Ordenes de la ayuda
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Este es un documento elaborado en base a los libro de Bert Hellinger: Órdenes de la Ayuda. Está construido en forma de notas que nos expresan conceptos básicos en el trabajo terapéutico. Es también parte del material educativo utilizado en la formación de consteladores en Colombia. Gran parte del mismo es una traducción personal de la primera parte de su libro a la cual he añadido algunas ideas propias y complementarias.
I. Introducción
Ayudar es un arte que requiere de un saber hacer, que se puede aprender y practicar y requiere del poder sintonizar con aquel al que se ayuda. Lo cual significa que podamos entrar en contacto y reconocimiento de aquello que, para aquel que pide ayuda, es verdaderamente significativo y no necesariamente que hagamos lo que el otro piensa que le ayudaría y que debemos hacer por él. Sabemos que las personas que vienen en busca de ayuda, con frecuencia nos traen su queja, su problema, junto con sus ya elaboradas hipótesis de causas y razones de los mismos, como también de cual ha de ser la solución. Y es que es justamente toda esta elaboración que se ha creado alrededor de un evento lo que hace que se encuentren atrapados en el mismo. Así pues, en nuestra práctica se trata, de que nuestro hacer como ayudadores de otros, les permita elevarse a una posición más amplia e incluyente en su perspectiva. Esto hace a la ayuda como profesión distinta a la ayuda que se da cotidianamente en las relaciones humanas. En este tipo de ayuda desde el punto de vista de las constelaciones familiares, no es útil crear un vínculo con aquél a quien ayudamos, no es útil involucrarnos con él. El vínculo hace que perdamos la posibilidad de ayudar, puesto que perdemos la distancia necesaria para contactar con las necesidades reales del otro y lo importante al dar ayuda es tener la mirada fresca para encontrar el punto relevante que ha de tratarse y poder actuar sobre el mismo.
La ayuda es un elemento natural y vital en el equilibrio de las relaciones humanas y todos los seres humanos necesitamos de la ayuda de otros y a la vez los otros necesitan de nuestra ayuda. No somos entes individuales y es solo a través de la ayuda que se nos presta desde el mismo momento en que nacemos, que podemos desarrollarnos. Dependemos de ese haber tomado y recibido para crecer y desarrollarnos. Sólo en la medida que hayamos tomado de otros, estaremos preparados para dar y servir. Servimos y somos servidos y en el servir y ser servidos crecemos. Así pues el servicio no solo sirve al otro, sino que nos sirve a nosotros mismos y cuanto más servimos en el momento y las condiciones adecuadas, más recibimos.
II. Los cinco órdenes de la ayuda
1. El primer Orden de ayuda
Solo podemos dar aquello que tenemos y solo podemos esperar y tomar aquello que realmente necesitamos. Se trata pues de ayudarlos con lo que realmente necesitan y no de la forma se nos pide o exige.
De nada sirve dar lo que el otro no necesita realmente, ni tomar lo que no necesitamos. Como tampoco esperar de otros que nos den aquello que no nos pueden dar, porque no lo tienen.
Tampoco podemos tomar algo que otro no debe darnos, porque es a esta persona a la que le corresponde tenerlo y si lo tomáramos, le quitaríamos algo que solo ella puede tener o llevar. Así pues dar, recibir y tomar tiene sus límites.
La ayuda ha de ser humilde. Es una ayuda que no espera nada y no se involucra en el dolor.
Es importante tener en cuenta el efecto de determinadas palabras y pensamientos.
Lo fundamental en el trabajo es distinguir si aquello que hago fortalece o debilita a quien me pide ayuda. Todo aquello que fortalece es bueno. También la pregunta sería: “¿Lo que hago ante quien me pide ayuda me libera o me esclaviza? ¿Hace libre a quien pide ayuda, o lo limita?
2. El segundo orden de la ayuda
- Solo se puede cambiar aquello que las circunstancias permitan.
- Solo cambiará aquello que el cliente puede y necesita cambiar.
La ayuda está al servicio de la supervivencia, del desarrollo y del crecimiento.
