¿Por qué tanto odio? (continuación) Elizabeth Roudinesco
En un duro ataque plagado de errores y atravesado de rumores, publicado por Grasset el 21 de abril como “El crepúsculo de un ídolo. La conspiración freudiana.”, de Michel Onfray, quien no es un historiador e ignora todos los trabajos realizados durante cuarenta años por los historiadores reales de Freud y el psicoanálisis (decenas de ensayos en todo el mundo, la mayoría de ellos ha sido traducido al francés), se presenta como si fuese el primer biógrafo de Freud, capaz de descifrar las leyendas doradas, ya invalidadas por décadas. Se transforma en narrador al descubrir las verdades ocultas que han sido disimuladas por la sociedad occidental – se dice dominado él mismo por la dictadura de Freud y sus milicias - se refiere a los Judíos, como los inventores de un monoteísmo mortífero y precursor de los regímenes totalitarios, Freud un tirano de todas las mujeres de su casa y perverso abusador sexual de su cuñada, machista homófobo, falsificador, codicioso, que cobra sus sesiones de análisis a € 450.
Describe al científico vienés como un admirador de Mussolini, cómplice del régimen hitleriano (por su teorización de la pulsión de muerte) y hace del psicoanálisis una ciencia fascista basada en la adecuación del verdugo y la víctima. Tras declararse proudhoniano y a veces freudo-marxista, rehabilita el discurso de la extrema derecha francesa (Debray-Ritzen y Bénesteau, en particular,) con el cual mantiene una verdadera complicidad. Tales posiciones van más allá de un simple debate sobre Freud y el psicoanálisis. Ya que a fuerza de inventar hechos que no existen y fabricar revelaciones que no lo son, el autor de este trayecto precipitado y desordenado favorece la proliferación de los rumores más extravagantes: es así que algunos medios de comunicación ya anunciaron que Freud habría residido en Berlín durante entre las dos guerras, que habría sido el médico de Hitler y Göring, amigo personal de Mussolini y un tremendo violador de mujeres.
Cuando se sabe que ocho millones de personas en Francia son tratadas por terapias que derivan del psicoanálisis, se ve, qué hay en tal libro y en las afirmaciones hechas por el autor: una voluntad de dañar que no podrá, a largo plazo, sino levantar la indignación de todos aquellos - psiquiatras, psicoanalistas, psicólogos, psicoterapeutas - que aportan una ayuda indispensable a una población desposeída por la miseria económica (los niños en desamparo, los locos, los inmigrantes, los pobres) por su sufrimiento psíquico, que ha sido de sobra resaltado por todos las colectivos de especialistas.
1- Descripción de la obra.
El 21 de abril de 2010 aparece en librería, bajo la pluma de Michel Onfray, una nueva andanada contra Freud: “El crepúsculo de un ídolo. La conspiración freudiana.” Publicado en Grasset y compuesto de cinco partes, la obra carece de fuentes y notas bibliográficas. Está plagada de patrañas, errores y atravesada de rumores. El autor proyecta sobre el objeto odiado sus propias obsesiones – los judíos, el sexo perverso, las conspiraciones – al punto de hacer de Freud un doble invertido de sí mismo, y del psicoanálisis la expresión de una autobiografía de su fundador, transformado en criminal conspirador. Frente a éste – alter ego, rechazado en el infierno, el autor quiere ser un liberador viniendo a salvar al pueblo francés de su creencia en un ídolo cuyo crepúsculo anuncia.
Menosprecia las obras consagradas a Freud desde hace cuarenta años, Onfray se presenta como un historiador serio, escribiendo la primer biografía no autorizada de Freud y dejando creer que sólo están disponibles hoy, las obras de Ernest Jones y de Peter Gay, la primera de entre 1953 y 1957, y la segunda de 1988. No cita ni los trabajos de los historiadores de Viena (Schorske, Johnston, Le Rider, etc...), ni los consagrados a la cuestión del judaísmo de Freud (Yerushalmi, Yovel, Derrida, Gay, etc…), ni alguno de los ensayos (de las decenas de escritos en el mundo, muchos de ellos traducidos al francés) relativos a los distintos aspectos de la vida de Freud: se conoce hoy en día cada acontecimiento de la vida de éste y de sus camaradas, discípulos y disidentes. Onfray no conoce nada de la vida de Josef Breuer, Wilhelm Fliess, Sandor Ferenczi, Otto Rank, Ernest Jones, Alfred Adler, Carl Gustav Jung, Melanie Klein, Marie Bonaparte, Lou Andreas-Salomé, Anna Freud (con respecto a la cual cita una biografía errónea que ya nadie lee). No hay una palabra sobre la discutida cuestión de la sexualidad femenina (de Helen Deutsch a Karen Horney pasando por Simone de Beauvoir, Juliet Mitchell, Judith Butler), ni sobre la historia de la fundación de la International Psychoanalytical Asociación (IPA), ni sobre la revisión de los grandes casos (a propósito de los cuales comete graves equivocaciones).
En cuanto a la obra de Freud, traducida en 60 idiomas, Onfray dice haber tenido conocimiento durante cinco meses (entre junio y diciembre de 2009) de la traducción de las obras publicadas por PUF (Prensa Universitaria Francesa), obras que hoy son las más criticadas por el conjunto de los especialistas. El no hace ninguna referencia al gran debate sobre las traducciones y no consultó ningún archivo: ni en la Library of Congress (LOc) de Washington, ni en el Freud Museum de Londres. El ignora el mundo anglófono, el de habla alemana, el latinoamericano, y conoce poco la historia del psicoanálisis en Francia.
Onfray cita la obra de Henri Ellenberger, Historia del descubrimiento del inconsciente aparecida en 1970 (en inglés) y traducida por primera vez en francés en 1974, reeditada en 1994. Destaca que se trata de la primera gran revisión de la historia oficial de Freud, lo que es inexacto puesto que olvida la obra de Ola Andersson (Freud avant Freud. La préhistoire de la psychanalyse. 1962. París: Les Empêcheurs de penser en rond 1997), previa a la de Ellenberger.
Además como él sitúa la fecha de la publicación del libro de Ellenberger en 1991, entonces, hace comenzar la historiografía seria del psicoanálisis con veinte años de retraso, destacando que aún hoy se encuentra oculta, cuando está en plena extensión y que los archivos de la LOc, después de las grandes batallas de los años noventa, están desclasificándose según las normas en vigor.
Onfray se equivoca también sobre la fecha de publicación del libro de Frank Sulloway, “Freud biólogo del espíritu”, publicado en inglés en 1978 y dos veces publicado en francés (1981 y 1998, Fayard) él cree pues que ningún trabajo no hagiográfico existe hasta ahora sobre Freud, lo que le permite presentarse como el primer autor que debe rectificar las leyendas áureas, ya invalidadas desde hace treinta años. No hace por otra parte ninguna diferencia entre historia devota, historia oficial, pensamiento irracional, historiografía basada en leyendas negras y rumores (corriente dicha “revisionista” o, en inglés, “destructor de Freud”) e historia seria.
De ahí un maniqueísmo absoluto: por una parte las “órdenes” antifreudianas, del otro, los “malos” adeptos de una conspiración. De igual manera él ignora los trabajos americanos y no conoce a Freud sino por lo que leyó en francés, Onfray se equivoca también sobre la fecha de publicación de la correspondencia no revisada de Freud con el médico berlinés Wilhelm Fliess esencial para descifrar las modalidades de la invención del psicoanálisis, las vacilaciones y divagaciones del primer Freud. La cual está disponible en inglés, alemán, portugués, español desde 1986. Se tradujo por primera vez
en francés en 2006, lo que representa veinte años más tarde, lo que hace creer a Onfray que se ocultó hasta nuestros días.
