"Mi vida está en todas mis novelas"
JUAN CRUZ | El País - 26/9/2010
'El capitán Alatriste' abre el próximo domingo 3 de octubre la colección que EL PAÍS dedica a la obra de Arturo Pérez-Reverte, el novelista más leído en lengua española. Un total de 23 títulos. Una colección de lujo a precio muy asequible.
Desde El capitán Alatriste a La carta esférica, desde El pintor de batallas hasta La reina del Sur. No hay una sola novela de Arturo Pérez-Reverte que no tenga que ver con su vida. Los lectores de EL PAÍS podrán coleccionar la obra del autor de El club Dumas desde el próximo domingo 3 de octubre.
Desde El capitán Alatriste a La carta esférica, desde El pintor de batallas hasta La reina del Sur. No hay una sola novela de Arturo Pérez-Reverte que no tenga que ver con su vida. Los lectores de EL PAÍS podrán coleccionar la obra del autor de El club Dumas desde el próximo domingo 3 de octubre. Veintitrés libros. Veintitrés semanas.
Comenzará la colección con un emblema de su obra, El capitán Alatriste. En esta conversación que preludia la publicación de todos los libros de Pérez-Reverte, el novelista y académico, que también fue periodista, explica cuál es el origen de su pasión por hacer novelas, por poblar el espacio de la imaginación con historias que han alcanzado récords de ventas y de lectores en todo el mundo.
Pregunta. ¿Cómo se siente cuando se presenta una colección tan completa de su obra?
Respuesta. Mis libros están en las librerías; por tanto, no se trata de rescatar. Lo que posiblemente permita esta colección es llegar a lectores que antes no me leían, que quizá no habían tenido ninguna curiosidad por mis libros o que por lo que fuera no se habían acercado a ellos. Son ediciones muy bonitas, de buena calidad, con un diseño precioso. Libros muy cuidados y bellos. Aparte de eso, puede que al lector veterano, al de siempre, el que me lee hace tiempo, le apetezca tener todos los libros en un formato potente, adecuado y homogéneo. Una colección con aspecto de tal.
P. ¿Qué reacción le produce esta agrupación de su obra?
R. Me han enseñado ya el conjunto de la colección y mi reacción ha sido de asombro: ¡Dios, cuántas cosas he escrito! Un escritor trabaja en su siguiente libro. Los anteriores ya no son ni tuyos porque no los lees, ni los revisas, ni vuelves a ellos. Se van alejando como a la deriva en tu memoria. Solo piensas en el nuevo libro que estás escribiendo.
P. Si hubiera que buscar una metáfora que agrupara la esencia de lo que le dice el conjunto de estos libros, ¿cuál sería?
R. Creo que llevo 20 años contando una misma historia. Amueblando un mismo territorio, mejor dicho. La metáfora es la del territorio. Un terreno, un lugar, que fui definiendo primero con lecturas propias, con vida, con viajes, con relaciones, con años (cumplo 59 en noviembre)... La metáfora seria "un territorio amueblado". Cada novela es como ir poniendo poco a poco un mueble detrás de otro en una casa que hace 20 años estaba vacía. Esta colección me ha obligado en cierto modo a mirar atrás, algo que no había hecho antes. Me ha obligado a considerar, a contemplar, desde el primer libro, El húsar, hasta el último, El asedio. Además, asociados a momentos de mi vida, a mi evolución también porque los libros se han ido moviendo conmigo. El resultado es igual a una vida amueblada con libros.
La frase de la publicidad con que se divulga la colección es Todo en mi vida está en mis novelas. Y es verdad. Son libros que han nacido de una manera de vivir. Tuve la oportunidad de vivir en lugares poco convencionales. Eso me dejó una manera de mirar, y esta obra es el balance de esa mirada. Supongo que en todo escritor lo es, pero esta es la mía. Reconozco mi pasado a través de estos libros. Creo que un lector concienzudo de mis libros me conoce bien. Creo que soy de esos autores a los que es fácil conocer a través de sus libros. Hay autores que mienten -todos mentimos, evidentemente- pero hay otros que se velan más, que por diversas razones, de estrategia, de carácter, se velan tras sus libros. Otros son transparentes y los puedes conocer muy bien a través de ellos. Creo que soy de ese grupo, el de aquellos a los que es muy fácil conocer cómo son. Y ese lector concienzudo que ha leído toda mi obra de esa manera me conoce mejor que muchos de mis mejores amigos.
