El adolescente en la sociedad actual: una visión sociológica.
Materiales para la intervención de Javier Elzo en la Jornada del 26 de octubre de 2.000 organizado por la Sección de Pediatría Extrahospitalaria de Gipuzkoa.
Dos grandes apartados van a conformar mi intervención en esta Jornada. En un primer momento abordaré cuales son los valores dominantes en los adolescentes de hoy, forma indirecta de constatar donde se sitúan sus preocupaciones, anhelos, preferencias etc. En un segundo momento, dada la gran importancia que los adolescentes conceden a la familia como factor de socialización, me detendré en el nivel de comunicación existente en el seno de las familias.
1.Los valores dominantes en los adolescentes de hoy
Una de las tesis centrales de nuestro libro "Jóvenes Españoles 99" dice que los jóvenes y adolescentes de hoy no conforman un grupo aparte en la sociedad. La hipótesis de partida, que la recojo de Mannheim, dice que es "la vivencia de experiencias compartidas lo que puede originar situaciones generacionales". Solamente a partir de ahí es posible hablar de adolescentes y jóvenes de tal momento histórico o de tal enclave geográfico. Esto es, el ser joven se construye en razón del contexto histórico que le ha tocado vivir, del modelo o modelos de sociedad propuestos en el que se está haciendo, de las estructuras sociodemográficas de la sociedad en la que vive, de los grupos sociales que la componen, de los valores dominantes en ascenso y descenso, de los pesos de los diferentes agentes de socialización etc., etc. No puedo detenerme aquí en este punto pero si quiero señalar que concluimos nuestro trabajo diciendo que no hay una subcultura juvenil sino que los adolescentes y jóvenes participan, a su modo ciertamente, de los valores dominantes de la sociedad en la que viven.
Para ilustrar la afirmación anterior, y antes de entrar con más detalle en los valores más específicos de los adolescentes, voy a trasladar aquí una tabla resumen de lo que entiendo que conforman los valores dominantes de la sociedad española de hoy y como se distribuyen en razón de la edad. Creo que la mera lectura de la tabla es suficientemente ilustrativa y no necesita de mayores comentarios.
Valores dominantes en la sociedad actual, acentuando las diferencias según la edad
Ranking
Valores
Jóvenes
Adultos
Mayores
Todos
1º
Importancia de la familia/o pareja
X
2º
Búsqueda del bienestar, del bien vivir
X
3º
Individualismo
X
4º
El trabajo como valor utilitario
+++
+++
+
5º
Tolerancia o Indiferencia (según)
++
-
-
6º
La vida como espectáculo
++
+
+++
7º
Buscar seguridad (familiar, laboral...)
-
++
+++
8º
Culto y cultivo del cuerpo
++
++
-
9º
No-asunción de responsabilidades
+++
+
+++
10º
Cuidado del cuerpo
-
+
+++
11º
Vivir en y para el presente
+++
+
-
12º
La juventud (ser joven)
X
13º
Ser competitivo funcional
+
+++
-
14º
Más localista, menos universal
X
15º
Humanitarismo indoloro y lejano
++
-
+
16º
Demanda soterrada de fidelidad
+
-
+++
J.Elzo. Octubre 2000. Elaboración subjetiva sobre la base de datos objetivos. Tabla inédita en esta formulación.
Como vemos, muchos de los valores que hemos señalado referidos a los adultos podemos suscribirlos como conformando el universo nómico de los adolescentes y jóvenes. Entre nosotros no hay, todavía, estudios en los que se comparen los sistemas de valores de los adolescentes con los de sus padres, adoptando como unidad de estudio la propia familia. Mi hipótesis, en este campo, sería la de decir que en el ámbito normativo hay menos diferencias, notoriamente menos diferencias incluso, entre los adolescentes y jóvenes por un lado y sus padres por el otro, que las diferencias que resultan de las tipologías que se pueden realizar entre los propios jóvenes, edad y genero controlados, sobre la base de variables opiniáticas tales como las opciones políticas y la dimensión institucional de lo religioso, así como las variables comportamentales como las que controlan los usos diferenciales del tiempo libre en general y el tiempo de ocio en particular.
Pero, incluso, en los análisis que realizamos, en base a análisis sincrónicos en momentos concretos y determinados distinguiendo franjas de edades, y en base a declaraciones de los propios jóvenes y adolescentes de sus consensos y disensos normativos con sus padres se constata que las diferencias, aún existentes, son sorprendentemente menores de las que cabría pensar a primera vista. No que el factor edad no sea un factor importante pero parece jugar más en la graduación de las diferencias que en el orden de las mismas. . Exagerando y, sobretodo, generalizando un tanto diríamos, en el viejo lenguaje escolástico, que hay una diferencia de grado y no de naturaleza. De hecho siempre he sido reacio a hablar de una subcultura juvenil, inclinándome más a hablar de "subculturas juveniles" no totalmente independientes de las adultas.