No forma parte de ninguna tradición de investigación universitaria, no tiene ninguna idea de lo que es la internacionalización de la investigación en historia, Onfray descuida la realidad del trabajo historiográfico que se hace en este ámbito desde hace décadas, pero se apoya sobre lo que considera como el non plus ultra de la investigación histórica: El libro negro del psicoanálisis (Les Arènes, 2005), que reúne una cuarentena de contribuciones. Si a Freud se le trata de estafador y mentiroso, codicioso de dinero e incestuoso, por la corriente historiográfica revisionista americana, se acusa a los psicoanalistas - franceses, en particular, - de conspiraciones y distintas contaminaciones, los unos porque habrían sido desfavorables a la venta de jeringuillas para los enfermos del SIDA - rumor inventado en todas partes - y los otros porque, partidarios de Françoise Dolto, muerta en 1988, habrían favorecido después de 2000 el descenso de la autoridad a la escuela, idealizando al “niño rey”.
En cuanto a Jacques Lacan, se le compara con un gurú de secta, mientras que el conjunto de las asociaciones psicoanalíticas son ridiculizadas por haber sido la causa de un verdadero gulag freudiano: al menos diez mil muertes en Francia. Ninguna fuente viene a apoyar esta afirmación absurda.
Contrariamente a sus nuevos amigos, que triunfaron, como él mismo lo dice (Crepúsculo, p. 585), que se han convertido en la verdadera verdad - la de la conspiración de los freudianos contra la sociedad occidental -, Onfray sólo combate a Freud, dejando entender que más tarde, en otro volumen, se ocupará de sus herederos.
2- Retrato del autor en dios solar, hedonista y masturbador.
Antes de analizar el contenido del reproche contra Freud, es necesario dar algunas indicaciones, permitiendo incluir cómo Onfray ha llegado “a convertirse” al antifreudismo más radical.
Fundador de una Universidad popular en Caen, se conoce por haber reunido en torno él a un extenso público que sigue su enseñanza creyendo tener en proyecto a una empresa moderna de renovación del discurso filosófico. Convencido de que la Universidad francesa y la Escuela republicana son antros de perdición en los cuales los profesores fijan a los niños verdades oficiales dictadas por un Estado totalitario, Onfray emprendió una revisión de la historia de los conocimientos dichos “oficiales”. Quiere ser libertario, de extrema izquierda, adepto de Proudhon contra Marx y se declara partidario del pueblo explotado por el capitalismo. Por eso fue durante un tiempo próximo al Nuevo partido anticapitalista, antes de llamar a votar por el Frente izquierda en las últimas elecciones regionales.
Desde hace varios años, difunde de sobra una “contrahistoria de la filosofía”, que pretende aumentar repercusiones sobre conocimientos que habrían sido censurados por los profesores, por el papa, por los sacerdotes. Por eso puso a punto su metodología que se basa en el principio de la prefiguración: todo ocurre ya desde antes de que sobrevenga el acontecimiento.
Gracias a esta metodología, que encuentra un verdadero éxito popular ante un público fascinado por quien cree estar en una insurrección de conciencias, Onfray pudo afirmar que Emmanuel Kant, filósofo alemán de las Luces, no era más que un precursor de Adolf Eichmann - el organizador de la “Solución final” que deseaba ser kantiano (Le songe d’Eichmann, Galilée, 2008) -, que los tres monoteísmos (judaísmo, cristianismo, Islam) son empresas genocidas, que el evangelista Juan es el antepasado de Hitler, que Jesús prefigura Hiroshima, y finalmente que todos los musulmanes del planeta son fascistas guiados por infames ayatollahs (Traité d’athéologie, Grasset, 2005).
En el origen de este oscuro asunto, los Judíos, fundadores del primer monoteísmo - es decir, de una religión sanguinaria, alineada sobre la pulsión de muerte - serían pues, según Onfray, los responsables de todas las desdichas del Occidente, los verdaderos “inventores de la guerra santa”: “Ya que el monoteísmo porta la pulsión de muerte, ama la muerte, goza de la muerte, está fascinado por la muerte, está fascinado por ella (...) de la espada sanguinaria de los Judíos que exterminan a los Cananeos al uso del avión de línea como bombas volantes en Nueva York, pasando por las descargas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, todo se hace en el nombre de Dios, bendecidas por él pero sobre todo bendecidas por aquellos que son requeridos.” (Tratado de athéologie, p. 201, 212, 228, etc…)
A esta humanidad monoteísta (judía, cristiana, musulmana) exclusivamente dedicada al odio y a la destrucción, Onfray opone una humanidad ateológica, preocupada de la llegada de un mundo higienista, paradisíaco, hedonista: orquestado por un dios solar y pagano, enteramente habitado por la pulsión de vida y donde Onfray, sería el representante sobre la tierra con la misión de inculcar a sus discípulos la mejor manera de gozar sexualmente de su cuerpo y del cuerpo de sus vecinos: por la masturbación. Aunque no sepa él de lo que habla y aunque no cite el libro de Thomas Laqueur (Le sexe solitaire. Contribution à une histoire de la sexualité, Gallimard, 2004), Onfray se muestra decidido a hacer del pene el objeto de un culto fálico y volcánico, heredado de los antiguos dioses de Grecia, los cuales, como los presocráticos, serían los precursores de Nietzsche. Que Nietzsche haya efectuado un gran retorno a los presocráticos, no lo hace por tanto uno de ellos, ni un precursor de aquél.
Al compás de una enseñanza muy mediatizada, Onfray consiguió convencer a un amplio público, que los representantes de este dios pagano, celebrando las virtudes del rayo, cometas y tormentas, nunca hicieron la guerra a cualquiera y fueron pacifistas admirables.
En esta Grecia virtuosa de la reserva de la Baja Normandía, inventada por Onfray, Homero no existe, ni la Guerra de Troya, ni Ulises, ni Aquiles, ni Zeus, ni Ouranos, ni los titanes, ni la tragedia….
Onfray narra que fue, en su infancia, la víctima de perversos sacerdotes “salesianos”, algunos de los cuales eran pedofílicos (Le crépuscule, p. 15) y que hicieron de él lo que sería. Rebelde emotivo, atormentado por el complot edípico que lo habría abatido, afirma que su padre, “infeliz empleado de la industria láctea”, habría sido la víctima pasiva de su madre a lo largo de un drama que tenía por escenario el “mercado de la subprefectura de Argentan” (p.15). Esta madre había sido abandonada ella misma en un cajón al nacer y había concebido una repulsión hacia su propio hijo, a tal punto de golpearlo y de predecir que él terminaría su vida bajo el suplicio: “Sin haber matado nunca padre (y sobre todo) ni madre, ni haber contemplado una carrera de asaltante, y menos aún el haber considerado el arte de asesino, me veía mal bajo el cuchillo de la viuda. Mi madre, si!” (La puissance d’exister, Grasset, 2006, presentación por el autor).
Para vengarse del odio que le inspiró su madre, decidió atacar a aquél que considera como el responsable de todas las conspiraciones contra el padre: Sigmund Freud, del que se sabe que fue adorado por su madre. Onfray lo había admirado a tal punto de leerlo desde su infancia masturbándose (Philosophie Magazine, 36, février 2010, p. 10) después de incluir su gloriosa historia en la de la ateologia (Tratado, p. 265). Pero he aquí que, desde su conversión, Onfray denuncia el complot freudiano que consiste, según él, en promover el odio de los padres y la adoración de las madres para seducirlos mejor sexualmente: tal es, según él, la esencia del psicoanálisis, puro y simple relato autobiográfico de este fundador depravado cuyo asesinato “no había premeditado” (Livreshebdo, p. 16.)
Y de golpe, intenta, contra Freud y contra el judeo-cristianismo, rehabilitar la figura maltratada del padre: un padre solar, ardiéndose y fálico. Pero sólo ama a los padres a condición de que no sean nunca padres. Entusiasta adepto del celibato, Onfray no deja de afirmar su denegación de la paternidad: ¿“Los estériles voluntarios aman tanto a los niños, o incluso más, que los reproductores prolíficos (...) Quien encuentra el real bastante deseable para iniciar a su hijo o a su hija a la ineluctabilidad de la muerte, a la falsedad de las relaciones entre los hombres, al interés que lleva el mundo, a la obligación del trabajo asalariado? (...)
Sería necesario llamar amor a este arte de transmitir similares bajezas a la carne de su carne?” (Théorie du corps amoureux (2000), LGF, 2007, p. 218-220).
3- Freud perverso sexual, el psicoanálisis ciencia nazi.
