JOSEP PLA dejó para la historia una figura de escritor solitario con masía de Ampurdán al fondo, y lo mucho que sobre él se ha escrito no ha evitado que esa soledad seductora siga siendo casi todo lo que tenemos de él. Desde hace algunos meses, la colección Vidas Literarias de Omega ha puesto en circulación un libro esclarecedor de Arcadi Espada titulado Josep Pla y subtitulado, con la modestia que -en cuestión de títulos, se sobreentiende- caracteriza al autor, Notas para una biografía. Es un subtítulo que se concreta en las primeras líneas del libro: "unas notas para la biografía, aún inexistente, de Josep Pla." Aún inexistente. Bastan dos palabras -ese magnífico sentido de la economía en la escritura que tanto desorienta a las inteligencias mediocres- para barrer de un plumazo la historiografía planiana y para situar al autor en su particular speaker's corner.
La obra tiene como punto de anclaje las Notes per a un diari que Pla escribió entre 1965 y 1968. Al making off de este dietario último dedica Espada el prólogo, que sitúa al lector en las reglas del juego. Y las reglas del juego son éstas: que no hay manera -hoy por hoy- de saber cuáles eran las intenciones de Pla con respecto a estas notas publicadas después de su muerte ni de saber hasta dónde llegó la censura que sobre ellas ejerció Josep Vergés, su editor. El clima, la cocina, A., son los temas perennes del diario. Los dos primeros asuntos forman parte de "la imagen decantada (no totalmente exacta) que sobre él acabaría prefiriendo la historia." Aurora Perea -la A. obsesiva de estas notas-, no. Se ocupó de ello el editor, que hizo desaparecer parte del manuscrito. Tampoco se ha encontrado la correspondencia entre Pla y la mujer. Es Aurora Perea, tiene cincuenta y cinco años y vive en un suburbio de Buenos Aires entre excrementos de pájaro, un marido jubilado y una cierta miseria.Con Aurora había vivido Pla en L'Escala en los años posteriores a la guerra. Luego ella emigró a la Argentina. Detrás de esas noticias de Aurora hay años de lecturas, de archivo, de pesquisas en todas direcciones. Estas notas biográficas pudieron, por tanto, haber tomado la forma de un estudio académico sembrado de citas bibliográficas. No ha sido así, y el lector lo agradecerá. Las citas no dicen bien con la prosa de Espada: una prosa seductora exige no mostrar, en lo posible, los andamios y manejar el silencio, el arte de saber -y ya es mucho saber- lo que conviene dejar fuera de un texto.
Al hilo de las notas, irá tomando forma una etapa crucial en la vida del escritor, la etapa de la reescritura total de su obra, la etapa de la publicación de El quadern gris. Ahí está su temor de no ser considerado un verdadero escritor -"sus esfuerzos por trascender los límites del periodismo", dirá Espada-, su turbación ante la primera edición del libro, ante la hora que intuye como la de su verdad literaria. Ahí está también el programa estilístico de Pla, su conciencia de "la necesidad de una escritura clara, precisa y sobria" y su "desdén por las formas literarias ficcionales". Es un programa que el mismo Espada ha heredado. Ha escrito en alguna parte que fue siguiendo los pasos literarios de Pla como se hizo un hombre. Es natural, pues, que el libro sea -también- la justificación de la poética del maestro, de esa estética en tono menor que ha sido piedra fundacional de la suya propia.