P. Juan Rulfo dijo que escribió Pedro Páramo porque quería leer un libro así. ¿Qué pulsión le hace a usted escribir historias?
R. Soy de ese tipo de autores que escriben libros que a ellos les gustaría leer. Y es lo que me hace feliz. Es lo que hace compatible trabajo profesional y placer personal; si no sería una pura disciplina de trabajo, de fichar horas. Lo que hace que vaya más allá es que uno el placer personal con la obligación profesional. Nunca he sido consciente de para qué escribía. Lo hacía porque me apetecía, porque lo pasaba bien, me sentía cómodo, estaba a gusto... Aparte de eso, porque a partir de un momento vivía profesionalmente de ello y me proporcionaba una forma de vivir totalmente digna y agradable.
Ahora que miro hacia atrás con más serenidad, con la experiencia que te dan los años y el tiempo, me doy cuenta de que lo que realmente estaba haciendo era ordenar mi vida. Todas las novelas, aunque sean muy distintas entre sí, responden a un objetivo personal, a experiencias personales: a viajes, peripecias, trabajos, ilusiones, decepciones, a lo que amé, a lo que odié... Todas mis novelas son ajustes de cuentas con mi propia vida. Es como si fuese ordenando mi vida por episodios. Cada libro publicado es una manera de calmar remordimientos, de ajustar cuentas -conmigo mismo también-, de recordar, de convertir en felicidad momentos amargos, de buscar la amargura en momentos que fueron felices. De vivir.
P. Es decir, que si no hubieran ocurrido esas incidencias a lo largo de su vida...
R. No sería novelista. Un novelista puro de verdad es Javier Marías, por eso siempre marco esas distancias con él. Novelista puro en el sentido de que es un artista que desde su propia fuerza intelectual está sacando afuera, generando un mundo narrativo singular. Eso es lo que para mí es realmente meritorio. Cuando yo cuento aventuras, peripecias, lances, estocadas, desastres, muertes, incendios, naufragios, bombardeos..., estoy limitándome a recordar. A contar cómo recuerdo y qué recuerdo me dejó esa vida. En ese aspecto, mi esfuerzo es más técnico que creativo. Más artesanal que artístico. Mi esfuerzo creativo consiste en manejar los medios que permiten combinar una realidad que ya viví y darle forma narrativa eficaz. Novelizarla.
P. Llega un momento en que, entre tantas batallas, tiros, persecuciones, usted para y escribe El pintor de batallas. ¿Qué significa, desde el punto de vista creativo y sentimental, ese nuevo énfasis, casi melancólico, en su obra?
R. En El pintor de batallas es la primera vez que hablo de mí mismo sin disfrazar. Lo bueno que tiene la ficción es que puedes hablar de ti mismo disfrazándote, tienes mil pretextos, mil perchas para colgar tu biografía, y nadie pregunta si es la tuya porque tiene bastante potencia por sí sola. Es cómodo porque puedes mezclar realidad con ficción, puedes distanciarte de lo que estás contando, puedes inventar sobre lo real y que parezca todo mentira. Puedes escribir La reina del sur diciendo que lo has inventado todo y nadie puede probar lo contrario. O puedes escribir un Alatriste diciendo que Alatriste no eres tú y la gente se lo cree, aunque sepas que en el fondo sí tienes más de Alatriste de lo que tú mismo reconoces. El pintor de batallas es la única novela en la que he prescindido de esa cobertura, de esa coartada, de esa careta. He contado de verdad la rueda de mi vida, de mi mundo, de mi mirada, sin concesiones, de una manera absolutamente dura conmigo mismo. Si hay un ajuste de cuentas es con el protagonista, con mis remordimientos. Hice una novela con mis remordimientos, con lo que de noche me dejaba los ojos abiertos al recordar. Fueron dos años dolorosos, graves, de fantasmas, y no fue una experiencia que me gustara. No la quisiera repetir otra vez, pero me debía a mí mismo esa incursión. Fue la forma de decir: "Bueno, voy a ordenar también aquello a lo que no le meto mano en las otras y voy a meterme hasta el fondo".