El que ayuda ha de tener en cuenta los muchos eventos externos que no pueden ser cambiados. Como por ejemplo: Enfermedades hereditarias, las consecuencias de sucesos o de deudas. Si estos eventos no son tenidos en cuenta la ayuda está destinada al fracaso.
También hay que tener en cuenta a la hora de ayudar, los eventos internos que están en juego, como son: el amor ciego, los mandatos sobre sí mismo y las implicaciones familiares sistémicas, vinculadas al pensamiento mágico de cada persona.
La necesidad de muchos terapeutas de cambiar el destino de su cliente, depende muchas veces no de que el cliente quiera o tenga la necesidad de cambiar su destino, sino de lo insoportable que le parece al terapeuta la realidad del cliente. En este caso si el cliente accede al cambio, lo hace por apoyar al terapeuta en su esfuerzo y el orden se invierte, siendo entonces el cliente el que ayuda y el terapeuta el que recibe la ayuda.
A veces es difícil aceptar la realidad de que un cliente pueda ser peligroso para el terapeuta o para la familia o de que la muerte del mismo esté cerca. La realidad de que está expuesto a un destino implacable. Si estamos de acuerdo con este destino tal como es, la ayuda se puede dar. En vez de tapar las circunstancias reales, estas se miran mutuamente con el cliente y se encaran. Querer cambiar las cosas debilita tanto al que pide ayuda como al terapeuta.
3. Tercer orden de la ayuda
Cuando estemos trabajando con personas adultas, la posición de ayuda útil es aquella en la que nos aproximamos al otro como lo que es: un adulto. Y en caso de que la persona no se encuentre en esta posición, acompañarlo para que la encuentre.
Muchos psicoterapeutas y trabajadores sociales asumen a los pacientes como si fueran sus hijos e igualmente, muchas de las personas que piden ayuda van en busca de que quien les ayude se vincule a ellos como un padre o una madre. Cuando esto es aceptado por el terapeuta, este se queda atrapado en una larga relación terapéutica en la cual pretende ser mejor que el padre o la madre del paciente y por otra parte genera una relación parecida a la que el paciente tiene con sus padres, en la cual pasa por muchas frustraciones y malestares, frustraciones y malestares que a partir del vínculo creado se transfieren al terapeuta. La actitud de desvalimiento por parte del paciente, genera en el terapeuta que lo asume en estas condiciones, un efecto de transferencia y contratransferencia. Y es así como muchos terapeutas se quedan en medio de la transferencia y la contratransferencia dificultándole a aquel a quien trata de ayudar crecer, posicionarse como adulto que puede despedirse respetuosamente de sus padres y del terapeuta, con un objetivo logrado.
Otro aspecto que este vínculo terapéutico genera, es que el paciente gana control sobre el terapeuta, lo cual lleva al terapeuta a sentir malestar y rabia o dicho de otra manera, frustración. La solución ante esto es hacer que el cliente sienta la misma rabia que se pueda estar sintiendo. Esto hace que el vínculo se rompa y permite que recuperemos el control de la terapia y que nos posicionemos en el lugar que nos corresponde de ayuda y acompañamiento, liberándonos y liberando al paciente de nosotros. Muchas veces el arte terapéutico está en adelantarse al evento de malestar y frustración, provocando y confrontando al paciente y negándose a asumir la transferencia y contratransferencia. Este es un concepto que puede ser muy chocante para aquellos terapeutas que basan su trabajo en los principios de transferencia y contratransferencia, pero hace las terapias notablemente más cortas y eficientes.
Sin embargo hay situaciones en las cuales es necesario que el terapeuta se coloque por corto tiempo en la posición del padre o de la madre del paciente y esto se hace particularmente cuando ha habido una ruptura temprana del vínculo entre padres e hijos, bien sea por muerte o separación temprana de uno de los progenitores. En estos casos se acompaña al paciente hasta el punto de ruptura, permitiéndole conectar con el abandono que lesionó el vínculo y acompañándolo en la restauración del movimiento vincular perdido hacia los padres.
En estas situaciones, el terapeuta no pretende suplantar al padre o a la madre, sino que se posiciona durante el proceso como el padre o la madre, los tiene en cuenta y los mira con respeto en concordancia con sus destinos, sin ponerse por encima de ellos y sin vincularse con el paciente, simplemente llevándolo cada vez más hacia ellos.