Pla huye -y deja ver que huye- del estilo poético, del catalán almibarado de los juegos florales, desbarata la frase para que no suene demasiado hermosa. Es aquí donde entra en juego ese rasgo de su estilo que Espada define como "el clásico procedimiento planiano de soldar un pedazo de hierro a una orquídea". Que su estilo sea antiliterario -que se limite a la reproducción de un lenguaje coloquial- es, sin embargo, uno de los tópicos más extendidos en torno al escritor.Valéry declaró ley de la naturaleza que sólo con afectación sea posible defenderse de la afectación: exige un enorme trabajo estilístico llamar a las cosas por su nombre, dar con el adjetivo preciso: un hallazgo que, a juicio del propio Pla, le permite a uno irse tranquilamente a comer a casa sin envidiar nada a nadie. Esta cuestión del adjetivo se alza en Pla como el criterio de verdad del periodismo: si el adjetivo es exacto, resistirá, y el artículo no acabará envolviendo el pescado del día siguiente. El criterio tiene un serio inconveniente: plantado frente al supuesto carácter efímero del género, deja -se comprende- a muchos periodistas a la intemperie, y explica buena parte de tanta lectura inquisitorial y de ese tufo a autor molesto que todavía desprende. Eso, y el lastre de la traición -más allá de que estuviera del lado franquista durante la guerra o de que se negara después a permanecer en las catacumbas-, por el hecho mismo de no haber escrito la novela decisiva en la construcción nacional de Cataluña.Una mezquindad, tratándose del escritor que colocó el idioma a la altura de su siglo. Y una maldición, si se considera que todavía le persigue -post mortem- ese fantasma de la novela, ahora que cierta crítica miope -nada garantiza que miopía y erudición no puedan ir de la mano- pretende hacer de El quadern gris un ejemplo de autoficción.
Pero dejemos los fantasmas y volvamos a las Notas, bastante más apegadas a lo real. Y escuetas,muy escuetas. La dificultad de navegar entre esas notas es evidente, pero se comprende la fascinación de reconstruir la vida del maestro, porque en la gran crónica que es la obra de Pla falta la figura del escritor, que habría ejercido de magnífico revelador. Espada -siempre más cerca de Sainte-Beuve que de Proust- apuesta por la necesidad de conocer la trastienda del autor, pero Pla se lo pone difícil: apenas dejó piedrecillas en el camino y las que dejó forman -quién sabe si a conciencia- un laberinto de equívocos y medias tintas.
Es posible que tenga razón Gabriel Ferrater en la cita que abre el libro: "Su reticencia respecto a la intimidad le impidió ser un gran escritor europeo". Como Léautaud o como el mismísimo Montaigne. Quizá una querencia del oficio -el periodista es un tipo que habla mucho de los otros y poco de sí mismo-, pero también ese pudor consolidado como un rasgo de carácter en la escritura memorialística catalana.
Si estas notas tienen interés, no es sólo porque le permitan al biógrafo hacer emerger, apedazándola, la figura del viejo solitario, pesimista y escéptico, con su boina y su modestia impostada, con su libertad de juicio, la figura de un Proust periodístico enfrascado en la reconstrucción de un mundo perdido, sino porque hay en ellas el esbozo de una sintaxis de la intimidad. No mucho más allá, es cierto, de los balbuceos en lo que Espada llama "prosa de agenda". Cuando su madre muere, cuando agoniza Aurora, ese balbuceo se traduce en dos palabras y un solo adjetivo, el mismo en ambas ocasiones: "La mamá en el baúl, con los cirios. Impresionante asunto." "(...) la catástrofe de A. es total. Impresionante noticia." Impresionante es un adjetivo de difícil encaje en el terreno de los sentimientos. Y sin embargo, ahí está el dolor. Este forcejeo con la intimidad y con los sentimientos -advierte Espada- es constante en los diarios. Y si la intimidad -dice- es "una secreción visceral e inconexa", sólo cabe una sintaxis que se acerque a la secreción.
La clave del diario y de su sintaxis está quizá en eso que los franceses llaman el retour d'âge. Pla tiene setenta años y sabe lo que es eso: en los últimos años de la vida hombres y mujeres pueden actuar de forma irrisoria. En la vejez, la imposibilidad del amor físico, el único que Pla reconoce -Stendhal, naturalmente- puede acentuar la imaginación -el "erotismo imaginativo de los viejos", dice-, y crear situaciones absolutamente grotescas, hasta el punto de eliminar el sentido del ridículo. Por miedo al ridículo -un miedo que le persiguió desde su juventud- el escritor pedía para sí "una vejez sin imaginación", y evitar el ridículo se convirtió en una norma de estilo.
