sábado, 3 de mayo de 2014

Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez

Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, a todo aquel que quiera practicar el reporterismo, ese periodismo del día, la semana, el mes, el tiempo que sea necesario después del acontecimiento, o mejor, del inicio del acontecimiento, o quizá del primer indicio que percibimos de que ahí había un acontecimiento,hecho o suceso que raramente se hace o sucede sólo cuando refulge o le ponen el foco.
El reportero ha de hacer como el narrador de esa Crónicamemorable: contar lo que vio si lo vio, hablar con los testigos, consultar los documentos que el caso haya producido y, sobre todo, no dotar de sentidono llenar los huecos con la imaginación, elemento altamente tóxico, radiactivo y de peligroso manejo incluso en cantidades de microgramos capaz de convertir Juvenalia en Chernobil.
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Ese narrador es el modelo en el que nunca reparan los deformadores de periolistos: no se adorna, no se la saca, no se pide ser el prota ni es acusica ni lloriquea cuando le vienen mal dadas. Élva, ve, recuerda, pregunta, anota y llega hasta donde puede, y al final tenemos una crónica de una muerte anunciada impecable precisamente porque, pese a lo que permite suponer el título, no es un relato acabado, perfecto; no es un artefacto en el que todas las piezas encajan. De hecho, no sabemos el nombre del narrador –el único reproche que cabe hacerle, si bien es cierto que da abundantes datos que permitirían identificarlo si hiciera falta, esto es, si en lugar de una novela esto fuera un reportaje– ni, quizá, la causa de que Ángela Vicario marcara fatídicamente a Santiago Nasar.
Le ha preguntado varias veces, varios años el narrador a la ángela que propició el asesinato, y jamás ha obtenido respuesta que le satisfaga ("Ya no le des más vueltas, primo. Fue él", acabará zanjando). Y eso es lo que nos cuenta, como por cierto nos ha venido contando que, sobre ese crimen a la vista de todos, los testimonios difieren incluso a propósito del tiempo que hacía aquella mañana. El narrador, en fin, pone el espejo, que refleja una realidad con sus nitideces pero confusa e incompleta. Auténtica. Otros, en parecidas circunstancias, deciden ser muy otra cosa que este narrador ejemplar. Otros, entonces, en vez de bruñir el espejo si falta hiciere se ponen a sacar lustre a la realidad, a ponerla bonita para que luzcan ellos, que de eso se trata. (O, para lo mismo, a afearla). Y si no alcanza con recrearla, pues se la inventan y no pasa nada ¡pero que empiece a pasar!
Los otros. Gabriel García Márquez, sin ir más lejos. No el novelista, que a santo de qué iba a estar yo aquí escribiendo de esto. Sino el reportero que montó una manifestación para poder cubrirla o el que relató las penurias de un alemán inexistente en una sedienta"Caracas sin agua". Lo que hace de él no sólo un contraejemplo de su propia criatura ficticia sino un traidor de carne y hueso a –¡hombre de Dios!– "el mejor oficio del mundo", donde la ética, llegó a sermonear, "no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre" al que lo ejerce, "como el zumbido al moscardón".
Gabo el novelista para el mejor periodismo y Gabo el periodista para el pésimo, pues. Qué cosas, o qué. Vivir para contarla.

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