miércoles, 21 de marzo de 2012

Fernando Alberca: Claves para la Felicidad de los hijos

Cuatro claves para que tu hijo sea feliz
Fernando Alberca de Castro es pedagogo, directivo de centros educativos, humanista… y sobre todo padre de familia numerosa. Por ello los análisis, las anécdotas, los comentarios, siempre simpáticos y optimistas pueden ser una estupenda ayuda para tanto padre desconcertado. Padres que se ven desconcertados al comienzo, desbordados más tarde, y finalmente impotentes y desaparecidos para su responsabilidad educativa.
Antonio del Cano
ACEPRENSA

Colección Las Aventure de Tintín
Hergé


“Un error sin consecuencias no es un error, es simplemente un modo distinto de hacer las cosas” Y así se van desgranando consejos, sugerencias, observaciones… Enseñar a los hijos que todo tiene consecuencias, positivas o negativas, y enfrentarles a ellas; enseñarles a salvar los obstáculos; enseñarles… a celebrar los Reyes y los cumpleaños, y a que interioricen que en su familia, pase lo que pase, siempre habrá una oportunidad para celebrar algo. Y enseñarles a querer de verdad.

“Los niños no son felices: ni en el infancia, ni por supuesto en la adolescencia”, dice el autor con frase provocativa. Para ser feliz, explica, hay que ser libre y responsable, y sólo los adultos podemos llegar a serlo. Cuando recordamos la felicidad de la niñez, lo que realmente hacemos es añorar esa sensación perdida de seguridad, ese vivir sabiendo que alguien cuidaba de nosotros. Y no recordamos, por supuesto, ni los miedos nocturnos ni los insultos en el colegio. Las cuatro claves que propone Fernando son extremadamente prácticas, y muy pegadas a la rutina diaria. Pero harán sonreír con complicidad a muchos matrimonios que pueden redescubrir en este pequeño recetario caminos muy directos hacia la meta educativa por excelencia: la felicidad de nuestros hijos.

En este sentido concluye el autor que el niño sólo aprende a ser feliz de las personas para él más importantes, que son sus padres. Estos son los únicos capaces de enseñarle a querer desinteresadamente, mostrando en la práctica su empeño en implicarse para que el otro sea feliz. Porque la felicidad no se trasmite: o se contagia, o no existe

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