Josep Pla i Casadevall. Madrid-El advenimiento de la República (Madrid-L'adveniment de la República). Alianza Editorial, Madrid, 1986.
Josep Pla (1897-1981) era hijo de unos propietarios rurales catalanes y estudió Derecho en Barcelona, donde pudo entrar en contacto con los círculos literarios de la época. Escritor y periodista (principalmente como corresponsal en Madrid y Barcelona, hasta el 36) en catalán y castellano (por motivos forzosos durante la dictadura franquista), se le considera uno de los mejores prosistas españoles del siglo XX. Recoge en el Cuaderno Gris (Quadern Gris) la mayor parte de su obra, de tendencia conservadora, caracterizada por su humor irónico, su realismo y gusto por los detalles y su tono crítico, y que es un retrato de su vida y de la época que le tocó vivir.
En esta obra, Pla hace una crónica político-social sobre los acontecimientos más importantes que tienen lugar en Madrid desde el día en que se proclama la II República hasta principios del año siguiente, cuando ya se ha aprobado la Constitución y elegido democráticamente un gobierno. Lo hace de forma amena, a modo de diario, expresando a veces sus reflexiones y opiniones (a veces sobre temas intrascendentes) y describiendo anécdotas, pequeños sucesos y conversaciones de su estancia en Madrid (con especial atención a las tertulias políticas de los cafés, hostales, etc., que reflejaban el clima de interés por la política que había en la capital en aquellos momentos), que no sólo sirven para agilizar la lectura sino para presentar el ambiente que se vivía en aquel momento de gran importancia, cómo era la sociedad que “proclamó” la II República y cómo afrontó ese cambio.
En los primeros capítulos se centra en la caída de la monarquía y la proclamación de la II República, describiendo la impresión que el cambio de régimen ha producido en muy distintos sectores sociales, desde la aristocracia hasta las clases más pobres del extrarradio.
En buena parte (aunque no fuera este el único motivo) la llegada de la República se debió a la decadencia de la monarquía. Las clases altas y medias altas, tradicionalmente monárquicas, permanecieron impasivas ante la caída de la monarquía, cuando no apoyaron abiertamente la República (aunque algunos cercanos al régimen sí estuvieron claramente en contra del cambio porque podía perjudicarles), debido, en gran medida, al descrédito que se había ganado Alfonso XIII al apoyar la dictadura de Primo de Ribera, que también había puesto en contra suyo a muchos intelectuales, como Unamuno, que firmarían el Pacto de San Sebastián (para derribar la monarquía e instaurar la República). Además, después de proporcionar un importante crecimiento económico, la dictadura se volvió inmovilista y el presidente nombrado luego por el rey siguió el mismo camino, algo que, como apunta Pla, llevó a la burguesía a buscar un régimen nuevo que les permitiera seguir aumentando sus ganancias.
Pla, siguiendo la opinión de Zunzunegui y como buen conservador, echa al rey la culpa de la caída de la monarquía por una política que, sin ser democrática, se guió por el deseo de seguir la opinión predominante en la sociedad, lo que creía que quería el pueblo en cada momento. Llaman frívola a esta política y dicen que fue por seguir en esta línea de actuación que el rey decidió abandonar y no porque verdaderamente hubiera sido imposible sostener el régimen. Esta línea es la seguida por la mayoría de los conservadores, que atribuyen solo al rey la responsabilidad del cambio de régimen, sin tener en cuenta que la República ya se había proclamado en Cataluña (federal, además, aspecto que luego se rectificaría) y luego en Sevilla, sin saber que ya se había hecho oficialmente en Madrid (dato no mencionado por el autor, por ser algo poco conocido en aquel momento o por no haberle dado importancia) por lo cuál la idea de Alfonso XIII de abandonar para evitar una guerra civil no era ni mucho menos descabellada.
