No te rindas, de Enrique Rojas en El Mundo
TRIBUNA: PSIQUIATRÍA
El autor reflexiona sobre la importancia que tiene no derrumbarse ante las eventualidades con las que nos topamos. Define conceptos como éxito, fracaso y felicidad, auténticas obsesiones humanas en la época en la que vivimos.
Quiero en este artículo animar a los lectores a luchar contra las adversidades, vengan de donde vengan y sean del signo que sean. Tony Blair, elegido primer ministro en el Reino Unido en 1997, utilizó el lema Never don´t give up -Nunca te rindas-. Y he tomado este eslogan como título del libro que acabo de publicar. Se trata de un calendario en el que dedico cada mes del año a un tema concreto. Pretendo adentrarme en los pasadizos de los principales temas de la vida humana, incentivando a los lectores para que no se den por vencidos y sigan luchando hacia adelante, a pesar de las dificultades, reveses y sinsabores. Se trata de un almanaque para crecerse ante las adversidades, para navegar en los rápidos de la vida sin hundirse.
Una de las cosas más importantes de esta vida es no derrumbarse ante las eventualidades de aquí y de allí que aparecen delante de nosotros. Porque cada obstáculo lleva consigo un aprendizaje. Aprender es tomar nota de lo que ha ocurrido y extraer de ello una pequeña lección: no es más sabio el que menos se equivoca, sino quien más aprende de los errores.
Insisto en la importancia de tener un proyecto de vida coherente y realista que ha de contar con cuatro grandes temas: amor, trabajo, cultura y amistad. Estos cuatro asuntos salen, suben, bajan y vuelven a aparecer y se cuelan por los entresijos del paisaje personal. Son esenciales para nuestro bien psicológico y, si los trabajamos de verdad, si actuamos sobre ellos con artesanía psicológica, alcanzaremos una vida lograda.
Además de estas cuatro notas, para mantener el rumbo hacia una felicidad razonable hay que saber que vivir es guerrear, como decía Séneca. Quiero destacar también que para no rendirse hay que tener una visión larga de la jugada que consiste en pasar por encima de las cosas negativas cercanas y lejanas y darle la vuelta a los argumentos que nos ayuden a crecer como personas. Hoy a menudo se tiene una visión corta de la jugada: es la inmediatez; el déficit que encontramos en nuestro día a día y son muchos los que se quedan ahí enganchados sin capacidad de proyectarse hacia adelante… Uno se puede perder por montes y collados y se extravía por las brumas de un pesimismo envolvente. No olvidemos que el pesimismo goza de un prestigio intelectual que no merece.
Abril lo dedico al amor: del de alta velocidad al de alta duración. El siglo XVIII es el de la Ilustración: se entronizan la razón y los instrumentos de ella. El XIX es el del Romanticismo: la exaltación de las emociones y el mundo de los sentimientos. Durante el siglo XX la razón y la afectividad han ido paralelos y el resultado no ha sido bueno. Para no rendirse, lo primero es trabajar el amor con dedicación, sabiendo que en la antesala del mismo, el enamoramiento, deben darse tres ingredientes: admiración, atracción (física y psicológica) y necesidad de compartir. En el amor conyugal muchas cumbres son borrascosas. El amor conyugal tiene un alto porcentaje de artesanía psicológica es un trabajo laborioso. El sociólogo polaco Zygmnt Bauman ha acuñado el término «amor líquido» para referirse a la pérdida de solidez de las relaciones humanas. Estamos en un mundo sin vínculos y esto ha producido una especie de zapping amoroso.
El mes de mayo lo dedico a dejar de ser hijos para ser padres. Hemos pasado del patriarcado al filiarcado. Antes, en la familia mandaban los padres; ahora la dirigen los hijos. La vida viene sin manual de instrucciones y la educación, en un mundo tan permisivo y relativo, no es tarea fácil. Educar es seducir con los valores. Es una tarea gradual, progresiva, lenta, sumativa, y también supone ir a contracorriente con frecuencia. Aquí debemos volver a hablar de la importancia de la autoridad -del latín autoritas-: significa aquél que te hace crecer como persona. Su ejercicio permite que uno progrese para encontrar lo mejor de sí mismo. El primer peldaño de la educación es la voluntad, así de claro.
Junio está dedicado a los amigos: nuestra familia espiritual. Uno se retrata en los amigos que elige. La amistad es uno de los platos fuertes en el banquete de la vida, y tiene tres arbotantes en su seno: afinidad, donación e intimidad. En una palabra, sintonía, capacidad para darnos y dejar que el otro entre en el cuadro de máquinas de nuestra conducta y vea lo que hemos sido y somos. La amistad puede ser representada en un pirámide, la mayoría de las amistades se mueven en la banda media o baja de la misma, pocas ascienden hasta la cima. La amistad íntima es un tesoro que hay que proteger, con delicadeza y discreción, con finura psicológica y siendo muy cuidadoso de lo que se dice del otro. La amistad se hace a base de confidencias y se deshace con indiscreciones.