Para hacer mejor su reproche, la consecuencia lógica de su contra historia de los saberes oficiales, Onfray presenta a Freud como un monstruo perverso, maltratando a su padre juzgado de pederasta, habiendo abusando psíquicamente de sus tres hijas (Mathilde, Sophie y Anna), y cometiendo adulterio con su cuñada durante cuarenta años, desde 1898 a su muerte. El departamento de Viena habría sido, a su modo de ver, un burdel y Freud un abominable Edipo: sólo pensaba en acostarse realmente con su madre (incluso
a una edad avanzada) luego, en suprimir de verdad a su padre (incluso después de la muerte de éste, ocurrida en 1896), y en fin, a fabricar niños incestuosos para abusarlos mejor.
Es así como durante diez años, Freud habría torturado a su hija Anna a lo largo de un análisis con forma de proceso inquisitorial que se habría desarrollado de 1918 a 1929 y durante el cual, cada día, al abrigo del secreto de su gabinete, le habría incitado a convertirse en homosexual (Le crépuscule, p. 243-245). Es exacto que Freud analizó a su hija, pero la cura ha durado cuatro años y no diez. Y cuando Anna, ha comenzado a darse cuenta de su atracción por las mujeres, Freud más bien la ha incitado a orientarse hacia el trabajo intelectual. En consecuencia, cuando vivió con Dorothy Burlingham, ella “adoptó” a los niños de ésta, demostrando tolerancia. Freud no era ni homófobo ni misógino, aunque su concepción de la sexualidad femenina es discutible y ha sido discutida numerosas ocasiones.
Poco importan los debates de las feministas y otros investigadores: Onfray afirma que el gran embaucador vienés era sólo otro estafador “ontológicamente homófobo” (El crepúsculo, p. 513-513).
La homofobia ontológica según Onfray sería muy diferente de la homofobia política. La primera consistiría en hacer de la homosexualidad una perversión y la segunda tendría por objeto “criminalizar” la homosexualidad. Esta distinción es tanto más ridícula cuanto que tiene por objeto hacer entrar a Freud en la categoría de los perversos. Ahora bien, la verdad sobre este asunto es muy diferente. Freud, al contrario de un gran número de sus discípulos, no consideraba la homosexualidad como una perversión y era favorable, políticamente, a una emancipación de los homosexuales.
Una vez más, la tesis de Onfray no tiene ningún fundamento, sino de expresar la repulsión que él mismo tiene por la homosexualidad masculina y femenina. Al hacer de Freud un dictador falócrata dueño de todas las mujeres - su madre, sus hermanas, su cuñada, sus hijas, su esposa -, él habla aún de sí mismo. ¿No es cierto, que en numerosas ocasiones, Onfray declaró, su elección del celibato y de la no paternidad, su gusto filosófico por la poligamia solar, erótica, hedonista, volcánica, pagana y anti-judeocristiana? No hay nada que decir a eso, si no que tratándose de Freud, se transforma en el inquisidor de éste, y por otra parte, pretende ser el adepto.
Onfray cede a un antiguo rumor inventado por Carl Gustav Jung (y reactualizado por los revisionistas de la escuela americana y los puritanos) según el cual, Freud habría tenido, en 1898, una relación con Minna Bernays, la hermana de su mujer Martha, en un viaje a Engadine (véase. Sigmund Freud, Notre coeur tend vers le sud. Correspondance de voyage 1895-1923, Fayard, 2005 et Le nouvel observateur, 1er février 2007), Onfray imagina que Freud habría tenido relaciones sexuales perversas con Mina a lo largo de toda su vida, en la habitación contigua a la suya y bajo la mirada cómplice de su mujer quien a menudo habría asistido a los jugueteos de los dos amantes. Peor aún, Freud habría embarazado a Minna para obligarla enseguida a abortar. Evidentemente, Onfray, está poco preocupado por las leyes de la cronología, así como de las de la procreación, ya que sitúa este acontecimiento en 1923. Cuando, en dicha fecha, Minna tenía 58 años y Freud 67.
Onfray añade que Freud habría cedido a la tentación de someterse a una operación de los canales espermáticos destinada a aumentar su potencia sexual con el fin de gozar mejor del cuerpo de Minna. Onfray escribe: “Ese año, a los sesenta y siete años de edad, Freud el científico, se hace atar los canales espermáticos con el pretexto de que esta clase de intervención rejuvenece al sujeto y reaviva las potencias sexuales defectuosas. (los que sostienen la versión hagiográfica del héroe que renuncia a la sexualidad para sublimar su libido en la producción de una obra universal, el psicoanálisis, deberán revisar su copia… En cambio, para los que sostienen que Freud tenía una vida sexual activa con tía Minna, y la hipótesis de un viaje efectuado a Italia para abortar, las cosas parecen coherentes…) Los hagiógrafos lo afirman sutilmente: esta ligadura prevenía la repetición de cáncer.” (Crépuscule, p. 246). Y en una entrevista otorgada a Livres-hebdo (9 de abril de 2010, p. 16), añade que Freud también habría mantenido “relaciones simbólicamente incestuosas con la hija de su amante. Con Freud, el burdel no está nunca muy lejos del monasterio”. ¿Pero quien es pues esta muchacha? Minna nunca tuvo hija. Uno se pregunta cómo el periodista que se entrevista con Onfray puede aceptar tales tonterías.
En la emisión de Franz-Olivier Giesbert (en la televisora France 2, del 9 de abril), Onfray incluso ha dicho delante del alegre interlocutor - confiado de reunir “revelaciones” de primera mano que Freud “había trabajado en el Institut-Göring de Berlín entre 1935 y 1938”. Cuando Freud no se movió de Viena en esta época.
En cuanto a la colaboración de los freudianos y de Jones a la política de “arianizacion” de la psicoterapia alemana orquestada por Matthias Göring, se conoce perfectamente por los historiadores que: Freud dejó hacer - y esto ya es una grave falta política - tras un largo conflicto cuyo rastro se encuentra en su correspondencia con Max Eitingon (Hachette-Literatura, 2009) que Onfray no cita puesto que no conoce el detalle de este asunto.
Onfray afirmó, por otro lado, que Freud, codicioso de dinero, estafador, falso, mentiroso cobraba en sus sesiones en Viena la suma de 450 euros, lo que dejaría entender que todos sus herederos lo habrían imitado. Para quién conoce la realidad de la práctica psicoanalítica - e incluso la de sus peores derivas -, hay que reconocer que se trata de una convicción delirante la de Onfray.
Convencido de que Minna podría ser preñada a la edad de 58 años, e ignorando la historia de la medicina, Onfray atribuye a los hagiógrafos de ocultar la verdad que se refiere a la sexualidad de Freud. La realidad es muy diferente: en 1923, Freud en efecto se sometió a una operación de ligadura llamada “operación de Steinbach”. Este endocrinólogo era uno de los primeros en haber descubierto la función de las células intersticiales que secretan las hormonas masculinas. Al atar los canales, pensaba obtener una relativa hipertrofia de las células y por lo tanto un “rejuvenecimiento” del paciente. Como se pensaba en la época que la formación del cáncer parcialmente se debía al proceso de envejecimiento, la operación de “rejuvenecimiento de Steinbach” se consideraba como un medio de prevenir la vuelta del cáncer (véase. Max Schur, La mort dans la vie de Freud, Gallimard, 1972, p. 434).
Partidario del placer solitario y solar, Onfray acusa a Freud, no solamente de embarazar a su cuñada, sino de favorecer una inmensa represión de la masturbación (Le crépuscule, p. 497-504).
El ataque es tanto más cómico por cuanto los sexólogos puritanos del Siglo XX dedicaron a Freud las peores injurias a principios de siglo por haber condenado todas las torturas que se infligían a los niños para reprimir la masturbación (manos atadas a la cama, aparatos espantosos, excisión de las muchachas, de distintas
amenazas, de golpes, etc…).
