Peter Ackroyd
“Dickens fue un esclavo de sus contradicciones”
Con algo de bebé gordote, gesto churchilliano y mirada entre desconfiada y hostil, Peter Ackroyd (Londres, 1949) es quizá el más célebre biógrafo inglés de nuestro tiempo. Historiador y novelista también, suele decir que mientras el biógrafo puede “maquillar los acontecimientos, el novelista está obligado a decir siempre la verdad”. Acaba de publicar en España su monumental monografía sobre Dickens. El observador solitario (Edhasa), pero en sus alforjas literarias aparecen biografías como las que dedicó a Shakespeare, Edgar Allan Poe, Tomás Moro, William Blake, T. S. Eliot, Isaac Newton, Thomas Chatterton, Turner, a la mismísima ciudad de Londres, a Venecia o al Támesis. También numerosos premios: varios Whitbread, el Guardian Fiction Prize... Enredado en la actualidad en la vida de Charles Chaplin, vive en Kensington y tiene su despacho cerca del Museo Británico, muy cerca de la casa de Dickens, “territorio sagrado para mí”.
De Peter Ackroyd se sabe que no le gustan los periodistas, a pesar de haber sido él mismo crítico literario durante años; que apenas concede entrevistas y que, cuando lo hace, tiende a ser más bien parco en palabras porque odia hablar de sí mismo y prefiere que las páginas de sus libros hablen por él. Y, sin embargo, ha contestado al Cultural, derrotando sus recelos, con amabilidad británica, aunque sin alardes.
-Ha escrito la biografía más célebre sobre el autor de Oliver Twist, en la que combina investigación con ficción, historia y crítica literaria, pero, ¿cómo definiría su Dickens. El observador solitario? -Me gustaría pensar que se trata de un Dickens definitivo y total que aglutina los aspectos realmente significativos de su vida y su personalidad, teniendo en cuenta que al novelista le costaba distinguir la realidad de la ficción, y que personalmente podía resultar un hombre muy difícil porque lo anteponía todo a la creación.
-En su caso concreto, ¿cómo comenzó todo, como lector? ¿Cuándo comenzó a interesarse por el autor de David Copperfield.
-Desde que puedo recordar Dickens siempre me ha apasionado porque es, sin lugar a dudas, el mejor ejemplo de lo que podríamos denominar la tradición utópica de las clases sociales menos favorecidas de la Inglaterra victoriana.
-¿Y sabe ya cuál es su secreto? ¿Por qué sigue seduciéndonos hoy?
-Porque se trata del novelista inglés más extraordinario y ambicioso que haya existido jamás. En su obra, como explico en mi libro, “lo real y lo irreal, lo material y lo espiritual, lo concreto y lo fantástico, lo mundano y lo trascendente conviven en precario equilibio, sólo resuelto por el vigor de la palabra creada. En eso consiste su magia”.
-¿Los autores ingleses más jóvenes de hoy en día comparten su pasión dickensiana?
-No puedo contestarle: no lo sé, porque tampoco le reconozco en ningún autor joven de nuestro tiempo, la verdad.
No es de extrañar. A menudo, el propio Ackroyd ha reconocido que no lee ficción contemporánea, que no le interesa nada, y que ni siquiera le llamaba la atención “cuando era estudiante. Entonces -ha confesado- me apasionaban la poesía, el ensayo, y la prosa histórica”. A estas alturas no va a cambiar, aunque haya dedicado varios años, por ejemplo, a escribir libros para niños.
Sistemático, mantiene desde hace décadas la misma rutina: se levanta todos los días entre las 7 y las 8 de la mañana y no deja de trabajar hasta las 11 o las 12, sobre todo porque cuando prepara libros monumentales como la biografía de Dickens es consciente de que “si no tienes disclipina, jamás podrás terminarlos. Además, después de un tiempo descubres que cuando te acostumbras a este ritmo no necesitas esperar a la inspiración, sólo tienes que ponerte a escribir, no necesitas nada más”, declaraba hace algún tiempo.
-Dedicó varios años a su Dickens y lo publicó, en su versión original en 1990. Ahora el lector español va a conocer una versión reescrita y reducida de 700 páginas, pero ¿cree que queda algo por descubrir de la vida del autor de Grandes esperanzas? ¿Algún secreto oculto quizás?
-Sinceramente, me temo que no. Todo está ya estudiado... y no hay más secretos por desvelar...
-A pesar de todo lo que descubre en su libro, ¿cómo se explica que perviva en nuestros días el mito de un Dickens filántropo, casi una especie de revolucionario radical?
-Porque Dickens era esclavo de sus contradicciones, siempre lo fue, era a la vez un filántropo y lo que hoy llamaríamos un conservador radical.
-¿Podríamos considerarlo un hombre moderno, incluso uno de los nuestros?
-Me temo que no: Dickens era sobre todo un hombre del siglo XIX. Fue toda su vida un victoriano de primera hora, por razones tan contundentes y definitivas como “su sensibilidad y entusiasmo, por su radicalismo, por sus genuinas aspiraciones de reforma social. La emoción que acompañaba a cada descubrimiento, la fe en el progreso, y la largueza de espíritu son otros rasgos distintivos. En su apasionamiento, en su histrionismo, incluso en su vulgaridad, Dickens es un hombre del siglo XIX”.
En el libro Ackroyd es más explícito aún. Afirma, por ejemplo, que Dickens,“tanto en sus afanes como en su sentimentalismo, en su entusiasmo como en su sentido del deber, en su optimismo como en sus dudas, en su fe en el trabajo y en su instinto escénico, en sus arrebatos y en su energía”, fue “el mejor representante de la sociedad victoriana”.
-Es imposible, si hablamos de la sociedad victoriana, no mencionar David Copperfield; ¿es, a su juicio, la novela más autobiográfica de Dickens?
-Desde luego, es la que refleja con mayor severidad, sinceridad y tristeza sus peores experiencias infantiles, aunque es más contenida y recatada respecto a sus sentimientos que libros anteriores. Dickens trabajó en el libro sin descanso y fue, sin duda alguna, el que le impresionó más profunda y personalmente mientras lo escribía. Él mismo llegó a confesar que la novela llegó a apoderarse de él hasta tal punto que “nunca” se sintió “capaz de abordarla con serenidad”.
-Quizá por eso, muchos críticos la consideran su mejor novela... ¿Es también su favorita?
-Le confieso que no. Prefiero La pequeña Dorrit.
¿Las razones? Prefiere no contestar, así que volvemos de nuevo a su biografía, en la que recuerda cómo el hijo de Dickens, Charley, comentó que su padre “ comenzó a escribirla con miedo, como si, en lo tocante a su capacidad de inventiva no las tuviera todas consigo” hasta que el libro tomó vuelo y el escritor decidió cambiar el rumbo del relato y que finalmente la familia Dorrit superaría todas las adversidades y llegase a hacerse rica “mostrando de paso lo insustancial de la riqueza. La novela, mientras, se colaba en todas partes, a merced de las olas, a lomos de las nubes'”.
-Y, sin embargo, es imposible separar a Dickens de Londres: ¿cree que el retrato que traza de esta ciudad es una visión romántica, que sólo responde a un cliché de la época?
-El cliché es culpa de los demás... Ése es el gran defecto de las adaptaciones de sus obras al cine y la televisión. El Londres dickensiano es una creación profundamente imaginativa, y tiene un extraordinario poder simbólico que supera con creces cualquier otra descripción de una ciudad realizada por ningún otro escritor contemporáneo de Dickens o no.
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