En el campo, por las alusiones de algunos personajes mencionados por Pla, se ve que la mayoría de la población seguía siendo monárquica (a parte de izquierdistas en zonas localizadas, sobre todo anarquistas andaluces y extremeños, defensores del reparto de tierras, que apoyaron la llegada de la República) y aún bastantes en Madrid, pero, en general, hay bastante pasividad. No obstante, en las ciudades y zonas industrializadas, Madrid en este caso, la población comienza a politizarse, en el sentido de manifestar mayor interés por la política ( como muestran las manifestaciones multitudinarias que se describen en la novela), y con el cambio de régimen se acelera el proceso de conversión de la política de cuadros, “elitista”, que aún dominaba en el 31 y explica la pasividad antes mencionada, en política de masas (victoria de los partidos de la izquierda en las elecciones a Corte Constituyentes). También a ello contribuyeron la preocupación casi obsesiva de los republicanos por educar al pueblo, crear una nueva sociedad, y la entrada de ideas antes clandestinas ( como la propaganda soviética), una vez formado el Gobierno electo.
En resumen, la mayor parte de la población permaneció indiferente (aunque luego mucos cambiarían de actitud), y de los que apoyaban la República, muchos lo hacían por interés, bien económico (burguesía), bien revolucionario (comunistas y anarquistas).
Luego Pla se centra en hablar de la nueva clase política, de las Cortes Constituyentes y el nuevo gobierno, tanto el provisional como el definitivo, y algunas de sus relaciones diplomáticas.
Atendiendo al libro todo parece caótico. El régimen se había proclamado en apenas un par de días, sin que hubiera habido una transición, un progresivo y ordenado cambio de instituciones y normalización de la situación, por lo que el gobierno provisional (y su sucesor) y quienes han de tratar con ellos están bastante desorientados. La mayoría de los políticos carece de experiencia (Pla habla burlonamente de los modos, atuendos y personalidades de algunos de ellos), debido a que muchos pertenecían a partidos que habían estado bastante marginados hasta entonces por el sistema bipartidista de Cánovas, y por ello se encuentran desubicados.
En los primeros meses da la impresión de que los partidos estuvieran como amalgamados, sin serios conflictos entre ellos, pues se trataba de una situación temporal, de paso, necesaria para afianzar el nuevo régimen, y aún era pronto para empezar a hacer grandes reformas (y al no ser aún un gobierno y un Parlamento elegidos democráticamente, no tendrían legitimidad para ello).
Tampoco parece que hubiera una visión clara de la evolución política entre la mayoría de la gente (la cercanía del momento lo hacía difícil) y la opinión general era que el futuro de la República sería de los “lerrouxistas” (partidarios de Lerroux, líder del partido radical, supuestamente laico pero de bases católico-conservadoras), seguramente porque estaban convencidos del predominio del conservadurismo en la sociedad española y en que el voto campesino les daría la victoria, sin tener en cuenta que ya no era del todo cierto. En Andalucía y Extremadura, donde las tierras se repartían en grandes latifundios en manos de señoritos semifeudales había una numerosa masa campesina sin tierra de izquierdas, que apoyó a los socialistas-republicanos, y era en estas zonas (junto a las grandes ciudades y las zonas en que hubiera muchos obreros, como Asturias, de mayoría izquierdista) donde las clases populares eran activas políticamente, y no en las Castillas o Galicia, regiones conservadoras. Pla, por el contrario, creía que la victoria sería de la izquierda y quienes serían los protagonistas del nuevo régimen serían, por tanto, Azaña (republicano) y Prieto y Largo Caballero (socialistas).
Las previsiones del escritor catalán se confirmaron en las elecciones al Parlamento, con mayoría en las Cortes Constituyentes de la izquierda (republicanos-socialistas). Gracias a su mayoría lograrían imponer su visión social en la Constitución del 31 (aquí Pla menciona -página 126- la chanza producida entre otros Jefes de Estado por el artículo que afirma que “España es una República de trabajadores de todas las clases”, de iniciativa socialista, y se presenta muy crítico contra una política de profesores intelectuales y obreros ¨sin modales¨).
