El acoso moral o violencia perversa es aquella en la que alguien destruye a otro solo con palabras, miradas, humillaciones y mentiras.
Este tipo de violencia consta de dos fases bien definidas: una de ellas es la seducción perversa por parte del agresor; sin esta fase de seducción, no se puede producir el acoso. El acosador se gana a su victima a través de diferentes acciones sin utilizar aún su potencial violento. Muchas veces no sólo se centra en la victima, sino también en familia, amigos, etc. El objetivo es descubrir las debilidades de su futura víctima para saber donde atacar luego. La otra fase, violencia manifiesta, consiste en paralizar a la víctima. Crea una relación de dependencia que hace al agresor sentirse omnipotente y no permite que la víctima reaccione, por dejarla inmersa en duda y culpabilidad. Tal es la confusión y parálisis, que hasta llega a causar la pérdida de identidad de la víctima.
Este accionar del agresor pone a la víctima en una actitud defensiva, lo que genera nuevas agresiones.
El perverso no actúa destruyendo a su víctima inmediatamente, al contrario, la extiende en el tiempo. La somete y le hace creer que la relación de dependencia es irreemplazable. Lo importante es conservar el poder y controlar.
El perverso no es un enfermo psíquico, sino la fría racionalidad que lo hace incapaz de considerar a los demás como seres humanos; para él las personas son objetos, “bienes de uso”. No están exentos de este trato, ni los hijos, ni los nietos, ni los familiares, etc.
Para burlarse del otro, el perverso tiene diferentes artimañas: burlarse de aspectos físicos, creencias religiosas, gustos; ridiculizarlo en público, no dirigirle la palabra, encoger los hombros, suspiros, miradas, dudar de su capacidad, etc. Sin embargo, la agresión la lleva a cabo sin hacer ruido, sin que se note.
El perverso utiliza también, como procedimiento, nombrar las intenciones del otro, adivinar sus pensamientos, etc. Con esto hace sentir a la víctima que conoce mejor que ella sus propios pensamientos.
El mensaje del perverso es siempre impreciso y genera confusión. De esta manera, desconcierta a la víctima y hasta ésta termina dudando si lo que aconteció momentos atrás fue real o no.
Una artimaña más que utiliza el agresor es enfrentar a todos contra todos, provocando celos, rivalidades, etc. Lo logra mediante mentiras, rumores y demás, que herirán a la víctima sin que ésta pueda identificar su origen.
En la fase de odio o violencia, la víctima reacciona e intenta recuperar algo de libertad. Como el perverso justamente lo que no quiere es que se dé la comunicación, utiliza burlas, humillaciones, ofensas, contra todo lo que provenga de la víctima.
Lo importante es que siempre sea la víctima la que parezca responsable de todo lo que sucede, y el agresor es capaz de intentar que ésta actúe en su contra para que quede evidenciado cuán malvada es.
El perverso logra formar una relación de confianza y, es por esto, que llega a manipular de tal manera a su víctima.
En la fase de dominio, ambas partes sin saberlo renuncian al conflicto. El agresor emite pequeñas agresiones desestabilizantes sin provocar abiertamente un conflicto y el agredido se somete para no llegar a una situación conflictiva más y llegar de este modo a la ruptura.
La víctima comete un solo error: no ser desconfiada. Cree que con paciencia el agresor cambiará y trata de comprenderlo, de encontrarle la lógica. El agresor jamás cambiará. Si la víctima se somete finalmente, el agresor se siente cada vez más dominante y seguro de su poder, mientras que el agredido se encuentra cada vez con menos vitalidad, mas deprimido. Va perdiendo espontaneidad, dado que cada palabra por pronunciar, cada forma de hablar, de vestir o de actuar es pensada previamente, para no recibir una crítica más del agresor. La confusión llega a ser tan grande que no tiene posibilidad alguna de reacción.
El choque se produce cuando uno toma conciencia de la agresión, se siente solo, abandonado y herido. Dependiendo de cómo vaya trascurriendo el conflicto, se llega a una fobia recíproca. Se instala un estado de ansiedad permanente. El agresor, al ver a la víctima, llega a una irritación insensible y en la víctima la presencia visual o auditiva del agresor provoca miedo. Ambas partes se colocan en una posición fija: uno agresivo y otro defensivo. El miedo hace que la víctima se comporte patológicamente, lo cual será utilizado astutamente por el perverso para justificar retroactivamente su agresión.
