Incluso mientras se dirige al salón para impartir uno de sus populares seminarios, un aire oracular rodea a Susan Howe. El ímpetu que caracteriza su voz y su temperamento dirige igualmente la investigación poética y la imaginación crítica de su obra, fundamental ya para la poesía en lengua inglesa. Hace apenas unas cuantas semanas se dio a conocer que Howe recibirá el prestigioso Premio Bollingen que ha sido otorgado a poetas como Wallace Stevens, Marianne Moore, e.e. cummings y a Ezra Pound, por sus Cantos pisanos, en 1948.
Por más de tres décadas, Susan Howe (Boston, 1937) ha edificado una obra que incluye poemarios como The Midnight y el deslumbrante THAT THIS, así como títulos más cercanos a la crítica literaria, tal es el caso de Mi Emily Dickinson, sin duda su libro más importante. Por sí solo Mi Emily Dickinson ha revolucionado los acercamientos de todo signo a la obra de la poeta del siglo XIX, desde aquellos que han buscado agenciarse la versión maniquea de una reclusa patológica o de una víctima del patriarcado. Susan Howe des-cubre, literalmente, a una Emily Dickinson distinta, sumergida en el presente, lectora voraz, “recolectora omnívora”, como ella la llama. Una mujer que “construyó una nueva forma poética… al extraer de un territorio ajeno los pedazos de la geometría, la geología, la alquimia, la filosofía, la política, la biografía, la biología, la mitología y la filosofía, esta mujer ‘refugiada’ inventó con audacia una nueva gramática”, escribe Howe, con la audacia propia de una poeta que lee a otra poeta.
Mi Emily Dickinson, publicado por Libros Magenta en la notable traducción de Ana Rosa González Matute, ha significado algo tan relevante para los estudios contemporáneos de Dickinson, como en su momento lo fue la obra que Octavio Paz dedicó a Sor Juana (curiosamente ambos estudios pioneros fueron publicados originalmente a mediados de los ochenta, en 1985 y 1982). Howe, no obstante, es infinitamente más densa y críptica, ahí donde Paz busca la persuasión y el despliegue.
Cuando Howe señala que “los insomnes amantes-fantasmas de Cumbres borrascosas rondan las orillas de cada verso del poema de Dickinson”, pareciera estar describiendo su propio método: un ensamble radical de citas en el cual procede como una arqueóloga que hurga entre una constelación de piedras abstractas. Las palabras de Emerson, Shakespeare, las Brontë o de ministros puritanos de nombres tan increíbles como Increase o Cotton Mather rondan a su vez las orillas de su prosa. El objetivo del conjunto recuerda lo dicho por el joven Marx cuando hablaba de “frotar bloques conceptuales de una manera tal que comiencen a arder”. El libro se abre paso con ese fuego, relámpago a relámpago; entre ellos sólo materia oscura.
Mi Emily Dickinson forma parte de esa tradición de libros sobre poetas escritos por poetas como Llámenme Ismael, de Olson y En la raíz de América de Williams, o el monumental H.D. Book de Robert Duncan (aún sin traducir). Y al igual que ellos, Susan Howe trastoca los límites entre crítica y poesía. No se trata de la investigación sola sino del amor por el espacio del archivo: la tensa zona liminal entre facsímiles, trascripciones, marginalia, ediciones, manuscritos y notas.
Desde las primeras páginas Howe admite que su libro es una forma de agradecimiento (como lo es otra lectura obligada en sus seminarios, Tribute to Freud, de H.D.) y retomando lo dicho por Dickinson a propósito del arte como una casa que busca ser encantada, Howe acecha y rodea literalmente a su Emily Dickinson desenterrando —desencadenando— imperceptibles y poderosas resonancias etimológicas, históricas y literarias que una vez liberadas colman el siglo y nos alcanzan: “Las conexiones entre cosas inconexas son la realidad irreal de la poesía”.
Una y otra vez, en diversas secciones de Mi Emily Dickinson volvemos a un poema específico escrito por la poeta alrededor de 1863, en plena Guerra Civil, en cuyos versos iniciales leemos: “Mi Vida ha sido —un Fusil Cargado—/ En los Rincones —hasta un Día/ En que el Dueño pasó —identificado—/ Y Me llevó consigo”. Howe sabe muy bien que ninguna prosa dará alcance al espacio soberano del Poema, pero entre los sustantivos lapidarios de este poema concurren, ayudados por la misteriosa arquitectura de este libro, Secesiones, Pausas, la figura de Lincoln o la de su asesino John Wilkes Booth, Milton, Daniel Boone y su rifle. “El Fusil continua pensando en la violencia ejercida sobre el significado. El Fusil (ella) se observa observando”.
¿Y qué decir de los conocidos guiones en sus poemas? ¿Se trata de espacios que deben ser oídos o leídos? ¿Cesuras? ¿El tempo de una partitura indescifrable? Sólo hasta fechas relativamente recientes los editores de Dickinson han “recuperado” la personal puntuación de sus poemas —casi todos carentes de títulos o numeración— que ya incomodaban a sus primeros editores, quienes no resistieron la tentación de “arreglarlos”. Escribe Howe, “los guiones liberaron de interrupciones el interior del poema”, y se pregunta con puntualidad: “Quién supervisa las preguntas de gramática, las partes de la oración, las conexiones y connotaciones? ¿A quién pertenece el orden que encierra la estructura de una oración?”
Extrayendo “un texto del texto”, nos dice Howe, Dickinson fue capaz de “forzar, abreviar, incorporar, rellenar, sustraer, resolver, interrogar, reescribir”. Estamos muy lejos ya de la poeta histérica, y más cercanos a la Dickinson intertextual, contemporánea. Howe no “explica” los poemas de Dickinson (¿quién podría?, ¿y para qué?) sus poemas permanecen gloriosamente oscuros, impenetrables; la diferencia es que ahora la poeta está en mejor compañía. La de su propia grandeza.
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