Igualmente se confirmaron sus previsiones sobre Azaña, según él apoyado sobre la reforma militar, el anticlericalismo y la política social.
El nuevo gobierno, encabezado por Azaña, tendría que hacer frente a una opinión pública muy dividida. Por un lado tenían a un electorado de izquierdas al que satisfacer sus numerosas demandas de reformas sociales, entre las que destacaban la reforma agraria (reparto de tierras, mejoras laborales de los jornaleros, etc.) y el recorte de poder a la Iglesia (junto a la reforma militar, algo también necesario para asegurar la permanencia del régimen, librándose del poder de las fuerzas reaccionarias). Por otro, había un número no mucho menos importante de conservadores y reaccionarios, dispuestos a impedir cualquier reforma que acabara con sus privilegios, y que pondrían cuantas trabas pudieron al gobierno del “Bienio Reformista” (este) y luego se unirían en el gobierno radical-cedista del llamado “Bienio Negro”, que supuso la retirada de todas las reformas sociales llevadas a cabo por la coalición republicano-socialista.
A otro lado estaban los anarquistas y los comunistas (separados del PSOE en 1921 ), cuyo apoyo a la República no era incondicional, sino provisional e interesado, pensado para facilitar la revolución del proletariado (en el capítulo “Domingo 10 de Mayo. Apertura de la válvula”, páginas 64 y 65, se ve bien, cuando los manifestantes y las consignas se van sucediendo y acaban apareciendo estos grupos más radicales que quieren acabar ya con la República el mismo día de su proclamación o, al menos, iniciar su revolución). Por ello no siempre apoyarían al gobierno de Azaña y, a veces incluso irían contra él.
Los conflictos entre estos grupos, que en esta novela ya comienzan a definirse, irían adquiriendo progresivamente más fuerza hasta desembocar en la Guerra Civil.
Además, tras el fin del gobierno provisional los partidos se definieron, comenzó a haber discrepancias entre ellos, pues tras establecer verdaderamente el régimen (Constitución y Gobierno elegido democráticamente) podían comenzar a luchar por realizar sus reformas (o por impedirlas o moderarlas) y defender sus intereses particulares en general.
Con todo, a pesar de que los políticos ya parecían haber superado parte de la confusión inicial, seguía habiendo cierto caos por las causas antes mencionadas, que eran la falta de experiencia de la clase política (como afirma Pla en el capítulo “Las cuestiones esenciales”, página 142, “la clase dirigente de la República aún está por hacer, y que, con el tiempo, sin duda se hará”) y el gran número de reformas a las que el Gobierno necesitaba hacer frente con urgencia (si se retrasaba mucho o las desatendía perdería parte del apoyo de izquierda, su sostén, y si eran aceleradas tendrían rápidamente a los católicos y la derecha en general en su contra).
Mientras, casi de pasada Pla menciona los leves cambios que se van produciendo en la sociedad madrileña, semejantes seguramente a los cambios que se estarían produciendo en otras regiones y ciudades del país, que nunca llegarían a ser tan profundos como aspiraban los republicanos (entre otras cosas, porque la victoria franquista no les dio tiempo) pero sí lo suficiente como para conseguir la implicación en la marcha de la política de una buena parte de la ciudadanía, que diferenciaría el golpe del 36 de los del siglo XIX, caracterizados por la falta de oposición, y que le daría fuerte legitimidad (aunque no lograran la estabilidad ni la permanencia).
En resumen, era una sociedad que estaba en plena transformación desde una sociedad sin apenas participación política y régimen bipartidista, a otra democrática y con implicación popular, pero, al estar aún en una fase incipiente del cambio, con una clase política desubicada y unas bases poco sólidas para el régimen.
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