¿Quiénes le temen al Dr. Freud?
De “El libro negro del psicoanálisis” a la fabulación de Onfray (Editorial de Revista Topía Agosto 2011)
Por Enrique Carpintero - Publicado en Agosto 2011
Es aquí donde, independientemente de las intenciones de su autor, el libro refuerza una política que pretende ser hegemónica en el campo de la Salud Mental: vaciar la complejidad de la subjetividad al reducirla exclusivamente a un circuito neuronal. Por ello, como escribimos en otro artículo,[3] la crítica a Freud se sostiene en un paradigma de época: el revisionismo histórico neoliberal que se basa en interpretar sesgadamente la vida íntima del sujeto para descalificar su práctica y su producción teórica.[4]
La fabulación de Onfray
Fabulación: (n. f.) Retomado a mediados del siglo XX con un nuevo sentido
Manera caprichosa y hasta mentirosa de presentar o trasmitir hechos.[5]
Michel Onfray es un filósofo francés que se caracteriza por sostener ideas provocativas. Sus peleas con el mundo académico lo fueron transformando en un personaje de los medios de comunicación. Bajo el lema “filosofía para todos” funda la Universidad Popular de Caen donde no es necesario tener estudios previos para ingresar como alumno. Se declara anarquista y sostiene una difusa metafísica hedonista desde la cual critica el cristianismo y el platonismo. Con sus libros ha adquirido una cierta popularidad al querer renovar el discurso filosófico. En especial la serie de textos donde plantea una contrahistoria de la filosofía.[6] En su provocación contra lo que llama “los saberes oficiales” no duda en caer en contradicciones. Como en este texto donde, luego de fundamentar los furibundos ataques a la teoría y la práctica del psicoanálisis freudiano, en el último capítulo defiende la pertinencia del “freudomarxismo”. Como si este no hubiera encontrado su punto de partida en los textos de Freud.
Desde el inicio del libro nos damos cuenta que el autor pretende hacer un ajuste de cuentas personal con el psicoanálisis. En la introducción relata la fascinación que le produjeron en la adolescencia algunos textos de Freud. A partir de otras lecturas comenzó a darse cuenta de la “estafa” teórica y clínica que había impuesto a la humanidad mientras sus discípulos escondían “la historia negra del psicoanálisis”. Por supuesto, es Onfray quién va a revelar esos secretos guardados durante muchos años. Es así como realiza un análisis de la obra completa de Freud durante un tiempo que precisa con exactitud: “entre junio y diciembre de 2009”. Esto lo lleva a escribir lo que llama una “psicobiografía” para decir lo que los “hagiógrafos” han ocultado.
El libro está escrito sin ninguna referencia bibliográfica con lo cual parece que todas son ideas del autor. Las pocas referencias son para nombrar a Ernst Jones y Peter Gay como modelos de autores hagiográficos. Se apoya en El libro negro del psicoanálisis y los llamados “historiadores revisionistas” de EE. UU. cuyo pensamiento se funda en rumores, leyendas y una interpretación de la vida de Freud para cuestionar su teoría y su práctica. También en los textos de Pierre Debray-Ritzen y Jacques Bénesteau representantes de la nueva derecha francesa. Es cierto, cita la obra El descubrimiento del inconsciente. Historia y evolución de la psiquiatría dinámica de Henry F. Ellenberg publicada en 1970 para rescatar que se trata de la primera revisión de la historia oficial de Freud. Nada más. Evidentemente Onfray desconoce los libros y artículos que analizaron aspectos de la vida de Freud y otros que reformularon la teoría y la clínica freudiana.[7] En especial el texto de Emilio Rodrigué Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis cuya versión en francés Onfray podría conseguir en cualquier librería. Allí Rodrigué hace uno de los análisis más agudos sobre la vida y la obra de Freud escritos hasta la fecha, desarrollando todos los tópicos que Onfray quiere creer que se siguen manteniendo en secreto. O, lo que es peor aún, que los revela por primera vez.[8]
Su objetivo es claro: demostrar que Freud es un monstruo. De allí que lo acuse de drogadicto, incestuoso, misógino, infiel, homofóbico, manipulador, mentiroso, falsificador, masturbador y, como si fuera poco, antisemita y fascista.[9] Debemos aclarar que Onfray sostiene una perspectiva moralista acerca de qué es “normal” y “patológico”. De allí que acuse a Freud de borrar esas diferencias que supuestamente impiden distinguir “el verdugo de la víctima”, “el enfermo del hombre normal” y “el loco del psiquiatra”.[10]
De esta manera inventa un personaje llamado Sigmund Freud cuya animosidad está planteada de entrada. En las primera líneas escribe: “Freud forma parte de esa ralea que quiere las ventajas de la celebridad sin sus inconvenientes: aspira ardientemente a que se hable de él, pero bien y en los términos elegidos por él mismo”. Digamos que si esto era lo que Freud aspiraba su resultado no fue muy bueno: denostado y criticado por las asociaciones médicas de su época las cuales consideraban que sus ideas no tenían ningún fundamento científico; sus libros quemados y el psicoanálisis perseguido como “ciencia judía” por los nazis; prohibido por los estalinistas; repudiado por la iglesias que ven en el psicoanálisis un ataque a la religión y a la moral; invalidado como “ciencia degenerada” por los grupos de derecha y los gobiernos totalitarios; cuestionado actualmente por el neopositivismo psiquiátrico.
