sábado, 5 de febrero de 2011

Jorge Dulitzky "Todos los pueblos quieren un pasado glorioso"

Jorge Dulitzky
"Todos los pueblos quieren un pasado glorioso"
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"Todos los pueblos quieren un pasado glorioso"
Este investigador especializado en Egipto da su versión del éxodo . / Eva Fisher

Siempre le intrigó el éxodo y ciertos hechos que desencadenó, como el mágico cruce del Mar Rojo. "Lo curioso es que en Egipto no figura absolutamente nada sobre la salida de los hebreos conducidos por Moisés. Sin embargo, los egipcios eran cronistas minuciosos, grababan todo lo que ocurría en las paredes de sus templos. ¿Qué pasó?", se pregunta Jorge Dulitzky.

"He recorrido largamente ese fabuloso país, y busqué respuestas en los yacimientos arqueológicos, y así fui reconstruyendo una versión muy distinta del éxodo, pero igualmente sorprendente", sigue.

Jorge Dulitzky es escritor e investigador. Autor de Moisés, el hombre; Mujeres de Egipto y de la Biblia; Akhenatón, el faraón olvidado, y ¿Quién condenó a Jesús?, actualmente está terminando un estudio sobre un personaje ineludible, María Magdalena.

"La historia comienza en el siglo XIV antes de Cristo, cuando el faraón Akhenatón, o Amenofis IV, proclama el monoteísmo y sustituye a Amón Ra, el dios politeísta de la religión oficial, por Atón, un dios representado por un disco. Ya no se trataba del sol, sino de la energía solar, un concepto revolucionario para la época. El monoteísmo era algo que estaba latente y Akhenatón necesitaba desprenderse del clero tradicional, que era poseedor del 30 por ciento de la riqueza del país. Entonces, trasladó la capital a la ciudad de Amarna, pero los sacerdotes reaccionaron y Akhenatón fue asesinado. Otro tanto ocurrió con su sucesor, Tutankamón, hasta que el abuelo político de Tutankamón hizo las paces con el clero politeísta, se restableció el culto a Amón Ra y los rebeldes abandonaron Egipto. Las negociaciones fueron curiosas porque, finalmente, se convino que los responsables de este intento de reforma no eran los monoteístas, sino la propia ciudad de Amarna.

–¿La ciudad de Amarna?

–Todo eso está escrito: se decía que el ambiente era licencioso. Por ejemplo, se hablaba de que en lugares públicos se exhibían esculturas que mostraban a la reina Nefertiti, esposa de Akhenatón, totalmente desnuda. Que había orgías, bailes extraños, que las mujeres se pintaban de manera provocativa. Algunos estudiosos sospechan que Amarna podría haber sido un nombre común para las míticas Sodoma y Gomorra. Sin embargo, la ciudad no fue destruida. En 1907, debajo de una capa de arena de 30 centímetros se encontró una urbe sin rastros de violencia. En el estudio del mayor escultor de la ciudad se hallaron 130 bustos de Nefertiti sin terminar. Había tumbas sin usar que 60 nobles, cuyos nombres y cargos estaban enumerados en una lista grabada en una pared, habían hecho construir para ellos.

Había esqueletos de animales domésticos con sus collares y correas. Es decir, la ciudad había sido abandonada en perfecto orden. Bien, esos hombres y esas mujeres que dejaron Amarna fueron los que dieron origen al pueblo hebreo. Ese fue el éxodo.

–¿Quiere decir que los hebreos en realidad eran egipcios?

–Efectivamente, nunca hubo judíos en Egipto.

–¿Y Moisés? ¿Y el cruce milagroso del Mar Rojo?

–Moisés es un personaje conceptual, como tantos otros personajes en la historia de la humanidad. Y no he inventado nada, es lo que dice Sigmund Freud en Moisés y el monoteísmo, un libro que publicó en 1937, en Londres, poco antes de morir. Además, Moisés, Moses, es una palabra egipcia, no es un nombre en sí mismo; sería como un sobrenombre o la parte de un nombre; significa hijo de. Por otra parte, ¿qué sentido tenía cruzar el Mar Rojo de esa manera espectacular? ¿Por qué no lo hicieron por tierra como lo hacía todo el mundo? Entonces no existía el Canal de Suez, Fernando de Lesseps lo construyó en 1869. Todo esto fue el tema de mi primer libro, Moisés, el hombre, fruto de 20 años de estudio.

–¿Y la separación de las aguas?

–Esa también es una tradición egipcia. Creían que era un poder que tenían los faraones. Cuentan que un faraón salió a navegar por su lago sagrado, junto con la preferida de sus favoritas. En determinado momento, a ella se le cayó un aro al agua y comenzó a llorar desconsoladamente. El faraón le dijo que no se preocupara, que le regalaría uno mucho más valioso, pero ella siguió llorando. Entonces, el faraón ordenó detener la barca, hizo un gesto con la mano, y las aguas del lago se separaron; en ese momento uno de sus esclavos bajó al fondo del lago, rescató el aro y se lo entregó a la favorita. Esa historia fue escrita 2000 años antes de la era cristiana. Pero hay otro detalle: el famoso becerro de oro. ¿No le suena raro que un pueblo de esclavos, que según la historia tradicional se fue de Egipto poco menos que con lo puesto, pudiera construir un becerro de oro? No es sencillo. ¿Consiguieron donaciones? No, los rebeldes monoteístas que salieron de Egipto eran gente culta y con buenos recursos económicos.

–¿Por qué se creó esa leyenda?

–Todos los pueblos quieren un pasado glorioso. Sabemos que la Biblia se empezó a escribir en el siglo IX antes de Cristo. Toda la primera parte está basada en tradiciones, a veces orales, en relatos de 400 o 600 años. La Biblia está llena de metáforas, de simbolismos; recuerde la creación de Adán como una escultura de barro. O la de Eva, de una de sus costillas. Por otra parte, no soy el único investigador que llegó a estas conclusiones; una versión similar tiene la Sociedad Bíblica de Nueva York.

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