Cuando alguien se queja de su situación cuando era niño, está deseando que algo hubiese sido distinto a lo que fue. Si el terapeuta cae en este deseo y en la compasión, ambos quedan apartados de la realidad. Si consolamos y nos da pena lo que fue, caemos en la debilidad y esto no ayuda a nadie. Esto no quiere decir que no nos conmovamos cuando alguien ha sufrido una situación difícil.
Podemos acompañar a la persona en su dolor, pero aceptando lo que fue. Quien se queja pierde la fuerza y aquello que ocurrió fue en vano y generalmente está fijado en aspectos secundarios de la relación y está dejando de lado lo más importante que ha recibido, que es la vida. Aquél que se queja de su pasado, permanece niño, nunca será adulto. Se le pasa la vida ocupándose de un sin sentido y mueren de la misma manera. Para la vida los padres son irremplazables y perfectos. Ni les falta, ni les sobra. Han cumplido la tarea de traspasar la vida a la perfección. Si vemos a la humanidad y al mundo como tal, no hay nada más grande que el traspaso de la vida. Y en el traspaso de la vida no hay fallo. Ante esto los padres siempre son perfectos.
Cuando aceptamos la situación de quien pide ayuda tal y como es, dando un lugar a sus padres en nuestro corazón, hemos generado con ello el primer movimiento de sanación que es la sanación de la imagen de estos padres dentro de nosotros mismos y con ello, quien ha pedido ayuda gana fuerza para aceptar la situación en toda su magnitud. No tiene sentido trabajar con alguien que no está dispuesto a dejar atrás las formas infantiles de percibir la vida.
En el caso del trabajo con niños es importante que los terapeutas no se posicionen en el lugar de los padres. Siempre han de acompañar al niño, sabiendo que los padres están detrás del niño y que ellos solo actúan en representación de estos. Si se lleva a los padres del niño en el corazón entonces el niño podrá confiar y aquello que hagamos podrá ser recibido por ellos.
4. Cuarto orden de ayuda
La aproximación al paciente ha de ser sistémica y menos enfocada a lo personal. No construimos una relación personal con él.
-La empatía
El concepto de empatía como la conocemos, está regida por un modelo de cuidador. Un modelo padres a hijos. Este es un tipo de empatía que no ayuda realmente. La empatía que ayuda es aquella que es sistémica y que incluye a todos los miembros de la familia. Cuando miramos a la familia, entonces sentimos quien en la familia requiere en realidad de nuestra empatía, quien está olvidado o excluido. En la mayor parte de los casos el que menos requiere de empatía es el cliente y mi labor es lograr que él sienta empatía por otros en vez de que sienta empatía de mi parte.
En este caso hemos de tener en cuenta a todos los miembros de la familia, incluyendo aquellos que han sido excluidos, conscientes de la igualdad de todos los miembros del sistema. En cuanto tomamos partido por alguno de ellos, ya no podemos ayudar. No podemos estar en contra de los padres, o de la pareja o de la sociedad. Solo cuando todos son respetados con su destino y con sus implicaciones, nos mantenemos en el amor. Un prerrequisito para poder trabajar en la terapia es el de poder ir más allá de los propios sentimientos, de los juicios y poder mira a aquellos con quienes trabajamos de una manera filosófica. Uno de los obstáculos más grandes a la terapia es la preconcepción respecto al bien y al mal. El terapeuta también hace una distinción entre el bien y el mal partiendo de sus propios valores creados, tanto a nivel familiar, como de su propia escuela terapéutica y al decirle a su cliente lo que es bueno para él, trata de volverlo miembro de su propia familia o de su propia escuela de pensamiento y así los alejan de sus propias familias. Un ejemplo de esto, es cuando el terapeuta se une a su paciente en la queja ante sus padres y los juzga a partir de sus propios valores. Al hacer esto, vuelve al paciente inseguro en relación a su propia familia.