P. Si se ve junta toda su obra hay un leitmotiv: los héroes solitarios y fatigados. Están en El club Dumas, en La piel del tambor, en La reina del sur... En todos los libros aparece un personaje al que le ocurren un montón de cosas y que generalmente está solo. Incluido Alatriste.
R. Sí, es cierto. Ese es mi héroe. Es el mensaje que me interesa. A todos nos marca lo que leemos de jovencitos. Hay algo que me marcó muchísimo. Estudiaba griego y traduje la Anábasis, de Jenofonte. Y me marcó esa imagen del soldado retirándose por territorio enemigo en un medio hostil, sabiendo que únicamente tiene su escudo y su espada para defenderse y que si es derrotado no podrá llegar al mar ni a casa. Sabiendo que derrota significa aniquilación. Es la mejor metáfora de lo que es la condición humana, de lo que realmente es el hombre en el mundo. Ese tipo de héroe es el que interesa. Todo héroe que regresa está fatigado. No es lo mismo cuando va que cuando vuelve. Cuando va está lleno de vigor, es joven, es Aquiles, es Patroclo, es el joven que se va a la aventura, es El húsar. Pero todos los héroes que vuelven, después de incendiar Troya, de violar, de matar, de estar en el caballo de madera, de ensangrentarse, y de ver morir a la gente, están cansados. Solo quieren volver a casa y descansar. Y eso no me lo han contado, lo he visto. Yo mismo me he sentido así montones de veces. He sido Patroclo y he sido Ulises.
P. Y desde esa perspectiva escribe usted.
R. Yo escribo desde que soy Ulises. Mi hecho narrativo es el soldado en territorio hostil que quiere volver a casa. El héroe cansado pero ya sin la fe, la ilusión: lo único que quiere es sobrevivir. Es como Alatriste, no mata por gloria ni por placer; mata porque matando vuelve a casa, sobrevive. Hay una lectura de los Alatriste que han hecho algunos idiotas, que no los han leído, evidentemente: que es un personaje que está glorificando la España imperial, defendiendo los valores militarotes de los soldados de los tercios. Y es justamente todo lo contrario. Alatriste es un tipo que está harto de todo eso: amargo, traicionado, cruel. De corazón turbio y oscuro. Un mercenario y un asesino que abomina de patrias, reyes y banderas. La España del XVII que describe es lúgubre muy a menudo. Creo que los libros más duros y agrios que se han escrito sobre la España imperial son los de Alatriste.
P. Un héroe cansado.
R. Todos los héroes que he conocido en mi vida estaban cansados. No he conocido a ninguno que no lo estuviera. No he sido nunca héroe pero he estado donde estaban los que llamamos héroes, y sé cómo son, lo sé muy bien. Es muy fácil ser héroe cuando tienes 20 años y crees en la patria, en el amor o en lo que sea. Lo difícil es ser consecuente y pelear cuando no crees ni en la patria, ni en la bandera ni en nada, en cuatro amigos, cuatro recuerdos y en ti mismo. Solo me interesa el héroe que pelea cuando ya no tiene fe, por orgullo o por simple hábito. El lobo que mata sin hambre. El héroe inocente es un héroe completamente estúpido.
P. Cuando usted deja el periodismo, en 1994, deja una carta, de madrugada, en la sede de TVE... A lo mejor esa carta era una novela...
