«¿Eres de Mac o de PC?». La pregunta tiene más miga de lo que parece. Casi tanto que podría estar incluida en un formulario junto a otras del tipo «¿izquierda o derecha?» o ¿creyente o ateo?». Esa dimensión filosófica que ya apuntaba el imperio Apple, regido por tres mandamientos –visión, innovación e inspiración– pasa a rozar lo espiritual tras la muerte de Steve Jobs, a los 56 años, al no superar el cáncer de páncreas que le fue detectado en 2004. ¿Visionario? Hay quien le comparaba ayer con Leonardo Da Vinci. ¿Mesías? En internet hay quien lo asegura. Y no son pocos. Que se lo pregunten a los «fieles» de Tokio que, ayer, como si de la tumba de Jim Morrison se tratara, acudieron a las tiendas Apple para rendirle tributo. Eso sí, las velas que alzaron las proyectaba un iPad. Otros, más simbólicos, depositaron manzanas. Mordidas, por supuesto.
Pero aquel chico de 21 años de San Francisco que creó Apple junto a su amigo Steve Wozniak, con apenas 1.300 dólares y un garaje, era de lo más terrenal. O al menos esa era la imagen que irradiaba. Su «look» le definía. Frente a los trajeados tiburones de Wall Street, el pantalón vaquero, la camiseta negra y las zapatillas lo mostraban insobornable, más que rebelde. Y si alguien albergaba dudas, las despejó en su personal «sermón de la montaña», pronunciado en 2005 en la Universidad de Stanford, y que supuso un grito contra el conformismo. Ya entonces, Apple trascendía la simple marca y se había metido al mundo –o a medio, al menos– en los bolsillos. El Mac fue el principio. Los iPod, iPhone y iPad hicieron el resto.
Su figura fue ayer reivindicada –una vez más– y no sólo por el mundo tecnológico. Los políticos se volcaron. En cabeza, el presidente de los EE UU, con una elocuente semblanza. «Fue lo suficientemente valiente como para pensar diferente, lo suficientemente atrevido como para creer que podía cambiar el mundo y lo suficientemente talentoso como para conseguirlo», afirmó Barack Obama. Su discípulo Mark Zuckerberg, creador de Facebook, se dirigió directamente a Jobs a través de su propia cuenta en la red social. En apenas siete horas consiguió 250.000 «Me gusta». «Steve, gracias por ser un mentor y un amigo. Gracias por mostrarnos que lo que construyes puede cambiar el mundo. Te echaré de menos». Y, por supuesto, no faltó su siempre respetuoso «enemigo». «El mundo raras veces ve a alquien que ha tenido el profundo impacto que Steve ha causado. Sus efectos serán percibidos por muchas generaciones en el futuro», dijo Bill Gates, fundador de Microsoft. Disney, Sony, Nokia, Hp y Pixar fueron sólo algunas de las instituciones que se sumaron.
Dado en adopción
Su misma biografía tiene tintes legendarios. En 1955, su madre biológica, Joanne Schieble, tomó la decisión de darlo en adopción estando embarazada. «Creía que debía ser adoptado por estudiantes graduados», aseguraba Jobs. Joanne se enteró de que Paul y Clara Jobs no habían pisado una universidad. Por ello, no firmó los papeles hasta que los padres adoptivos no le prometieron que, en el futuro, Steve iría al campus.
Y cumplieron. A los 17 años Steve fue al Reed College de Portland. La abandonó al semestre. Y, según confesó, fue una de las mejores decisiones de su vida. Sólo le interesaba la clase de caligrafía. Fue su inspiración en el diseño del primer Mackinstosh en 1982. «Si no, jamás habría tenido esas fuentes proporcionalmente espaciadas», decía. Aquello supuso la revolución. Y no fue flor de un día. En 1976, junto con Wozniak, creó el Apple I, un teclado unido a un microprocesador y con conexión a un monitor. Y ya como Apple Computer, idearon en 1982 el Apple II, el primer ordenador de consumo masivo. Facturaron 2.000 millones de dólares en un año.
Pero Jobs se encontraba cada vez más incómodo. Sus desavenencias con John Sculley, nombrado presidente en 1983, y con su amigo Wozniak se saldaron con su adiós en 1985. Una vez más, le vino bien retirarse: fundó NeXT –donde desarrolló tecnología que después valió su peso en oro–, creó Pixar –la trilogía «Toy Story» es su mayor legado– y se «enamoró de una asombrosa mujer», Laurene, con la que tuvo cuatro hijos.
En 1996 regresó a Apple, primero como asesor interino y después como presidente. ¿Su sueldo? Un dolar. Así fue hasta su adiós definitivo. No le hacía falta más: sólo en acciones podría haber obtenido 1.100 millones de dólares.
En 1998 lanzó el iMac, cuyo original diseño volvió a multiplicar las ventas; el iPod, en 2001, «jubiló» a los «discman», y el iPhone, el «smartphone» que todos codician, ha vendido 50 millones de copias desde su nacimiento en 2007 y a través de sucesivas versiones –la última presentada dos días antes de su muerte–. El iPad, el ordenador con forma de tableta, fue su último «juguete».
Entre tantos triunfos, el cáncer golpeó su vida. Le dieron de tres a seis meses. Después, la cirugía le devolvió la esperanza. Pero sus ausencias fueron cada vez más frecuentes. Abandonó su cargo de consejero delegado el pasado agosto, mientras Tim Cook cobraba mayor protagonismo. Muchos se acuerdan de sus palabras en Stanford: «Saber que puedo morir pronto constituye la herramienta que más me ha ayudado a tomar las grandes decisiones de mi vida».
SU MÍTICO DISCURSO
«Tienen que encontrar eso que aman»
Fue el 12 de junio, durante la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford. El discurso que pronunció Steve Jobs no sólo quedó grabado en los estudiantes. Para muchos, fue inspirador. «Tienen que encontrar eso que aman»; «su tiempo tiene límite, no lo pierdan viviendo la vida de otro»; «sean hambrientos, sean descabellados»; «tengan el valor de seguir su corazón e intuición»...
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