Nueva historia de las grandes crisis económicas (1873-2008)
Carlos Marichal
Debate. Barcelona, 2010. 432 páginas, 24'90 euros
12345 Resultados:ononononon Pedro TEDDE DE LORCA | Publicado el 25/06/2010
Entre el cúmulo de libros sobre la actual crisis económica que están publicando desde hace dos años, éste de Carlos Marichal Salinas representa una sabia y singular combinación de rigor económico e histórico con una total sencillez expresiva, que prescinde absolutamente de la detestable jerga utilizada por muchos expertos en finanzas. No en balde su autor dio antes a la imprenta Historia de la deuda externa de América Latina (1989) y La bancarrota del Virreinato. Nueva España y las finanzas del Imperio español, 1780-1810 (1999), que han recibido un reconocimiento unánime en los países de habla hispana, como también sus respectivas versiones en inglés, por parte del público y en los medios académicos.
La nueva historia de las grandes crisis financieras. Una perspectiva global, 1873-2008 parte de crisis importantes que han acontecido en la economía mundial desde 1873, con más o menos incidencia en unos u otros países, y con orígenes y manifestaciones diversas, aunque todas tienen en común la alternancia de ciclos alcistas seguidos por otros declinantes, con puntos de transición violentos, como en su día pusieron de manifiesto Charles Kindleberger y Robert Alibert (Manias, panics and crashes, 1978). Este libro de Marichal, historiador español formado en Estados Unidos y residente en México, presta además una atención permanente a la dimensión mundial de las crisis financieras, no limitándose al desenvolvimiento de estos ciclos en las economías occidentales más avanzadas.
El primer capítulo está dedicado a las crisis financieras anteriores a la Primera Guerra Mundial, como la de 1873 y la de 1891, asociada, en sus comienzos, a los flujos financieros que enlazaban Londres, entonces centro financiero mundial, con las florecientes economías suramericanas, en el marco del patrón oro. El capítulo segundo resulta ser una aproximación excelente a la crisis de 1929 y años siguientes, dotado de un bagaje bibliográfico rico y preciso en las notas a pie de página, virtud presente en todo el texto. Otro de los muchos valores de este libro consiste en el afán de su autor por presentar con sencillez y claridad las principales respuestas que se han ofrecido por parte de los especialistas a interrogantes como el anterior. Se revelan, en este caso, las posibles causas reales, como la caída mundial de los precios de productos primarios en los años veinte y treinta, y también monetarias, como los defectos inherentes al restaurado patrón oro -que feneció definitivamente en medio de esta crisis, en 1931- o la inadecuada política del Banco de la Reserva Federal en 1929, el cual no ofreció apoyo suficiente a los bancos comerciales norteamericanos.
La crisis de 1929 se prolongó en algunos casos hasta fines de la década siguiente, sobre todo en países como Estados Unidos, a pesar de la política económica de Roosevelt, tan comúnmente alabada -también en este libro-, y tuvo tres derivaciones particularmente duras: paro, miedo y pobreza. La Segunda Guerra Mundial borró este cuadro pesimista y esbozó un mundo, que se hizo realidad en los años posteriores, de cooperación, apertura de mercados y voluntad de recuperación y desarrollo. Nacieron así entre 1944 y 1947 diversas instituciones económicas supranacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, ambos de 1944, y la actual OCDE, creada en 1948 para administrar el Plan Marshall.
De 1950 a 1973 se vivió, en casi todo el mundo, tanto en el capitalista como en el comunista y los países neutrales, una etapa de crecimiento económico sin precedentes, más rápido en el caso de Europa occidental y Japón que en los Estados Unidos, aunque esta economía siguió siendo la primera del planeta. Precisamente fue la debilidad del dólar , que permaneció vinculado al oro hasta 1971, lo que puso final al orden monetario definido en 1944, debido al creciente déficit comercial de Estados Unidos y al voluminoso gasto militar de este país. A partir de entonces aumentaron la volatilidad y las fluctuaciones de los tipos de cambio. La acentuada subida de los precios del petróleo en 1973 fue la causa más visible, pero no la única, de la crisis que se prolongaría hasta mediados de los años ochenta, particularmente en Norteamérica y Europa occidental, aunque también la sufrieron con gravedad las economías socialistas.
Marichal dedica más de la mitad del libro al análisis de la evolución financiera del mundo actual en las cuatro últimas décadas. El autor desvela certeramente la trama principal de esta historia, que es la progresiva globalización del mercado de capital, y avanza algunas cuestiones interesantes. Por ejemplo, el impulso a esta tendencia mundialista que dio la inversión de petrodólares, es decir, las ganancias derivadas de la explotación de hidrocarburos que sus productores situaron en el mercado estadounidense, y que, desde ahí, bancos norteamericanos transformaron en créditos a países emergentes. O el diferente rasero entre el trato rigorista que el Fondo Monetario Internacional deparaba a los países pobres, con problemas de inflación y desequilibrio en sus balanzas exteriores, y el más benévolo a Estados Unidos que, en los años 60 y primeros 70, siguió un comportamiento monetario y financiero muy laxo.
El autor recoge la inquietud de los especialistas que detectaron una creciente frecuencia de las crisis financiera, de alcance nacional o regional, en la mayoría de los casos, a partir de 1987, y cómo algunos de dichos economistas -sobre todo, los norteamericanos Stiglitz y Krugman- relacionan este hecho con la progresiva desregulación de los mercados financieros. Marichal tiene el acierto de no quedar satisfacho con fáciles explicaciones ideológicas, tan al uso -Reagan y Thatcher, los neocon- y apunta a la influencia de interpretaciones teóricas, como las de algunos economistas discípulos de Friedman cuya influencia dista de haberse evaporado, y del éxito indudable que tuvo y tiene la apertura de los mercados mundiales de bie-nes y servicios, lo cual hace ineludible la globalización financiera, la innovación de instrumentos crediticios, la multiplicidad de oferentes y demandantes, y la flexibilización de los mercados para hacer posible la rápida trasmisión de rentas y capitales. Probablemente -y ello no dice, de modo literal, en este libro, pero surge de la lectura de sus páginas- habría resultado inviable el actual crecimiento de países como China. India o Brasil, sin una oferta de capital abundante, espontánea y fácilmente disponible.
Esto nos conduce a otra pregunta. ¿La liberalización de los mercados implica la ausencia de supervisión y regulación financieras? Posiblemente hoy se confunden ambos conceptos, que son bien distintos. Es curioso que el caso español sea un buen ejemplo de progresiva liberación del sector bancario y crediticio, respecto a las políticas de hace cuarenta años, al tiempo que se ha implementado un sistema supervisor y regulador que contribuyó a solucionar catástrofes pasadas y ha moderado considerablemente el impacto de la crisis actual sobre dicho sector. Otra cuestión que debate el autor de este libro es el de la tan denostada especulación. ¿Es la causante de las dificultades financieras de las economías nacionales, o son las debilidades manifiestas de estas últimas las que la alientan? De la lectura de muchos capítulos de este libro apasionante se deduce con claridad que en el Londres de los veinte o el Francfort de los primeros noventa, los inversores detectaron síntomas inquietantes que provocaron su salida.
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