R. No quiero hablar mucho de ella, pero tiene el valor de un símbolo. Estoy en la cama durmiendo, me despierto y me digo: mañana ya no voy a ser periodista. Y me voy a las tres de la madrugada a TVE, escribo la carta allí, la firmo y la cuelgo en el tablón de anuncios, le mando una copia a Ramón Colom y me voy a casa. Me sentí liberado. Como el que deja atrás un lastre que le pesa y le tira. Ya había acabado de escribir Territorio comanche, que fue como mi adiós preventivo.
P. Esta colección va a repasar sus obras. Vayamos, pues, a Territorio comanche.
R. Territorio comanche era una forma de decir: durante mucho tiempo habéis visto lo que había en el lado de la cámara que yo os mostraba. Ahora quiero que veáis lo que estaba al otro lado, lo que no habíais visto porque nunca os lo he contado. Mientras que El pintor de batallas era un libro hecho para mí, Territorio comanche era un libro hecho para los telespectadores de entonces. Por eso juego con elementos que suponía que ellos ya conocían. Doy por sentadas muchas cosas. Después el libro tuvo la fortuna de mantenerse, todavía está y los periodistas jóvenes aún lo leen. Digamos que es la crónica que nunca salió en el telediario.
P. El libro que usted expulsa, por así decirlo. Luego hay libros que domina.
R. Sí, sí. En los demás está todo calculado.
P. La colección empieza con Alatriste. ¿Es una buena manera de entrar en su obra?
R. No es el más significativo, pero está bien que sea ese. Empiezan por ahí porque es el que más ha vendido en lengua española de todos mis títulos. Es uno de los más emblemáticos porque es un personaje conocido, una serie que está traducida en todo el mundo, se lee en los colegios... Después de diez años y seis novelas (estoy con la séptima), tiene un peso que hace que sea normal que los editores quieran empezar por ella. No porque yo lo haya decidido. Me lo propusieron y me pareció bien.
P. ¿Cómo surgió Alatriste?
R. Escribo un artículo a finales de los ochenta sobre el cuadro de Las lanzas, en el que hablo de una de las lanzas del fondo. Soy lector de historia desde niño, por tanto, conozco bien la de España. Siempre se ha contado la historia de Espínola y de Guillermo de Nassau en plan caballeros y gentilhombres compadres. Pero el que hizo el trabajo sucio, los que pisaron barro y mierda, los que pagaron el precio de ese cuadro, es esa lanza de detrás a la que no se le ve ni la cara de quien la lleva porque lo tapan -y no es casualidad- los generales, el caballo y la bandera. Como me he pasado la vida al fondo de esos cuadros, al de la lanza lo conozco muy bien, y sé que es quien hace de verdad el trabajo sucio y, a veces, en ello pierde su alma. Quería contar ese momento de la historia de España. Nos vendieron una historia imperial, gloriosa y heroica que estudiábamos en el colegio. Pero cuando lees la letra pequeña, la amargura que hay detrás, te das cuenta de que la España real nada tuvo que ver con aquella; que era mentira, barro, sangre, mierda, corrupción, ingratitud que pagan los de siempre...
P. Y nació Alatriste...
R. Decidí contar la historia de ese "siglo glorioso" con la mirada amarga de la lanza del fondo del cuadro. Y así inventé al capitán Alatriste. Es un ejercicio divertido, apasionante, pero también dolorosísimo. Ahora estoy en el séptimo episodio, sumergido de nuevo en lo que fue aquella España, en lo que pudimos ser y lo poco que fuimos, lo poco que somos. Siempre en manos de los mismos: los curas fanáticos, los reyes imbéciles y los ministros arrogantes, incapaces y corruptos.
La colección Pérez-Reverte
- El capitán Alatriste
- La reina del Sur
- El club Dumas
- Limpieza de sangre
- La carta esférica
- La piel del tambor
- El sol de Breda
- El maestro de esgrima
- Un día de cólera
- El caballero del jubón amarillo
- Territorio comanche
- La tabla de Flandes
- Cabo Trafalgar
- Corsarios de Levante
- El húsar
- El pintor de batallas
- El oro del rey
- La sombra del águila
- Patente de corso
- Con ánimo de ofender
- No me cogeréis vivo
- Un asunto de honor
- Cuando éramos honrados mercenario
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