue la que más le preocupó a Freud. Freud le da a esta experiencia el carácter de una señal de peligro, el carácter de un síntoma peligroso, de una tendencia peligrosa.

Como hay poco tiempo, lo que voy a proponerles es lo siguiente: yo dejo este escrito, y si quieren, jugando a la misma cuestión del soporte en los objetos, dejo el libro.

Mi propuesta es, hagan con esto lo que puedan, mi idea es, con relación a lo que les vine a contar, que para esta mujer y para Freud, en este espacio, se creo otro espacio, que sirvió para que Freud se pudiera meter a escribir Moisés y el monoteísmo, que es una especie de novela histórica que cuenta cómo puede lo olvidado ser transmitido sin tomar apoyo en ninguna cosa.

Freud inventa una novela histórica ahí, y arma un Moisés a partir de casi nada, a partir de la creación.

Me parece que la persistencia de los objetos de colección, que Freud juntaba, se transforma en otra cosa cuando Freud escribe el Moisés, se transforma en algo de otro orden.

La poesía de Doolitle, de verdad, esto es fácilmente rastreable, se transforma en otra cosa. Doolitle empieza a escribir cuentos infantiles, novelas, poemas de otro calibre, de otra densidad en los que ella está presente. Me gustaría poder leer, aunque sean unos párrafos de la poesía, El Maestro, digo, el encuentro transferencial pasó por ahí y los objetos tuvieron su razón de ser.

Lo que hizo Freud es permitir que el empalme entre lo primario, eso que da cuenta de la presentación de alucinaciones, y lo secundario, eso que se crea en el recuerdo, que nos aparece después, se produjera bien, se produjera con puentes. Los objetos tuvieron que ver con este puenteo, no por su consistencia, no por lo que fueron, por el espacio que permitieron cavar.

En determinado momento, el objeto fue Freud mismo. Hilda Doolitle pone a Freud ahí como si fuera un resto diurno más y Freud dice no, esto es el análisis, no soy yo.

Lo pone ahí para armar, lo que yo les diría que es como la escena primaria, ella dice, Freud, madre - padre y Freud le dice no, el análisis madre – padre, de acá usted podrá salir con madre y padre, o con madre y menos padre, pero lo que hace es esta cosa, también él correrse, también él, dejara vacío el lugar.

Es más o menos esto, es lindísimo de leer, no creí que el tiempo fuera tan poco. En realidad, vine pensando que era muchisimo tiempo y que no iba a tener qué decir, la experiencia fue que el tiempo no me alcanzó. Entonces, voy a pasarles el escrito y voy a dejarles el libro, como para que la experiencia sea consecuente con la lectura, muchas gracias.

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