Estamos tejidos por las historias de vidas de otros y los novelistas, más que los cineastas, se convierten ellos mismos, con su nombre y apellidos, en personajes de sus ficciones. Marcel Schowb ideó en su ‘Vidas imaginarias’ el personaje de Petronio, que escribía aventuras imaginadas hasta que decide vivir realmente las vidas que imaginó y deja entonces la literatura. Madame de Stael escribió que le costaba experimentar alguna situación que no hubiera leído antes. Javier Cercas (El impostor) yMaria Barbal (En la pell de l’altre) han escrito sobre impostores.
¿Qué vidas de otros han influido en Cercas? “Muchísimas –responde el escritor–, reales e imaginarias, empezando sin la menor duda por las de mis padres”. “En cierto sentido –dice–, todos somos una encrucijada de las vidas de otros: de gente que hemos conocido o de la que hemos oído hablar, que hemos visto o sobre la cual hemos leído; en cierto sentido, todos somos los otros. El hombre es el animal que imita; casi todo lo hacemos por imitación, y la identidad personal es una especie de cristalización o de decantación de todas esas influencias. A lo máximo que se puede aspirar, creo, es a asimilarlas a fondo y a llegar a ser quien se es. Pero para eso hay que esforzarse mucho, y me temo que no muchos lo consiguen. Los demás mueren o morimos en la ignorancia. A lo mejor la razón fundamental para escribir es salir de esa ignorancia”.
¿Y a Maria Barbal”. “La respuesta –contesta la novelista–, se me hace casi inalcanzable. Me ha influido en mayor grado la generación de mis padres, a pesar de haber sentido un cierto rechazo a asumir su herencia, que era dramática, desgarradora, con sentimientos casi insuperables. Me doy cuenta de que es esta generación con la losa del franquismo pesado por todas partes, la represión católica sobre nuestro pensamiento, el hecho de tener una cultura impuesta y la que me pertenecía, silenciada. Tener que arañarla con esfuerzo, también con alegría. El imaginario de los autores del exilio, interior y exterior, como un tesoro que tiende a superponerse a lo que la escuela y el entorno me había ofrecido. También los cómics y los personajes de las películas de aventuras, de amor, de los años sesenta. Pienso en ‘Casablanca’ y sus dos protagonistas, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman y los grandes actores y actrices de su edad”. “La respuesta se ampliaría –dice– con las influencias que los de aquella generación joven de la guerra civil española tenía y que de alguna manera te legaba. Los libros de Folch i Torres, los tangos de Carlos Gardel, alguna zarzuela”.
Cercas no cree que, en el fondo, “las imposturas de hoy sean muy distintas que las de cualquier otra época, a pesar de que es posible que la omnipresencia de los medios de comunicación y su poder avasallador las multipliquen, o por lo menos las hagan más visibles o aparatosas, aunque a fin de cuentas su naturaleza siga siendo la misma. Y claro, conozco muchos impostores, como todo el mundo, pero el mejor que conozco, sin la menor duda y a gran distancia del segundo, es Enric Marco. Por eso he escrito un libro sobre él: para averiguar qué hay de mí, de usted y de todos nosotros en ese hombre. Un hombre que incurrió en una impostura monstruosa, totalmente imperdonable e injustificable, a pesar de que algunos -y entre ellos gente tan valiosa como Claudio Magris- hayan querido justificarla, o casi, con el argumento de que gracias a su mentira se dio a conocer una verdad que necesitaba ser difundida: la de los campos nazis”. Para el escritor, “es un argumento insostenible. Primero porque, en medio de las verdades, Marco incluía mentiras, y una mentira en medio de verdades es como una gota de veneno en un vaso de agua. Y segundo porque, en realidad, todo lo que Marco contaba era pura mentira: una versión de la historia -de la de los campos nazis, pero también de la guerra civil y la posguerra españolas- dulcificada, sentimentalizada, consoladora y tranquilizadora, apaciblemente digerible; no la historia ni la memoria auténticas sino el kitsch de la historia o la memoria; es decir: un sucedáneo de memoria e historia; es decir: una historia y una memoria falsificadas”.
Para Maria Barbal, las imposturas más comunes “son las que se basan en creer que cuando se da la ocasión de ocupar un lugar con poder, dinero, fama, etc se tiene que aprovechar al máximo, sin reflexionar si se es lo bastante idóneo para estar ni sobre las consecuencias que puede tener para uno mismo u otros. Obedeciendo esta idea de tomar o coger lo que se te brinda, de no ser estúpida, la persona adopta las caras, las palabras, las acciones necesarias para la ocasión mencionada y quedarse el máximo tiempo posible olvidando al resto del mundo. Cuando está descubierta y censurada por otros, la situación se debe parecer a despertar de un sueño. Caen las máscaras y viene la reflexión. O no. Porque la impostura se puede convertir en enfermedad.” Las más imperdonables “las que cometen personas adultas, con formación y recursos, que han representado un modelo para otros no tan bien dotados en el campo que sea político, social, cultural, económico,
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