Obsesionado por la pederastia, Onfray no deja de hacer sus declaraciones en la prensa para denunciar a todos aquéllos que él sospecha cómplices de este crimen. Reanudando por su cuenta las acusaciones grotescas contra Daniel Cohn-Bendit, y citando una famosa petición de 1977 firmada por numerosos intelectuales franceses favorables, en la época, a una revisión de la ley sobre la sexualidad de los adolescentes (Sirinelli, Intellectuels et passions françaises, Fayard, 1990, p. 269-270), no dudó, en su blog de
noviembre de 2009, de fustigar al conjunto de la intelectualidad francesa: cómplices de la pederastia, él a dicho (“Pederastia mi amor”). Y del mismo modo, condena a Roman Polanski y Frédéric Mitterrand: “La pederastia tiene buena prensa, escribe, ¡Cuando Bayrou recuerda con mucha razón que Cohn-Bendit acariciaba el sexo de los niños y se dejaba acariciar por ellos, es Bayrou el infame! (...) Cuando la petición contra la mayoría sexual reúne en 1977 la fina flor de los intelectuales de entonces (Derrida, Deleuze, Guattari, Althusser, Sartre, Beauvoir, Sollers, etc .....) pero también los que en adelante serán sarkozystas: Kouchner, Bruckner, Glucksmann (...) nadie alcanza a criticar, incluso Dolto, firmò ella también”.
Si Freud es un perverso sexual, eso significa para Onfray que su doctrina no es más que la prolongación de una perversión más grave aún en lo que se refiere a sus orígenes vergonzosos: sería, según Onfray, el producto de algo extraño al cuerpo normal y sano
del hombre, algo impuro vinculado a estigmas precisos. Sería pues el revés de la doctrina profesada por este dios solar y volcánico, fuente de vida y antítesis absoluta del judeo-cristianismo creador de la guerra, destrucción y de la pulsión de muerte. Onfray a hecho entonces del psicoanálisis el “producto de una cultura decadente de fin de siglo que ha proliferado como una planta venenosa” (Le crépuscule, p. 566-567). Reanuda así por su cuenta el gran tema de la extrema derecha francesa que, desde León Daudet, siempre ha comparado al psicoanálisis a una ciencia extranjera (“alemana” o “judía”), viniendo a agarrarse como un parásito sobre el cuerpo del Estado-nación, una ciencia mortífera, concebida por un cerebro degenerado y nacida en una ciudad depravada (Viena) en el centro de un Imperio en plena delincuencia.
No causará asombro de ver surgir bajo su pluma, no una crítica del psicoanálisis a la manera de Theodor Adorno, de Herbert Marcuse, de las feministas o de los culturalistas americanos, o también de Gilles Deleuze o de Michel Foucault, sino una acusación similar a la de los adeptos del neopaganismo anti-judeocristiano. Ya que es en esta veta en la que se sitúa el autor del « Crepúsculo de un ídolo » cuando, regresando a la acusación de “ciencia judía” pronunciada por los nazis contra el psicoanálisis, hace de ésta una ciencia fascista (Crepúsculo, p. 566 y sq.) y de su fundador una clase de dictador hitlériano adepto a la desigualdad de razas (p.533).
El razonamiento es simple: acusando a Freud de haber teorizado el concepto de pulsión de muerte y de inscribirlo en el centro de la historia humana, Onfray viene a afirmar que puesto que los nazis llevaron a cabo la más cruel realización de esta pulsión, eso significa que Freud sería el precursor de esta crueldad y también un representante de las anti-Luces, animado por el “odio de sí, judío” (Crepúsculo, p. 228 y 476). Pero habría hecho aún algo peor: al publicar, en 1939, El hombre Moisés y la religión monoteísta, es decir, al hacer de Moisés un Egipcio y del asesinato del padre uno de los principios de la llegada de las sociedades humanas, haría del asesinato del padre la Ley judaica, favoreciendo así la exterminación de su propio pueblo por los nazis (Crepúsculo, p. 226-227). El sería entonces, de nuevo por anticipación, un perseguidor de Judíos, quien, al no poder reconocerse nacionalsocialista porque es judío, habría transferido su entusiasmo hacia Hitler en una admiración hacia Mussolini, hasta el punto de imitarlos en Psicología de las masas y análisis del yo, obra publicada en 1921 y que no trata de este tema: “Evidentemente, Freud, como Judío, no puede salvar nada del nacionalsocialismo. En cambio, el cesarismo autoritario de Mussolini y el austro-fascismo de Dollfuss ilustran a maravilla las tesis de Psicología de masas y análisis del
yo.” Y Onfray pretende aportar la prueba de lo que avanza utilizando una anécdota conocida de todos los historiadores.
En 1933, Eduardo Weiss, discípulo italiano de Freud, presenta a éste, en Viena, una paciente a quien tiene en tratamiento. El padre de ésta, Gioacchino Forzano, autor de comedias y amigo de Mussolini, acompaña a su hija. Al término de la consulta, pide a
Freud dedicar uno de sus libros para el Duce. Por respeto a Weiss, que será obligado después a la emigración, Freud acepta y elige su libro Por qué la guerra? escrito en colaboración con Einstein (1932- 33): “A Benito Mussolini, con un saludo respetuoso de un viejo hombre que reconoce en la persona del dirigente a un héroe de la cultura.” En consecuencia, Weiss pedirá a Jones silenciar este acontecimiento, pero éste se negará, llegando incluso hasta acusar a Weiss de complicidad con Mussolini.
Sin conocer los detalles de este asunto, con respecto al cual se equivoca superlativamente, Onfray concluye que Freud es un fascista (Crepúsculo, p. 524-532) y que ¿ Por qué la guerra? , escrito en colaboración con Einstein, es una apología del crimen.
Cuando se sabe que Freud fue un pensador de las Luces y nunca un adepto de las anti-luces, que destacó que el asesinato del padre era el acto fundador de las sociedades humanas a condición, no obstante, de que el asesinato fuera sancionado por la Ley (al estilo de las tragedias griegas) y que era el admirador tanto de Cromwell (el regicidio) como de la monarquía constitucional inglesa (capaz de sancionar el regicidio), uno se pregunta cómo Onfray puede apoyar tales extravagancias.
Si el psicoanálisis es, como lo afirma, una ciencia nazi y fascista, eso significa que es incompatible con la democracia. ¿Pero por qué entonces sólo se desarrolló en los países donde se había instaurado un Estado de Derecho? ¿Por qué como tal, siempre ha sido
rechazado por los regímenes totalitarios o teocráticos, incluso cuando sus expertos colaboraban con tales regímenes? Onfray no se plantea la cuestión y se limita a afirmar que si tuvo éxito, es porque Freud organizó “milicias” para defenderlo, transformándolo
así en una religión fanática que favorecía la guerra y las carnicerías de guerras, prefigurando Auschwitz, Hiroshima y las guerras coloniales. En consecuencia, él debería su supervivencia al hecho de que fijara una adecuación entre verdugo y víctima.
Rechazando el principio mismo de la historia de las ciencias según el cual ninguna norma debe ser esencializada con relación a una patología - puesto que los fenómenos patológicos son siempre variaciones cuantitativas de los fenómenos normales -, Onfray
prorroga una visión maniqueísta de la relación entre lo normal y lo patológico. La piensa según el eje del bien y el mal: por una parte el paraíso de la norma (los adeptos del dios solar, pacifistas y hedonistas), del otro, el infierno de la patología (los locos, los
cabrones, los perversos, los monstruos, los cristianos, los Judíos, los nazis, los musulmanes). Al grado de venir a afirmar que el psicoanálisis no es capaz - no más que Freud mismo - de distinguir el verdugo de la víctima, puesto que, para aquél, “todo se vale”: el enfermo y el hombre normal, el loco y el psiquiatra, el pederasta y el buen padre, etc… Y, con respecto a la exterminación de las cuatro hermanas de Freud por los nazis, concluye “que no se puede comprender el problema de la “Solución final” que atrapa a la familia Freud. ¿Cómo comprehender, dice, lo que distingue psíquicamente a Adolfine, muerta de hambre en Theresienstadt, y sus otras tres hermanas desaparecidas en los hornos crematorios en 1942 en Auschwitz y Rudolf Höss, puesto que nada las distingue psíquicamente si no por algunos grados apenas visibles y contando tan poco para Freud que nunca ha teorizado esta divergencia minúscula, sin embargo tan esencial? “(Crepúsculo, p. 566).
