Los estipendios de la ignorancia económica
- 21/11/2011
Los políticos son maestros en el arte de “pasar la pelota”. Todo lo bueno que ocurre es un reflejo de sus talentos y esfuerzos excepcionales; y, todo lo malo es causado por personas o situaciones que les son ajenas.
La economía es un campo clásico para esta estrategia. Tres años después del casi colapso de la economía mundial, la débil recuperación se agotó en la mayoría de los países desarrollados, y la inercia económica de la misma arrastrará al resto. Los expertos vaticinan una recesión de “doble caída”, pero en algunos países la primera caída no finaliza: el PIB griego ha estado cayendo durante tres años.
Cuando les pedimos a los políticos que expliquen estos lamentables resultados, responden al unísono: “Esto no ocurre por culpa nuestra”. La política deliberada de los principales países europeos para reprimir la demanda agregada.
Dicha política estaba destinada a producir una crisis financiera, debido a que se veía obligada a dejar a los gobiernos y a los bancos con activos disminuidos y deudas de mayor tamaño. A pesar de la austeridad, el pronóstico de déficit estructural de este año en el Reino Unido ha aumentado del 6,5% al 8%, por lo que se requieren 22.000 millones adicionales de libras esterlinas (34,6 mil millones de dólares) en recortes en un año. El primer ministro David Cameron y el canciller George Osborne echan la culpa a la crisis de la eurozona; pero, la verdad es que se debería echar la culpa al analfabetismo económico de Cameron y Osborne.
Por desgracia para todos nosotros, en la actualidad se debe repetir la explicación. Las depresiones, recesiones, contracciones -llámeselas como se las quiera llamar- se producen porque el sector privado gasta menos de lo que gastó anteriormente.
En esta situación, el déficit público se eleva de forma natural, a medida que los impuestos sobre los ingresos disminuyen y los gastos del seguro de desempleo y otros beneficios aumentan. Estos “estabilizadores automáticos” taponean parte de la brecha en el gasto del sector privado.
Pero si el Gobierno comienza a reducir su propio déficit antes de que se recupere el gasto en el sector privado, el resultado neto será una mayor reducción en el gasto total y, por lo tanto, en los ingresos totales, lo que causará que el déficit público se amplíe, en lugar de reducirse.
Esta es la lógica de locura de la política económica actual en gran parte de Europa (y también en otros lugares). Por supuesto, no se la aplicará hasta llegar a un amargo final. Si se la aplica de forma extrema, la economía se agrietará a lo largo del camino; es decir, se afectarán los bancos, el sistema monetario, la cohesión social, la legitimidad del régimen político, etc. Nuestros líderes pueden tener deficiencias intelectuales, pero no son suicidas. La reducción del déficit con el tiempo se pondrá en el congelador, ya sea abiertamente, como yo preferiría, o subrepticiamente, que es la forma cómo actúan los políticos. En el Reino Unido, ya se habla del Plan A+.
A aquellos que ven la necesidad de implementar tal estrategia de crecimiento, y que son también quienes quieren ayudar a sus amigos, les gusta la idea de recortes de impuestos, en especial para los ricos. Esto orada un agujero en los actuales planes de reducción del déficit, pero si el Gobierno sigue recortando el gasto, tiene el beneficio (visto desde el punto de vista conservador) de la reducción del papel del Estado a medida que transcurra el tiempo.
De hecho, la mejor opción de todas es que el mismo Gobierno gaste el dinero. Los gobiernos pueden hacer esto de forma consistente con un plan de reducción del déficit a mediano plazo, en el cual se realiza una distinción crucial entre las cuentas de presupuesto que son corrientes y las que son de capital.
Si las reglas actuales de contabilidad son demasiado insensibles para hacer esta distinción, una entidad independiente podría ejecutar las inversiones.
Si nada funciona, será el momento de rociar el campo, con lo que Milton Friedman llamó “dinero helicóptero”; es decir, poner el poder de compra directamente a los bolsillos de las personas, al proporcionar a cada familia con un vale para gastos que contenga una fecha de caducidad.
Sería mejor si estos esquemas podrían ser acordados por todos los países del G-20, tal como sucedió brevemente en el caso de las medidas de estímulo coordinadas en abril del año 2009. Si esto no ocurre, grupos de países deberían dedicarse a desarrollar tales esquemas por su cuenta.
La Unión Europea necesita desesperadamente una estrategia de crecimiento. Sus planes de rescate financiero actuales sólo ayudan a que países como Grecia e Italia se presten dinero a bajo costo en un medio en el cual se enfrentan tasas de interés de mercado que son prohibitivas.
A largo plazo, la eurozona debe ser reconocida como un experimento fallido. Debe ser reconstituida con una cantidad mucho menor de miembros, incluyéndose únicamente a países que no tienen de forma persistente déficits en sus cuentas corrientes. Todo lo demás que ha sido propuesto para salvar a la eurozona en su forma actual -una tesorería central, una autoridad monetaria que se ocupa de aspectos que van más allá del manejo de la inflación, la armonización fiscal, un nuevo tratado- es una quimera política.
Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick.
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