Dedico un apartado a un tema de actualidad: la resilencia. Es un concepto que procede de la física y designa la capacidad de algunos materiales para doblarse sin partirse. Aborda cómo el ser humano puede doblarse sin saltar por los aires, es el equilibrio entre la personalidad y los factores de riesgo para mantener un cierto equilibrio. Es el arte de cambiar el dolor para dotarlo de sentido, tener un cierto grado de felicidad incluso cuando tienes abiertas las heridas del alma.
Quiero contar el caso del psiquiatra Boris Cyrulnik, uno de los que mejor ha desarrollado estas ideas. Nació en Burdeos en 1937, perdió a toda su familia en un campo de concentración nazi y logró escapar de allí con seis años, de manera insólita. Pasó su infancia moviéndose de un centro de acogida a otro, hasta llegar a una granja de beneficencia. Gracias a la influencia de unos campesinos vecinos que le dieron cariño y le enseñaron a vivir y a ser un apasionado de la literaria, él pudo cumplir su ilusión de estudiar medicina y terminar siendo psiquiatra. No le quedó ninguna herida sin cerrar de esos comienzos tan duros. Su teoría ha significado un revolución en la Psicología moderna. Viene a decir que el niño maltratado por las circunstancias, cuando crece no tiene por qué ser un maltratador, sino que es capaz de sacar fuerzas de esas vivencias traumáticas, crecer como persona y ser un adulto sano.
Hay muchos ejemplos de ello en la Historia, que quiero al menos dejar como telón de fondo. Tomás Moro murió en 1535 en la Torre de Londres, donde un verdugo le cortó la cabeza con un hacha. Sus últimos textos son extraordinarios y muestran a un hombre sólido, entero; un hombre de una pieza que se siente feliz y que termina diciendo: «Muero amigo del rey y fiel a mi Dios». Nelson Mandela estuvo 28 años en la cárcel de Robben, en Sudáfrica. Años más tarde contó que aquella experiencia le marcó en positivo porque luchaba por la libertad de su pueblo y no le quedó ningún rencor ni odio hacia los que le enviaron a prisión.
Del mismo modo, Solzcthenitzen, que pasó ocho años en una cárcel en Siberia privado de todo y tratado como un animal, escribió allí su primer gran libro Un día en la vida de Ivan Denisowicht, en el que cuenta lo que hacía un preso en aquellas estepas siberianas repletas de inhumanidad programada. En Archipiélago Gulag, pese al terror de aquellos años, habla de lucha, de esfuerzo, de felicidad, de alegría compartida.
Voy pasando por los grandes temas del estado de ánimo, hoy tan importantes en el mundo que nos ha tocado vivir: la depresión, la ansiedad, el estrés, los trastornos de la personalidad… Quiero detenerme especialmente en el arte de madurar. Madurez significa conocimiento de uno mismo y de la realidad. Y también saber darle a las cosas que nos pasan la importancia que realmente tienen. Y, a la larga, madurez es serenidad y benevolencia. Es haber sabido gestionar la propia trayectoria biográfica de la mejor manera posible, sorteando de errores, fallos e infortunios que asoman en los recodos del camino.
Y termino hablando del fracaso y de la felicidad. El fracaso enseña lo que el éxito oculta. He visto a mucha gente con éxitos tempranos que, al cabo de un cierto tiempo, se han convertido en fracasos estrepitosos, por no haber sabido digerir esos hechos de forma adecuada. Me gustan los perdedores que han sabido asumir su derrota y que vuelven a empezar, luchando contra corriente. Es emocionante ver a alguien cercano, partido por la mitad y tirado en la cuneta de la vida, que retoma el camino para crecer como persona.
Y la felicidad, ese mar sin orillas a donde apuntan todos los ríos de la naturaleza humana. Para Platón la felicidad consistía en el conocimiento; para Epicuro, lo más importante era el placer; para Séneca, la práctica de la virtud. La felicidad es una forma de mirar la realidad, polinomio de muchos factores en donde no pueden faltar los dos grandes temas de la vida: el amor y el trabajo. Amor y trabajo conjugan el verbo ser feliz. Y la cultura: la estética de la inteligencia. Si la cultura es la aristocracia del saber, la cultura es libertad.
La felicidad no se da en el superhombre, sino en el hombre verdadero; por eso la felicidad es suma y compendio de la vida auténtica.
Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría. Recientemente ha publicado el libro No te Rindas (Editorial Temas de Hoy).
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