domingo, 18 de julio de 2010

Lo primero fue El Incosciente: Sobrevivir y Reproducirnos

NUEVOS EXPERIMENTOS SOBRE EL PROCESAMIENTO INCONSCIENTE
DE LAS EMOCIONES

Los experimentos sobre la mera exposición subliminal de Zajonc fueron de los primeros que utilizaron los nuevos métodos que hacían indiscutible el proceso inconsciente. Cuando nació esta metodología de investigación, se realizaron muchos experimentos parecidos.

En una variante experimental muy interesante de Robert Bornstein, se llevó a los sujetos al laboratorio y se les mostró muy brevemente imágenes de rostros. Como se esperaba, no pudieron identificar cuáles habían visto antes; pero, al pedirles que puntuaran cuáles les habían gustado más, las que se les había mostrado antes fueron las más puntuadas. La mera exposición funciona con los rostros.

En una segunda parte del experimento, se mostró a los sujetos muy brevemente imágenes subliminales e inconscientes de una persona A o de una persona B. Después se le pidió al sujeto, así como a las personas A y B, que intentaran determinar el sexo del autor de varios poemas. Sin que el sujeto lo supiera, se había dispuesto que A y B se mostraran en desacuerdo para que el sujeto tuviera que mediar. Como la hipótesis de la mera exposición indicaba, los sujetos tendían a apoyar a la persona cuyo rostro habían visto inconscientemente.

Posteriormente, Bornstein realizó un metaanálisis de la investigación sobre la mera exposición subliminal, es decir, analizó los datos publicados de numerosos experimentos. Este trabajo lo llevó a la conclusión de que el efecto de la mera exposición es mucho mayor cuando los estímulos se presentan subliminalmente que cuando se dispone libremente de ellos para la inspección consciente. Este hallazgo es corriente en muchos tipos de experimentos sobre el procesamiento emocional inconsciente y acentúa la importancia de un punto que trataremos extensamente: es más fácil influir en las emociones de un sujeto cuando éste no se da cuenta de que la influencia está ocurriendo.

El inconsciente emocional también se ha estudiado con el método llamado ‘activación subliminal de las emociones’, que ha sido muy utilizado por Zajonc y su equipo en los últimos años. En este tipo de experimento, se muestra muy brevemente (5 milésimas de segundo, o 1/200 de segundo) un estímulo activador con alguna connotación emocional, como un dibujo de un rostro malhumorado o sonriente, e inmediatamente después se muestra un estímulo enmascarador que inhibe la capacidad del sujeto para recordar conscientemente el estímulo activador (el estímulo enmascarador expulsa al estímulo activador de la consciencia, básicamente eliminándolo de la memoria). Tras una pausa, se muestra un estímulo diana que permanece expuesto durante una cantidad de tiempo suficiente (segundos) para que el sujeto lo perciba conscientemente. Tras ver muchos estímulos diana de este modo, se pide al sujeto que anote, con una escala de puntuación, si éstos le han gustado. Zajonc observó que el hecho de que un estímulo –por ejemplo, un ideograma chino- guste o no a un sujeto dependía de que el estímulo mostrado inconscientemente fuera un rostro malhumorado o sonriente. El estímulo diana adquiría significación emocional en virtud de su relación con un significado emocional provocado subliminalmente a través del procesamiento inconsciente de la imagen sonriente o malhumorada. Y, al igual que con la mera exposición, la activación emocional era mucho más eficaz en las presentaciones subliminales (enmascaradas, por tanto inconscientes) que en las presentaciones sin enmascarar y en las que era posible el conocimiento consciente del estímulo.

En el transcurso de las sesiones terapéuticas de sus pacientes, el psicoanalista Howard Shevrin identificó palabras relacionadas con la experiencia consciente que el paciente tenía de un síntoma o con el conflicto inconsciente que subyacía en el síntoma.

