Los que la conocen bien aseguran que su santuario es la cocina y su plato estrella, el puré de patatas. Quienes la conocen menos saben que su armario, repleto de trajes chaqueta oscuros y homogéneos, esconde un estrafalario y caro bolso talla XXL en color naranja de Longchamp, una metáfora bien avenida para definir la vida privada de la canciller alemana Angela Merkel.
Tenaz, cálida en las distancias cortas y muy directa. Así es como definen sus allegados a Merkel, la primera mujer en convertirse en presidenta de Alemania y protagonista cada día de cientos de titulares políticos y económicos. Sin embargo, cuando abandona sus quehaceres presidenciales, Angela prefiere buscar cobijo y sosiego en su piso del centro de Berlín, junto a su segundo marido y sus dos hijastros, Daniel y Adrian.
Merkel nació en Hamburgo hace 57 años. Hija de un pastor luterano, que falleció este mismo año, y de una profesora de latín e inglés, se casó con 23 años con el físico Ilrich Merkel, del que aún conserva su apellido a pesar de que el matrimonio durase solo cinco años.
Se doctoró en química cuántica en 1986 bajo la tutela del profesor Joachim Sauer, del que se enamoraría y volvería a casarse por segunda vez en 1998, dos años antes de comenzar su fulgurante ascenso dentro del partido Unión Demócrata Cristiana de Alemania. Curiosamente, después de que un cardenal se quejase al diario Bild de que una ministra del CDU convivía fuera del matrimonio.
Su segundo marido, apodado el fantasma de la ópera por su ausencia en todo acto oficial excepto si se trata de una representación de Verdi o Wagner, es la única persona con la que Merkel, como ella misma indicó en una ocasión a la prensa, obtiene equilibrio personal y profesional.
Una cerveza tras la caída del muro de Berlín
“Celebré la caída del Muro en casa de unos desconocidos con una lata de cerveza”. Una mañana de noviembre de 2009, los alemanes se levantaron con esta confesión tan peculiar que su canciller había revelado al diario Frankfurter Runschau.
Merkel huye siempre de esa ostentación que exhiben otros mandatarios como Berlusconi o Sarkozy. La canciller alemana prefiere cambiar Saint Tropez, destino por antonomasia de la jet set, por la isla de La Gomera, donde ha viajado en tres ocasiones con su marido. Siempre y cuando no se retire a su residencia campestre de Uckermark, un pueblo rural a casi 100 kilómetros de la capital donde puede dar rienda suelta a su otra gran afición: la lectura.
Merkel siempre desconcierta. Un día sorprende a la prensa apareciendo con un bolso naranja gigantesco para defender el euro y al siguiente no duda en exhibir un amplio escote para inaugurar la nueva ópera de Oslo. Así es la canciller alemana, la mujer más poderosa del mundo según la revista Forbes.
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