Tomemos en cuenta que Onfray se equivoca de campo de concentración: se exterminó a Rosa en Treblinka y a Mitzi y a Paula en Maly Trostinec. Si la “Solución final” atrapó bien a la familia
Freud, no es ciertamente en este frente a frente sin “distinción psíquica” imaginado por Onfray, entre el Comandante del campo de Auschwitz (Höss) y las cuatro hermanas del fundador del psicoanálisis, por lo que Freud es acusado de haber eliminado, por anticipado, toda diferencia entre el exterminador y sus víctimas.
“Que el odio sea la otra cara del amor (ha escrito Onfray hablando de Freud), que se me permita dudar, en primer lugar porque no hay en mí odio al psicoanálisis (...)” y añade: ¡“Todo odio de una víctima judía para su verdugo nazi me parece, lejos de significar en
ella otro nombre del amor! Es necesario terminar con esta clase de pseudo argumento freudiano que nada lo es en alguna de las modalidades del conjunto, que el blanco es una de las modalidades del negro, que la crítica (abierta) de Freud es una de las modalidades (inconsciente) del amor de Freud.” (Leer, marzo de 2010, p.35)
Onfray, llevado por la denegación de su odio, no deja de asignar al fundador del psicoanálisis sus propias obsesiones. Es Onfray y no Freud quien se permite afirmar que el odio de una víctima judía para su verdugo nazi es el otro nombre del amor. Y es de su
imaginación que salió la situación macabra de este frente a frente entre Rudolf Höss y las cuatro hermanas de Freud.
Puesto que el psicoanálisis no es más que el otro nombre de una ciencia fascista inventada por un Judío rencoroso y perverso, se comprende que Onfray de rienda suelta, al final de su obra, a una rehabilitación sistemática de las tesis paganas de la extrema
derecha francesa con las cuales mantiene una fuerte relación de complicidad.
Así hecho el elogio de La scolastique freudienne (Fayard, 1972), obra de Pierre Debray-Ritzen, pediatra y fundador de la Nueva derecha, que no ha dejado nunca de fustigar tanto al divorcio como al aborto más que la religión judeo-cristiana, hostil según él, a la
aparición de una verdadera ciencia materialista. De ahí su pretensión de un ateísmo furioso basado en el culto del paganismo:
“Al final de su vida, escribe Onfray, este tío de Regis Debray que no puede pero (sic) animaba una emisión sobre Radio Courtoisie, uno de los medios de comunicación claramente a la derecha de la derecha (...) cómo oír la exactitud de buenos argumentos críticos en un mundo donde la parte fundamental de la clase intelectual comulgue menos dentro de la izquierda que con su catecismo?”
No contento de considerarse en la izquierda francesa, de la que pretende formar parte , Onfray elogia los méritos de otra obra, salida de la misma tradición, Mensonges freudiens. Histoire d’une désinformation séculaire, publicada en Belgique par Jacques
Bénesteau (Mardaga, 2002 (Mentiras freudianas. Historia de una desinformación secular), introducida por un próximo del Frente nacional, sostenido por el « Club del Reloj » y en donde se puede leer (p.190-191) que no existía antisemitismo en Viena durante el período de entreguerras puesto que en esta época, numerosos Judíos ocupaban puestos importantes en todas las esferas de la sociedad civil: “En su obra, escribe Onfray, Bénesteau critica el uso que Freud hace del antisemitismo para explicar su divergencia por sus congéneres, y su ausencia de reconocimiento por la
universidad, la lentitud de su éxito. Como hecho de demostración, explica que en Viena en esta época muchos Judíos ocupan puestos importantes en la justicia, la política, la edición, lo que le valdría a Bénesteau estar en el campo “del antisemitismo encubierto” como señala Elisabeth Roudinesco («Le club de l’horloge et la psychanalyse : chronique d’un antisémitisme masqué», Les temps modernes, 627, avril-mai-juin 2004) - encubierto, es decir invisible aunque presente y real (...) ahora bien, la lectura de este gran libro no contiene ninguna observación antisemita (sic), no se encuentra en él ninguna posición que señale la preferencia política de su autor.” (Crepúsculo, p. 596).
Al término de su furiosa acusación, Michel Onfray suscribe la tesis según la cual Freud (homófobo, misógino, partidario del fascismo, responsable por anticipado de la exterminación de sus hermanas, adepto de una sexualidad malsana y de una concepción pervertida de las relaciones entre la norma y la patología), habría inventado persecuciones antisemitas que no existían en ninguna lugar en
Viena, manera de verse por todas partes y en cualquier circunstancia, como dentro de la más pura tradición de la ideología complotista francesa (de Agustino Barruel a Edouard Drumont) – la mano, el ojo y la nariz de Freud.
¿A la lectura de tal obra, lo que está en juego supera de sobra el debate clásico entre adeptos y opositores al psicoanálisis, se tiene el derecho de preguntarse si las consideraciones comerciales que condujeron a esta publicación no son desde ahora, de tal peso que podrían suprimir todo juicio crítico y todo sentido de responsabilidad? La cuestión en todo caso merece ser planteada y el debate está abierto.
miércoles, 6 de julio de 2011
¿Por qué tanto odio? (continuación) Elizabeth Roudinescoyecto a una empresa moderna de renovación del discurso filosófico. Convencido de que la Universidad francesa y la Escuela republicana son antros de perdición en los cuales los profesores fijan a los niños verdades oficiales dictadas por un Estado totalitario, Onfray emprendió una revisión de la historia de los conocimientos dichos “oficiales”. Quiere ser libertario, de extrema izquierda, adepto de Proudhon contra Marx y se declara partidario del pueblo explotado por el capitalismo. Por eso fue durante un tiempo próximo al Nuevo partido anticapitalista, antes de llamar a votar por el Frente izquierda en las últimas elecciones regionales. Desde hace varios años, difunde de sobra una “contrahistoria de la filosofía”, que pretende aumentar repercusiones sobre conocimientos que habrían sido censurados por los profesores, por el papa, por los sacerdotes. Por eso puso a punto su metodología que se basa en el principio de la prefiguración: todo ocurre ya desde antes de que sobrevenga el acontecimiento. Gracias a esta metodología, que encuentra un verdadero éxito popular ante un público fascinado por quien cree estar en una insurrección de conciencias, Onfray pudo afirmar que Emmanuel Kant, filósofo alemán de las Luces, no era más que un precursor de Adolf Eichmann - el organizador de la “Solución final” que deseaba ser kantiano (Le songe d’Eichmann, Galilée, 2008) -, que los tres monoteísmos (judaísmo, cristianismo, Islam) son empresas genocidas, que el evangelista Juan es el antepasado de Hitler, que Jesús prefigura Hiroshima, y finalmente que todos los musulmanes del planeta son fascistas guiados por infames ayatollahs (Traité d’athéologie, Grasset, 2005). En el origen de este oscuro asunto, los Judíos, fundadores del primer monoteísmo - es decir, de una religión sanguinaria, alineada sobre la pulsión de muerte - serían pues, según Onfray, los responsables de todas las desdichas del Occidente, los verdaderos “inventores de la guerra santa”: “Ya que el monoteísmo porta la pulsión de muerte, ama la muerte, goza de la muerte, está fascinado por la muerte, está fascinado por ella (...) de la espada sanguinaria de los Judíos que exterminan a los Cananeos al uso del avión de línea como bombas volantes en Nueva York, pasando por las descargas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, todo se hace en el nombre de Dios, bendecidas por él pero sobre todo bendecidas por aquellos que son requeridos.” (Tratado de athéologie, p. 201, 212, 228, etc…) A esta humanidad monoteísta (judía, cristiana, musulmana) exclusivamente dedicada al odio y a la destrucción, Onfray opone una humanidad ateológica, preocupada de la llegada de un mundo higienista, paradisíaco, hedonista: orquestado por un dios solar y pagano, enteramente habitado por la pulsión de vida y donde Onfray, sería el representante sobre la tierra con la misión de inculcar a sus discípulos la mejor manera de gozar sexualmente de su cuerpo y del cuerpo de sus vecinos: por la