Pla sostenía que la vejez es un proceso de enfriamiento del cuerpo. Tal vez tenía razón aquel loco que acompañaba al Rey Lear al comparar el corazón de un viejo lujurioso con una pequeña hoguera en un campo solitario: una chispa, y todo el resto de su cuerpo, frío. El erotismo, que -como en Léautaud, dirá Espada- "redime a la vida de sus cargas."
"La vida de un viejo colgando todavía del sexo". La crónica del retour d'âge. "Josep Pla, masturbándose por escrito delante de sus lectores, de sus burgueses". La frase, exige, naturalmente, signos de admiración. La extrañeza de ese salto en el vacío, de ese entregar las pudenda a la mirada general en un escritor que dedicó esfuerzos considerables a escamotear sus huellas al lector. Pla siempre desconfió de los sentimientos. Todavía años después, a punto de cumplir los ochenta, confesaba no haber escrito nada emocionado, nada que no hubiese pensado antes. Quizá sea el hecho de ver los sentimientos desapasionadamente -como quería Orwell- una de las características del auténtico intelectual. Es cierto que la brevedad de la sintaxis, a la manera de Léautaud, no oculta en estas notas el tirón emotivo de los sentimientos, pero le permite entrar en ellos armado hasta los dientes.
Pla, en efecto, lee a Léautaud por esas fechas, y la prosa de estos diarios tiene una deuda con el Journal que el biógrafo detecta: en lo minucioso, en lo prosaico, en esa sintaxis de agenda. "La capacidad hipnótica de esta escritura es absolutamente sorprendente. Tan sorprendente y seductora como en Léautaud. Se trata de la banalidad y de la trivialidad [...] Pero, naturalmente, no es en los sucesos donde cabe buscar el carácter extraordinario de la narración. Es la narración lo extraordinario. Narrarlos es lo que convierte a estos sucesos en algo fuera de lo común. Y lo que convierte al lector en un desconcertado insecto atrapado en la malla de una vida."
La malla, sin embargo, necesita en este caso un buen zurcido, pero coser una historia con esa sintaxis inverosímil no era el objetivo de Espada. Habría hecho falta un novelista. Imposible saber si las páginas censuradas por Vergés habrían dado forma a estas notas demediadas. Imposible también evitar la tentación de pensar en las revelaciones estilísticas -morales- que habrían podido aportar esas páginas secuestradas.
Descifrar el esquematismo de los diarios sin caer en el psicologismo era un reto. Espada llega hasta donde los diarios lo permiten.No más.Ha resistido a la necesidad de una historia: la historia de por qué un hombre viejo envía dinero a una antigua amante que vive al otro lado del océano, la historia del marido que parece aceptar no se sabe qué reglas del juego, la historia del encuentro entre esos dos hombres en el suburbio de Buenos Aires, de las "jornadas bocaccianas" en el calor de la casa prefabricada, de las erecciones numeradas, de la desnudez, de la ternura. La historia, en fin, de una obsesión que nadie podía imaginar.
Esa resistencia de Espada tiene su raíz en una determinada manera de entender el oficio, en la convicción de que existe un periodismo infectado de ficción que suele tener respuestas para todas las preguntas y móviles para todas las conductas -eso que ocurre en las novelas, porque así lo permite el pacto con el lector-, y un periodismo auténtico que se detiene en esa intimidad y se limita a los hechos, también porque así lo exige el pacto con el lector, que es un pacto de veracidad y no de verosimilitud.
Espada -de suyo jinete solitario- ha cabalgado esta vez a lomos de un gigante. El libro está escrito a medias con Pla -glosa sus notas- y esa no es una circunstancia menor. Tenía sus riesgos, pero la prosa del biógrafo -de reconocida filiación planiana- no desmerece a la del gran escritor, en castellano como en catalán, que fue Pla. De Espada, este párrafo perfecto: "(...) la escritura planiana es resultado de la sensualidad, del claro placer de poner por escrito el mundo, de la fascinación de comprobar cómo una palabra, examinada, sopesada, juzgada, basta para convertir la experiencia en algo manejable por el hombre. Del gusto de masticar las palabras y de infligirles obstinados tocamientos." El pedazo de hierro y la orquídea, sin duda asunto de familia.
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