Si logramos apartarnos un poco de los criterios creados sobre el bien y el mal y mirar todo esto desde el punto de vista filosófico, entramos en un plano en donde no hay bueno o malo, en donde no hay familias mejores o peores. No hay destinos mejores, ni peores. Si podemos asentir a este hecho, damos un paso hacia adelante en el cual acompañamos al cliente a asentir a su vida tal como es.
Las situaciones en las que fácilmente tomamos partido, son por ej: Abuso sexual, violación, asesinato.
5. Quinto orden de ayuda
Amor por cada ser humano tal como, no importa cuan diferente sea de mi. De esta manera el terapeuta le abre el corazón al cliente siendo parte de él. Aquello que se reconcilie en el corazón del cliente, también se reconciliará en su familia.
Constelar a la familia conduce a unir aquello que estaba separado. Las constelaciones se encuentran al servicio de la reconciliación con la vida y especialmente con los padres. Nos ponemos al servicio de todos sin hacer distinciones entre buenos y malos en la familia. No permitimos las quejas, sea cual haya sido la situación.. En cuanto aceptamos quejas, estamos cayendo en posición de padres y el paciente de hijo.
Cuando un terapeuta se alía con su cliente en contra de algún miembro de la familia está al servicio del conflicto y de la división, no de la unificación.
III. La buena manera de ayudar
Esta manera de ayudar se diferencia mucho del tipo de ayuda que hemos aprendido. No intentamos inmiscuirnos en la vida de las personas, ni en los misterios del alma. Cuando nos inmiscuimos, el alma se retira. Aquí intentamos caminar con el alma. Dejamos que sea ella la que nos lleve a lo largo del trabajo y lo hacemos libres de teorías, de intenciones, de emociones y de la empatía tal como la conocemos. Nos ponemos en consonancia con el alma familiar y con la necesidad de la persona, otorgándole todo el espacio y el tiempo que necesite. Entonces esta alma nos muestra el camino y aparece la imagen que nos permite dar el siguiente paso. Muchas veces la solución no es lo que aparece, sino el movimiento que lleva hacia la solución.
No trabajamos con hipótesis preestablecidas, no pretendemos imponer respuestas al sistema. Vamos construyendo el trabajo paso a paso a partir de los movimientos que se generan. Es la misma constelación la que va abriendo el nuevo camino y la nueva mirada.
Dos maneras de aproximación
La primera consiste en trabajar de manera activa a todo lo largo de la constelación y llevarla a una resolución.
La segunda consiste no en buscar la solución, sino el movimiento justo que permita ir solamente hasta el punto en el cual el alma del paciente toma el mando y suspender en este punto la constelación sabiendo que este movimiento es suficiente para que el trabajo interior continúe.
IV. Observación, percepción, comprensión, intuición y concordancia.
La observación: es aguda y se basa en los detalles. Busca ser exacta y por esto es limitada.
La percepción: necesita distancia, logra una impresión más amplia y general, ve los detalles en relación al entorno posicionándolos en su lugar. En relación a la observación es de campo, no es exacta.
Por otra parte entiende el significado de lo observado y lo percibido.
No existen reglas absolutas ni generales para constelar, lo cual implica que estos 5 criterios no pueden ser tomados al pie de la letra. La atención y la capacidad de percepción han de ser nuestras compañeras de trabajo. No podemos guiarnos por patrones rígidos. Cada constelación es única y debe ser tratada como tal.
Me guío por la persona, sin pretensiones, simplemente percibiéndola de una manera amplía con la mirada puesta en la necesidad inmediata.
Esta percepción se da a partir de un estar centrado, abandonando pensamientos, intenciones, diferencias y miedos. Me abro a lo inmediato que me mueve desde dentro. Percepción y acción se unen para acompañar a la persona a dar el siguiente paso requerido.
La comprensión: se encuentra por encima de la observación y la percepción y depende de ellas. Ellas tres constituyen una unidad indispensable para actuar y sobre todo para ayudar de manera adecuada.
La intuición: que es el reconocimiento del paso que hemos de dar a continuación. El reconocimiento es general, la intuición lleva a una acción determinada.
La concordancia: es una percepción más amplia y mucho más profunda. Ella requiere que yo entre en sintonía con el otro y pueda entenderlo. Para ello he de estar en sintonía con sus orígenes, sobre todo con sus padres, con su destino, sus posibilidades, sus límites. También con las consecuencias de sus actos, sus deudas y finalmente con su muerte.
