Modales de pre-indignado
por ANTONIO LUCAS
Charles Dickens es uno de esos escritores convencidos de que antes de sentarse a untar el folio hay que dar una vuelta por la vida. No exactamente entregarse con locura a vivir, basta con rodear el presente por los adentros y regresar después a casa a contarlo como más o menos lo has visto.
A Dickens, probablemente, no le entusiasmaban los vaivenes y peajes del tiempo en que le tocó estar aquí. Es una cuestión de óptica. Hay días que miras la calle y ésta aparece desenfocada. Y no hay remedio. A Dickens le sucedía a menudo. Observaba aquella sociedad victoriana, sus modales de almidón, su cinismo envasado, los vicios de su cháchara, su impostura, qué sé yo... Contemplaba todo aquello, decíamos, y entonces le salían unas páginas muy enfadadas que no estaban pensadas para educar sobre nada, sino para denunciar todo eso de afuera que malformaba el espíritu de la gente. Por ejemplo, recordad 'Oliver Twist'. Uno sólo puede entender este libro inflamable si asume que su autor estaba en verdad mosqueado. Indignado, que es una palabra comodín con usos múltiples, como las navajas suizas. (Su eficacia es igual para una soflama antisistema que para levantar acta de un gin tonic 'cortado' con un chorro letal de Pulco/limón para las paellas).
Sabía Dickens de lo que hablaba en la que fue, junto a 'Cuento de Navidad' y 'David Copperfield', su novela talismán. Vino a descerrajar en 'Oliver Twist' un hostión vergonzante contra aquel Londres encharcado de clase media —incipiente burguesía— que asentaba sus líneas de conducta en un rencor de clase del que hasta no hace demasiado aún no nos habíamos repuesto del todo (ni ellos, ni nosotros). Un muchachito de suburbio es quien nos taquigrafía ahora el mundo. El estado de las cosas. Y nos sube la temperatura. Algo así como el 'Lazarillo' de esa otra hambruna o miseria de las urbes que se disponen a ser modernas sin marcha atrás. Víctima del expresionismo feroz de los guetos, donde sobrevivir exige chapodar al pobre de al lado. Dickens hizo la primera novela social donde un niño denuncia. Dickens trazó un rap de polígono muy siglo XIX, antes del rap y de los polígonos. Un poema en crudo.
Volver a esta novela es comprobar el grado de resistencia y aceptación del mal. Y la tiranía de los desagües de la vida. De las letrinas de la sociedad. Su ambigüedad. Su hipocresía. Su ceguera. El velcro en boca de la peña. Dickens es aquí una suerte de indignado puntual, de descontento a tiempo completo. Un escritor que pone en limpio lo monstruoso con la pólvora de una prosa bien armada, sacándole a las escenas lascas de ironía. Dejando a veces en lo alto de la tristeza un pájaro de risa que escuece y canta en contra. Por 'Oliver Twist' cruza un convoy de pedigüeños, usureros, desdentados, barraganas, hombres/rata... Toda la desmemoria de las sociedades industriales. Los invisibles. Los olvidados (por decirlo a lo Buñuel).
Y todo eso que cuenta Dickens es su propia infancia rehabilitada en literatura. El desprecio. La miseria. La danza minuciosa y tentadora del robo, del homicidio, del extravío. Aquello que deja marcas en la piel y adultera el corazón. La suya es la mirada contrapuesta a esa presunta generosidad todavía romántica de las grandes ciudades. Él atravesó de niño este infierno insalubre, huroneó en la basura con un gancho casero. Se tiznó las manos de limosna y manipuló silenciosamente los mendrugos en los callejones para no ser asaltado por la turba despierta del hambre.
Hay que leer a Dickens. Este 'Oliver Twist' es un hip hop abrasivo. Sin soflamas. Sin pancartas. Sin sentadas. Sin manifas. Sin ánimo redentor. Tan sólo da cuerda a la exaltación de la mierda moral de aquella sociedad victoriana que no ha dejado de mutar hasta nosotros, para que nos avergoncemos un rato. Y lo hace sin desplegar sugerencias constructivas. Sencillamente apuntando con el índice, describiendo al galope. Para que intuyamos lo que siente un niño al echar a la altura de tu bolsillo su gorrita de pordiosero, mientras el espíritu gentil de la infalible economía despliega sobre nuestras biografías, tan zumbonas, un 'zeitgeist' de domingos con buen sol, un 'alto sentido del compromiso', un éxtasis de paseantes por el lado amable de la vida y una excelente calidad en los pañuelos de papel para los mocos.
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