Sin embargo Onfray es consecuente con su fabulación a partir del personaje que ha inventado. En todas las páginas hay frases y adjetivos que descalifican todo lo hecho por Freud. No ahorra ironías para caricaturizar situaciones. Por ejemplo, al escribir sobre la supuesta “actitud frenética con referencia a la masturbación que parece haber sido su gran pasión” agrega “no queda sino sonreír ante los recuerdos de Paula Fichtl (la mucama de la familia) asombrada de que los bolsillos de los pantalones de Freud tuvieran siempre grandes agujeros”. Evidentemente no podemos menos que sonreír ante tan rigurosa argumentación.
El método que emplea es tomar algunos aspectos de la vida de Freud para elaborar interpretaciones arbitrarias que abonen su “monstruosidad”. Para ello utiliza diferentes recursos:
1º) Dar como cierto algunas leyendas. Freud cocainómano. En 1880 la cocaína es utilizada como tratamiento médico para combatir la fatiga y los problemas estomacales. Todavía no se sabía sobre sus efectos adictivos. Freud la consume para investigar sobre sus posibilidades analgésicas. Como dice Rodrigué: “Durante muchos años él sufrió depresión, astenia y apatía anímica, con dispepsia contumaz, síntomas corporales que luego asumieron la forma de ataques de angustia... La cocaína resolvía el cuadro, levantaba la depresión y la opresión dispéptica del estomago”. De allí el entusiasmo de Freud que lo llevó a escribir un artículo sobre sus beneficios.[11] Años después se dio cuenta de la adicción que conlleva su consumo.
2º) Afirmar como reales rumores sobre su vida. Fue Carl G. Jung quien comenzó a hacer circular el rumor de que Freud tenía relaciones sexuales con su cuñada Minna. Este hecho nunca pudo ser comprobado aunque Onfray lo da por cierto. Además afirma que Freud la habría dejado embarazada y luego obligado a hacer un aborto. El problema es que para esa fecha Minna tenía 58 años y Freud 67 años. Por otro lado uno se pregunta ¿cuál es la importancia para la historia del psicoanálisis que Freud se hubiera acostado con su cuñada?
3º) Imagina diálogos con personas de su entorno. Es conocido el error de Freud al analizar a su hija Anna durante varios años. Esto lo lleva a imaginar varios diálogos de ese tratamiento. Entre ellos que Freud demuestra su perversidad al impulsarla a desarrollar su homosexualidad.
4º) El libro contiene muchos errores históricos como consecuencia de una falta de rigurosidad en la investigación. Para citar uno de ellos cuando afirma que “el año siguiente (1904) en la Argentina, un psiquiatra criminólogo habla de Freud en una artículo”. Es evidente que se refiere a José Ingenieros. En realidad, el primero que habla de Freud fue el médico chileno Germán Greve en 1910 durante un Congreso realizado en Buenos Aires.
5º) Interpreta arbitrariamente fragmentos de textos. Freud era un liberal conservador cuyo pesimismo lo manifiesta en muchos de sus textos. De allí a sostener que cuando crea el concepto de pulsión de muerte le da un fundamento a los nazis para realizar el Holocausto es demasiado.[12] Pero hay más. Durante muchos años Freud fue escribiendo el texto Moisés y la religión monoteísta. Dada sus planteos polémicos se negaba a publicarlo. Sin embargo lo hace un año antes de fallecer. Allí –entre otras cuestiones- sostiene que Moisés era egipcio y la religión judía descendía del monoteísmo egipcio de Akenatón. Para Onfray esto demuestra el odio de Freud hacia el judaísmo y su antisemitismo. De la misma manera acusa a Freud de ser fascista por aceptar el pedido de un psicoanalista italiano de hacer una dedicatoria a Mussolini en uno de sus libros.
Podríamos seguir en el análisis de un texto donde la fabulación toma el lugar del pensamiento, el rumor la base de su argumentación y la interpretación arbitraria el fundamento del conocimiento. Lo importante es destacar que destruir a Freud es para cuestionar la idea de inconsciente. Para esto sirve el libro de Onfray: debilitar la única fuerza de resistencia ante el neopositivismo psiquiátrico que reduce la subjetividad a sinapsis neuronales.