El perverso se siente fracasado cuando no logra atraer a los demás a la violencia. Los demás existen en tanto reflejo de su mirada, no como individuo, sino solamente como espejo.
Este tipo de perverso descarga en el otro el dolor que no siente y las contradicciones propias que se niega a percibir. Es totalmente desinteresado por los demás, pero desea que los demás se interesen por él. Con el sufrimiento del otro, disfrutan, y destruyendo, logran afirmarse a sí mismos.
La víctima, generalmente, es alguien con valores bien instalados, inteligente, con algún atractivo o alguna capacidad o don. El perverso en realidad siente envidia y le gustaría poseer alguna de las capacidades o aptitudes del otro. Como es incapaz de intentar obtener dichas aptitudes o capacidades, destruye las del otro. Por eso decimos que este tipo de perverso se afirma destruyendo al otro. Lo que no puede obtener lo destruye. De lo contrario, se enfrentaría con sus propias limitaciones; y ésta, en sí misma, es una limitación que no soportaría enfrentar.
Hablamos de perverso, pero diferenciémoslo del perverso sexual. Un perverso sexual utiliza a los otros sexualmente y un perverso moral utiliza a los otros para su propia existencia con el objetivo de llegar al poder.
La víctima, como ha pasado por la etapa de seducción, ama o admira a su agresor. No comprende o no puede pensar al agresor como destructor. Como la víctima es una persona con valores en la que se puede confiar plenamente, no puede pensar al otro con desconfianza.
Uno se puede preguntar si no puede por ejemplo tratarse de un caso de paranoia por parte del agredido, pero no; es fácilmente diferenciable. El paranoico hace una serie de reflexiones por la cual cree que es blanco del agresor y cuenta, habla. Este tipo de víctimas, se comporta de manera opuesta. Justamente, por el estado confusional al que llega, no habla de lo que sucede. Además, el acoso moral produce consecuencias como vergüenza y humillación.
Normalmente estos perversos, al contrario que sus víctimas, están escasos de valores; son seres con buenas posiciones socioeconómicas y laborales. Llegan alto y es, justamente por la falta de valores, que llegan a ser más que inescrupulosos, a tal punto que son capaces de estafar, falsificar o de cometer cualquier tipo de acto con tal de lograr su objetivo.
Este tipo de padecimiento no deja de producir consecuencias o secuelas. La víctima puede sufrir algunas de las siguientes alteraciones:
• Ansiedad generalizada
• Infravaloración
• Problemas de atención, concentración y memoria
• Adicciones
• Somatizaciones, alteraciones del sueño
• Aislamiento, evitación, irritabilidad, agresividad,
• Depresión grave, suicidio
• Disminución del deseo sexual
• Separación matrimonial
La palabra es utilizada como arma por parte del agresor.
Para estar por encima de la media, un individuo perverso narcisista necesita hundir al otro. Para ello, va dando pequeños toques desestabilizadores preferentemente en público, cuando la persona no puede defenderse, utilizando algo íntimo por ejemplo que describe con exageración. Eventualmente, puede elegir un aliado entre el público, entre las personas que le rodean. Lo que importa es molestar al otro, desestabilizarlo, humillarlo. Si la víctima empieza a rebelarse, se le dice: "es que no tienes sentido del humor".
Por todo esto, es casi imposible vencer a este tipo de personas. Llegado el caso que la víctima tome conciencia de la relación patológica en la que está inmersa, debe alejarse fríamente y no sentir culpa por ello. A pesar de ser una persona a la que se admira o ama, es una persona que puede hacer mucho daño y resultará mejor alejarse y protegerse. No tiene sentido tratar de dialogar con el agresor porque toda palabra que se utilice con él puede volverse en nuestra contra y traerá más agresión. Se trata de un camino sin salida; la única salida es cortar la relación por completo tratando de encontrar apoyo en la familia, amigos o un psicólogo.
A nivel nacional, no hay leyes que nos protejan de este tipo de personas y además estas agresiones son muy difíciles de probar por su carácter silencioso y porque, de necesitar testigos, normalmente serán los propios compañeros quienes pongan en riesgo su trabajo y quizás no tengan voluntad de enfrentar esa situación comprometedora.
Como primera medida, lo mas sano es rápidamente alejarse del agresor y, si hubiese alguna posibilidad de demostrar con testigos este maltrato, talvez se pueda llevar el caso a la justicia.
Mariana Zaragoci
Lic. en Psicología
Tel 4796 2335 / Cel 15 6140 4752
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