masturbación. Aunque no sepa él de lo que habla y aunque no cite el libro de Thomas Laqueur (Le sexe solitaire. Contribution à une histoire de la sexualité, Gallimard, 2004), Onfray se muestra decidido a hacer del pene el objeto de un culto fálico y volcánico, heredado de los antiguos dioses de Grecia, los cuales, como los presocráticos, serían los precursores de Nietzsche. Que Nietzsche haya efectuado un gran retorno a los presocráticos, no lo hace por tanto uno de ellos, ni un precursor de aquél. Al compás de una enseñanza muy mediatizada, Onfray consiguió convencer a un amplio público, que los representantes de este dios pagano, celebrando las virtudes del rayo, cometas y tormentas, nunca hicieron la guerra a cualquiera y fueron pacifistas admirables. En esta Grecia virtuosa de la reserva de la Baja Normandía, inventada por Onfray, Homero no existe, ni la Guerra de Troya, ni Ulises, ni Aquiles, ni Zeus, ni Ouranos, ni los titanes, ni la tragedia…. Onfray narra que fue, en su infancia, la víctima de perversos sacerdotes “salesianos”, algunos de los cuales eran pedofílicos (Le crépuscule, p. 15) y que hicieron de él lo que sería. Rebelde emotivo, atormentado por el complot edípico que lo habría abatido, afirma que su padre, “infeliz empleado de la industria láctea”, habría sido la víctima pasiva de su madre a lo largo de un drama que tenía por escenario el “mercado de la subprefectura de Argentan” (p.15). Esta madre había sido abandonada ella misma en un cajón al nacer y había concebido una repulsión hacia su propio hijo, a tal punto de golpearlo y de predecir que él terminaría su vida bajo el suplicio: “Sin haber matado nunca padre (y sobre todo) ni madre, ni haber contemplado una carrera de asaltante, y menos aún el haber considerado el arte de asesino, me veía mal bajo el cuchillo de la viuda. Mi madre, si!” (La puissance d’exister, Grasset, 2006, presentación por el autor). Para vengarse del odio que le inspiró su madre, decidió atacar a aquél que considera como el responsable de todas las conspiraciones contra el padre: Sigmund Freud, del que se sabe que fue adorado por su madre. Onfray lo había admirado a tal punto de leerlo desde su infancia masturbándose (Philosophie Magazine, 36, février 2010, p. 10) después de incluir su gloriosa historia en la de la ateologia (Tratado, p. 265). Pero he aquí que, desde su conversión, Onfray denuncia el complot freudiano que consiste, según él, en promover el odio de los padres y la adoración de las madres para seducirlos mejor sexualmente: tal es, según él, la esencia del psicoanálisis, puro y simple relato autobiográfico de este fundador depravado cuyo asesinato “no había premeditado” (Livreshebdo, p. 16.) Y de golpe, intenta, contra Freud y contra el judeo-cristianismo, rehabilitar la figura maltratada del padre: un padre solar, ardiéndose y fálico. Pero sólo ama a los padres a condición de que no sean nunca padres. Entusiasta adepto del celibato, Onfray no deja de afirmar su denegación de la paternidad: ¿“Los estériles voluntarios aman tanto a los niños, o incluso más, que los reproductores prolíficos (...) Quien encuentra el real bastante deseable para iniciar a su hijo o a su hija a la ineluctabilidad de la muerte, a la falsedad de las relaciones entre los hombres, al interés que lleva el mundo, a la obligación del trabajo asalariado? (...) Sería necesario llamar amor a este arte de transmitir similares bajezas a la carne de su carne?” (Théorie du corps amoureux (2000), LGF, 2007, p. 218-220). 3- Freud perverso sexual, el psicoanálisis ciencia nazi. Para hacer mejor su reproche, la consecuencia lógica de su contra historia de los saberes oficiales, Onfray presenta a Freud como un monstruo perverso, maltratando a su padre juzgado de pederasta, habiendo abusando psíquicamente de sus tres hijas (Mathilde, Sophie y Anna), y cometiendo adulterio con su cuñada durante cuarenta años, desde 1898 a su muerte. El departamento de Viena habría sido, a su modo de ver, un burdel y Freud un abominable Edipo: sólo pensaba en acostarse realmente con su madre (incluso a una edad avanzada) luego, en suprimir de verdad a su padre (incluso después de la muerte de éste, ocurrida en 1896), y en fin, a fabricar niños incestuosos para abusarlos mejor. Es así como durante diez años, Freud habría torturado a su hija Anna a lo largo de un análisis con forma de proceso inquisitorial que se habría desarrollado de 1918 a 1929 y durante el cual, cada día, al abrigo del secreto de su gabinete, le habría incitado a convertirse en homosexual (Le crépuscule, p. 243-245). Es exacto que Freud analizó a su hija, pero la cura ha durado cuatro años y no diez. Y cuando Anna, ha comenzado a darse cuenta de su atracción por las mujeres, Freud más bien la ha incitado a orientarse hacia el trabajo intelectual. En consecuencia, cuando vivió con Dorothy Burlingham, ella “adoptó” a los niños de ésta, demostrando tolerancia. Freud no era ni homófobo ni misógino, aunque su concepción de la sexualidad femenina es discutible y ha sido discutida numerosas ocasiones. Poco importan los debates de las feministas y otros investigadores: Onfray afirma que el gran embaucador vienés era sólo otro estafador “ontológicamente homófobo” (El crepúsculo, p. 513-513). La homofobia ontológica según Onfray sería muy diferente de la homofobia política. La primera consistiría en hacer de la homosexualidad una perversión y la segunda tendría por objeto “criminalizar” la homosexualidad. Esta distinción es tanto más ridícula cuanto que tiene por objeto hacer entrar a Freud en la categoría de los perversos. Ahora bien, la verdad sobre este asunto es muy diferente. Freud, al contrario de un gran número de sus discípulos, no consideraba la homosexualidad como una perversión y era favorable, políticamente, a una emancipación de los homosexuales. Una vez más, la tesis de Onfray no tiene ningún fundamento, sino de expresar la repulsión que él mismo tiene por la homosexualidad masculina y femenina. Al hacer de Freud un dictador falócrata dueño de todas las mujeres - su madre, sus hermanas, su cuñada, sus hijas, su esposa -, él habla aún de sí mismo. ¿No es cierto, que en numerosas ocasiones, Onfray declaró, su elección del celibato y de la no paternidad, su gusto filosófico por la poligamia solar, erótica, hedonista, volcánica, pagana y anti-judeocristiana? No hay nada que decir a eso, si no que tratándose de Freud, se transforma en el inquisidor de éste, y por otra parte, pretende ser el adepto. Onfray cede a un antiguo rumor inventado por Carl Gustav Jung (y reactualizado por los revisionistas de la escuela americana y los puritanos) según el cual, Freud habría tenido, en 1898, una relación con Minna Bernays, la hermana de su mujer Martha, en un viaje a Engadine (véase. Sigmund Freud, Notre coeur tend vers le sud. Correspondance de voyage 1895-1923, Fayard, 2005 et Le nouvel observateur, 1er février 2007), Onfray imagina que Freud habría tenido relaciones sexuales perversas con Mina a lo largo de toda su vida, en la habitación contigua a la suya y bajo la mirada cómplice de su mujer quien a menudo habría asistido a los jugueteos de los dos amantes. Peor aún, Freud habría embarazado a Minna para obligarla enseguida a abortar. Evidentemente, Onfray, está poco preocupado por las leyes de la cronología, así como de las de la procreación, ya que sitúa este acontecimiento en 1923. Cuando, en dicha fecha, Minna tenía 58 años y Freud 67. Onfray añade que Freud habría cedido a la tentación de someterse a una operación de los canales espermáticos destinada a aumentar su potencia sexual con el fin de gozar mejor del cuerpo de Minna. Onfray escribe: “Ese año, a los sesenta y siete años de edad, Freud el científico, se hace atar los canales espermáticos con el pretexto de que esta clase de intervención rejuvenece al sujeto y reaviva las potencias sexuales defectuosas. (los que sostienen la versión hagiográfica del héroe que renuncia a la sexualidad para sublimar su libido en la producción de una obra universal, el psicoanálisis, deberán revisar su copia… En cambio, para los que sostienen que Freud tenía una vida sexual activa con tía Minna, y la hipótesis de un viaje efectuado