domingo, 27 de mayo de 2012

OCULTAS: María Elisa de León


SIMPATÍA POR EL DÉBIL
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Las ocultas

Magazine | 29/03/2012 - 23:59h
Venía de una familia bien. Sus padres insistían en que ella debía estudiar, estudiar, estudiar, y no distraerse en otras cosas. Se veía siempre sin dinero para sus gastos. Y un día, hojeandoLa Vanguardia, se le detuvieron los ojos en un anuncio. “Buscamos chica para establecimiento de relax”. Meses de lucha íntima, de enconado debate. Un desengaño sentimental. “Estaba muy mal y me dije, pues… de perdidas, al río”. Marcó el teléfono. Y se dijo a sí misma: “Sólo serán dos meses, sólo quiero ganar un poco de dinero”. Estuvo quince años en el ambiente de la prostitución.
“La primera sensación que tienes cuando entras es de euforia, como en cualquier droga, porque adquieres poder. Poder sobre tu vida, poder económico, poder sobre los hombres. Y luego es como una droga porque cuando más tienes, más quieres. Después pasas por una fase de síndrome de Estocolmo. No eres capaz de conectar con tu propio dolor, te blindas ante él. Sólo con el tiempo te das cuenta de lo que has hecho. Como en una droga, los efectos devastadores se aprecian a largo plazo. Cuando dejas de ser carne fresca, la actitud de los clientes hacia ti cambia, y tú misma has cambiado. Entrar en el infierno nunca es de balde: si consigues salir, sales quemada”.
La que me contaba esta historia es Marta Elisa de León, autora del libro Las ocultas, publicado por Turner.
Yo he leído dos libros muy recomendables escritos por prostitutos masculinos. Stayin’ Alive, de Richard Berkowitz, y Pollo, de David Henry Sterry. El primero trabajaba sólo para hombres. El segundo, para ambos sexos. Sus historias se parecen a la de Marta Elisa. Al principio, euforia, sensación de poder, de control, de dinero fácil. Al cabo de un tiempo, la enfermedad, la depresión, el vacío, el agotamiento físico y moral. No parece que haya tanta diferencia entre la prostitución masculina y la femenina.
Sí, en España podrías darte de alta en la Seguridad Social como masajista, pero, como bien explica Marta Elisa, muy pocas o ninguna lo hacen. Primero, porque cuando empiezas crees que va a ser por unos meses. Segundo, porque has mentido respecto a lo que haces. Tercero, porque el truco del eufemismo masajista es demasiado obvio como para arriesgarse a que tu familia, novio, amigos, descubran la verdad. Pero no es cuestión de entrar en un debate sobre el prohibicionismo. Los tres libros que he citado no hablan de eso.
Hablan más bien de lo que significa ser clandestino y réprobo, de la humillación de vivir reptando, apiñados en lo oscuro. Del dolor de no saber tirar del hilo para salir del laberinto. De las huellas del asco que se quedan impresas cuando te han manoseado dedos que ni te gustaban ni te respetaban. De no tener agarradero para salir, ni fuera, en una sociedad que te desprecia, ni dentro de ti mismo. Hablan de un largo camino por los sótanos más oscuros de uno mismo, de cómo por fin, desposeídos, han perseguido tenaces una luz tenue y han emergido hacia otra vida. Hablan de una historia que muchos hemos vivido, en realidad, en circunstancias muy distintas, aunque nunca hayamos tenido que vender nuestro cuerpo. Y al final, Marta Elisa y yo tenemos muchas en común, y puede que usted con nosotras.

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