Estando en concordancia me despido de mis ideas, juicios, de mi ego y de lo que debo y tengo. Así entro en concordancia conmigo mismo y con el otro. Así el otro puede entrar en concordancia conmigo sin perderse y sin necesidad de sentir miedo. Igualmente yo puedo estar en concordancia con él sin perderme a mi mismo, permanezco en concordancia sin ponerme a expensas suyas, conservando la distancia que me permitirá percibir qué puedo o debo hacer para ayudarlo. Esta concordancia es pasajera y solo dura el tiempo que dura el movimiento de ayuda. Esta concordancia no pretende nada, se abre a la realidad del otro en toda su plenitud, sin buscar cambiar nada, con un respeto profundo por la vida, sin deseos de que le vaya mejor, solo acompañándolo en los movimientos de su alma, aun cuando no nos guste mucho lo que hay o inclusive tal vez nos asuste.. Los deseos limitan, no liberan. Por esto cuando estamos en concordancia, asintiendo a lo que es, no hay transferencia y contra-transferencia. No hay relación terapéutica, ni se toman responsabilidades que corresponden a otros. Cada uno permanece libre y es a partir de esta libertad que es posible la ayuda.
V. La rueda grupal
La rueda puede hacerse en grupos de hasta 30 personas. Y ella permite a cada uno de los participantes del grupo tener las mismas posibilidades de expresión. Nadie debe intervenir para alabar o para menospreciar a otro. No es una rueda para generar diálogos o discusiones. Aquél que se expresa es libre para decir lo que siente sin la intervención y las opiniones de los otros. En la rueda, solo interviene aquel a quien le corresponde y el terapeuta. Cuando alguien hace una pregunta por curiosidad personal no la contestamos.
La rueda también es útil en medio del trabajo, cuando este ha sido intenso. Entonces aprovechamos una rueda rápido, para descansar y permitir que el grupo se ventile.
VI. El equipo de trabajo y el trabajo entre profesionales
Hellinger recomienda que trabajemos individualmente. Cuando se trabaja con más de un terapeuta en el grupo, se corre el riesgo de que la relación entre los terapeutas se vea afectada y que terminen enfrentados por eventos que en realidad son proyecciones de los casos del grupo. Generalmente en un trabajo conjunto, hay alguno de los terapeutas que depende más del otro. El trabajo en individual hace crecer al terapeuta, al igual que hacen crecer los errores que se cometen..
En el caso de que haya varios o muchos profesionales en el grupo, hay que tener presente que aquél que lleva el grupo es el que lleva la sesión. Debe evitarse en la medida de lo posible la intervención de otros profesionales a lo largo de la sesión-
Cualquier intervención que se crea pertinente podrá comentarse luego si fuese necesario. Hay que tener en cuenta que muchas intervenciones solo logran desviar la atención de aquello que es.
Cuando los terapeutas son pareja, nunca uno de ellos debe supervisar el trabajo del otro. Pueden comentar y ayudarse en casos difíciles, pero no en relación vertical.
En la medida de lo posible, no hay necesidad de preguntar a un paciente que ya ha trabajado con otro terapeuta en constelaciones, qué ha salido hasta el momento o como ha trabajado. Cuanto menos sepamos, menos vamos a estar influenciados en nuestro hacer. Además de esto cuanto menos nos involucremos en el trabajo del otro terapeuta y más respetemos lo que ha hecho o haga, mejor para todos. Involucrarnos en lo que no nos corresponde, sólo nos llevará al lugar equivocado.
Es distinto hacer un trabajo en el cuales terapeutas se reúnen para resolver juntos casos difíciles, lo que serían grupos de intervención, o cuando se llevan casos a supervisión. En este caso hay un beneficio para todos.
La presencia de un terapeuta experto en un grupo llevado por un terapeuta con menos experiencia, es delicado, pues hará que la atención del terapeuta que lleva el grupo y la atención del grupo, se desvíen hacia el terapeuta más experto y limiten el trabajo. Todos hemos de cometer errores para poder aprender.
Por Liz Corredor