a Italia para abortar, las cosas parecen coherentes…) Los hagiógrafos lo afirman sutilmente: esta ligadura prevenía la repetición de cáncer.” (Crépuscule, p. 246). Y en una entrevista otorgada a Livres-hebdo (9 de abril de 2010, p. 16), añade que Freud también habría mantenido “relaciones simbólicamente incestuosas con la hija de su amante. Con Freud, el burdel no está nunca muy lejos del monasterio”. ¿Pero quien es pues esta muchacha? Minna nunca tuvo hija. Uno se pregunta cómo el periodista que se entrevista con Onfray puede aceptar tales tonterías. En la emisión de Franz-Olivier Giesbert (en la televisora France 2, del 9 de abril), Onfray incluso ha dicho delante del alegre interlocutor - confiado de reunir “revelaciones” de primera mano que Freud “había trabajado en el Institut-Göring de Berlín entre 1935 y 1938”. Cuando Freud no se movió de Viena en esta época. En cuanto a la colaboración de los freudianos y de Jones a la política de “arianizacion” de la psicoterapia alemana orquestada por Matthias Göring, se conoce perfectamente por los historiadores que: Freud dejó hacer - y esto ya es una grave falta política - tras un largo conflicto cuyo rastro se encuentra en su correspondencia con Max Eitingon (Hachette-Literatura, 2009) que Onfray no cita puesto que no conoce el detalle de este asunto. Onfray afirmó, por otro lado, que Freud, codicioso de dinero, estafador, falso, mentiroso cobraba en sus sesiones en Viena la suma de 450 euros, lo que dejaría entender que todos sus herederos lo habrían imitado. Para quién conoce la realidad de la práctica psicoanalítica - e incluso la de sus peores derivas -, hay que reconocer que se trata de una convicción delirante la de Onfray. Convencido de que Minna podría ser preñada a la edad de 58 años, e ignorando la historia de la medicina, Onfray atribuye a los hagiógrafos de ocultar la verdad que se refiere a la sexualidad de Freud. La realidad es muy diferente: en 1923, Freud en efecto se sometió a una operación de ligadura llamada “operación de Steinbach”. Este endocrinólogo era uno de los primeros en haber descubierto la función de las células intersticiales que secretan las hormonas masculinas. Al atar los canales, pensaba obtener una relativa hipertrofia de las células y por lo tanto un “rejuvenecimiento” del paciente. Como se pensaba en la época que la formación del cáncer parcialmente se debía al proceso de envejecimiento, la operación de “rejuvenecimiento de Steinbach” se consideraba como un medio de prevenir la vuelta del cáncer (véase. Max Schur, La mort dans la vie de Freud, Gallimard, 1972, p. 434). Partidario del placer solitario y solar, Onfray acusa a Freud, no solamente de embarazar a su cuñada, sino de favorecer una inmensa represión de la masturbación (Le crépuscule, p. 497-504). El ataque es tanto más cómico por cuanto los sexólogos puritanos del Siglo XX dedicaron a Freud las peores injurias a principios de siglo por haber condenado todas las torturas que se infligían a los niños para reprimir la masturbación (manos atadas a la cama, aparatos espantosos, excisión de las muchachas, de distintas amenazas, de golpes, etc…). Obsesionado por la pederastia, Onfray no deja de hacer sus declaraciones en la prensa para denunciar a todos aquéllos que él sospecha cómplices de este crimen. Reanudando por su cuenta las acusaciones grotescas contra Daniel Cohn-Bendit, y citando una famosa petición de 1977 firmada por numerosos intelectuales franceses favorables, en la época, a una revisión de la ley sobre la sexualidad de los adolescentes (Sirinelli, Intellectuels et passions françaises, Fayard, 1990, p. 269-270), no dudó, en su blog de noviembre de 2009, de fustigar al conjunto de la intelectualidad francesa: cómplices de la pederastia, él a dicho (“Pederastia mi amor”). Y del mismo modo, condena a Roman Polanski y Frédéric Mitterrand: “La pederastia tiene buena prensa, escribe, ¡Cuando Bayrou recuerda con mucha razón que Cohn-Bendit acariciaba el sexo de los niños y se dejaba acariciar por ellos, es Bayrou el infame! (...) Cuando la petición contra la mayoría sexual reúne en 1977 la fina flor de los intelectuales de entonces (Derrida, Deleuze, Guattari, Althusser, Sartre, Beauvoir, Sollers, etc .....) pero también los que en adelante serán sarkozystas: Kouchner, Bruckner, Glucksmann (...) nadie alcanza a criticar, incluso Dolto, firmò ella también”. Si Freud es un perverso sexual, eso significa para Onfray que su doctrina no es más que la prolongación de una perversión más grave aún en lo que se refiere a sus orígenes vergonzosos: sería, según Onfray, el producto de algo extraño al cuerpo normal y sano del hombre, algo impuro vinculado a estigmas precisos. Sería pues el revés de la doctrina profesada por este dios solar y volcánico, fuente de vida y antítesis absoluta del judeo-cristianismo creador de la guerra, destrucción y de la pulsión de muerte. Onfray a hecho entonces del psicoanálisis el “producto de una cultura decadente de fin de siglo que ha proliferado como una planta venenosa” (Le crépuscule, p. 566-567). Reanuda así por su cuenta el gran tema de la extrema derecha francesa que, desde León Daudet, siempre ha comparado al psicoanálisis a una ciencia extranjera (“alemana” o “judía”), viniendo a agarrarse como un parásito sobre el cuerpo del Estado-nación, una ciencia mortífera, concebida por un cerebro degenerado y nacida en una ciudad depravada (Viena) en el centro de un Imperio en plena delincuencia. No causará asombro de ver surgir bajo su pluma, no una crítica del psicoanálisis a la manera de Theodor Adorno, de Herbert Marcuse, de las feministas o de los culturalistas americanos, o también de Gilles Deleuze o de Michel Foucault, sino una acusación similar a la de los adeptos del neopaganismo anti-judeocristiano. Ya que es en esta veta en la que se sitúa el autor del « Crepúsculo de un ídolo » cuando, regresando a la acusación de “ciencia judía” pronunciada por los nazis contra el psicoanálisis, hace de ésta una ciencia fascista (Crepúsculo, p. 566 y sq.) y de su fundador una clase de dictador hitlériano adepto a la desigualdad de razas (p.533). El razonamiento es simple: acusando a Freud de haber teorizado el concepto de pulsión de muerte y de inscribirlo en el centro de la historia humana, Onfray viene a afirmar que puesto que los nazis llevaron a cabo la más cruel realización de esta pulsión, eso significa que Freud sería el precursor de esta crueldad y también un representante de las anti-Luces, animado por el “odio de sí, judío” (Crepúsculo, p. 228 y 476). Pero habría hecho aún algo peor: al publicar, en 1939, El hombre Moisés y la religión monoteísta, es decir, al hacer de Moisés un Egipcio y del asesinato del padre uno de los principios de la llegada de las sociedades humanas, haría del asesinato del padre la Ley judaica, favoreciendo así la exterminación de su propio pueblo por los nazis (Crepúsculo, p. 226-227). El sería entonces, de nuevo por anticipación, un perseguidor de Judíos, quien, al no poder reconocerse nacionalsocialista porque es judío, habría transferido su entusiasmo hacia Hitler en una admiración hacia Mussolini, hasta el punto de imitarlos en Psicología de las masas y análisis del yo, obra publicada en 1921 y que no trata de este tema: “Evidentemente, Freud, como Judío, no puede salvar nada del nacionalsocialismo. En cambio, el cesarismo autoritario de Mussolini y el austro-fascismo de Dollfuss ilustran a maravilla las tesis de Psicología de masas y análisis del yo.” Y Onfray pretende aportar la prueba de lo que avanza utilizando una anécdota conocida de todos los historiadores. En 1933, Eduardo Weiss, discípulo italiano de Freud, presenta a éste, en Viena, una paciente a quien tiene en tratamiento. El padre de ésta, Gioacchino Forzano, autor de comedias y amigo de Mussolini, acompaña a su hija. Al término de la consulta, pide a Freud dedicar uno de sus libros para el Duce. Por respeto a Weiss, que será obligado después a la emigración, Freud acepta y elige su libro Por qué la guerra? escrito en colaboración con Einstein (1932- 33): “A Benito Mussolini, con un saludo respetuoso de un viejo hombre que reconoce en la persona del dirigente a un