Alemania, ¿Una rémora para salir de la crisis?, de Joaquim Muns en Dinero de La Vanguardia
Posted by Joan Vila at 19:43
El día 18 de junio de 1990 publiqué un artículo en La Vanguardia titulado “Cuando la virtud se convierte en vicio”. En él se comentaba la pugna que habían mantenido Estados Unidos y Japón durante gran parte de la década de los ochenta. Los americanos acusaban a los japoneses de que ahorraban en exceso y que debían consumir más. Esta forma de funcionar llevaba a un gran excedente comercial japonés, a la acumulación de reservas y a la compra de valiosos activos americanos (rascacielos en Nueva York, productoras cinematográficas en California, etcétera.).
Este enfrentamiento acabó con un pacto entre Estados Unidos y Japón en 1990, que comenta el artículo al que he aludido, por el cual Japón iba a adoptar políticas para consumir más y ahorrar menos. Evidentemente, el problema también podía ser considerado desde la óptica de que Estados Unidos consumía demasiado, pero el nivel de consumo americano era un dato que no se podía discutir. Al cabo de 20 años de este pacto, Japón es el país más endeudado del mundo y ha tenido diez años de recesión, de los que todavía no ha salido. No le han resultado muy baratos a Japón los consejos de que abandonara su modelo tradicional de frugalidad y ahorro.
A este episodio de convertir la virtud económica en vicio dañino, sigue otro más reciente al que creo que es interesante aludir antes de entrar en el tema alemán. Me refiero al debate, en 2007, sobre el conocido comosavingsglut (superabundancia de ahorro). Ben Bernanke, Greenspan y el comentarista Martin Wolf, entre otros, defendieron que el problema del creciente endeudamiento de Estados Unidos, y que finalmente llevó a la crisis, no derivaba del exceso de consumo americano, sino de una superabundancia de ahorro en el mundo, especialmente generada por China, que simplemente los americanos movilizaban.
Por lo tanto, en este segundo episodio también el calificado de “excesivo” ahorro ajeno, consecuencia de lo que se consideraba como insuficiente consumo, desequilibraba el sistema de pagos mundial y conducía a la “perdición” de los demás. Obsérvese que en todos estos casos el acusador -Estados Unidos- parte implícitamente de la hipótesis de que sabe cuál debe ser el nivel de ahorro de cada país, en cada momento, para que la economía mundial funcione armónicamente.
Creo que estos episodios y las consideraciones que los acompañan son una buena introducción para lo que podemos considerar como el tercer capítulo de esta serie de culpabilización de los virtuosos.Me refiero, claro está, a las voces que se han levantado en las últimas semanas acusando a Alemania casi literalmente de un exceso de competitividad y de un modelo basado excesivamente, según los críticos, en las exportaciones. El personaje más importante y destacado que ha sostenido estas ideas en público ha sido la ministra de economía francesa, Christine Lagarde. También aquí encontramos a Martin Wolf (al que, dicho de paso, considero un gran analista), que en el Financial Times del pasado miércoles escribió un artículo cuyo título lo dice todo: “La virtud excesiva puede ser un vicio para la economía mundial”.
Según los proponentes de este planteamiento, Alemania, con su frugalidad, es decir consumo moderado, con sus salarios prácticamente congelados en los últimos años y con la gran competitividad que ello le ha dado, tendría la clave para poder ayudar eficazmente a Grecia y a los demás países deficitarios de la zona euro a recuperar su ritmo de crecimiento. Algunos van más lejos e insinúan que, si Alemania se aprovechó, en los buenos tiempos, de la demanda de estos países, ahora, cuando están en apuros, justo es que les devuelva el favor. ¿Y cómo? Pues a base de la cantinela de siempre: ahorrando menos, consumiendo más. En el caso alemán, esto se puede lograr trabajando menos, subiendo los salarios y siendo menos competitivo como resultado.
A mi modo de ver, esta visión de la problemática de la eurozona, con Alemania como el virtuoso que debe serlo menos para ayudar a los demás, es equivocada y al mismo tiempo peligrosa. Es equivocada porque nadie puede pretender que un país cambie su cultura económica, y menos de la noche a la mañana, para solucionar los errores y excesos de los demás. Y mucho menos si este modelo funciona bien. Lo que la eurozona y Europa necesitan es una Alemania potente y no una Alemania descafeinada.
Esta visión que estoy describiendo es, además, peligrosa porque tiende a difuminar los contornos de la responsabilidad de cada país en el funcionamiento de la economía global. Todos hemos estado de acuerdo en recomendar hasta la saciedad, tanto a los países desarrollados como a los que están en vías de desarrollo, que han de introducir todas aquellas medidas y reformas que mejoren su competitividad. Y que esta es la mejor plataforma para ganarse un puesto en la economía mundial. ¿O es que ahora la competitividad es peligrosa?
Quisiera acabar con un párrafo de mi artículo de 1990 que creo que sigue siendo aplicable en este caso: “Los desequilibrios en economía siempre son el resultado de conductas asimétricas. Cada una de ellas tiene un responsable. Una de las soluciones puede ser igualando por abajo,o sea, implantando la solución del que está dispuesto a sacrificarse menos. La otra solución consiste en exactamente lo opuesto: igualar al nivel del mayor esfuerzo. Hasta ahora, habíamos funcionado pensando que esta última alternativa era la correcta…”. No, Alemania no es ninguna rémora para la zona euro; es su locomotora y el modelo que imitar. ¿O es que no hemos aprendido nada de esta crisis, causada por los excesos de consumo y deuda y por la falta de prudencia y austeridad?
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