En cualquier caso es legítimo hablar de los valores dominantes de los jóvenes de hoy. He reflexionado sobre este punto en diferentes lugares. Señalaría, en el marco de este Encuentro de San Sebastián sobre la adolescencia en el año 2.000, organizado por la Sección de Pediatría Extrahospitalaria de Gipuzkoa, los siguientes:
El individualismo teñido de búsqueda de autonomía como valor fundante de lo bueno y lo malo, de lo útil e inútil, de lo que sirve y lo que no sirve, todo ello braseado, preferentemente, en el grupo de pares, de amigos o, al menos compañeros, entre los que destaca muy frecuentemente un líder, conformando así, de alguna manera, sus grupos de referencia (pues pueden ser más de uno).
La aceptación del pluralismo y la actitud básicamente tolerante ante el diferente aunque en este punto haya de hacerse dos matizaciones importantes. Por un lado la dificultad de separar en muchos momentos la tolerancia en lo que supone de respeto al "otro", en tanto que "otro", de la indiferencia por el distinto con tal de que no me moleste. Junto a ello está muy extendido el principio,(el valor justamente), de que todo es opinable, de que todas las ideas se valen con tal de expresarse y defenderse sin violencias. Esto es reflejo de la confusión existente entre el relativismo del "todo vale" y la relatividad que se opone a la pretensión de la verdad única, de la verdad absoluta. La segunda matización importante a señalar aquí es que en algunos segmentos estadísticamente importantes de los adolescentes y jóvenes españoles ( y más entre los primeros), en consonancia con sus coetáneos europeos, está emergiendo una actitud autoritaria que no dudo en calificar de racista. Volveré a este punto más abajo.
El presentismo, la dificultad de proyectarse en el futuro así como la necesidad de vivir el presente a tope, sin diferir el gozo de lo deseado en cada momento. La única planificación posible es la semanal. El horizonte es semanal. Muchas veces he repetido que una de las notas de la sociedad actual es la acentuación de las diferencias entre el tiempo de trabajo/estudio y el tiempo de ocio: un tiempo , el del trabajo, normativizado, en el que es preciso mantenerse en forma, estar ágil, presto, "performativo", con la vista puesta en el fin de semana que, por contra, es percibido como el tiempo libre o para ser más exacto, un tiempo que se pretende libre, ausente de normas, pero que, como ilustra muy bien el modo de diversión de muchos jóvenes, el exceso puede convertirse en la norma y hacer aparecer como "outsiders" que diría Becker, como extraños, a los que se salen de la norma del exceso. Pero no se piense que esto es privativo de los adolescentes y jóvenes aunque por la fuerza de la edad en ellos tenga unas manifestaciones más llamativas (y más trágicas en muchos casos) sino también en muchas personas adultas que vagan los fines de semana, puentes, acueductos y vacaciones, a veces buscando un descanso imposible, a veces maldiciendo internamente un tiempo de ocio del que no saben qué hacer y para el que, por contra, están trabajando denodadamente durante el resto de la semana y a lo largo de todo el año. Esta compartimentalización del tiempo cronológico, unido a la diferente valoración del tiempo de trabajo como un tiempo penoso e irritante frente al pretendido tiempo libre, el tiempo festivo, que es percibido, más verbal que realmente, como el tiempo feliz me parece, lo repito, dentro de su aparente banalidad, una de las grandes trampas en la que estamos enfrascados en estos tiempos. Basta pensar, por dar un solo detalle, en los enormes embotellamientos en los que millones de ciudadanos consienten en atraparse los fines de semana y más aún los puentes y acueductos bajo el disfraz de escaparse del "rutinario trabajo" y disfrutar de la "libertad" del fin de semana.
Una actitud básicamente pacifista con un antimilitarismo incrustado en lo más profundo de ellos mismos. Más allá de contextualizaciones histórico políticas que cabria hacer (un Ejercito que en los últimos cien años no tiene de que gloriarse, un Ejército del que una parte se rebeló contra el poder legítimamente constituido y avaló y sostuvo durante 40 años una dictadura, un servicio militar que ni mirando con lupa encuentra un defensor, etc.etc.) es evidente que la juventud española es pionera en este campo. Decir que junto a posturas antimilitaristas y pacifistas podemos encontrar, en algunos jóvenes, actitudes de pura conveniencia personal no invalidan en absoluto la afirmación anterior pues aplicando ese principio no encontraríamos nunca actitudes puras, angélicas más que en... los ángeles precisamente.
Una gran inseguridad muy en consonancia con su presentismo y ante un futuro que lo perciben como negro. Las personas adultas no somos plenamente conscientes de lo que supone para muchos adolescentes la constatación de que viven en un mundo competitivo, feroz, en el que los niveles de paro son escalofriantes. En clara correlación con ello, aunque las explicaciones hay que buscarlas también en otras latitudes, me parece llamativa la preocupación de muchos adolescentes por el dinero, el amor al dinero, la rentabilidad financiera y pecuniaria de todo esfuerzo solicitado que siempre es medido por el tiempo exigido (fuera del mundo de ciertas ONG´s, organizaciones de iglesia, sindicales, políticas etc.
