Hay que decir, antes que nada, que la vida de la autora de la biografía Los hermanos Himmler, la licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín Katrin Himmler (1967), merece no solo otra biografía ampliada, sino toda una novela. Nieta de Ernst Himmler, hermano de uno de los más poderosos y siniestros gerifaltes del Tercer Reich, Heinrich Himmler, Katrin contrajo matrimonio con un judío israelí descendiente de una familia superviviente del gueto de Varsovia.
Katrin emprendió una investigación personal para descubrir lo que de verdad se ocultaba tras los mitos familiares, que hacían recaer toda la culpa de lo acaecido en un solo miembro, su tristemente famoso tío abuelo Heinrich –difuminando así la auténtica implicación del resto de la familia, según nos dice ella misma en el prólogo–, y viajó a países como Polonia o Israel, «cuya Historia está tan íntima y trágicamente vinculada con la de Alemania y mi familia». No hay que olvidar que en Polonia, Heinrich Himmler había organizado la despiadada campaña de exterminio racista contra el «subhombre judío y eslavo».
La autora destapa la trama de crímenes tejida por no pocos alemanes
Comandante en jefe de las SS, jefe de la Gestapo, ministro del Interior, supervisor personal del programa de «limpieza racial aria», impulsor de infames experimentos científicos realizados con seres humanos y, por un breve tiempo, durante el sitio de Berlín, desastroso comandante de los Ejércitos del Vístula, Himmler, cumpliendo fielmente los deseos de su idolatrado Führer, gestionó eficazmente la matanza metódica y sistemática de millones de personas, no solo judíos –la gran fijación de Hitler–, sino también polacos, gitanos, homosexuales, comunistas y discapacitados en general.
Grado de implicación
Katrin Himmler, familiar directa de una estirpe vergonzosa de verdugos, casada con un descendiente de los masacrados, arregla cuentas con su pasado. Pero su biografía, además, describe, en todos sus más sutiles y sinuosos meandros, el grado de implicación, las prácticas y los circuitos normalmente usados en aquellos días para involucrarse, el apoyo activo a la política de represión, la participación en las gratificaciones del régimen y la vecindad estrechísima y nada ocasional –como muchas veces se quiso demostrar en los juicios de Núremberg y similares– con sus crímenes.
Lo más interesante de esta biografía de una «familia normal» alemana, los Himmler, que encarna toda una época y pone al descubierto, de forma microscópica y atroz, la compleja y extensa trama de crímenes tejida por un gran número de alemanes –de modo distinto, con diferente protagonismo y con intensidad variable–, es conocer precisamente el día después, las trayectorias posteriores, psicológicamente escapistas o psicológicamente responsables, que utilizaron los culpables y sus vástagos para afrontar el pasado.
La biografía de esta «familia normal» encarna toda una época
No es nada nuevo decir que para el nacionalsocialismo la familia era algo fundamental para la educación de «futuros jefes» y para la extensión del concepto de raza. Algo que, por cierto, desde el primer momento le fue encomendado a un ultranacionalista fanático como Himmler; a fin de cuentas, él fue el principal encargado de la «política racial» del Reich, creando, bajo supervisión de Hitler, la Sociedad de la Herencia Ancestral, en la que se estudiaban los árboles genealógicos de los antepasados, en busca de los orígenes de la raza pura aria.
Búsqueda de responsabilidades
El libro de Katrin extiende un inquietante y turbio manto de respuestas que van desde los cínicos, e incluso desafiantes, estados de amnesia selectiva a los dolorosos procesos de investigación y búsqueda exacta de responsabilidades, caso por caso, dentro de aquellas gigantescas fantasías de destrucción que azotaron a generaciones enteras, engendrando desde la cuna monstruos como Heinrich Himmler.
En vez de enfrentarse valientemente a su destino, en el último momento Himmler intentó salvar de forma cobarde, o en un acto último de desquiciada megalomanía, el pellejo. En su caso, sería a través del conde Bernadotte, al mando de la Cruz Roja Internacional, ofreciéndose para representar un papel, cualquier papel, en la nueva Alemania de transición. Propuesta que Eisenhower rechazó de forma furibunda, declarándole el mayor criminal de guerra de la Alemania nazi.
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