La batalla cultural en el campo de la Salud Mental
El capitalismo mundializado pretende imponer la lógica del mercado en el campo de la Salud Mental. De esta manera crea un sistema alrededor de la medicalización de la vida cotidiana. Para ello cuenta con lo que denominamos el neopositivismo psiquiátrico que considera el padecimiento subjetivo como una enfermedad del cerebro o de orden genético. Esta perspectiva es acorde con los intereses de los laboratorios farmacéuticos ya que la medicación y técnicas terapéuticas supuestamente rápidas y eficaces son el eje del tratamiento. El paciente no es más un sujeto sino un cerebro para hacer un mapeo neurológico o un estudio cognitivo que hay que descifrar. La solución esta en manos de la “ciencia” excluyendo su subjetividad. Conforme con esta cultura del sometimiento en los medios aparecen drogas que solucionan las consecuencias del estar mal en la cultura. Los procesos normales como la soledad, la muerte, la adolescencia, la vejez, el dolor, los problemas que aparecen en la niñez tienen una droga que promete su solución cuya garantía es la psiquiatría biológica. Para ello cuentan con el manual mundial de la psiquiatría elaborado por la Asociación de Psiquiatras de EE. UU. conocido como DSM. Cada “patología” esta clasificada para facilitar su medicamento correspondiente. En cada versión -se está elaborando el DSM V- un número creciente de circunstancias de la vida se transforman en “enfermedades” para satisfacción de la industria farmacéutica. Su objetivo no es solo obtener ganancias sino también dominar al sujeto desde su intimidad. Este es el debate que se ha instalado en el campo del padecimiento subjetivo.[13]
En este sentido el malestar del sujeto se manifiesta en el psiquismo con emociones que debe enfrentar y resolver. La señal de alarma tiene su correlato en la angustia, la ansiedad y el estrés con diferentes características. La propuesta del psicoanálisis es dirigirse a sus causas dejando hablar al sujeto en relación con sí mismo, su familia y su cultura. En ese espacio terapéutico la medicación puede ocupar un lugar importante en tanto permita dar cuenta de su subjetividad.
El psicoanálisis nunca fue un movimiento monolítico. En su interior se realizaron críticas de su dogmatismo, sus equivocaciones, su colaboración con el nazismo y diferentes dictaduras.[14] Algunos psicoanalistas, escondidos en una falsa neutralidad apoyaron posiciones de derecha; otros, desde la izquierda optaron por apoyar las luchas sociales y políticas. Es cierto, en la actualidad muchos psicoanalistas han dejado los espacios sociales y políticos. Otros siguen defendiendo un supuesto psicoanálisis “puro” y “ortodoxo” como verdad totalizante el servicio de intereses teóricos e institucionales. Por ello pensamos que debemos considerar el psicoanálisis como un plural. En este sentido si hay un legado freudiano es dar cuenta de una obra en permanente construcción, abierta al cambio y a nuevos modos de pensar el sufrimiento humano. Desde nuestra revista venimos planteando “el giro del psicoanálisis” como consecuencia de las transformaciones en la subjetividad y los nuevos paradigmas de la cultura donde el predominio de la represión de la sexualidad, en el que se ha desarrollado nuestra práctica, ha trocado en el predominio del trabajo con los efectos de la pulsión de muerte.[15] Esto implica no solo nuevas manifestaciones sintomáticas sino un escuchar diferente del sujeto en análisis que pone en cuestionamiento el dispositivo clásico para implementar lo que denominamos Nuevos dispositivos Psicoanalíticos.[16] Dar cuenta de la complejidad en la que se desarrolla nuestra práctica no deviene solamente de las demandas de atención, sino también de nuevas perspectivas científicas y culturales. En ellas se destacan el papel constructivo que tiene el desorden, la incertidumbre y la no linealidad. Así como las teorías e investigaciones ligadas al género, la sexualidad, la importancia de la imagen en la construcción de la subjetividad y el nuevo espacio que ha generado Internet con las “redes sociales”. Esto plantea nuevos desarrollos teóricos que ponen en cuestionamiento un saber positivista cuyo pensamiento es determinista, lineal y homogéneo. Sus consecuencias implican revisar la teoría freudiana para permitir nuevas potencialidades que es necesario descubrir.
Esta perspectiva nos lleva a considerar si, como analistas, estamos situados respecto de la actualidad de nuestra cultura para que las demandas de su malestar se dirijan a nosotros. Es aquí donde necesariamente tenemos que implicarnos en la actualidad del debate político que esta planteado en el campo de la Salud Mental.
Para finalizar quisiera señalar que Élizabeth Roudinesco en su artículo sobre Onfray menciona a Peter Gay como “el último biógrafo de Freud”. Es llamativa esta mención cuando ella comentó, en ocasión de la muerte de Emilio Rodrigué, la versión francesa de su libro[17]. Quizás considere que un autor latinoamericano no esté a la altura del mundo académico de los países centrales. Por ello nada mejor que recordar la respuesta de Rodrigué a una pregunta sobre qué “ama y detesta de Freud”[18] :“Amo su valentía especulativa en Más allá del principio de placer. Detesto su politiquería en 1914. Amo sus cartas a su novia”.
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