Uno de los centros neurálgicos de la gauche divine frecuentados por García Márquez fue la mítica discoteca Bocaccio. “Había mesas para seis en las que se sentaban veinte”, dijo el escritor. Aunque manida, no hay frase más adecuada para describir aquel club. Salvador Dalí, Luis de Vilallonga, Juan Marsé o Vázquez Montalbán lo frecuentaban. Todo escritor, artista o diletante que pisara Barcelona, terminaba en Bocaccio. Abierta por Oriol Regàs en febrero de 1967, cerró sus puertas en 1985 y fue lo más parecido al neoyorquino Studio 54 que jamás hubo en el país. Estaba en la calle Muntaner, 505 -su espacio lo ocupa hoy un hotel- y en su pista bailaba ‘Belle Bel’, la modelo Teresa Gimpera ejercía de sugerente imagen y quienes las conocieron, aún añoran sus noches de champán, música disco y tertulia envuelta de humo bajo lámparas Tiffany. Un ambiente que recoge el filme ‘El cónsul de Sodoma’, sobre la figura de Gil de Biedma. Allí se presentó la revista ‘Interviú’.
“Las tres grandes características de la gauche divine eran que nos gustaba nuestro trabajo, que queríamos tener contacto con quienes desempeñaban el mismo en otros países y que éramos profundamente antifranquistas. Puede añadir que queríamos pasarlo bien. Y nos lo pasábamos muy bien, lo que no quiere decir que aunque nos acostásemos a las 3 de la mañana no estuviésemos a las 9 trabajando”, matiza Rosa Regás. Pero donde realmente se podía charlar sin ruido era mientras se comía en el Flash-Flash y en Casa Mariona, o se degustaba un licor en cafés literarios como el Cristal-City, en la calle Balmes, hoy tan desaparecido como el Stork Club y aquello otro de llamar Tuset Street a la calle donde hoy vive el president Artur Mas.
Rodrigo y Gonzalo, hijos del escritor, fueron matriculados en el colegio británico Kensington, tal como recoge su biografía ‘Gabriel García Márquez: una vida’ (Gerald Martin, Debate) y él se puso a escribir ‘El otoño del patriarca’. No fue casual. Gabo se instaló en España para trenzar la historia de un dictador imaginario que se eternizaba en el poder. “Recuerdo que cuando iba a visitarlos, él salía de su despacho, donde estaba escribiendo, vestido con un mono blanco. Siempre se lo ponía para trabajar”, cuenta Rosa Regás. “Lo mejor es su acerado sentido del humor. Un sarcasmo a través del que era capaz de filtrar cualquier aspecto de la actualidad”. Asegura la autora de ‘Música de cámara' que fue el estilo de vida de aquella Barcelona lo que enamoró a García Márquez. Cenaban en casa de unos y de otros. Y charlaban hasta las tantas. En casa de los García Barcha, de los Villavechia, los Feduchi o en la de la misma Regás. Un grupo de amigos al que se sumaba José María Castellet, Serena Vergano y Eugenio Trias.
García Márquez y su familia dejaron Barcelona en 1973 no sin antes adquirir un inmueble en el centro, en la calle Valencia con Paseo de Gràcia y del que era vecino Alfonso Milà. “En los años que viví en Barcelona pasé de no tener para comer –antes, en París, había llegado a pedir limosna en el metro– a poder comprarme casas", ha dicho el autor de ‘Crónica de una muerte anunciada’. En ese piso Regás y él celebraron con champán las buenas ventas de 1994: él, primer puesto en lengua española por ‘Del amor y otros demonios’ y ella, el segundo por ‘Azul’, que fue premio Nadal.
Desde que dejaron Barcelona, Regás y los García Barcha se han seguido frecuentando. Ella ha dormido en su casa de México y ellos en su pueblecito del Ampurdán, adonde se trasladó hace más de 25 años. “En aquella época la gente famosa no era tan buscada como ahora. Yo vivía en Cadaqués, debajo de Marcel Duchamp, uno de los pintores más importantes de todos los tiempos y nadie lo perseguía por la calle. Los dos únicos valores que han sustituido hoy a todos los demás, ser rico y famoso, no existían de esa manera. O no nos dejábamos impresionar tanto, supongo”, fabula muy sensatamente.
Y ahora, cuando la vida del genio se consume, Regás hace una reflexión sobre la gauche divine que recibió al colombiano: “Nada ocurre para siempre, las cosas se suceden. Yo vivo fuera de Barcelona hace muchísimos años, en el 82 u 83 me fui y no he vuelto. Por las historias que sé de mis abuelos y bisabuelos, Barcelona ha tenido siempre unos brotes de vida internacional muy importantes. Es lo que ocurrió en aquellos años. Creo que está en la esencia misma de la ciudad y puede volver a surgir en cualquier momento”. Si ocurre, será sin un García Márquez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario