El programa se llama “Ayuda Tranquila”. Bajo este inocente reclamo podría esconderse un gabinete de ayuda psicológica o una asociación al rescate de personas en apuros. En cierto modo es ambas cosas, pero para beneficiarse de él hace falta una condición imprescindible: ser nazi y parecerlo.
Detrás de “Ayuda tranquila” (Stille Hilfe) se encuentra Gudrun Burwitz, una anciana de apariencia apacible y pelo blanco que vive en Múnich y que ha consagrado su vida a salvaguardar la memoria de su padre, el jefe de las SS nazis Heinrich Himmler. Quizás por ello un historiador la bautizó como “la princesa del nazismo”.
66 años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, Burwitz no sólo no ha renegado del legado del ministro del Interior de Hitler y responsable de la Gestapo, sino que dirige una red para asistir en materia legal y financiera a ex integrantes del régimen nazi.
En su declaración de intenciones, el grupo, creado en 1951 por antiguos oficiales de las SS y abogados, se compromete a facilitar “ayuda discreta” a todos aquellos nazis que “han perdido su libertad” y “necesitan ayuda”, según explica el diario británico "The Daily Mail" .
Ahora está en manos de la hija de Himmler y, por lo que parece, el toque personal de esta anciana se nota. Los genes del arquitecto del Holocausto han radicalizado el grupo, que funciona también como una asociación en la sombra que “no sólo ayuda a antiguos miembros del Partido Nacionalsocialista, sino que recauda dinero para los movimientos neonazis”, explica Andrea Roepke, un experto en este tipo de actividades.
Nazis en Holanda y Dinamarca
La hija de Himmler trabaja ahora en impedir la extradición de Alemania del holandés Klaas Carel Faber, de 89 años de edad, un ex miembro de las SS en los Países Bajos, culpable por el asesinato a sangre fría de varios judíos indefensos.
Su segunda prioridad es un ex oficial de la SS en Dinamarca, Søren Kamm, que a los 90 años es buscado por las autoridades danesas por crímenes de guerra, que incluyen la ejecución de un director de periódico en Copenhague, Carl Henrik Clemmensen.
Gudrun Burwitz vive en un chalé en Furstenried, un barrio a las afueras de Múnich, con su marido Wolf-Dieter, pero no está dispuesta a dar cuentas a nadie. “Nunca hablo de trabajo. Simplemente hago lo que puedo cuando puedo”, respondió a los reporteros del Mail.
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