domingo, 15 de abril de 2012
Emily Dikinson la poetisa
Emily Dickinson, la poetisa que llegó a la plenitud a través del aislamiento
16 ABR 2012 | FÁTIMA URÍBARRI
Nórdica publica una edición ilustrada y bilingüe con 27 de sus mejores poemas. Es una de las grandes de la Literatura norteamericana. No salió de su casa en 30 años.
Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886) fue solitaria, sigilosa, introvertida y melancólica. Su enclaustramiento, su perenne vestimenta blanca, su voluntaria soledad dibujan a un personaje onírico con aires de fantasma inventado por Edgar Allan Poe.
Fue extraña su vida y son de una poderosa belleza mística sus poemas. Antes de cumplir los 30 años decidió no salir de casa; fue un encierro progresivo y cada vez más exigente. De niña se aficionó a las plantas y elaboró preciosos herbarios recorriendo jardines y los alrededores de su casa. De jovencita viajó con su padre, Edward Dickinson, una figura eminente en Amherst. Y siempre escribió, pero para sí misma. No publicó nada en vida; no sintió la necesidad de someterse al juicio de los otros; con el suyo, el más exigente, le bastaba.
Si sus más de 1.700 poemas y sus más de 1.000 cartas se han llegado a conocer es gracias al empeño de su hermana Vinnie, también soltera, también sempiterna habitante del hogar paterno, que cuando murió Emily encontró sus escritos, los fajos de folios cosidos, en cajones y armarios, y que decidió publicarlos.
Es Emily Dickinson una de las grandes poetisas del siglo XIX y un gigante de las letras norteamericanas. Para Nicole d’ Amonville Alegría, editora y traductora de sus Cartas (Lumen), es una creadora cercana a la mexicana sor Juana Inés de la Cruz y a la rusa Marina Tsvietáieva por lo apasionado y conciso de su escritura.
La editorial Nórdica hace que Emily Dickinson sea una bienvenida noticia con El viento comenzó a mecer la nieve, una preciosa edición bilingüe, e ilustrada por Kike de la Rubia, que contiene 27 de sus mejores poemas. Como señala Juan Marqués en la presentación, “además de ser escritos en principio exclusivamente para la inmensa minoría de sí misma, los de Emily Dickinson fueron a un tiempo poemas complicadísimos y simples, alegres y tristes, transparentes y enigmáticos.
Sus versos enseñan a observar mejor. No necesitó salir de su casa para disfrutar de una poderosa vida interior: “Cerrar los ojos es viajar” –escribe en una carta en 1870–, y añade: “Las estaciones lo entienden”.
La inmortalidad y la naturaleza son habituales en sus versos. La muerte, sobre todo, le preocupa; y le asusta sobremanera la pérdida de los suyos, pero se aferra al consuelo del recuerdo: “Muéstrame la eternidad y yo te mostraré la memoria”, escribe a su cuñada Susan.
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