héroe de la cultura.” En consecuencia, Weiss pedirá a Jones silenciar este acontecimiento, pero éste se negará, llegando incluso hasta acusar a Weiss de complicidad con Mussolini. Sin conocer los detalles de este asunto, con respecto al cual se equivoca superlativamente, Onfray concluye que Freud es un fascista (Crepúsculo, p. 524-532) y que ¿ Por qué la guerra? , escrito en colaboración con Einstein, es una apología del crimen. Cuando se sabe que Freud fue un pensador de las Luces y nunca un adepto de las anti-luces, que destacó que el asesinato del padre era el acto fundador de las sociedades humanas a condición, no obstante, de que el asesinato fuera sancionado por la Ley (al estilo de las tragedias griegas) y que era el admirador tanto de Cromwell (el regicidio) como de la monarquía constitucional inglesa (capaz de sancionar el regicidio), uno se pregunta cómo Onfray puede apoyar tales extravagancias. Si el psicoanálisis es, como lo afirma, una ciencia nazi y fascista, eso significa que es incompatible con la democracia. ¿Pero por qué entonces sólo se desarrolló en los países donde se había instaurado un Estado de Derecho? ¿Por qué como tal, siempre ha sido rechazado por los regímenes totalitarios o teocráticos, incluso cuando sus expertos colaboraban con tales regímenes? Onfray no se plantea la cuestión y se limita a afirmar que si tuvo éxito, es porque Freud organizó “milicias” para defenderlo, transformándolo así en una religión fanática que favorecía la guerra y las carnicerías de guerras, prefigurando Auschwitz, Hiroshima y las guerras coloniales. En consecuencia, él debería su supervivencia al hecho de que fijara una adecuación entre verdugo y víctima. Rechazando el principio mismo de la historia de las ciencias según el cual ninguna norma debe ser esencializada con relación a una patología - puesto que los fenómenos patológicos son siempre variaciones cuantitativas de los fenómenos normales -, Onfray prorroga una visión maniqueísta de la relación entre lo normal y lo patológico. La piensa según el eje del bien y el mal: por una parte el paraíso de la norma (los adeptos del dios solar, pacifistas y hedonistas), del otro, el infierno de la patología (los locos, los cabrones, los perversos, los monstruos, los cristianos, los Judíos, los nazis, los musulmanes). Al grado de venir a afirmar que el psicoanálisis no es capaz - no más que Freud mismo - de distinguir el verdugo de la víctima, puesto que, para aquél, “todo se vale”: el enfermo y el hombre normal, el loco y el psiquiatra, el pederasta y el buen padre, etc… Y, con respecto a la exterminación de las cuatro hermanas de Freud por los nazis, concluye “que no se puede comprender el problema de la “Solución final” que atrapa a la familia Freud. ¿Cómo comprehender, dice, lo que distingue psíquicamente a Adolfine, muerta de hambre en Theresienstadt, y sus otras tres hermanas desaparecidas en los hornos crematorios en 1942 en Auschwitz y Rudolf Höss, puesto que nada las distingue psíquicamente si no por algunos grados apenas visibles y contando tan poco para Freud que nunca ha teorizado esta divergencia minúscula, sin embargo tan esencial? “(Crepúsculo, p. 566). Tomemos en cuenta que Onfray se equivoca de campo de concentración: se exterminó a Rosa en Treblinka y a Mitzi y a Paula en Maly Trostinec. Si la “Solución final” atrapó bien a la familia Freud, no es ciertamente en este frente a frente sin “distinción psíquica” imaginado por Onfray, entre el Comandante del campo de Auschwitz (Höss) y las cuatro hermanas del fundador del psicoanálisis, por lo que Freud es acusado de haber eliminado, por anticipado, toda diferencia entre el exterminador y sus víctimas. “Que el odio sea la otra cara del amor (ha escrito Onfray hablando de Freud), que se me permita dudar, en primer lugar porque no hay en mí odio al psicoanálisis (...)” y añade: ¡“Todo odio de una víctima judía para su verdugo nazi me parece, lejos de significar en ella otro nombre del amor! Es necesario terminar con esta clase de pseudo argumento freudiano que nada lo es en alguna de las modalidades del conjunto, que el blanco es una de las modalidades del negro, que la crítica (abierta) de Freud es una de las modalidades (inconsciente) del amor de Freud.” (Leer, marzo de 2010, p.35) Onfray, llevado por la denegación de su odio, no deja de asignar al fundador del psicoanálisis sus propias obsesiones. Es Onfray y no Freud quien se permite afirmar que el odio de una víctima judía para su verdugo nazi es el otro nombre del amor. Y es de su imaginación que salió la situación macabra de este frente a frente entre Rudolf Höss y las cuatro hermanas de Freud. Puesto que el psicoanálisis no es más que el otro nombre de una ciencia fascista inventada por un Judío rencoroso y perverso, se comprende que Onfray de rienda suelta, al final de su obra, a una rehabilitación sistemática de las tesis paganas de la extrema derecha francesa con las cuales mantiene una fuerte relación de complicidad. Así hecho el elogio de La scolastique freudienne (Fayard, 1972), obra de Pierre Debray-Ritzen, pediatra y fundador de la Nueva derecha, que no ha dejado nunca de fustigar tanto al divorcio como al aborto más que la religión judeo-cristiana, hostil según él, a la aparición de una verdadera ciencia materialista. De ahí su pretensión de un ateísmo furioso basado en el culto del paganismo: “Al final de su vida, escribe Onfray, este tío de Regis Debray que no puede pero (sic) animaba una emisión sobre Radio Courtoisie, uno de los medios de comunicación claramente a la derecha de la derecha (...) cómo oír la exactitud de buenos argumentos críticos en un mundo donde la parte fundamental de la clase intelectual comulgue menos dentro de la izquierda que con su catecismo?” No contento de considerarse en la izquierda francesa, de la que pretende formar parte , Onfray elogia los méritos de otra obra, salida de la misma tradición, Mensonges freudiens. Histoire d’une désinformation séculaire, publicada en Belgique par Jacques Bénesteau (Mardaga, 2002 (Mentiras freudianas. Historia de una desinformación secular), introducida por un próximo del Frente nacional, sostenido por el « Club del Reloj » y en donde se puede leer (p.190-191) que no existía antisemitismo en Viena durante el período de entreguerras puesto que en esta época, numerosos Judíos ocupaban puestos importantes en todas las esferas de la sociedad civil: “En su obra, escribe Onfray, Bénesteau critica el uso que Freud hace del antisemitismo para explicar su divergencia por sus congéneres, y su ausencia de reconocimiento por la universidad, la lentitud de su éxito. Como hecho de demostración, explica que en Viena en esta época muchos Judíos ocupan puestos importantes en la justicia, la política, la edición, lo que le valdría a Bénesteau estar en el campo “del antisemitismo encubierto” como señala Elisabeth Roudinesco («Le club de l’horloge et la psychanalyse : chronique d’un antisémitisme masqué», Les temps modernes, 627, avril-mai-juin 2004) - encubierto, es decir invisible aunque presente y real (...) ahora bien, la lectura de este gran libro no contiene ninguna observación antisemita (sic), no se encuentra en él ninguna posición que señale la preferencia política de su autor.” (Crepúsculo, p. 596). Al término de su furiosa acusación, Michel Onfray suscribe la tesis según la cual Freud (homófobo, misógino, partidario del fascismo, responsable por anticipado de la exterminación de sus hermanas, adepto de una sexualidad malsana y de una concepción pervertida de las relaciones entre la norma y la patología), habría inventado persecuciones antisemitas que no existían en ninguna lugar en Viena, manera de verse por todas partes y en cualquier circunstancia, como dentro de la más pura tradición de la ideología complotista francesa (de Agustino Barruel a Edouard Drumont) – la mano, el ojo y la nariz de Freud. ¿A la lectura de tal obra, lo que está en juego supera de sobra el debate clásico entre adeptos y opositores al psicoanálisis, se tiene el derecho de preguntarse si las consideraciones comerciales que condujeron a esta publicación no son desde ahora,
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