En el ámbito institucional es cada día mayor la aceptación de la familia de origen, no solamente como "fonda gratuita" sino también como espacio de convivialidad buscada y, en gran medida, correspondida. En el futuro también se proyectan en un ámbito familiar y si no se liberan antes de la "fonda" es por tres razones: por la percepción de la precariedad del empleo, por la carestía de las viviendas y, especialmente, los que provienen de las clases sociales medias y altas, por que difícilmente podrían empezar su vida emancipada en el mismo o similar nivel de vida de su familia de origen.
Una adolescencia abierta a toda suerte de sensaciones sensitivas, emocionales, con aceptación del "riesgo festivo" y con una gran dificultad para admitir cualquier tipo de límite. La ausencia de límites está muy relacionada con la ausencia de normas, y la ausencia de normas no es sino la consecuencia, a su vez, de la inexistencia de referentes firmes y de esquemas de legitimación que hayan propiciado una socialización sólida.
Para un gran número de jóvenes los únicos límites plausibles, durante el tiempo libre, son los que provienen de su cuerpo y de su (pretendido) libre albedrío. El cuerpo, esto es, lo que aguante su cuerpo, por un lado y las ganas, la apetencia o inapetencia del momento, su estado anímico, "me gusta o no me gusta", por el otro, son los únicos criterios por los que el límite puede ser pensable. Fuera de estos dos factores todo limite es entendido como una imposición arbitraria ordenada por el mundo de los mayores. De forma telegráfica señalaría tres niveles de explicación.
El primer nivel, el más general pero no por ello menos importante, nos lo ofrece una sociedad en la que determinados valores han estado relegados en detrimento de otros. Frente a los valores de permisividad, hedonismo, delegación de responsabilidad en los demás, particularmente en la Administración y, en general, exigencia de todo tipo de derechos sin el correspondiente correlato de los deberes, valores todos ellos que han sido propugnados y alzados al primer plano, otros valores como el de la autoridad, el esfuerzo, la abnegación, la fraternidad cotidiana y, sobre todo, la propia responsabilidad han quedado postergados a un segundo plano.
El segundo nivel explicativo está, a mi juicio, en la gran falla que han dejado las instancias tradicionales como la Iglesia, los partidos políticos, sindicatos, las familias, la misma escuela etc.). que orientaban y ofrecían los esquemas legitimadores de valores, normas, actitudes y comportamientos a favor de los propios grupos de pares, por un lado, y de los medios de comunicación social, la televisión preferentemente, por el otro
El tercer nivel es, evidentemente, el de la familia. La familia es una institución muy valorada por los adolescentes y jóvenes y esta valoración positiva va en aumento. Pero al mismo tiempo la familia difícilmente puede cumplir su función educadora. Se esgrimen muchas razones. Hablaremos más delante de la falla de la comunicación entre los padres y los hijos. Quiero, no sea más que de refilón decir aquí que puede estar emergiendo en algunos adolescentes una actitud autoritaria. Martín Serrano y Velarde Hermida se hacen eco de este fenómeno y emiten una hipótesis que comparto plenamente. Citando a la Escuela de Frankfurt con su tesis de la personalidad autoritaria que podría provenir de una educación familiar rígida y de dureza emotiva por parte de los padres, añaden que " en nuestra época la matriz del autoritarismo estaría en la impotencia más que en la prepotencia de los padres. Impotencia que se manifiesta cuando en el hogar familiar domina la anomía. Entendiendo por tal la dificultad de proporcionar a los hijos- sobre todo durante la adolescencia- criterios normativos seguros y estables. Es decir, unos valores sociales, que al tiempo sean abiertos y eficaces para desenvolverse en las condiciones reales de existencia.". José Jiménez Blanco y yo mismo, en el estudio sobre los jóvenes vascos de 1.986, en otro contexto distinto, habíamos introducido una variante al concepto de anomía (en el sentido mertoniano del termino) con el término de antinomia expresando así que en algunos jóvenes no había reacciones violentos en razón de no disponer de conceptos claros y vivir en anomía sino porque habían construido un universo antinómico de valores en referencia a los valores dominantes. El País Vasco es un ejemplo de esto. En fin, otro registro, en este orden de cosas, la actitud autoritaria de algunos jóvenes puede explicarse, también, como reacción ante un mundo que lo perciben como flojo, "femenino", permisivo con el "extraño", con el diferente. A veces estoy tentado de decir que es un "revival" de un machismo que creíamos superado y olvidado.
Una concepción utilitarista del trabajo. que se les aparece, casi exclusivamente, como un medio de inserción en la sociedad y no como medio de realización personal. En efecto, el trabajo es percibido como mero valor utilitarista que tiene como único objetivo la adquisición de medios (ganar dinero dicho lisa y llanamente) con el objetivo de poder disfrutar la fiesta. El trabajo no es elemento de realización personal sino simple exigencia de integración social, condición "sine qua non" de seguridad vital. Empieza a no ser plausible, esto es del orden de lo socialmente pensable, proyectarse en el trabajo como modo de realización personal habiendo desplazado al tiempo libre, al ocio, esa facultad de realización personal, con lo que hemos evacuado al ocio de lo que tenía de más espontaneo, más libre, más poético, haciéndolo prosaico y banal. El ocio, particularmente en las personas adultas, es ya mero consumo, un producto más de consumo, incluso, en las sociedades más avanzadas "el" consumo por excelencia. El trabajo es percibido como un bien, escaso por añadidura, que hay que proteger pero del que no se piensa extraer ningún tipo de recompensa más allá de la meramente económica. El trabajo se convierte así en una maldición, pero en una maldición terrena luego con la de ser absolutamente imprescindible. No extrañará, en consecuencia, que para los que no tengan trabajo a la hora de buscarlo lo más importante sea encontrar un "trabajo seguro que no comporte riesgos de cierre o de desempleo" bien por delante de "hacer un trabajo importante que le haga sentirse realizado".
Una adolescencia reacia al discurso racionalizado, construido intelectualmente y con cierto grado de conceptualización. Es claramente la supervaloración de la emoción sobre la mera razón, la percepción sobre la racionalización a diferencia de las generaciones precedentes que han infravalorado lo sensitivo y emocional a favor y en aras de la mera racionalidad e, incluso, de la racionalidad científico-técnica en la reciente modernidad secularizante. Hoy necesitamos, más que nunca dada la globalización en la que nos encontramos, una formación que ayude a construir una "inteligencia sentiente". Los adolescentes deben estar intelectual y emocionalmente armados para situarse en la complejidad de la vida contemporánea. He dicho intelectual y emocionalmente armados porque una de las fallas de la formación es que se ha dado demasiada importancia a un tipo de razonamiento científico-técnico tenido como el único válido al par que hemos minusvalorado, cuando no despreciado, la dimensión sensitiva y emocional de la persona que es también parte fundamental para el conocimiento integral de las cosas. De ahí la necesidad de la "inteligencia sentiente", una inteligencia integradora de la razón abstracta y de los sentidos y sentimientos que conforman la riqueza de la persona humana. Así los adolescentes podrán dar cuenta razonada de sus actos, sentimientos de pertenencia, fidelidades etc. y sentirse emocional y sensitivamente integrados en la parcela geográfica, histórica, cultural etc. en la que les ha tocado hacer y construir su historia, sin temor al diferente, más bien sabiendo que con su contacto se van a enriquecer mutuamente.
De todo esto concluiría con una especie de tesis de fondo: en muchos adolescentes de la España actual hay un hiato, una disonancia entre los valores finalistas y los valores instrumentales que con graduaciones muy diversas lo haría extensivo, al modo idealtipico weberiano, al conjunto. Los adolescentes españoles de finales de los 90 invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas, (pacifismo, tolerancia, ecología, etc) al par que presentan, sin embargo, grandes fallas en los valores instrumentales sin los cuales todo lo anterior corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Me refiero a los déficits que presentan en valores tales como el esfuerzo, la autoresponsabilidad, la abnegación (que ni saben lo que es), el trabajo bien hecho etc. No quisiera que se diera de esta hipótesis una lectura moralizante, menos aún culpabilizante de los adolescentes, pues no pretende ser otra cosa que descriptiva y, en todo caso, meramente analítica. Mi hipótesis apunta al hecho de que habiendo crecido en una sociedad en la que hay una cierta unanimidad en la formulación temática de algunos valores universales de rango finalista, sin embargo, el traslado de los valores instrumentales se hace de forma más dispersa produciendo así dislocaciones importantes en la formación integral de los adolescentes (eso que he denominado la inteligencia sentiente) dando origen en más casos de los deseables a adolescentes que se desenganchan de la carrera de la vida, vagando aquí y allá en búsqueda de un horizonte vital que ni siquiera lo pueden vislumbrar.
2. El silencio de los adolescentes. La comunicación en el seno de las familias.
Este verano de 2.000 he estado trabajando en un libro sobre lo que se guardan para sí los adolescentes, particularmente, en las relaciones que mantienen con sus padres. El libro acaba de salir a la luz pública y no me resisto a la tentación de trasladar aquí, de forma convenientemente adaptada, algunas de las conclusiones y reflexiones finales. Lo hago en la esperanza de que la altura intelectual del Foro que me escucha me ayudará a superar posibles errores en los que haya podido incurrir.
Los temas que en mayor medida ocultan los hijos a sus padres están relacionados con las cuestiones referidas a su vida sexual, al consumo de alcohol y drogas y a lo que hacen las noches de los fines de semana y de fiesta. También son avaros a la hora de contar sus pequeños hurtos, sus problemas en los centros escolares, sea las calificaciones escolares (lo que no les resulta siempre fácil de ocultar), sea problemas disciplinares. También sus peleas con otros jóvenes, incidentes nocturnos...y poco más.
¿Poco más?. Quizás, pero me he preguntado muchas veces a lo largo de este tiempo de reflexión y redacción si, a la postre, no ocultan lo esencial. Me refiero a lo que cabe vislumbrar a través de algunas expresiones de los adolescentes. Así cuando, en reiteradas ocasiones hablan de que se encierran en sí mismos (o, a veces, lo señalan a sus amigos más íntimos, pero no a sus padres) cuando sufren "sus depresiones", "cuando no me siento a gusto", "cuando estoy triste", "cuando no sé a quién hablar, con quién hablar"...En filigrana, en una adolescencia que se dice feliz, atisbo una adolescencia que se siente sola, no físicamente sola (les resulta imposible soportar la soledad física) sino anímicamente sola. He denominado esta situación, no recuerdo donde, reconozco que un tanto pedantemente, como una situación de "solipsismo grupal": son adolescentes que están solos en medio de un grupo de amigos, así llamados impropiamente pues, en realidad no pasan de ser, en al gran mayoría de los casos, meros compañeros. Sospecho que los adolescentes de hoy se comunican relativamente poco entre ellos. La situación puede resultar más que paradójica. Veámoslo.
Se dice que los jóvenes hoy hablan menos que antaño con sus padres. Se "culpa" de esta situación a la televisión y al hecho de que están mucho tiempo fuera de casa, con los amigos. Especialmente las noches de los fines de semana y durante todo tipo de fiestas, de tal suerte que se comunicarían, en nuestros días, más entre ellos que con sus progenitores. Se insiste también que los padres (especialmente las madres) ya no están en casa como hace unos años. Sin embargo creo que algunas de estas apreciaciones son relativamente infundadas. No es cierto que hoy los jóvenes hablen menos que en épocas anteriores con sus padres. Tampoco que la televisión, necesariamente, impida la conversación familiar. En fin, no estoy nada convencido, bien al contrario, de que los jóvenes entre sí se comuniquen, más que de forma epidérmica y superficial, en los lugares donde transcurren sus largas horas de correrías nocturnas.
Piénsese en lo que sucedía en las familias españoles hace cuarenta años, por poner una fecha. La situación económica era notoriamente peor que la de ahora. Los niños y los adolescentes vivíamos en la calle. Jugando los niños y de bares, de txiquiteo, de vinos, los adolescentes y jóvenes. En casa no había apenas sitio para todos y además éramos muchos. El padre rara vez estaba en casa, excepto a la hora de comer. La madre no daba abasto con las labores domésticas y con la cocina, pues entonces se cocinaba diariamente. Era ama de casa, categoría social en extinción en las nuevas generaciones. No había televisión pero, en muchas casas se comía con la radio puesta. Oyendo "el parte", no pocas veces. ¿Se hablaba tanto en la familia?. ¿No estaba más bien la madre sirviendo la comida y recogiendo los cacharros mientras el padre y los hijos simplemente comían, cuando no oía el padre la radio o leía el periódico?. Si es que no comía aparte...y los hijos lo hacían con la inevitable tía y con los abuelos.
Hoy en día muchos padres están agobiados por el trabajo, especialmente cuando trabajan ambos, el padre y la madre. Vivimos en una sociedad excesivamente acelerada, en la queremos hacer demasiadas cosas y todas deprisa y corriendo. Aquí y ahora. Hasta las vacaciones son ya una de las fuentes primeras de estrés. "Necesitamos vacaciones", decimos pero, a su término, necesitamos un periodo de adaptación postvacacional que, en muchos casos, no es sino un descanso del ajetreo de las vacaciones. Lo mismo sucede con el ritmo del fin de semana. Los lunes son los días de descanso del estrés del fin de semana. Los profesores que tenemos clases los lunes lo sabemos muy bien.
Por otra parte la bienvenida y todavía incompleta, al par que parcial, inserción social de la mujer ha supuesto, de toda evidencia, una menor presencia de la madre en el hogar familiar. Además, cuando está en casa tiene que sumar al trabajo laboral el doméstico, pues si bien la mujer ha salido de casa el hombre sigue fuera de ella, aunque en notoria menor proporción que el padre de antes. Vivimos, aquí también, un periodo no solo de transición sino de auténtica mutación histórica. Estamos creando nuevos modos de familia, sin que nos sirvan de mucho, se diga lo que se diga, los modelos que vemos en otros países, los de cultura no mediterránea y de mayoría protestante particularmente. Lógicamente esto supone no pocos desajustes que tienen su inevitable incidencia en las relaciones con los hijos y en la comunicación de los padres con sus hijos. La madre está menos tiempo que antes en casa. El padre algo más pero sin que llegue "a compensar", en absoluto, el "vacío" que deja la madre.
Ahora bien los padres de hoy estamos en casa de forma distinta. En conjunto menos tiempo que los padres de antaño pero con otra visión de las cosas, con otras exigencias. En efecto, los padres están viviendo los últimos veinte o treinta años un apremio incesante, una fortísima demanda social en orden a la educación y cuidado de los hijos. En el imaginario colectivo, en la literatura, científica y no científica publicada, en la vasta proliferación de cursos y cursillos de todo pelaje es innumerable la presencia de temas acerca de la adolescencia, de los cuidados a prodigar a los adolescentes y jóvenes (antes vivieron esa presión cuando sus hijos eran niños) y de los riesgos a sortear. Nunca adolescencia alguna ha sido objeto de tantas atenciones como la actual. Nunca los padres, el padre y la madre, han sido requeridos, solicitados y hasta culpabilizados (cuando las cosas supuestamente no han ido como debían) en la medida en que lo son en los momentos actuales en todo lo referente a la educación de sus hijos. Los padres perciben hoy, en orden a la atención que deben prestar a sus hijos, una presión externa, una continua demanda social, por ejemplo a través de los medios de comunicación social, que no sintieron sobre sus espaldas los padres de antes. Hasta el punto, me lo he preguntado más de una vez, si no hay que buscar, aquí también, una de las causas del descenso de natalidad, así como, por paradójico que parezca, el repliegue hacia la pareja dejando en un segundo plano la labor, pertinentemente familiar, de la educación de los hijos.
Los hijos han crecido en un marco de meros sujetos de derechos. Los padres, en tanto que padres, se ven como meros sujetos de deberes para con sus hijos. Los hijos, de tanto ser mirados, estudiados, analizados y protegidos han acabado situándose en el pedestal en el que nosotros, los adultos, les hemos erigido. Un pedestal de base estrecha, poco sólida, pedestal alto, muy alto desde el que miran, más hacia abajo que hacia el horizonte, viendo a sus padres temerosos, haciéndoles preguntas, dándoles recomendaciones para que no se caigan, desplegando redes protectoras por doquier, por si, a pesar de todo, se caen...
De la lectura detenida de las conversaciones que hemos mantenido con los adolescentes para la fuente cualitativa del libro creo que podemos extraer otra conclusión importante. Ya sabemos de qué cosas no hablan con sus hijos, o hablan a medias. Pero tan importante como eso es la calidad y profundidad de la propia conversación. El ejemplo del pedestal me sirve para explicarme. Cuando no hay una comunicación sostenida y cotidiana el nivel de la misma se caracteriza por los extremos. Esto es, o bien es muy superficial o bien es casi agónica, en momentos límites, o tenido como tales por los padres.
Empecemos por este segundo supuesto. Normalmente es consecuencia de la "sorpresa" de los padres cuando descubren que su hijo o su hija han hecho tal cosa que, según ellos, solamente hacen los hijos de los demás. La primera borrachera, un gran bajón en las notas, la primera noche entera fuera de casa, esos ojos saltarines de quien ha tomado más de un porro...A veces la cosa puede tener consecuencias mayores: un embarazo de noche de juerga, muchas veces fruto de una relación sexual, más que deseada impulsada por el ambiente reinante y estimulada por la desinhibición del alcohol ingerido, provocando abortos (primera causa de aborto de adolescentes); un accidente de tráfico las noches de fiesta (primera causa de mortalidad juvenil); una expulsión temporal del centro docente; una llamada de la policía porque su hijo se he peleado con otros adolescentes, o le han pillado, manos en la masa, hurtando en un gran almacén, en la tienducha de la esquina o rompiendo unas farolas con más de una copa de más...Afortunadamente estas cosas no ocurren a todos los padres aunque ocurren todos los fines de semana. Más en unas familias que en otras pero también "en las buenas familias". Nadie está libre de "un susto".
Pienso que en esas circunstancias excepcionales (unas más trascendentes que otras ciertamente, pero todas relativamente puntuales) requieren de la sabiduría del ser padre y madre. Eso que he denominado en el libro bajo la fórmula de ser "padre-padre" y "madre-madre". Pueden ser momentos extremadamente importantes para el adolescente en su vida personal así como en las relaciones con sus padres. No tengo recetas, claro está, pero sí parece razonable decir que las reacciones demasiado acaloradas en el mismo momento de tener conocimiento de un suceso penoso e inesperado son, habitualmente, contraproducentes y utilizo una expresión suave. No se trata de no decir nada. Menos aún de no hacer nada. Pero unos padres nerviosos, confundidos, sorprendidos e irritados no están en el mejor momento para encontrar las palabras adecuadas y para adoptar las decisiones más justas. Un "ya hablaremos" dicho con firmeza pero sin carga amenazadora o irónica es normalmente suficiente. Tras reflexión y descanso puede, y debe, producirse un diálogo que no tiene porqué tener la forma de un tribunal inquisidor. En los testimonios del este libro hemos encontrado más de un caso de este modo de proceder con consecuencias favorables. Entre otras cosas para profundizar en la comunicación intrafamiliar. En algún caso ha podido ser incluso el inicio o el afianzamiento de una comunicación mayor, de menos ocultaciones.
