Aquella Redacción de 'Cuadernos para el Diálogo'
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ / JOAQUÍN ESTEFANÍA 07/12/2009
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Todavía arrasados por la muerte de Jordi Solé Tura, y conmovidos por el documental Bucarest que narra su vida y su cruel enfermedad ("¡No te vayas, capitán Trueno!") nos llega la noticia de la desaparición de Pedro Altares (Carabaña, 1935-Madrid, 2009), el amigo, el director de nuestra juventud. Una desaparición fulminante, sin apenas sufrimiento. No unimos en vano los nombres de Solé Tura (que colaboró en Cuadernos para el Diálogo) y de Altares, pues han representado en buena parte los mismos valores: un sentido progresista de la vida, el poder del diálogo y la aversión al sectarismo, la Constitución, el resquemor hacia una España jacobina y centralizada. Cuando el pasado viernes, Adolfo Suárez Illana, visitaba la capilla ardiente de Solé Tura, declaraba que estaba allí para rendir homenaje en nombre de su padre, Adolfo Suárez, a los padres de la Constitución y a todas aquellas personas anónimas que propiciaron su llegada y trabajaron para que los últimos 30 años hayan sido los mejores de la historia de España.
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Hay que recordar a Pedro Altares por su contribución al consenso de 1978
Pedro Altares no fue un padre de la Constitución de 1978, pero tampoco precisamente un personaje anónimo. Su obra magna, la revista Cuadernos para el Diálogo, fue uno de los medios de comunicación esenciales no sólo para su llegada sino para la maduración a lo largo de décadas del espíritu que la hizo posible. No fue casualidad que en uno de sus últimos números, Cuadernos fuera el que avanzó el proyecto de Constitución que se estaba negociando, con la voluntad de no representar sólo a media España como ocurrió en otros momentos constitucionales de los siglos XIX y XX. Por tanto, con vocación de ser duradera y no un acto fallido. En los días previos a su muerte, Pedro maduraba un homenaje de los cuadernícolas al primer presidente y promotor de Cuadernos para el Diálogo, Joaquín Ruiz-Giménez, también recientemente fallecido.
Nosotros no somos quiénes para valorar la figura generosa de Pedro Altares en el mundo de la política (militante del PSOE), la cultura (también fue editor de libros) o del periodismo (prensa, radio y televisión), pero quizá sí tenemos la representatividad y podemos ser testigos de aquella Redacción que Pedro conformó (sustituyendo a Félix Santos) a mitad de los años setenta, cuando Cuadernos para el Diálogo dejó de tener periodicidad mensual y pasó a semanal, de la que ya faltan, entre otros, compañeros tan entrañables como Eduardo Barrenechea, José Antonio Gabriel y Galán, Luis Carandell, Miguel Bil-batúa o Toni García Márquez (el militar demócrata). Una Redacción en la que coexistieron, haciendo honor a la cabecera de la publicación, socialistas de todas las tendencias, ugetistas, comunistas, anarquistas, maoístas, democristianos, militares de la Unión Militar Demócrata (UMD) e incluso algún periodista sin militancia. Pedro dirigió aquel milagroso grupo ideológico, con una sola idea-fuerza: un proyecto democrático, un periodismo crítico y abierto. En aquella pequeña Redacción, en el subsuelo del chalé de la calle de Jarama de Madrid, recibimos la madrugada del 15 de junio de 1977, fecha de las primeras elecciones generales, a Felipe González, secretario general del PSOE y a partir de esa fecha jefe de la oposición, que venía a agradecer al papel de Cuadernos en la consecución de una sociedad libre y progresista. Poco antes lo habíamos conocido como Isidoro, en el reservado de La Ancha de Madrid, donde se reunió con toda la Redacción de Cuadernos.
Después de 336 números, Cuadernos desapareció apenas año y medio después de esas elecciones. En parte cerró por el éxito de otros medios de comunicación como EL PAÍS, que lo sustituyeron. Muchos de los periodistas y colaboradores cuadernícolas nos volvimos a encontrar en la Redacción o en las páginas de Opinión de EL PAÍS, incluido Pedro Altares. Entonces escribió un artículo en este periódico, titulado Que nadie lamente nuestra suerte. En él decía: "Diálogo es una palabra gastada en un país que quema etapas velozmente. Las que ahora se llevan son otras. Tales como poder, alternativa de poder, consenso, etcétera. Con Cuadernos para el Diálogo se va un reflejo de lo que ha sido la vida político-cultural de estos últimos 15 años. También algunas ilusiones de quienes (...) hablaron sin ira y con esperanza de un tiempo y de un país, que creían que el hombre, aunque fuese español, era el único animal capaz de dialogar, que fue durante muchos años plataforma de opinión de los que por decreto no tenían derecho a darla y escuela de convivencia y racionalidad. Y por supuesto, trinchera contra la opresión y la injusticia". Nosotros sentimos que Cuadernos, con todas sus deficiencias, fue así.
Hay quien piensa que este país necesita archivar periódicamente la memoria para sobrevivir. Nosotros pensamos que no, que hay que recordar a Pedro Altares y a aquel grupo de hombres y mujeres que convocó Joaquín Ruiz-Giménez para encontrar la salida a la dictadura franquista. Sacrificaron muchas cosas en aquel empeño y su obra ha sido en parte cruelmente silenciada (en beneficio de la de otros), pese a que el famoso y alabado consenso constitucional de 1978 hubiera sido imposible sin su aportación personal y política.
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