Por ejemplo, un paciente puede llegar a la consulta del analista y decir que se encuentra muy incómodo en situaciones sociales. El paciente es, por tanto, plenamente consciente de su fobia social, pero no sabe conscientemente cuál es la causa del problema. Tras las sesiones de psicoanálisis, Shevrin elegía para cada paciente un conjunto de palabras que, a su juicio, expresaban los matices de su conflicto inconsciente o de los síntomas conscientes. Después las presentaba subliminalmente o abiertamente a los pacientes, mientras grababa sus ‘ondas cerebrales’: en el ejemplo, al exponer palabras relacionadas con la causa subyacente de la fobia social, las ondas cerebrales tenían más intensidad cuando ocurrían las presentaciones subliminales, mientras que con las palabras relacionadas al síntoma consciente (en este caso, el miedo a las situaciones sociales) las ondas cerebrales mostraban más intensidad cuando las palabras se percibían conscientemente. De nuevo, la mente emocional parece mostrarse especialmente susceptible ante los estímulos a los que su lado consciente no tiene acceso.

Por último, el psicólogo social John Bargh ha realizado numerosos experimentos en los que demuestra que las emociones, actitudes, objetivos e intenciones pueden activarse sin que haya consciencia de ello, y que pueden influir en el modo en que las personas piensan y actúan en situaciones sociales.

Por ejemplo, las características físicas, como el color de piel o la longitud del cabello, bastan para poner en marcha estereotipos étnicos o de sexo, con independencia de que la persona que posee tal rasgo físico manifieste alguna de las conductas características del estereotipo. Este tipo de activación automática de las actitudes ocurre en muchas situaciones diferentes y parece constituir la primera reacción que manifestamos ante una persona. Una vez en marcha, estas actitudes pueden influir en el modo en que tratemos a la persona e incluso pueden influir en nuestro comportamiento en otras situaciones.

En un ejemplo extremo, Bargh hizo que los sujetos participaran en lo que ellos pensaban que era una prueba de lenguaje. Les mostraba cartulinas con palabras, y les pedía que formaran frases con ellas. Algunos sujetos tuvieron que formar frases sobre los ancianos, mientras que a otros sujetos se les dieron otros temas. Tras realizar la prueba, los sujetos salieron de la sala. Sin que lo supieran, se midió la cantidad de tiempo que empleaban para bajar al vestíbulo y llegar a un punto determinado. Lo curioso fue que los sujetos que habían hecho frases sobre ancianos tardaron más en cubrir la distancia que los otros. Las frases no expresaban específicamente que los ancianos fueran lentos o débiles, pero el simple hecho de pensar en ellos –y de un modo bastante directo- bastó para poner en marcha este estereotipo e influir en su comportamiento.

En otros experimentos, los sujetos hicieron frases que tenían que ver con ‘ser resuelto’ o con ‘tener educación’. Después debían bajar al vestíbulo y buscar al jefe de experimentación, quien, tal como se había convenido, estaba hablando con alguien. Se grabó la cantidad de tiempo que los sujetos tardaron en interrumpir. Los sujetos a los que se había expuesto al tema de ‘ser resueltos’ interrumpieron la conversación antes que los que se habían enfrentado al tema de ‘tener educación’.

Bargh indica que la activación automática de los procesos inconscientes tiene dos caras. Si tratamos bien a alguien, nos tratará bien a cambio. Por otro lado, si al ver a alguien de otro grupo étnico, se desencadena una actitud negativa (por ejemplo, que las personas de ese grupo son hostiles o agresivas), es probable que reaccionemos mal hacia ellos, lo que, a su vez, provoca una reacción negativa en ellos hacia nosotros, con lo cual se crea un círculo vicioso que perpetúa más el estereotipo.

¿Cuál es el mayor problema que nos plantea el procesamiento inconsciente de nuestras emociones? Como el psicólogo cognitivista Larry Jacoby señala: ‘¿En qué momento se espera que las influencias inconscientes produzcan los mayores efectos?... Cuando uno menos lo espera’.

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