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El valor de elegir
Fernando Savater
Ariel. Barcelona, 2003. 190 páginas, 12 euros
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Esto no es contrario al modo en que el propio Savater entiende el oficio de pensar, más proclive al análisis crítico de la realidad cotidiana que a vagas elucubraciones metafísicas. Pero sí contribuye a difuminar el peso específico de su obra en un contexto cultural donde sigue pesando demasiado el residuo de rancios escolasticismos que consideran que el modo académico de hacer filosofía es el único legítimo. Algo más que injusto, cuando nuestra mejor tradición de pensamiento siempre supo combinar literatura y filosofía.
Lo cierto es que no cabe apreciar plenamente el sentido del proyecto de educación ética y cívica del individuo formulado por Savater si no es considerándolo heredero consciente de dicha tradición. Una tradición cruzada con el pensamiento trágico de autores como Nietzsche, Bataille o Cioran para proponer un humanismo crítico, sensiblemente curado de veleidades etnocentristas. Este es el punto de arranque del libro: la idea de que si bien la dotación genética o los instintos señalan nuestra pertenencia a una misma especie animal, lo que nos humaniza es precisamente aquello que en nosotros “desprograma” ese destino común y nos abre a la posibilidad de una reprogramación simbólica, de carácter eminentemente práctico. La libertad constituye la diferencia específica del género humano. Es la capacidad de elegir, de poder actuar y activar la propia vida de un modo u otro lo que define nuestra condición.
En la medida en que Savater intenta responder a la pregunta por el ser de lo humano indagando en qué consiste la libertad, El valor de elegir representa un eficaz compendio de su pensamiento. Claro que con matices diferenciadores respecto a sus primeros textos. El fundamento de la ética ya no es buscado a través de una reflexión ontológica sobre el mundo como voluntad, según se hacía en La tarea del héroe, sino mediante una “antropología de la libertad”, que ocupa toda la primera parte del libro. Y la segunda parte, que ofrece un muestrario de elecciones recomendadas -de la búsqueda sensata del placer al amor a la verdad- profundiza en el principio moderno de la autocreación del hombre como individuo libre y responsable. Pero todo ello y sin dejar de trazar los límites que a la razón se le muestran en nuestra época. La referencia final a la apología de lo contingente de Odo Marquard así lo testimonia. Y la dedicatoria inicial -a Sara y a Joseba Pagaza, “que eligió bien”- ratifica el trasfondo trágico-vitalista de su apuesta ética por la vida y la libertad. En esto no ha cambiado Savater. Loado sea por ello.
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