Ahora bien, en la mayoría de los casos la conversación de los hijos con sus padres es bastante banal. No pasa de la pregunta del padre (más frecuentemente de la madre) "donde has estado", respondido con un "por ahí", que si la pregunta es insistente recibirá la respuesta de "con los amigos", o "donde siempre, pues..por ahí" y poco más. Lo mismo sucederá cuando se le pregunte cómo ha ido el día escolar a lo que responderá que "como siempre" o "esperando que llegue el viernes". No digo que todas las conversaciones sean así, pero sí las habituales, las cotidianas. ¿Puedo añadir que si como padre puede resultar un tanto frustrante, como investigador me parezca que es, digámoslo así, "normal"?. Además del pedestal en que los padres les hemos colocado, ahí arriba, lejos, lo que hace las conversaciones difíciles, no hay olvidar el hecho básico de que la adolescencia es el inicio de la autonomización del hijo y de la hija, de su emancipación intelectual, afectiva ...aunque no económica en España. Y esa emancipación deben realizarla, fundamentalmente de sus padres. De ahí que oculten lo que es nuevo para ellos, lo que experimentan, por primera vez, en el periodo de la adolescencia: el nuevo cuerpo, la llamada de la sexualidad, los primeros botellones, ¡la droga!, las noches mágicas en las que ellos están solos, solos entre si, entre los coetáneos, sin control, sin límite...¡Cómo van contar eso a sus padres!. Además con pelos y señales como nos gustaría saber a los padres: con quién han estado, qué han hecho, si "ya han tenido rollo" (las hijas sobretodo), a qué hora han vuelto, si han bebido, si han fumado, droga sobretodo...Digámoslo de otra forma: si "normal" es que los padres pregunten no menos "normal" es que los hijos callen. Otra cosa es que sea lo más deseable aunque, a decir verdad, no me resulta fácil establecer la línea divisoria de lo "correcto", del nivel correcto de comunicación que, por un lado, permita la imprescindible autonomización de los hijos y, por el otro, la no menos imprescindible tutela de los padres. ¡Ay!..es el arte de ser padre lo que pido!. Pero siempre he dicho que es más fácil ser un buen profesor que ser un buen padre, como más fácil es, mucho más fácil, dar una buena conferencia, escribir un buen artículo, hasta un buen libro, que ser un buen padre.
Al final del libro he llegado a la conclusión de que lo ocultan los hijos de hoy a sus padres no dista mucho de lo que nosotros ocultábamos a los nuestros. Incluso, me pregunto, si en más de un caso y en determinados temas, no hay en la actualidad mayor comunicación que en las generaciones precedentes, ya lo he insinuado más arriba. Pienso en el tema de la sexualidad, por ejemplo, donde en más de una ocasión casi tan violentado como el hijo o la hija a la hora de abordar este tema, pueden estarlo sus padres, padres que en gran número no han hablado nunca de este tema con sus propios padres. No tienen memoria histórica. No tienen modelo. No tienen recuerdo alguno de haber conversado en familia sobre sexualidad. Leían revistas, diccionarios, algunos hablaban con el cura...De ahí, en parte, su incomodidad.. Muchos testimonios de los chavales así lo atestiguan. "Mi padre( o mi madre) me dio la consabida charla de la sexualidad", "me han soltado el discurso de las precauciones"...Sin embargo la conversación que en la actualidad mantienen los padres con sus hijos tampoco parece que profundice demasiado en las cosas. En efecto, todo hace pensar que los hijos perciben la comunicación familiar exclusivamente como preventora de embarazos. No se atisba en las entrevistas una conversación sobre la sexualidad desligada de la genitalidad y de "sus riesgos". Lo que hace pensar que, a la postre, la información y formación que tienen los adolescentes de hoy sobre este tema es bastante pobre y superficial. Si además leen lo que leen...
En definitiva, las conversaciones de los padres con sus hijos se mueven entre la excepcionalidad y la banalidad. Falta, sospecho que en muchas familias, la comunicación prolongada de cierta profundidad y sosiego, la que denominaré como la conversación de sobremesa. Esas sobremesas largas de fines de semana en las que, de una u otra manera, sale todo. Quizás lo que falta en nuestros días es la comunicación fluida sobre lo que sucede en su circulo de amigos, (tema clave, insisto), acerca de una película que todos han visto, un comentario sobre tal suceso de actualidad que la televisión ha transmitido, la declaración de un político, de un artista, un profesor..., la inmigración, las violencias urbanas, los dineros del fútbol etc...Hay que hablar, repetidas veces, muchas veces, sobre algunas dudas, incertidumbres y hasta angustias que sienten nuestros hijos ante el futuro, un futuro que lo perciben demasiado abierto, con dificultades de decidir qué es lo quieren, de verdad, hacer con sus vidas. Creo que se habla poco de la forma de negociar una frustración amorosa, un encuentro sexual fracasado, acerca de las preguntas sobre el origen y el fin de la vida, la razón de ser de nuestra existencia, eso que se ha dado en llamar las primeras y últimas preguntas, el sentido de la vida y, ¿porqué no? hasta el resplandor o llamada de una "vocación" religiosa o laica. Este es el nivel de conversación que creo que falta en las relaciones de los padres con sus hijos. Esto es lo que es realmente importante, no tanto "lo ocultan los hijos a sus padres" sino lo que "no se habla" en la intimidad del circulo familiar.
En efecto estas son las cosas que no solo no cuentan a sus padres sino que no sale en las conversaciones que tienen con sus padres. Y no necesariamente porque los adolescentes no quieran hablar de ello. Puede ser que no encuentren el modo y manera de hacerlo. Pero puede ser también que sean los padres los que no encuentren ese momento así como la forma de abordarlo. Quizás porque ellos mismos no tienen las ideas claras, lo que a la postre no es lo definitivo, sino porque tienen miedo de aparecer ante sus hijos como no teniendo las ideas medianamente claras. Padres que pueden estar abrumados por la desafiante exigencia de ser padres, padres que están manifiestamente superados ante la vertiginosa velocidad de los cambios culturales, padres que no entienden las nuevas maneras de disfrute del tiempo libre en los jóvenes de hoy, padres que están cansados de tanto correr a izquierda y derecha para mejorar su nivel de vida y el de su familia pero que ven descender la calidad de vida de todos, padres que acaban tirando la toalla con la que no saben hacer otra cosa que trasladarla a la escuela, a los responsables de grupos juveniles o a quien sea. El nivel de la conversación de los hijos con sus padres es como es, en muchas ocasiones, no solo ni principalmente, por el modo de ser de los hijos sino también fruto y consecuencia de las propias limitaciones de los padres, de nuestras limitaciones.
He dicho más arriba que en esas sobremesas familiares suele salir todo. Pero obviamente exageraba. Todo no sale, claro. Ni debe salir. Hay reductos de intimidad que no veo porqué deban ser expuestos ni en la mesa familiar ni en la confidencia más próxima de los hijos con su padre o con su madre, al menos en situaciones normales. Quiero decir en situaciones en las que los hijos vayan asumiendo que son como son y que deben saber gestionar, ellos solos, sus fobias y sus filias, sus impulsos más secretos, sus querencias, sus gustos, sus manías y hasta lo que pueden percibir como sus desviaciones...Hay zonas de intimidad, esferas y recovecos de los sueños y fantasmas personales, que conforman nuestro yo mas profundo, y que son intransferibles.
La socialización se hace hoy más por actitudes vitales que por discursos ideológicos. Quizás en gran parte siempre ha sido así. No lo sé pero en todo caso hoy ciertamente así es. No que el discurso, el razonamiento lógico y discursivo no deba darse pero es preciso saber que, cada día más, la forma de aprehender la realidad por parte de nuestros adolescentes es más visual y testimonial que razonada y leída. Más por flashes, fichas, resúmenes, eslóganes, transparencias, videos, imágenes que por la lectura sosegada o por la discusión organizada. Es fundamental tener esto presente. Por ejemplo, solamente la lectura de un texto permite, por un lado un discurso con un mínimo de matices y, lo que es aún más importante, adaptar la asimilación al ritmo de cada uno, al proceso fundamental de la duda de lo que está recibiendo, única forma de hacer la idea propiamente suya, porque ha pasado por el cedazo, por el tamiz, de la propia elaboración personal.
Es esta ausencia de práctica reflexiva la que dificulta también la transmisión de valores en el seno de la familia. La que explica el hiato entre la fácil asunción de los valores finalistas y la dificultad de transformarlos en comportamientos durables como he señalado más arriba.
Es tal la capacidad de penetración de los medios audiovisuales que no partir de esa realidad es darse de bruces contra un muro. No es este el lugar para establecer estrategias. Tampoco me considero particularmente habilitado para ello pero me parece clave, al menos, hacer un diagnóstico correcto de la realidad. Por eso mi insistencia a referirme a los amigos y al uso del tiempo libre, para poder entender el modo particular como nuestros adolescentes se van haciendo mayores, van construyendo su particular cosmovisión, su forma de ver la realidad. A tanteos. Mediante eslóganes. Con imágenes y sonidos. Sin discernimiento. Con angustia. Sintiéndose solos y queriendo salir del atolladero solos. Al menos sin que les empujen demasiado.
Vivimos una situación compleja ciertamente. Estamos de lleno en un periodo de mutación histórica, luego periodo cargado de incertidumbre. Los antiguos, los que eran optimistas y con una visión positiva de la vida decían aquello de "in medio virtus". Por el contrario los agoreros y profetas de calamidades apuntaban, como poco, que "in medio mediocritas" y apostillan que "a grandes males grandes remedios". Les invito a situarse entre los primeros. No tenemos, ni de lejos, la juventud más problemática de Europa, créanme. Aunque no falten entre nosotros, también, adolescentes con problemas serios. Ciertamente el nivel de comunicación en nuestras familias es deficiente. Puede y debe mejorar, pero huyamos de los extremos. Ni alarmismos exagerados que nos lleven a perseguir con preguntas incesantes a nuestros hijos, ni nos refugiemos en la indiferencia y en el liberalismo del "laissez faire" (primo hermano de la indiferencia). Entre la libertad y el desinterés hay una diferencia que los hijos distinguen perfectamente. Es la distinción entre la discreta disposición a la escucha y el atosigamiento permanente. Es el arte de sugerir caminos, de saber preguntar sabiendo cuando hay que preguntar, decir no cuando hay que decir no(sin dudas ni remilgos), enmendando reales o potenciales yerros, es el arte de apoyar, animar, empujar, realzar y valorar sus iniciativas cuando sea menester, es el arte de aprender a esperar en la discreta presencia, en definitiva, es el arte de ser padre y ser madre.
Donostia-San Sebastian Octubre de 2.000
Javier Elzo
Catedrático de Sociología
Universidad de Deusto
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